viernes, 4 de diciembre de 2015

EL CRACK

  Alfredo Landa, o "El Piojo", o mejor aún, Germán Areta, cualquiera de ellos y no otro es El crack. Esta película fue el bombazo de 1981 en el cine español. Hasta entonces la industria nacional del celuloide no se había sumergido en el cine negro de verdad, o al menos, que yo recuerde, con la convicción que su director, José Luis Garci, lo hizo para legar a la historia del séptimo arte una obra casi perfecta. Y es que desde el rótulo inicial con dedicatoria al insigne escritor americano de novela negra Dashiell Hammett, queda de manifiesto la verdadera intención del director, la de hacer un largometraje a mayor gloria del cine hecho en la otra orilla y con los ingredientes que le caracterizan: sordidez, delincuencia, trapicheos, boxeo, tabaco, ambientes urbanos, escenas nocturnas y un hombre valiente como pocos, un detective dispuesto a llegar a las últimas consecuencias. Pero, por sorpresa, los cinéfilos y espectadores en general, nos encontramos con la madurez y ductilidad de un actor que hasta no hace mucho había dado nombre a un subgénero llamado Landismo, y de sopetón, aquel Alfredo desenfadado, prototipo del español medio, ha abandonado esos tics inevitables, ha dejado de vociferar como hacía por exigencia del guión en películas de tres al cuarto, para transformarse en Germán Areta, en don Alfredo para ser más preciso, confirmándose como lo que era, un actor como la copa de un pino. Y es que una vez vista esta y su secuela El crack 2, es casi imposible imaginarse a otro actor en el papel, ni siquiera el mítico Humphrey Bogart, pues este último le hubiera dado a la cinta un tinte excesivamente cínico e incluso inmoral. Areta está impregnado de credibilidad y francamente lo borda.


 Uno de los grandes hallazgos es el trato entrañable y con cierta nostalgia que Garci le dispensa a escenarios como Gran Vía, Princesa, Callao y en general a toda la ciudad de Madrid; algo que se agranda con el Simca 1000 Barreiro conducido por el Detective, o con una copa de soberano tras una cena en un establecimiento caduco que un Germán melancólico y escéptico se bebe sin estridencias, o esos monólogos del barbero Rocky en torno al boxeo, a su ídolo Rocky Marciano, y la evocación perenne de Nueva York y su Madison Square Garden.


  Como en toda buena película hay escenas que se quedan grabadas para siempre, como la de la partida de mus, o la del atraco en el bar con la radio de fondo donde se escucha a José Mª García, incluso la del combate de boxeo. Para eso ayuda el guión de Garci y Horacio Valcárcel, además de la estupenda música de Jesús Gluck. Y por descontado, las impagables interpretaciones de secundarios como Miguel Rellán (Moro) o Manuel Lorenzo (el barbero Rocky).


  El argumento es de lo más convencional. Germán Areta es un antiguo policía metido a detective ocupado en esclarecer asuntos de escasa sustancia. Un día recibe el encargo de encontrar a la hija de un empresario de Ponferrada. Gracias al novio averigua que la chica estaba embarazada y por eso huyó de casa. A partir de ese momento, Areta sufre todo tipo de presiones para que abandone el caso. Sin embargo llegará hasta el final, viajando incluso a la mítica Nueva York.


  En una escena de la película Germán dice: <<soy un tipo duro y solitario que trata de sobrevivir en una sociedad podrida gracias a un trabajo sucio>>, algo que se corrobora en un tono eminentemente melancólico que está indivisiblemente unido a la interpretación sobria y, lacónica en determinadas escenas del actor navarro.


  Posiblemente desde Asignatura Pendiente Garci no había dirigido otra mejor que esta. Un año después firmaría la oscarizada Volver a empezar. En resumidas cuentas son dos horas de metraje que se van en un suspiro, dominadas de cabo a rabo por Alfredo Landa. Imperdonable perdérsela.

  

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