domingo, 27 de diciembre de 2015

NIGHT & DAY

  Parafraseando a Led Zeppelin en aquel tema Hats off to (Roy) Harper, yo también pido que nos descubramos ante Shanti Gordi, tras una actuación, la de anoche, llena de magia y encanto. Evidentemente la de ayer no es la primera actuación al alimón de Shanti Gordi y Joan Mesquida Big Band -la cual sirvió para inaugurar oficialmente el teatro de Calós tras una profunda restauración-, pues ya habían actuado anteriormente en otros espacios, como en la Sala Multifuncional del Canal Salat en Ciutadella o el Teatro Principal de Maó; no obstante, me sirvió para verlos por vez primera sobre el escenario y así disipar cualquier recelo en cuanto al maridaje de un "aspirante" a crooner y una big band moldeada muy al gusto de Joan Mesquida. La voz poderosa del ciutadellenc, con timbre no demasiado alejado del de Michael Bublé, me dejó sorprendido gratamente, pues, lo confieso, creí que asistiría a la interpretación de unas cuantas piezas estándard enmarcadas en ese tipo de música años 40 y 50, por parte de un buen vocalista que jamás iba a superar el listón y handicap a un tiempo que suponía volver, tras estar embarcado durante tres temporadas en el universo Pink Floyd; sin embargo me di de bruces con la cruda realidad de que Shanti es un animal de la música con una versatilidad incontestable, además de un saber estar, elegancia y dominio de las tablas, propio del más presumido de los profesionales.

  No es menos cierto que la compañía, esa Big Band con evocaciones a las grandes orquestas de Benny Goodman o el mismo Glenn Miller, favorecían la simbiosis y ambientación musical, en ocasiones nada sencilla si el vocalista pretende adueñarse por completo del protagonismo o los músicos intentan ir más allá del papel encomendado. Músicos bien diferenciados en dos grupos: el formado por la Big Band propiamente dicha, con su sección de madera, de viento y de cuerdas desenvolviéndose como pez en el agua al ritmo del swing, y por otra la clásica formación de batería, contrabajo, guitarra y piano, más impregnada del jazz clásico colindante con el cool, dejaron en los tres centenares de asistentes el gustazo de una velada donde se evocaban las grandes voces de los viejos crooners, como Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martin, Tony Bennett o Matt Monroe, sin olvidar a los herederos de ahora, como el mencionado Michael Bublé, Robbie Williams, Rod Stewart  o el camaleónico Bowie. Y por supuesto, la banda dirigida con dominio absoluto por parte de su director, no hizo otra cosa que traer al recuerdo las bandas con enorme talento de mitad del siglo XX, como las ya mencionadas anteriormente, o las de Tommy Dorsey, Woody Herman y Count Basie.

  Dividido en dos partes, el concierto arrancó con una de los temas más reconocidos de Michael Bublé, recorrió algunos de los hits de Cole Porter, para  mediada la primera parte, dejar a Joan Mesquida acompañado por su clarinete y la Big Band, profundizar en el swing más conocido de aquellas grandes bandas. En la segunda parte hubo los minutos propios para lucimiento del crooner Shanti, para la Banda de Mesquida, pero también un aparte para la esencia más jazz e intimista, incluyendo una versión  de Here, there and everywhere de The Beatles. En el escenario hubo tiempo para escuchar distintos tipos de música, como swing, jazz, blues y hasta el villancico Santa Claus is coming to town, perfectamente ensamblados, remedando el estilo genuinamente característico de aquellas formaciones que durante años marcaron el sentido musical de muchas generaciones de americanos y europeos.

  Un notable alto para la propuesta de anoche que sin duda va a deparar a la formación muchos y constantes éxitos.

jueves, 24 de diciembre de 2015

¡¡¡FELICES FIESTAS!!!

  Un año más se acaba y otro nuevo está a la vuelta de la esquina, a puntito de entrar en nuestras vidas. Como a cada comienzo de invierno nos disponemos a hacer nuestra valoración de todo cuanto nos ha ocurrido. Con toda seguridad habrá proyectos del año anterior que se nos han quedado a medio camino y otros ni siquiera hayan tomado la salida. Es posible que ese espíritu de superación consustancial a cualquier ser humano, y loable por otra parte, lo hayamos confundido con una mal entendida competitividad que al final puede llevarnos a la frustración. Los años se escurren sin apenas darnos cuenta, creyendo que la felicidad está en tener un coche molón, un chalé en primera línea de mar, en ser portada en televisiones o revistas de más deslumbrón, o en tocarnos la lotería, cuando en realidad la dicha está en los pequeños e impagables, y hasta a veces efímeros momentos que a veces nos brinda la vida, como es la buena salud, una puesta de sol al ladito del mar, la conversación con los amigos, tener alguien que te quiere, una familia que no te mereces, o con ese momento de dicha e intimidad que supone leer un buen libro. El tiempo es oro y no conviene derrocharlo al preocupaarnos en demasía por los bienes que poseemos.

   Desde este breve lugar os deseo a todas/os de corazón que disfrutéis de la Navidad, de un venturoso año nuevo y de este CUENTO o RELATO ambientado en la Nochebuena. ¡¡¡Felices fiestas!!!

martes, 22 de diciembre de 2015

PLÁCIDO

  Probablemente Plácido sea junto a El verdugo y Bienvenido mister Marshall, las tres obras fundamentales del director valenciano Luis García Berlanga. Con toda seguridad esta que me ocupa, compita con El verdugo por la primacía, sin que los críticos especializados se pongan de acuerdo, manteniéndose Bienvenido mister Marshall un escalón por debajo sin por ello dejar de ser otra obra clave del cine español. Plácido, que fue rodada íntegramente en Manresa, salvo la escena de interior de un comedor, espacio cedido por un rico de Barcelona -nadie más de los pudientes se dignó a ello-, es de nuevo otra más de las críticas mordaces del maestro Berlanga, plasmando en cada fotograma el retrato social de la España veraz en aquel tiempo, muy alejada de la publicitada por el régimen franquista.


  Con el envoltorio frecuente de comedia costumbrista, y ambientada formidablemente en plena Navidad, don Luis (Berlanga) hace un recorrido inapelable a bordo de un motocarro propiedad de un pobre desgraciado de nombre Plácido (Cassen). Contratado para la cabalgata, Plácido debe hacer frente al pago de la primera letra a punto de vencer, si no quiere quedarse sin su vehículo; por tanto, a pesar de acompañar en tan magna tarea, no termina de involucrarse ante la incerteza de hacer frente al pago por culpa de una burocracia sobrevenida. Mientras, un grupo de caritativas señoras de provincia, organizan una campaña navideña de confraternización con los humildes, haciendo bueno el eslogan de "Siente un pobre a su mesa".


  En el largometraje se entremezclan a partir de abundantes plano secuencia, sorteos de pobres, subastas de coristas, desfiles de motocarros, pordioseros que se ponen a la puerta de la muerte, pero también las espléndidas interpretaciones de Cassen, José Luis López Vázquez o Manuel Alexandre, sin olvidar la música imperecedera a cargo de Miguel Asins Arbó.


    Esta obra coral iba a titularse Siente un pobre a su mesa, pero de nuevo los imponderables de la Censura obligaron a cambiar el título en favor del nombre del conductor del motocarro. Como también a eliminar el villancico final con letra ofensiva para la sociedad de entonces, no fuera a escandalizarse con la letra contestataria. Plácido fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera que finalmente ganó Como en un espejo de Ingmar Bergman. También estuvo nominada a la Palma de Oro de Cannes. Distinguida como mejor película en el festival de Bordighera (Italia), en los premios domésticos fue considerada mejor película, además de mejor director por parte del Círculo de Escritores Cinematográficos. El Sindicato Nacional del Espectáculo, además de premiar la película, distinguió a Manuel Alexandre como mejor actor de reparto. Fotogramas por su parte eligió a José Luis López Vázquez como mejor actor.


  Plácido la pasan mañana día 23 por la 2 de TVE a partir de las 21:55 en el programa Historia del cine español. Curiosamente, también fue emitida el año pasado el día 23. Imprescindible y capital en la filmografía de Berlanga es aconsejable su visionado, y más en estas fechas tan especiales. No tiene desperdicio el guión (Rafael Azcona, Berlanga, José Luis Colina y José Luis Font), trufado de afinados y constantes diálogos a los cuales debemos prestar atención. En serio, una auténtica gozada. 

jueves, 17 de diciembre de 2015

Conversación en la Catedral

  ¿Qué se puede decir de la novela Conversación en la Catedral? De entrada que yo no concibo otra mejor por parte de su autor, si bien todo es muy discutible; aunque a mi favor está la declaración que en su momento hizo el autor peruano, al decir que si solo pudiera salvar una de sus obras sería esta, pues las correcciones y el ensamblaje final le había llevado más trabajo que ninguna otra. Por supuesto que en la pugna final para elegir la novela cumbre de Vargas Llosa, se colarían algunas como: La guerra del fin del mundo, La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo o La Casa Verde, pero a mi modo de ver debe situarse, sin dudarlo, entre las tres o cuatro mejores.

  Conversación en la Catedral fue publicada por vez primera en 1969 en dos partes, algo que no volvería a ocurrir en ediciones posteriores, ya que las más de 400 páginas de la obra saldrían de imprenta en un solo ejemplar. Por encima de cualquier otra consideración, Conversación en la Catedral es una novela redonda. Vargas Llosa juega a narrar cuatro historias que transitan paralelas durante muchas páginas, terminando por converger en algún momento, algo así como el vértice de una geometría. Una geometría que atrapa sin remedio desde la primera página con ese arranque considerado de los más brillantes, con la pregunta inevitable como sorprendente que se hace uno de los protagonistas-vèrtices, Santiago Zavala o Zavalita: <<¿en qué  momento se había jodido el Perú?>>, ¿acaso con la proclamación de la dictadura de Odría?, ¿tal vez cuando renegaste de tu familia para malvivir como cronista en La Crónica, Zavalita?, ¿con el imperio de la corrupción afín a cualquier otra dictadura hermana? Todas esas preguntas no tienen una respuesta tajante, pero a lo largo de la dilatada lectura se nos van aclarando parcialmente esas y otras incógnitas.

  La Novela es en buena parte la singladura de los ocho años (1948 a 1956) que abarcó la dictadura del general Odría, con el denominador común de la represión, las corruptelas y el juego de alianzas necesarias para perpetuar el poder, sin ser una novela histórica, pues se trata de una ficción que bebe de aquellos años siniestros. Y además, alguna de las cuatro historias, va mucho más lejos, aunque siempre esté empapada de la influencia atroz de aquel poder antidemocrático.

  Desde cualquier punto de vista es una historia tremenda y que te atrapa, una novela casi insuperable, y entre otras particularidades que la enriquecen, está la originalísima forma de contarla, con diálogos que se entrecruzan y que corresponden a algunas de las 4 historias ya mencionadas; con vueltas y revueltas, o saltos en el tiempo que ayudan a que la acción avance, y te sorprenda; y por descontado está el autor omnisciente jugando con el juego de espejos o con el de las muñecas rusas si se prefiere, esperando el esfuerzo y compromiso de un lector para nada perezoso, un lector que se atreva a sumergirse en cada una de las historias narradas. Por cierto, La Catedral es el lugar donde transcurre la charla de 4 horas entre Zavalita y el zambo Ambrosio que recorre el libro, y no es ningún edificio religioso, sino un bar pobretón con el techo muy alto, de ahí el título.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Personajes de allá (1)

 Me parece a mí que entre las señas de identidad que nunca se deberían de perder en un lugar pequeño y acogedor como Villafranca, están los recuerdos -imborrables algunos-, de sus moradores, muchos ya fallecidos; aunque también su manera de vivir la vida. La singularidad del espacio-tiempo de mi cuna, la determinan esas montañas abarcándolo todo, los edificios religiosos y civiles con su porte de antiguo y respetuoso esplendor, las calles y callejuelas casi siempre angostas, también la climatología, ni frío ni calor, que se adereza con la lluvia inconstante de las estaciones tibias, o la resolana de las tardes a la siesta cuando el sudor se acomoda al estío. Pero la personalidad de mi Villafranca la han dado y la dan sus gentes laboriosas, modestas, alegres, circunspectas, avasalladoras, tímidas, armadanzas, despreocupadas a lo Viva la Virgen, acaudaladas, pobretonas, cicerones, invitadoras, clarlatanas, pendencieras, timoratas, borrachas, emprendedoras, pigmaliones, soñadoras, filántropas, piadosas, filósofas, escritoras, embusteras, rezagadas, cantoras y la mayor de las veces anónimas más allá de Villafranca. Muchas son personas, personalidades mejor, que dejaron huella indeleble a lo largo de mi infancia y que prefiero dejar en el anonimato, sin mentar el nombre, pues a veces pueden surgir retazos de algunas de ellas poco halagüeños, por no decir algo más descabellado; y además, siempre es más estimulante avivar la imaginación de quien lo lea. El personaje que me ocupa hoy y con el cual abro la galería de mis paisanos, pertenecería en cierto modo a la familia de los laboriosos y con el saber estar por bandera.


  Siendo yo chiquillo de corta edad y acompañante arraigado de mi madre por los comercios de la Villa, presentí que aquel señor bajito, ya maduro y algo sordo, debía ser, cuando menos, el arquetipo de los vendedores, y si no lo era, al menos sí podía presumir de ser el más veterano de los dependientes, porque, ahora, transcurridos infinidad de años, me da a mí que sobrepasaba con creces la edad para el retiro.


  Con la perspectiva que da el tiempo, yo lo calificaría de persona con dominio absoluto del oficio, con soltura y conocimiento en cuanto al paño demandado, además de elegante en los ademanes. Para M., con diminutivo al final (pues en Villafranca de toda la vida se ha tenido querencia por achicar los nombres por aquello de la campechanía), todos los clientes merecían idéntico respeto, así que escuchaba con atención la predilección del color, el tacto de la tela, y su longitud. Luego, con sus herramientas de trabajo, vara y tijeras, medía sobre el mostrador de leña estriado hasta completar el cacho de tejido demandado, y cortaba; más tarde el ama de casa aprovecharía para ultimar la hechura de una falda, siempre larga, con el inevitable pespunte, ¿o por qué no la blusa?, ¿y un vestido?


  Por el negocio ubicado en la calle más comercial de la Villa, desfilaban todas las señoras y señoritas, desde las más encopetadas a las menos pudientes, pasando por las pequeño burguesas. Ninguna se resistía a franquear la puerta, aunque al final solo fuera para pegar la hebra, porque el patrón era servicial y sabía vender, pero también, o eso me parecía a mí, inestimable conversador; un auténtico experto en los asuntos de la Villa, si bien sin dejar el tono cordial en asuntillos escabrosos si la política se terciaba.


  El abigarrado de las telas multicolores se desbordaba por cada una de las baldas que invadían el comercio hasta la altura del techo. Cuando algún rojo pasión era reclamado por el comprador y M. se veía obligado a rescatar la bala con la tela del último estante, cogía una escalera de madera y con la agilidad impropia en un hombre de su edad, escalaba raudo y bajaba el envoltorio para que la atrevida mujer palpase y mirara sin reservas. Yo, lo confieso, me quedaba embobado contemplando las decenas de telas, y calculaba cuántos metros harían entre todas ellas y si puestas una tras otra, previamente desplegadas, alcanzarían para llegar a la estación de Toral.


  M. se fue un día sin hacer ruido, como había hecho toda su vida, pues a discreto no le ganaba nadie; además, a pesar del defectillo en la escucha y aunque el interlocutor hablara bajo, ni era hombre de aspavientos -nada infrecuente en personas con problemas de escucha- ni andaba a voz en grito. Tal vez leyera en los labios de los clientes; si bien, algunas veces, pocas y más al final de sus días, equivocara el reclamo de la señora o señorita de marras.


  Yo guardo un gratísimo recuerdo de M., un perfecto caballero, tal vez porque me empuja a evocar la otra Villafranca que con sus virtudes e imperfecciones ya pasó.

viernes, 4 de diciembre de 2015

EL CRACK

  Alfredo Landa, o "El Piojo", o mejor aún, Germán Areta, cualquiera de ellos y no otro es El crack. Esta película fue el bombazo de 1981 en el cine español. Hasta entonces la industria nacional del celuloide no se había sumergido en el cine negro de verdad, o al menos, que yo recuerde, con la convicción que su director, José Luis Garci, lo hizo para legar a la historia del séptimo arte una obra casi perfecta. Y es que desde el rótulo inicial con dedicatoria al insigne escritor americano de novela negra Dashiell Hammett, queda de manifiesto la verdadera intención del director, la de hacer un largometraje a mayor gloria del cine hecho en la otra orilla y con los ingredientes que le caracterizan: sordidez, delincuencia, trapicheos, boxeo, tabaco, ambientes urbanos, escenas nocturnas y un hombre valiente como pocos, un detective dispuesto a llegar a las últimas consecuencias. Pero, por sorpresa, los cinéfilos y espectadores en general, nos encontramos con la madurez y ductilidad de un actor que hasta no hace mucho había dado nombre a un subgénero llamado Landismo, y de sopetón, aquel Alfredo desenfadado, prototipo del español medio, ha abandonado esos tics inevitables, ha dejado de vociferar como hacía por exigencia del guión en películas de tres al cuarto, para transformarse en Germán Areta, en don Alfredo para ser más preciso, confirmándose como lo que era, un actor como la copa de un pino. Y es que una vez vista esta y su secuela El crack 2, es casi imposible imaginarse a otro actor en el papel, ni siquiera el mítico Humphrey Bogart, pues este último le hubiera dado a la cinta un tinte excesivamente cínico e incluso inmoral. Areta está impregnado de credibilidad y francamente lo borda.


 Uno de los grandes hallazgos es el trato entrañable y con cierta nostalgia que Garci le dispensa a escenarios como Gran Vía, Princesa, Callao y en general a toda la ciudad de Madrid; algo que se agranda con el Simca 1000 Barreiro conducido por el Detective, o con una copa de soberano tras una cena en un establecimiento caduco que un Germán melancólico y escéptico se bebe sin estridencias, o esos monólogos del barbero Rocky en torno al boxeo, a su ídolo Rocky Marciano, y la evocación perenne de Nueva York y su Madison Square Garden.


  Como en toda buena película hay escenas que se quedan grabadas para siempre, como la de la partida de mus, o la del atraco en el bar con la radio de fondo donde se escucha a José Mª García, incluso la del combate de boxeo. Para eso ayuda el guión de Garci y Horacio Valcárcel, además de la estupenda música de Jesús Gluck. Y por descontado, las impagables interpretaciones de secundarios como Miguel Rellán (Moro) o Manuel Lorenzo (el barbero Rocky).


  El argumento es de lo más convencional. Germán Areta es un antiguo policía metido a detective ocupado en esclarecer asuntos de escasa sustancia. Un día recibe el encargo de encontrar a la hija de un empresario de Ponferrada. Gracias al novio averigua que la chica estaba embarazada y por eso huyó de casa. A partir de ese momento, Areta sufre todo tipo de presiones para que abandone el caso. Sin embargo llegará hasta el final, viajando incluso a la mítica Nueva York.


  En una escena de la película Germán dice: <<soy un tipo duro y solitario que trata de sobrevivir en una sociedad podrida gracias a un trabajo sucio>>, algo que se corrobora en un tono eminentemente melancólico que está indivisiblemente unido a la interpretación sobria y, lacónica en determinadas escenas del actor navarro.


  Posiblemente desde Asignatura Pendiente Garci no había dirigido otra mejor que esta. Un año después firmaría la oscarizada Volver a empezar. En resumidas cuentas son dos horas de metraje que se van en un suspiro, dominadas de cabo a rabo por Alfredo Landa. Imperdonable perdérsela.

  

martes, 1 de diciembre de 2015

El teatro no está de moda

   El avaro, Un enemigo del pueblo, Historia de una escalera, La tetera, Don Juan Tenorio, Muerte de un viajante, Vamos a contar mentiras, Hamlet, El mercader de Venecia, Las brujas de Salem, Todos eran mis hijos, Usted puede ser un asesino, Doce hombres sin piedad y muchas otras más adaptaciones de teatro, hicieron de Estudio 1 uno de los grandes espacios de la única televisión en aquellos primeros años setenta. A través de la pequeña pantalla descubrimos a actorazos/as que cuando hacían cine parecían peores. ¿Cómo no recordar a José Bódalo, Aurora Redondo, Pablo Sanz (al cual tuve la fortuna de entrevistar en Villafranca para el semanario Bierzo-7, Julia, Irene y Emilio Gutiérrez Caba, José María Rodero, Jesús Puente, María Luisa Merlo, Héctor Alterio, Pedro Osinaga, Fernando Delgado, María Luisa Ponte, Ismael Merlo, Marisa Paredes, Juan Diego, y tantos y tantas maestras/os de la declamación? Yo disfrutaba con cada puesta en escena, incitándome a la lectura de autores como Buero Vallejo, Alejandro Casona, Jardiel Poncela, Benavente, etc. Era un gustazo sentarse a la noche delante de la pantalla porque uno sabía que lo que iba a ver en las dos próximas horas no le iba a defraudar para nada. Pasaron los años y el teatro televisivo empezó a dejar de verse, muy particularmente con el nacimiento de las televisiones privadas, a pesar de intentos esporádicos por recuperar las adaptaciones de otras obras. Fue así como pudimos ver Un enemigo del pueblo, La taberna fantástica, Urtain, Bajarse al moro, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? El mar y el tiempo, Casa de muñecas, Madrugada, Hoy es fiesta, El cianuro, ¿solo o con leche?, y algunas más. Desde hace 4 años nada de nada, el teatro ha pasado a engrosar el baúl de los archivos.

  Posiblemente, hoy el teatro haya dejado de atraer a la mayoría del personal, más interesado en consumir televisión intrascendente, prefiriendo deglutir programas de fácil digestión y que deambulan entre la mediocridad y el conformismo. Indudablemente los gustos de ahora no son los de 1972, cuando nació Estudio 1, pero no es menos cierto que la gente termina por acostumbrarse a los programas que decidan emitir quienes diseñan la programación. Si los potenciales espectadores (sin ser una mayoría los hay) de teatro han desaparecido, en buena medida se debe a la escasa oferta de las distintas cadenas. TVE, que es una cadena pública, o sea, financiada con el dinero de todos los españoles, debería de olvidarse del share de audiencia y prestar más atención a la cultura en general. La 2 de televisión es un canal donde podría encajar perfectamente una alternativa teatral y así recuperar aquel programa casi mítico, ya que los contenidos creativos y más bien para minorías que se emiten, encajan con las características del teatro.

  Quiero reivindicar desde aquí la  importancia que tiene el género dramático, y por tanto la obligación que el ente público tiene de cuidar la calidad de sus emisiones, además de velar por el arte y la cultura. Espero y deseo que sea quien sea el ganador de las próximas elecciones recupere algo tan nuestro como es el teatro televisivo.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

En busca del 9, ¿o del 7?

 La Selección está huérfana de un hombre gol desde hace ya algún tiempo. Ese es uno de los principales hándicap de la Roja para competir de igual a igual como se hacía no hace mucho, con el añadido de la retirada  o bajada de nivel de hombres tan fundamentales como Puyol, Xavi, Xabi Alonso, Casillas y por supuesto Villa. Del Bosque, que es hombre sensato y abierto a las críticas y opiniones de los futboleros, parece haber apostado para el puesto por el jugador del Chelsea Diego Costa. A priori no debería de ser una mala elección. Para mí se trata de un gran jugador, es inteligente, batallador, tiene buen manejo de balón y se desenvuelve como pez en el agua en espacios, además de mostrar en cada partido intensidad y compromiso; bien es cierto que su excesiva agresividad le juega a veces malas pasadas, ese es su principal defecto. ¿Pero es el único? En equipos como el Chelsea, el At. Madrid, incluso el pésimo Valencia de este año, más que un defecto sería una virtud. Son equipos que, salvando las distancias, por supuesto, juegan más o menos a lo mismo. Pero hete aquí que la Selección juega desde hace casi 8 años de una manera, con matices, muy parecida a como lo hace el Barcelona. En un equipo como el catalán, la Roja y hasta si me apuran la selección brasileña, Diego Costa tiene difícil encaje. Es cierto que el fútbol es impredecible y acaso el hispano brasileño termine adaptándose a la idiosincrasia del equipo nacional, terminando por meter goles, que es lo que se le pide a cualquier delantero. No obstante, veo más factible la adaptación de Morata e incluso de Alcácer, si bien aún deben demostrar que están preparados para suplir al máximo goleador español hasta la fecha.


 David Villa personificó durante un buen puñado de años lo que un delantero debe ser en un equipo campeón como el español: movilidad constante, velocidad, dribling, juego al primer toque, convicción para disparar desde cualquier lugar, buen manejo de balón, inteligencia. No era el típico delantero centro que se mueve por el área sin abandonarla y fija a los centrales. Por eso encajaba como un guante en el engranaje de Luis Aragonés primero y Del Bosque más tarde. Teniendo en cuenta que, por norma, los rivales de España jugaban y juegan a verlas venir, esperando la opción del contraataque; es decir, que con escasos espacios para maniobrar y la necesidad de imprimirle velocidad al balón además de mucha precisión en los pases, se tiene la obligación de ganar, jugadores como Diego Costa, pero también Fernando Llorente, Fernando Torres, Roberto Soldado o Álvaro Negredo tienen difícil ubicación. En la Selección, es mi modo de verlo, encajan mucho mejor jugadores que no son nueves puros; salvo que para hacer que triunfe el 9 elegido se cambie la forma de jugar, algo medio plasmado en los primeros partidos de Diego Costa, cuando se intentaba enviarle balones de 30 metros para que el jugador del Chelsea explotara su velocidad.

    A lo largo de los últimos 50 años, tal vez desde que el el gran Alfredo Di Stéfano dejara la Selección, han sido muchos los delanteros centro de categoría que han lucido el 9. Ahí están los más representativos: Enrique Castro Quini (5 pichichis en primera división y 2 en segunda, amén de estar en el Top de los máximos goleadores de la Liga) y Carlos Alonso Santillana (muchos años jugador del Real Madrid y quizá el mejor cabeceador de la historia en el fútbol español; sin embargo, ninguno de los dos llegó a triunfar, pues el primero jugó 35 partidos marcando 8 goles y el segundo 56 partidos con un total de 15 tantos. Tras ellos vinieron jugadores como Julio Salinas (56 partidos y 22 goles), Fernando Torres (110 partidos y 38 goles), o Fernando Llorente, Álvaro Negredo y Roberto Soldado, sin que ninguno de estos tres últimos llegara a jugar 30 partidos. Solo hay una excepción que confirma la regla, y es que un 9 puro como Fernando Morientes, a pesar de no haberse prodigado en la Selección, le dio tiempo a jugar 47 partidos y anotar 27 goles, lo que lleva su porcentaje a 0,57 goles por partido.  Llama poderosamente la atención que dos delanteros


no específicamente 9 puro, hayan sido santo y seña de la Selección, además de aceptables anotadores. Curiosamente, los dos portaban el 7, como David Villa. Emilio Butragueño jugó (portaba el 9 en la Selección) 69 partidos y marcó 26 goles, mientras Raúl González jugó 102 partidos marcando 44, con un porcentaje de 0,38 goles por partido el primero y 0,43 el segundo. David Villa jugó 97 partidos y goleó en nada menos que 59 ocasiones, un 0,61 de porcentaje, siendo jugador determinanate para llegar a la final del Mundial de 2010 con sus cinco goles, convirtiéndose en uno de los máximos goleadores en Sudáfrica. Lo que sí presumo es el encaje de los dos 7 madridistas en la Selección actual si estuvieran activos y en su época de máximo nivel.

  Me parece a mí que si los nuevos aspirantes, ante todo Diego Costa (a Morata y Alcácer habrá que darles más oportunidades, pues son jóvenes y tienen movilidad y desmarque) no encajan, mejor jugar con un falso delantero centro, como ya se hizo en ocasiones con Cesc o Silva y con resultado satisfactorio. Pero, bueno, no deja de ser una opinión más de un aficionado que tal vez esté equivocado, y antepone la presencia de un 7 con habilidad, inteligencia y toque, a un 9 clásico que sabe desenvolverse de espaldas a la portería. Pero, ¿existe ese 7 en el futbol español de ahora mismo?


                         

viernes, 20 de noviembre de 2015

Una segunda madre

  Una segunda madre es una agradable sorpresa en este 2015 casi acabado. Al ver la película de noche, una vez fuera del cine, se tiene la infrecuente sensación de que la media luna de estos días brilla como nunca, y es fiel a nuestro planeta sin abandonar su órbita jamás. Esa especie de duende que altera un poquito nuestros sentidos es lo que ayer me ocurrió a mí. No voy a calificarla de memorable, y sin embargo no deja por ello de ser una pequeña joya del cine brasileño. La Cinta rezuma humanidad a raudales y es sincera como pocas. Este largometraje rodado con poco dinero y sin necesidad de virguerías técnicas, demuestra una vez más que si hay inteligencia (el guión lo tiene) y se dejan de lado las imposturas para abrazar la honestidad (a Anna Muylaert le sobra desde la vertiente creadora), solo se necesita la presencia de actores convincentes para llevar la historia a buen puerto, y punto.

    Una empleada del hogar vive y trabaja interna en una casa de un matrimonio adinerado. La pareja tiene un hijo adolescente que prácticamente ha criado Val (la empleada) como si fuera suyo. Val cumple a rajatabla con sus tareas, siendo, a pesar de una personalidad extrovertida y positiva, complaciente y sumisa con las indicaciones de la señora de la casa. Por tanto existe la lógica armonía dentro del hogar teniendo en cuenta que cada uno de sus habitantes tiene muy claro su papel. Hasta que un día viaja a Sao Paulo, Jéssica, la hija de Val, para intentar pasar la Selectividad. Así que una vez instalada en la casa mientras no encuentra un lugar donde vivir, el hogar equilibrado y sin sorpresas de los últimos años, se torna en espacio novedoso para las discordias, amenazando con romperse la armonía ya que Jéssica es un espíritu inquieto que jamás aceptará ser sumisa como su madre.

  Con guión y dirección a cargo de Anna Muylaert, la película mantiene el ritmo propio de una comedia; no obstante es radicalmente mordaz y de un modo indisimulado aborda la antiquísima lucha de clases. En cierta manera, Una segunda madre, no deja de ser otra cosa que el lienzo de las desigualdades tremendas en un país tan inmenso como Brasil. Es comercial, sin duda, y a un tiempo nos muestra el carácter marcadamente social que se dibuja en cada uno de sus fotogramas. No hay duda de que Muylaert toma partido por la clase más desfavorecida.

  Los actores están francamente bien, aunque por encima destaca esa madre (Regina Casé) que lo borda en su papel lleno de abnegación alegre y confiada. En los Premios Fénix estuvo nominada a mejor actriz. Por su parte la película ganó el Premio del Público en el Festival de Berlín. 110 minutos de metraje que pasan en un soplo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El viaje a ninguna parte

  El viaje a ninguna parte es por derecho propio una de las grandes películas en la historia del cine español, refrendada por tres Premios Goya a la mejor película, mejor director y mejor guión, en la primera edición de 1987.  Y no es ninguna sorpresa que la cinta tuviera dos nominaciones más, a pesar de la fría acogida que tuvo en el Festival de Cine de San Sebastián. Para mí el gran acierto estriba en la pasmosa facilidad de Fernán Gómez para darle al tono, un tanto amargo y de fatalidad de la historia, ese toque cómico tan sutil que evita la caída del largometraje en una caricatura de la época en que está ambientada.

  El largometraje de 134 minutos es una adaptación de la novela homónima de Fernán Gómez publicada en 1985, por su parte una de las mejores obras escritas en España en la segunda mitad del siglo pasado. Así que, teniendo en cuenta la materia prima de la que procedía, no era extraño que el maestro filmase una de sus tres mejores películas, si no la primera. Relata, resumiendo, la historia de una compañía de teatro itinerante por tierras de Castilla La Nueva (hoy Castilla-La Mancha), con las vicisitudes por las cuales circula cada uno de sus miembros en los múltiples viajes que emprenden yendo de pueblo en pueblo y de tugurio en tugurio. Vicisitudes la mayor de las veces penosas, teniendo en cuenta la incomprensión de una parte muy significada de la sociedad, la apremiante necesidad que los integrantes tienen de llevarse algo a la boca y la competencia salvaje del nuevo medio que es el cine. Por si fuera poco, está la convivencia a diario de un nutrido grupo de actores con sus filias y sus fobias, sus ambiciones y sus manías.

  Este Viaje a ninguna parte es un sentido homenaje al teatro ambulante de postguerra, representado por compañías humildes de cómicos que recorrían los rincones más insospechados de la Meseta, a fin de representar adaptaciones de obras populares en antros de mala muerte, cuando no en bares o tabernas atestados de gente analfabeta. Magnífica es la escena en la que Don Arturo (Fernán Gómez) declama como si estuviera actuando en las tablas mientras es filmado por un desesperado director de cine (José Mª Caffarell), que termina por perder la paciencia. Y es que Don Arturo no se resigna a las nuevas reglas que imperan en el cine, de manera que para él el séptimo arte no deja de ser una prolongación del teatro.

  La película, que fue estrenada el 15 de octubre de 1986 en el cine Gran Vía de Madrid, deja para el recuerdo las magníficas interpretaciones de José Sacristán, Juan Diego, Gabino Diego, Laura del Sol, Mª Luisa Ponte y la del propio director, guionista y actor, Fernando Fernán Gómez. Curiosamente, ninguno de los intérpretes se hizo acreedor a la estatuilla, si bien, es probable que se debiera al carácter marcadamente coral de esta. 

  La cinta se pasa hoy en la 2 a partir de las 21:55, una magnífica oportunidad para visionarla de nuevo. No tiene desperdicio.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Steve McQueen

    El álbum jamás tuvo la repercusión o influencia de Highway 61 revisited de Bob Dylan, el St. Peppers de Beatles o Harvest de Neil Young, por poner ejemplos que han trascendido más allá de la temporalidad. Y tampoco es que haya tenido el favor mayoritario del público, si bien cuenta con admiradores en cualquier rincón del orbe. Por el contrario la crítica especializada sí ha alabado en su justa medida los méritos de esta colección de 11 temas que fue publicada hace ahora 30 años. Se escuche como se escuche el disco es molón. A pesar de quienes apelan a la evidencia de una producción enmarcada en plenos 80 y que en cierto modo lastra la excelencia de los temas, a mi me parece que ese tipo de elaboración realza el ramillete de buenas canciones -yo no puedo imaginar otro tratamiento en la grabación que el que le dio Thomas Dolby en calidad de productor- que se enmarcan en un estilo sofisticado, elegante.

   El cerebro de la criatura y líder indiscutible del grupo, Paddy McAloon, firma los 11 cortes. Le acompañan su hermano Martin, la ex groupie del grupo Wendy Smith y Neil Conti, por otra parte la formación más reconocible desde sus orígenes en Durham allá por el año 1978. De las canciones son destacables cortes como Bonny, Appetite, When love breaks down o Goodbye Lucille#1 (Johnny Johnny), que prefiguran el estilo delicado y vaporoso de todo el álbum, vistiéndolo de frac con la voz evanescente de Paddy McAloon y el auxilio coral de Wendy Smith; pero por encima de todo con el tratamiento de teclados usados inteligentemente y variado tipo de guitarras que mezclan a la perfección.

  En el año 2005 Paddy McAloon se encierra en los estudios por más de 6 meses para remasterizar el disco en formato acústico. De ahí sale un ramillete de 8 cortes que para nada desmerece al original, hasta el punto de que alguno de ellos supere al original. Muchos años antes Paddy había sentenciado que él era el mejor compositor británico del momento, incluso por delante de John Lennon, y eso a pesar de unas letras en exceso complejas, al menos en el presente disco. Eso le granjeó la animadversión de medios de prensa y críticos musicales que no le perdonaban esas muestras de soberbia. Años después pedía disculpas por la exageración. Como curiosidad decir que el disco se tituló en USA Tho wheels good stateside y contenía 3 temas adicionales. El cambio de título vino por la denuncia de la familia del actor fallecido que no veía con buenos ojos el uso comercial del nombre.

  Resumiendo, yo diría que este segundo trabajo del grupo es su mejor obra, un disco que entra enseguida por los oídos, lo cual no quiere decir que esté compuesto para agradar en ese momento y punto; por el contrario, detrás hay muchas ideas y creatividad a borbotones. Un placer su escucha.


sábado, 31 de octubre de 2015

Sobre héroes y tumbas

    Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forjado a escribir desde que era un adolescente. De esa manera tan inequívoca nos introduce el autor en una de las obras cumbre de la literatura argentina, y para muchos críticos y entendidos, la mejor novela de Ernesto Sábato, o sea: Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961. Porque al utilizar la palabra obsesión (preocupación o idea que domina y acapara la atención intelectual y que siempre va acompañada de un penoso sentimiento de ansiedad), el rojense nacido en 1911 nos advierte en cierta manera de qué nos vamos a encontrar a lo largo de las casi 480 páginas del libro, algo así como una locura existencial domesticada por la genialidad del autor. Sobre héroes y tumbas no es otra cosa que la idea de un sentimiento penoso y decadente de un mundo que se le escapa de las manos al autor. Y a pesar de esa atmósfera claustrofóbica, demencial y a veces incoherente por la cual se vislumbra la imperfección humana, la novela te atrapa sin remedio en la historia que cuenta.


     Resumiendo el argumento, Martín es un joven introvertido y solitario que un día en el parque Lezama conoce a Alejandra, un espíritu atormentado y a pesar de sus pocos años con mucha vida vivida. La joven ve en Martín a su salvavidas, alguien que puede rescatarla de su existir turbulento; sin embargo, es como si a través de él se reflejara en un espejo que le devuelve su imagen real, la de la mujer atormentada, de ahí su manera errática de desenvolverse con su amigo. Por contra, Martín ve a Alejandra como a la princesa de sus sueños, la chica capaz de rescatarle de una vida vacía y sin emociones; pero muy pronto se dará cuenta de que la princesa de sus sueños puede ser a la vez la más cruel de las criaturas. Por encima de ellos emerge la figura de Fernando, el padre de Alejandra, un hombre que fatalmente ha marcado la vida de su hija hasta límites indecibles. Fernando, como su única hija, es un ser angustiado, cercano a la esquizofrenia, con la fuerte convicción de ser los ciegos en general una secta perfectamente organizada para dominar al resto del mundo, hasta el extremo de envolverlo en unas tinieblas perennes. Muestra de una demencia incisiva y hasta lúcida es su Informe de Ciegos, tercera parte de la novela y que por sí sola forma otra perfectamente independiente. A lo largo de la novela aparecen otros personajes de carácter secundario, pero nadie más destacado que Bruno. Bruno es un amigo de Martín y a su vez de Alejandra; de algún modo es el hilo conductor imprescindible de esta obra.

    Esta novela que en algunas encuestas y clasificaciones aparece como la mejor de las argentinas en el siglo pasado y que no había leído hasta ahora, me ha dejado una onda impresión. Tanto el argumento como su forma de trazarlo es en mi modesta opinión brillante. Ese clima denso que destila la obra mereció el elogio de los existencialistas franceses, particularmente de Camus; un clima que a veces se vuelve insoportable pero al mismo tiempo indispensable para ahondar en las profundidades de unos seres complicados, con muchas aristas, mas afortunadamente alejados de la banalidad del tiempo presente. En resumidas cuentas, novela indispensable para quienes amamos la literatura con mayúsculas.                                           



miércoles, 14 de octubre de 2015

Adagio 123

      Al llegar, un poco mojados por los chuzos cayendo sin desmayo, como había ocurrido la primera vez que tropecé en la tentación de Amina, el mismo recepcionista de turno nos informó de que el alemán había llegado un rato antes y ya esperaba en la habitación 123, pues él mismo había estimado oportuno dejarle pasar, no en vano se había presentado con una merluza de no te menees. Y debía ser cierto lo de la cogorza. En una de las camas reposaba el hombre, incapaz de balbucir palabra alguna en castellano o cualquier otro idioma. Lo zarandeamos para ver si reaccionaba, pero ni un par de bofetadas sirvieron para nada. Ante la grotesca situación, sin Feli saber con certeza la mejor opción; aprovechando el desconcierto momentáneo le propuse abandonar el Hotel y dejar al extranjero que durmiera la mona toda la noche. A él no le convencía el plan, y como ya se había hecho a la idea de otro revolcón, decidió que nos quedaríamos un rato más, a ver si mientras, el germano espabilaba un poco y concluíamos con éxito la misión, una misión de nada menos que veinte mil euros. Tu padre se impacientaba en el ínterin de la espera; y no pudiendo sufrir por más tiempo ese prurito, al poco se había desnudado por completo, lo cual habían imitado a la perfección las haitianas, quedándose estas únicamente con las medias y los sujetadores, exageradamente estrechos...          

         (Parte de la página 148 del libro)                           

sábado, 26 de septiembre de 2015

El Llano en llamas

   Esta recopilación de 15 cuentos (en la reedición de 1970 se añadirían 2 más) que se publicó en 1953, supone el reconocimiento internacional de su autor, el mexicano Juan Rulfo. En años anteriores habían ido apareciendo algunos en revistas y periódicos, pero sin el aprecio del público al no procurarse la perspectiva de unidad que da agruparlos en un libro. Hasta entonces Rulfo había picoteado en la fotografía y en el cine sin solución de continuidad, además de desempeñar funciones de comercial en la fábrica de neumáticos Goodrich Euzkadi, algo por otra parte fundamental en su oficio de escritor, ya que a través de múltiples viajes descubre el carácter más escondido y atroz de su tierra y de sus habitantes. Paradójicamente, Rulfo ha vivido siempre en grandes ciudades (México DF, Guadajara) y pese a ello, el grueso de su brevísima obra ahonda en la ruralidad cuando no en lugares que ni siquiera alcanzan la condición de aldea.

   Aunque Pedro Páramo, su novela más conocida, en cierta manera y siendo atrevido, inaugura el denominado Realismo mágico, buena parte de este puñado de cuentos que integra El LLano en llamas se puede integrar en el mismo. A la postre, relatos como Luvina, La Herencia de Matilde Arcangel  (particularmente por el episodio del caballo desbocado) y muy especialmente La cuesta de las comadres, no dejan de ser ensayos previos antes de abordar la tarea de escribir su obra más ambiciosa. En estos y el resto, Rulfo se decanta sin miramientos por el lenguaje popular, con los giros y dejes característicos del pueblo llano.

  Piezas como Nos ha dado la tierra (crítica desventurada por la ceguera de un gobierno incapaz), Talpa (aventura religioso-pagana con adulterio de por medio), Paso del Norte (historia de emigración con sus consecuencias), No oyes ladrar a los perros (clarividente diálogo entre padre e hijo), Acuérdate (monólogo extraordinario dentro de su sencillez) o el propio El Llano en llamas (un recordatorio de la fallida revolución), son de lectura hipnótica y nos atrapa, dándonos a conocer por otra parte el México más profundo y desconocido, donde desesperanza, pobreza, hostilidad, violencia o muerte van de la mano, siendo las injusticias, miserias, analfabetismo y soledad ya entonces moneda corriente.


En resumidas cuentas, este libro de múltiples historias me parece gratísimo, de obligada lectura para aquellos que quieran ahondar un poco más en la obra de este escritor universal que apenas con tres obras: El Llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El gallo de oro (1980), ha atraído la admiración de millones de lectores y múltiples distinciones, como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1983. De verdad que es una gozada.



martes, 8 de septiembre de 2015

EL VERDUGO

  Si hay algo que llama poderosamente la atención en la película de 1963 es sin duda el ramillete de escenas memorables, como la que prácticamente cierra el largometraje, cuando un José Luis casi desfallecido, es ayudado por dos guardias para que ajusticie por primera vez a un reo, pareciendo él el que va camino del cadalso. O esa otra donde a la anochecida, la Guardia Civil a bordo de una barca reclama su presencia, mientras el verdugo sin haberse estrenado en el oficio, ve el espectáculo junto al público, en Palma de Mallorca. A pesar de la sencillez del argumento o tal vez por ello, Berlanga materializa mejor  que ningún otro director la realidad española de posguerra sin recurrir al tremendismo; muy por el contrario se ayuda de un leve toque de ironía para trazar con maestría el alma ambivalente de los españoles. A la feliz empresa de 87 minutos de metraje contribuye el trío de protagonistas, encabezado por el italiano Nino Manfredi, además del entrañable y enorme Pepe Isbert y una jovencita Emma Penella. No obstante, este trío de actores no hubiese destacado sin el guión original de Azcona, Berlanga y el italiano Ennio Flaiano, un guión ciertamente inenarrable.

 El argumento es de lo más trivial. José Luis (Nino Manfredi) es empleado de pompas fúnebres. Se ofrece con el vehículo para acompañar a Amadeo (Pepe Isbert) a su casa una vez que ha ajusticiado a garrote vil -es verdugo de profesión- a un reo. El joven conoce allí a Carmen (Emma Penella), la hija de Amadeo. Ella no tiene novio por ser hija de verdugo, y José Luis tampoco tiene novia por dedicarse al traslado de difuntos en su vehículo. Se enredan y terminan casándose ante la presión de Amadeo. Éste puede conseguir un piso nuevo por su condición de funcionario, pero se va a jubilar. Entonces le propone al yerno que le releve en el puesto. José Luis se niega en redondo, aunque finalmente acepta con la esperanza de que jamás se ha de enfrentar al duro trance de ajusticiar a un semejante; a la postre un piso nuevo no es cualquier cosa. Pero desde que asume su condición de verdugo sin haber tomado la alternativa, no hace otra cosa que vivir en un sinvivir.

  Coproducción hispano-italiana, pasa por ser una de las 3 ó 4 mejores películas españolas de todos los tiempos, cuando no la primera de sus comedias negras. En algunas encuestas que se han hecho aparece compitiendo con Viridiana por ser la primera, abarcando todos los géneros posibles. El largometraje tuvo varios reconocimientos, como el premio Fipresa de la Mostra de Venecia, el de mejor actriz para Penella por parte del Sindicato Nacional del Espectáculo o el de mejor Guión a través del Círculo de Escritores Cinematográficos.

  A pesar de algunos planos o secuencias que sutilmente evidencian el desapego hacia el poder de la Dictadura, por no decir claramente desafección, la cinta pasó el corte de la férrea Censura, exceptuando 5 minutos de metraje ¿cómo pudo ser? A ciencia cierta nadie lo sabe, si bien Berlanga era un consumado maestro para eludirla; seguramente quienes tenían el cometido de pasar por el cedazo todo aquello que fuera en contra de los principios generales del Movimiento Nacional se quedaran prendados del trabajo. En serio, obra imprescindible de nuestro cine digna de verse más de una vez.

  TV2 la emite hoy en el programa Historia de nuestro cine a partir de las 21:55.


jueves, 23 de julio de 2015

Viaje a una provincia del Interior

   Finalizado el Congreso Internacional en torno a la figura del  ilustre villafranquino Enrique Gil y Carrasco, y como suele ocurrir a la conclusión de cualquier otro tipo de homenaje, conferencia, reconocimiento o simposio dedicado a un escritor consagrado, la mayoría de asistentes se suele olvidar de cuanto ha visto y escuchado al apagarse el último micro y cerrarse las puertas del teatro o lugar de reunión. Y lo peor no es eso, sino que una mayoría ignorará que tras esa figura analizada pormenorizadamente está el más preciado de los tesoros: su obra literaria. El mayor reconocimiento que se le puede hacer a un escritor es leer sus libros y así profundizar individualmente y desde la propia percepción en el pensamiento y personalidad del autor, más allá del análisis consabido de los eruditos y estudiosos del autor, algo por otra parte fundamental.

  Dado que no he podido asistir al Congreso dedicado a mi paisano (bien me hubiera gustado), he decidido leer en estos días de actividades frenéticas una de sus obras, obra que probablemente muy pocos bercianos han leído. Se trata del Viaje a una provincia del Interior. No es su obra más conocida (claro que al margen de El señor de Bembibre casi ninguna es excesivamente popular), pero sí una obra fundamental para indagar en la particularísima visión que el viajero Don Enrique se hace del Bierzo en primer lugar y de la provincia de León al pasar el puerto del Manzanal. Lo que me llama poderosamente la atención, algo por otra parte frecuente en el tiempo que le tocó vivir, es la forma de expresarse, a pesar de ser un libro de viajes, algo tan opuesto a la poesía. No es que en sus páginas se aplique a la lírica, para nada; no obstante se aprecia esa vena idílica en cuanto se aplica a describir, con brillantez, no podía ser de otro modo, el paisaje que él aprecia con mayor precisión subido a la atalaya más alta o a la torre de un castillo, de una iglesia, pues así dibuja la postal panorámica que él está dispuesto a aprehender.

  El recorrido por el Bierzo lo divide en cinco etapas que van desde una excursión a Castro Ventosa, germen del antiguo Bergidum, a el Valle del Silencio, pasando por Las Médulas, visitas a monasterios y finalmente a castillos. Las otras tres etapas las dedica a visitar Astorga, León y por último la vega del Torío. De su discurso se deduce que no tiene pelos en la lengua a la hora de condenar las barbaridades que por aquel entonces ya se hacían con nuestro patrimonio monumental, si bien los términos condenatorios los utiliza con habilidad, de manera que no son hirientes del todo; ahí se dejan ver sus reales posibilidades como aspirante a diplomático.

  En resumidas cuentas es un libro muy interesante, con una edición cuidadísima que incluye cuatro lecturas de otros tantos literatos que han estudiado a fondo la figura de nuestro paisano. A lo largo del trayecto por la Provincia, y acaso sea lo que más llame la atención, sale a relucir su cuestionable gusto por el arte arquitectónico que seguramente nos chocará cuando se ponga a escribir de -por poner sólo un ejemplo- la iglesia de Santiago de Peñalba.

  Fantástica colección esta de la Biblioteca Gil y Carrasco, y brillante ocurrencia la de Valentín Carrera de volver a poner en el candelero al más insigne de los escritores leoneses. Mi más sincera enhorabuena para ti.

sábado, 27 de junio de 2015

Pedro Páramo o la ensoñación del limbo


  Pedro Páramo: ¿Es la culminación ambiciosa de una mente privilegiada, la quedada de un escritor juguetón, o simplemente es una ensoñación diferente del limbo? Cualquiera que la haya leído podría muy bien etiquetarla de cualquiera de las maneras, también como novela que no hay por donde agarrarla. Indudablemente requiere de una atención muy especial por parte del lector, de lo contrario la aventura de leerla puede volverse tediosa y contraproducente. 

  Admito que la acabo de leer por primera vez a pesar de la fama, también de las críticas encomiables y  unánimes que la anteceden desde su aparición en 1955. Como ocurre con otras novelas escritas en la otra orilla, como Rayuela, por ejemplo, no es una obra fácil, y eso a pesar de no superar el centenar de páginas. El lector ha de estar concentrado en todo cuanto se dice, en el desfile incontable de personajes, en los tiempos (presente, pasado o difuso) y hasta en los espacios por donde discurre la acción o inacción, especialmente en ese espacio único llamado Comala, y que podría ser perfectamente un trasunto terrenal del Purgatorio. Confieso que me costó acomodarme al ambiente tan singular que se respira y a la forma originalísima de contar la novela, o casi habría que decir diversos cuentos o piezas que se entrelazan magistralmente por la sapiencia del mexicano Juan Rulfo.

   En todo caso no deja de ser algo así como el viaje iniciático de Juan Preciado que busca en recónditos espacios a su padre Pedro Páramo, tras una promesa hecha a su madre en el lecho de muerte. El encuentro con Comala y sus gentes es una experiencia única, contradictoria, succionadora de su propio ser, porque ese territorio en lo más profundo de México es disforme, umbroso, atormentado; un escenario acorde para un sepelio permanente donde sus moradores o almas en pena dicen la suya; o el territorio donde giran las frases, los susurros, los silencios, hasta volverlo imaginable, abarcable.

  En cierto modo esta novela breve es la que sitúa el punto de inflexión del fenómeno posterior llamado Realismo Mágico, que con posterioridad desembocaría en el boom de la literatura sudamericana. Su autor, Juan Rulfo, la escribió entre abril y septiembre de 1955, siendo, es curioso, su única incursión en el género. Es junto a El llano en llamas su obra más célebre, si bien aquélla supera a ésta en su valor y ambición literaria. La obra está traducida a más de 30 idiomas. Autores tan reconocidos como Carlos Fuentes, Borges, García Márquez o Julio Cortázar, se declaran deudores de esta obra, e incluso, alguno de ellos, admite que su obra escrita no hubiera sido la misma de no haber leído antes Pedro Páramo. En mi opinión no se puede desechar una segunda lectura que en cualquier caso confirma la brillantez de la obra. Muy recomendable su lectura para mitigar los rigores invernales y para entender otras formas más heterodoxas de narrar. 



 





miércoles, 3 de junio de 2015

Presentación Adagio 123

  El próximo día 12 a las 20:30 horas en el Espai Sant Josep de Ciutadella presento mi novela Adagio 123. Intervendremos Paulí Amorós y yo. Al finalizar procederé a la habitual firma de ejemplares. Os espero.

martes, 19 de mayo de 2015

El extraño viaje


Los hermanos Vidal (Paquita, Venancio e Ignacia) son solteros maduros, y viven juntos en el pueblo. Ignacia (Tota Alba), la de más carácter y dominante, entabla una extraña relación con el joven Fernando (Carlos Larrañaga), miembro de la orquesta que ameniza los bailes de fin de semana. Una noche, los miedicas Venancio (Jesús Franco) y Paquita (Rafaela Aparicio), aprovechando la ausencia de su hermana Ignacia, entran en su habitación para espiar, siendo descubiertos por ella. Ante el pánico repentino la matan y Fernando les encubre, tirando el cadáver a una cuba de vino, yéndose a renglón seguido del pueblo. A partir de ese momento los acontecimientos se precipitan hasta concluir con Fernando en prisión. A trazo grueso este es el argumento de la Película; sin embargo, esta obra maestra del cine español es mucho más que 90 minutos de metraje para pasar el rato.



  En 1964 Fernán Gómez abordó la dirección del film a partir de un guión de Pedro Beltrán que a su vez está basado en un argumento de Luis García Berlanga. En un primer momento se iba a titular El crimen de Mazarrón, partiendo de ese célebre caso en tierras murcianas; no obstante, la Censura no lo permitió y terminó por llamarse El extraño viaje. Un extraño silencio de 6 años nada más estrenarse, terminó por lastrar la repercusión del film entre los espectadores, no así entre la crítica, que siempre la calificó como una de las obras capitales de nuestro cine.



   La película retrata las penurias en los pueblos españoles de los años sesenta. Por la vertiente rural podríamos encontrarnos ante una cinta costumbrista -y lo es-, pero además tiene el extraño encanto de ser delirante, esperpéntica y yo diría, a título personal, que es una tragicomedia negrísima. A ello ayuda la fotografía en blanco y negro con algunas escenas nocturnas, la música inquietante de nuestro paisano Cristóbal Halffter, tormentas atroces, un músico dispuesto a aprovecharse para sacar los cuartos al trío de solteros y una hermana que parece émula de la misma Bernarda Alba.  Por si no fueran ingredientes de peso, cabe añadir, como ocurre en los mejores thrillers, la inquietud y el suspense hasta el último momento, de manera que el espectador no se sentirá defraudado.



  Esta película de escaso presupuesto y que no contó con el beneplácito de los espectadores de aquel entonces entre otras causas por lo antedicho, forma parte de la trilogía de mejores películas dirigidas por Fernán Gómez junto a La vida por delante y El viaje a ninguna parte. Seis años después de rescatarse del ostracismo al que fue sometida desde la propia productora, fue galardonada como mejor película por parte del Círculo de Escritores Cinematográficos.


   La película la pasan hoy a partir de las 22:00 horas en Classics, el programa que presenta José Luis Garci en Canal Trece.



 


                                       

sábado, 2 de mayo de 2015

El disputado voto del señor Cayo

   No sé por qué en las últimas semanas me está dando por releer novelas con las que en su momento disfruté. En 1997 leí esta del gran Delibes y ya entonces me pareció una historia entrañable y explicativa de un momento histórico y crucial. El autor vallisoletano publicó la novela en 1978, en los balbuceantes años de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. Delibes enmarca la historia en plena campaña electoral de las primeras legislativas, después de muchos años de silenciarse las urnas. Casi a punto de elegirse a diputados y senadores que han de representar a los votantes, un trío de políticos formado por Víctor, Laly y Rafa es enviado a algunas aldeas para que "suelten" el discurso acorde a su ideología con el fin de convencer a los paisanos. En una de ellas sale a su encuentro un anciano de 82 años y que atiende por el nombre de Cayo. De inmediato entablan conversación, dándose cuenta los aspirantes de la profunda sabiduría que se encierra en su interlocutor, un lugareño autónomo, sin necesidad alguna del auxilio de terceros, y viviendo en perfecta unión con el medio. Víctor, el más perspicaz de los tres, se da cuenta de su inutilidad ante un hombre que no necesita absolutamente nada y pronuncia una frase lapidaria y que podría valer para el tiempo presente: Hemos ido a redimir al redentor.

  Casi a punto de ser de nuevo llamados a las urnas, me parece esta novela de una frescura y actualidad poco comunes. Y además de tratarse con cierta profundidad el sentido último de la política desde una perspectiva interesada (por parte de los políticos) y más humana (desde la óptica del lugareño), en la novela se evoca la vida de un tiempo pasado en las aldeas abandonadas o casi sin vecinos. Son unas páginas que acaso nos llenen de melancolía, como le ocurre a Víctor cuando clarividente avisa de que cuando la vida desaparezca definitivamente de los pueblos, ya nadie sabrá explicar a los urbanitas las propiedades de la flor del saúco. Y después de un cataclismo donde sólo sebreviviesen el señor Cayo y él, el primero no necesitaría de su ayuda para sobrevivir, pero el político Víctor sí la del anciano.

domingo, 26 de abril de 2015

WHIPLASH


   Ese solo de batería de Caravan al final de la película redime al chaval Andrew Neyman, que vive con la determinación, o siendo más preciso, con la cerrazón de alcanzar la gloria como baterista, huyendo del fracaso que en su opinión es la mediocridad si no se alcanza la excelencia; y los espectadores nos reconciliamos en cierta manera con el detestable y malhablado Terence Fletcher, el profesor de música que recurre a la "pedagogía" del desprecio y a la de la tensión extrema para exprimir hasta la última gota de talento del joven alumno.

  El comienzo, con un fundido en negro y con un redoble, muy lento al principio, volviéndose acelerado y tenso, preludia el tono angustioso o cuando menos azaroso del film. Nada más aparecer en escena el profesor (papel interpretado por J. K. Simmons y que le valió un merecidísimo oscar como actor de reparto), el espectador se da cuenta de que, al igual que el alumno, se enfrenta a un individuo sin escrúpulos y con quien jamás se iría a tomar unas cervezas, y eso a pesar de que su interpretación te atrapa sin remedio.

   El largometraje aborda el espíritu de superación infinito de un joven que a toda costa quiere triunfar como baterista en una banda de jazz hecha a la medida de su sádico titular; y a pesar del desprecio, de los insultos y de su vileza, e incluso de la expulsión del grupo y de su decisión de abandonar las baquetas, el aspirante a estrella es catapultado al Olimpo de los elegidos gracias a su amor propio y tenacidad en un final apoteósico y deslumbrante, donde el redoble del comienzo adquiere su verdadero significado y una grandiosidad que emociona al más despistado.

  El montaje es fantástico, y las interpretaciones de profesor y alumno vibrantes, sin decaer en los 103 minutos del metraje. Es cierto que en la película no hay un resquicio por el que se cuele un rastro de humanidad y amor verdadero hacia la música -según denuncian los críticos musicales-, pero ese desprecio de la amistad que el profesor interpreta bajo su mirada como pasión por la música, adquiere su carta de naturaleza cuando utiliza todos los medios a su alcance para conseguir el fin, que no es otro que el triunfo del pupilo a pesar de la mucha sangre, del sudor frecuente y de algunas lágrimas.

  Película que nadie debería de perderse, particularmente aquellos que han hecho de la batería su profesión, o simplemente la tocan por gusto.