sábado, 22 de diciembre de 2018

Feliz Navidad

  De nuevo la rueda del tiempo nos sitúa al final de otro año más que coincide con las fiestas más entrañables, fechas donde tratamos por todos los medios de convertirnos en mejores personas, procurando empatizar con los semejantes que lo pasan peor  y de los cuales solo nos acordamos en estas jornadas tan propicias para la bondad. Después de Reyes, probablemente la historia se repita y nos vuelva a incomodar tanta miseria a nuestro alrededor, o el agobio de escuchar la eterna cantinela de que un puñado de migrantes han perdido la vida en aguas del Mediterráneo. Por enésima vez volveremos a ocuparnos y preocuparnos de nuestro alrededor, cargado casi siempre de símbolos confusos, vanas apariencias y  materialismos egoístas, dejando arrinconado durante doce meses ese halo que casi todos llevamos en torno al corazón. Como esta inconstancia es inherente a nuestra condición humana, qué mejor que reírnos un poco con este cuento de Navidad muy acorde a lo expuesto.

  Feliz Navidad  y próspero Año Nuevo os deseo a tod@s. 

sábado, 15 de diciembre de 2018

OK Computer, la obra que rompió etiquetas

  Tal vez Karma Police sea el tema más conocido de este álbum imperecedero de 1997 y que marcó un antes y un después, no ya solo en la evolución del grupo británico, también en la forma de abordar la música por parte de nuevas bandas que querían profundizar en diferentes vías rockeras fuera de clichés y fórmulas agotadas. La aparición de Ok Computer, en pleno apogeo del britpop, supuso una bocanada de aire fresco. Sustentada en la belleza sobrecogedora de las melodías que mitigaban en buena medida el pesimismo y tristeza de la mayoría de sus letras, este tercer trabajo del quinteto concitó la adhesión incondicional de buena parte del público y de la crítica especializada, que hasta poco antes lo habían etiquetado como un grupo grunge, aventurándose a calificarlo como heredero de Nirvana o Pixies.


  De principio a fin el álbum está repleto de joyas impagables, como el segundo corte Paranoid Android, inspirada en la jet set embobada por las drogas. O la delicada No surprises, que tiene como telón de fondo el suicido, única salida a una vida controlada por otros. O la no menos estremecedora Climbing up the walls. Junto a temas melancólicos y depresivos conviven otros de menor dramatismo, como Airbag, el corte que abre el trabajo y que habla de la contradicción que supone estar a punto de perder la vida en un accidente, "gracias" a la tecnología que brinda un vehículo, y al propio tiempo salvarla por un artefacto como es un airbag, invención de los nuevos tiempos. También piezas eclécticas como The tourist y Lucky, que destilan un toque cercano al Pink Floyd de los primeros tiempos.


  Ok Computer aborda sin tapujos la alienación de la actual sociedad, el fenómeno de la globalización, el existencialismo o la angustia vital, y por supuesto la tecnología -de ahí el título- que nos puede ayudar, pero también puede convertirse en un instrumento de infelicidad que podría acabar de manera definitiva con la forma de vida más agradable que todos tenemos afianzada en nuestros cerebros. El tercer trabajo del quinteto de Abingdon es un ensayo sobre el desencanto de la sociedad actual, donde los políticos son más un problema que una solución, o donde el consumismo amenaza con destruir la conciencia del género humano. Ok Computer es 21 años después una obra tan fresca y actual como lo fue en su momento, manteniéndose como uno de los discos más trascendentales, sino el más influyente del rock alternativo. Posiblemente a ello contribuyó que la mayor parte de las composiciones fueran grabadas por el grupo al completo, eligiendo la mayoría de las primeras tomas.



   Este trabajo de orfebrería que comenzó a grabarse en 1996 con la inestimable producción de Nigel Godrich, es hoy considerado por algunos críticos el mejor de la década de los 90. En el año 1998 fue galardonado con el Grammy al mejor álbum de música alternativa. Algunos medios como The Guardian lo acreditan como el disco más influyente de finales de siglo, y atendiendo a una votación hecha por críticos especializados y que se publicó en 20 minutos, al álbum lo sitúan en el puesto 22. Al margen de todos los elogios y merecimientos, que son muchos, para alguien que quiera escuchar por primera vez al grupo, yo aconsejaría hacerlo en un día de lluvia, o con cierta melancolía invadiendo el alma; y si puede ser  2 ó 3 veces, mejor, así entenderá la verdadera dimensión de esta obra cumbre que ha influido posteriormente en grupos como Coldplay, por ejemplo.

  

 

  

 

  

martes, 4 de diciembre de 2018

¿El mejor de 2018?

     ¿Sinceramente, ha sido Luka Modric el mejor jugador de 2018? Lanzo la pregunta porque creo que quienes tuvieron la oportunidad de elegirlo no siguieron unas pautas uniformes, sino que cada cual se marcó su propia normativa, decantándose la mayoría de electores por los títulos u objetivos deportivos de cada cual, sin olvidar, claro está, el juego individual de los nominados. Si esto es como planteo, en buena lógica se puede considerar atinado su triunfo, no en vano conquistó con el Real Madrid la Champions League y fue finalista del pasado mundial con Croacia, además de exhibir un juego brillante a lo largo de buena parte de la temporada, nada sorprendente teniendo en cuenta su calidad futbolística, fuera de toda discusión.


    La pregunta es muy sencilla y la vuelvo a repetir ¿Sinceramente ha sido Luka Modric el mejor jugador de 2018? ¿Tal vez ha sido el jugador más decisivo para el Real Madrid y la selección de Croacia? Y digo yo: ¿más que Messi para el Barcelona? Las comparaciones son odiosas, pero a veces no queda otra que echar mano de ellas para ilustrar la argumentación. El argentino fue el máximo asistente de la liga con 12 pases de gol, mientras Modric dio la mitad, y eso a pesar del extraordinario juego del croata en el medio del campo. En cuanto a la capacidad anotadora no hay color, pues el argentino marcó un total de 45 goles en 54 partidos repartidos en todas las competiciones, además de proclamarse ganador del Trofeo Pichichi. Siendo tan tozudos los datos, ¿por qué Modric ha sido el vencedor y Messi ni siquiera ha quedado entre los tres primeros? En mi opinión (y a pesar del triunfo del Barca en la Liga y la Copa), al astro argentino  simplemente le ha penalizado que su equipo no llegara más lejos en la Champions League, y por encima de todo el discreto papel de Argentina en el Mundial.


  ¿De qué hablamos entonces, de merecimientos individuales o de títulos conquistados? Tiene su lógica que Cristiano Ronaldo haya quedado segundo, lo que no tiene mucha justificación ateniéndonos únicamente al argumento de los títulos, es que Griezmann haya sido elegido como el tercer mejor jugador del año por haber ganado el Mundial y la Europa League. ¿De verdad que en 2018 ha sido más maravilloso el juego de Modric o Griezmann que el de Messi. Me parece que es algo que va contra el sentido común, salvo que la revista France Football esté harta de que siempre ganen los mismos -los mejores con diferencia de la última década-, o sea: Messi y Cristiano Ronaldo.


  Para evitar estas discusiones me parece a mí que la revista francesa debería de aclarar de una vez por todas cómo se miden los merecimientos de cada cual y unificarlos. Pero si no les resulta sencillo, yo planteo la creación de dos balones de oro: uno al mejor jugador del año y otro al jugador más determinante en su equipo y/o selección al conquistar los títulos, que parece ser el argumento de más peso a la hora de votar al mejor. No obstante, mi más sincera felicitación para Modric, un jugador exquisito.




domingo, 25 de noviembre de 2018

Viridiana (17)

  Viridiana está sin discusión entre las tres o cuatro mejores películas de la historia de nuestro cine patrio, aunque muchos de los críticos cinematográficos la sitúan sin titubeos en el primer puesto. ¿Qué la hace tan grande? Sin duda la intemporalidad, a pesar de contar 57 años, pero también la forma de contarla más que la historia en sí, gracias a un guión meticuloso escrito por Luis Buñuel al alimón con Julio Alejandro y que no dejaba nada a la improvisación. Y por último escenas inolvidables, como la de los mendigos en una especie de última cena pagana.


  Viridiana (Silvia Pinal) es una novicia a la que obligan a salir del convento para que visite a su tío y protector don Jaime (Fernando Rey). La llegada de la sobrina al gran caserón le trae a don Jaime el recuerdo de su mujer fallecida. Obsesionado por la belleza de la sobrina le pide que se case con él. Al rechazar la propuesta, el tío en complicidad con la criada, la narcotiza para abusar de ella, aunque en el último momento se arrepiente. No obstante, le hace creer que ha abusado de ella para que se case. Ofendida decide regresar al convento, algo que no hará finalmente al sentirse responsable del suicidio de su tío. A cambio de permanecer en la casa opta por una vida ejemplar, amparando a los mendigos y haciendo limosnas y otras obras caritativas. Pero todo le da un vuelco con la aparición en la casa de Jorge (Paco Rabal), hijo natural del fallecido para hacerse cargo de la herencia. El duelo entre lo humano y lo divino, entre lo material y lo intangible, termina decantándose en favor de lo mundano, algo que se materializa en otra de las escenas redondas, esa donde Viridiana, Jorge y Ramona (Margarita Lozano), la sirvienta, comparten naipes en el juego del tute, y en la que se aprecia cómo la primera permite a su primo que la instruya ante la mirada cómplice de la sirvienta.



 Don Luis Buñuel vivía exiliado desde la Guerra Civil, residiendo los últimos años en México. Reputado director fuera de nuestras fronteras, las autoridades españolas no pusieron objeción alguna a que el hijo pródigo regresara a España y filmara una nueva película, a pesar de que había jurado que jamás volvería mientras se mantuviera la dictadura. Ante ciertas reticencias del de Calanda para abordar el proyecto, Gustavo Alatriste -marido en aquel momento de Silvia Pinal- y Pere Portabella, ambos responsables de la producción, le persuadieron junto a otras figuras como Bardem o Saura de la conveniencia de asumir la dirección de la película. El 4 de febrero de 1961 comenzaba en estudio el rodaje de la que en cierta manera se ha considerado la continuación de Nazarín, otra adaptación de la obra de Galdós.


  A partir de la conclusión del rodaje todo se precipita, convirtiéndose en un largometraje maldito y con una historia sorprendente, como de película. En el último día de emisiones, recién montada, Viridiana se exhibe en Cannes, convirtiéndose en la ganadora de la Palma de Oro ex aequo junto a Una larga ausencia. Al día siguiente, L'Osservatore Romano la califica de blasfema, precipitando la destitución de Muñoz Fontán como director de la Cinematografía Española, quien había recogido el galardón al excusarse Buñuel pretextando indisposición. Inmediatamente, Franco pide visionar la película en la gran pantalla del Palacio del Pardo. Después de repetir el visionado da la orden de que se destruyan todas las copias disponibles así como la desaparición administrativa del film. Leyenda urbana o no, se dice que el Dictador se reía de las ocurrencias del director aragonés, guardándose una copia para su disfrute.


   De las copias, según dice Silvia Pinal, una se la llevaron Berlanga, Bardem y Dominguín, enterrándola en una finca del diestro. La otra, la de recorrido más rocambolesco, si hay que atender a las explicaciones del propio hijo del director, Juan Luis, salió en una furgoneta desde Barcelona con rumbo a la frontera en compañía del torero Pedret, tres diestros más, un picador y el propio Juan Luis. El negativo iba escondido bajo los capotes y las espadas. Al llegar a la aduana, los guardias civiles le dijeron: ¡suerte, torero!, y Pedret: ¡ah, gracias! La protagonista del film asevera que el negativo -fotografía soberbia del gran José F. Aguado- lo sacó desde Francia su propio marido, Alatriste.

  El 9 de abril de 1977, coincidiendo con la legalización del Partido Comunista por parte del Gobierno Suárez, y casi 16 años después, Viridiana era visionada en España por vez primera como film de nacionalidad mexicana, algo subsanado en 1982 al reconocerse su autoría española.

  Para mí, no lo voy a disimular, se trata del mejor largometraje que se haya parido jamás en tierras españolas, pero esto es muy subjetivo, y más tratándose de una obra de Luis Buñuel, el mejor director que jamás hayamos tenido, y con muchas obras maestras a su espalda.


sábado, 17 de noviembre de 2018

Personajes de allá (5)

  A lo largo de su existencia J. fue uno de los guardianes, o mejor, depositarios de ese rinconcito en la Plaza, con aromas suculentos, huéspedes permanentes, idas y venidas a la tienda de ultramarinos de al lado, al bar del otro costado donde se ingeniaban nuevos bebedizos, o el estrecho espacio que servía de almacén a los bultos que venían en el coche de línea procedente de León. La casa donde vivía mi abuela -en la última planta- era toda ella una olla colosal desprendiendo el olor inconfundible de los callos, porque el patrón, sin desmerecer al resto de cocineros que también preparaban la casquería reina en la Villa, preparaba los mejores callos que uno haya degustado jamás.


  Pero J. no solo era un gurú de los callos y otros platos menos contundentes que preparaba en la fonda de su propiedad. A eso de la media tarde, antes de servir las cenas, ejercía como maestro de ceremonias en el juego de la brisca. Allí, en torno a la mesa separada de la cocina por un liviano tabique o mampara, no recuerdo bien, competían en ocasiones hasta cuatro parejas de contendientes que dirimían la honrilla o sabe Dios qué. Cuando su pareja cometía alguna imprudencia o se despistaba, J. se encendía como una dinamo al primer pedaleo y dejaba que su genio explosionara, digamos, de una manera controlada. Eso sí, él disfrutaba mucho más que con la victoria final, cuando tenía la fortuna de que su as de triunfo comía al tres del mismo palo, algo que el grupo denominaba piolla. Entonces gritaba como un feriante: ¡piolla!, ¡piolla!, mientras con el nudillo del dedo índice trataba de perforar el tapete, el hule y hasta la misma madera de la mesa. No es ningún secreto que mi madre era muchas veces participante activa en ese juego de las señas y las tres cartas.


  Como otros muchos villafranquinos, J. no faltaba nunca a la romería de agosto para festejar a la Virgen de Fombasallá. Me atrevería a decir que, al menos en sus últimos años de viudez, lo más separado que llegaba a estar de su casa era el día 15, cuando se aventuraba monte arriba para participar como uno más de la música, la comida, la alegría y la procesión, en compañía de otros vecinos y curiosos que no querían perderse la celebración. Y ¡cómo le gustaba acompañar en los tragos reparadores de la bota!, también en el manteo de algún novato que pisaba por vez primera la tierra prometida.


  Aunque si algo mantengo más fresco en mi cabeza de la  infancia, son aquellos coloquios interminables en las noches del estío, cobijados bajo esos soportales menos distinguidos que los de unos metros abajo. En esas veladas se podía hablar de lo divino y lo humano, del huésped X de la primera planta, o de la cosecha de cerezas y <<para cuando los tarros con el aguardiente>>. Claro que si J. se iba de la lengua maldiciendo al Dictador gobernante, los parroquianos le imploraban que callase la boca, no fuera a liar la madeja; pero si le insistían, él más se obstinaba haciéndose el valiente. Creo que de aquellas tertulias a la luz de la luna, entretejidas con las voces provenientes de las terrazas de los bares, es posible que parta en buena medida mi afán de contar historias.


  Un buen día J se fue, como se fueron otros miembros de aquel selecto grupo que lo acompañaba en el Rincón. La fonda cerró, los huéspedes desaparecieron, y ese rincón de la Plaza tan palpitante, tan querido para mí, se ha convertido hoy en un espacio muerto, en un lejanísimo recuerdo de otro tiempo, de cuando J. "gobernaba" aquel espacio mágico sin abandonar un solo momento su boina negra y eterna. 


martes, 24 de julio de 2018

We will rock you

   Para entender la intrahistoria de este himno imperecedero, antes habría que escuchar con atención You'll never walk alonecanción original de Richard Rogers y Oscar Hammerstein para el musical  de 1945 Carousel, que el Liverpool adoptó como himno propio desde la década de los 60. Y es que Brian May, guitarrista y compositor de los Queen -enorme en los dos sentidos, también en estatura- además de doctor en astronomía, siempre ha admitido que buscaba componer algo así como un himno eterno, como el del equipo rojo, aunque no sé si es aficionado de los Reds.


   En 1977, Queen se disponía a sacar su sexto álbum de estudio que llevaba por título, News of the world, y la pieza que debía de abrir el trabajo no podía ser una nadería. Manos a la obra, y haciendo caso a las palabras de Brian May, el corte lo compuso el solito en ¡10 minutos! A partir de los archiconocidos efectos percusivos creados sobreponiendo los sonidos de pisotear el suelo y hacer palmas, con el soporte de coros rotundos marca de la casa, y la entrada final de la guitarra, el gigante británico legó para la historia We will rock you, que curiosamente antecede al segundo corte del álbum, el no menos famoso We are the champions. El videoclip fue grabado en el patio trasero de la casa del baterista Roger Taylor.

   Esta pieza magistral construida a partir de un resorte percusivo tan sencillo, que, según un estudio realizado en la Universidad de Saint Andrews, es la canción más pegadiza de la historia, y que Brian May la grabó pensando en el show de la BBC que capitaneaba John Peel, ha sido, es y probablemente seguirá siendo utilizada en los grandes eventos deportivos como animación por los clubes triunfadores en finales, particularmente de fútbol y baloncesto. Es, qué duda cabe, uno de los temas más versionados, con toques tan variopintos como los que le dan Max Raabe, Britney Spears, Beyonce & Pink, Five, Why Mona, etc. Pero, indudablemente, yo me quedo con el original o el directo de los Queen.


viernes, 29 de junio de 2018

Presentación "Teórica del fuego" en Ciutadella

  El próximo miércoles día 4 de julio, a las 20:30 horas, presento mi libro de relatos, Teórica del fuego. El acto tendrá lugar en el Espai Sant Josep de Ciutadella. Estaré acompañado por Paulí Amorós y Luis Soler. A la finalización del acto procederé a la habitual firma de ejemplares. Tod@as estáis invitados.

lunes, 28 de mayo de 2018

Beggards banquet

  Venían de 2 años atroces. Mick Jagger y Keith Richards habían sido detenidos en la casa del guitarrista y llevados a juicio. Brian Jones, el otrora líder y cofundador de la banda, atrapado por las drogas y reiterados arrestos, se había convertido en una sombra del gran músico que había sido, falleciendo en 1969, apenas unas semanas después de ser despedido de los Rolling Stones. Por si no eran pocas las adversidades, su anterior álbum, Their satanic majesty´s request, un engendro que buceaba en la psicodelia imperante, había sido un fracaso, un trabajo poco alentador para sus incondicionales, que esperaban algo más cercano a lo que habían hecho casi siempre. Con Beggards banquet los británicos retomaron sus raíces blues, rhythm man blues y la moderada dosis de country, dando inicio, probablemente, a la etapa más oscura, pero también al periodo más creativo y brillante de su carrera, el que va de 1968 a 1972.


  Shympathy for the Devil, abre el disco. Irreverente e hipnótico, medio siglo después sigue siendo uno de los hits más celebrados de la Banda. Con su base rítmica a medio camino entre la samba y el inconfundible toque stoniano, no hace otra cosa que provocar sacudidas y un desmedido entusiasmo a quien la escucha, aunque la escuche mil veces. El tercer corte del disco, Dear doctor, no tiene desperdicio. Con la armónica de Brian Jones discurriendo en cada surco, nos evoca aquellas tierras del Medio Oeste americano con reminiscencias country. Pero sin duda el tema estrella junto al Sympathy..., es otro clásico imperecedero que lleva por título Street fighting man, una especie de alegato social en tiempos convulsos: Mayo francés, la guerra del Vietnam; una ácida crítica que orienta a la revolución, una revolución que ellos sí hicieron con este banquete de los mendigos. Para enriquecer el trabajo, ahí están cortes como Parachute woman, Stray cat blues, Salt of the earth, o el No expectations, la última buena contribución de Brian Jones antes de su expulsión.


  Indudablemente apenas quedan resquicios para suponer que Brian Jones participa en esta obra clásica de los británicos. Para entonces Keith Richards había asumido el liderazgo, firmando junto a Jagger uno de los trabajos más sólidos de hace medio siglo (el próximo 5 de diciembre se cumplen los 50 años de su salida al mercado). Jumpin Jack flash había sido lanzado en mayo de 1968 como single para promocionar el trabajo; sin embargo, y aunque parezca contradictorio, nunca integró el disco. La portada original, con las paredes de un retrete desbordadas de graffitis, fue censurada, cambiada por la simple invitación al banquete sobre fondo blanco, algo que indudablemente hacía recordar a la carátula del White album de los Beatles, obra publicada unos meses antes.


  El trabajo, uno de los 4 ó 5 mejores de su carrera, y situado por la revista homónima Rolling Stone en el puesto 58 entre los 500 mejores discos de la historia del rock, se vendió como las rosquillas a un lado y otro del Océano, inaugurando, reitero, el periodo más creativo de la Banda, que continuaría con el indispensable Let it bled. Sin dudarlo, un buen momento para volver a disfrutar con la audición de esta obra próxima a cumplir el medio siglo de vida.

   

domingo, 13 de mayo de 2018

Presentación de mi libro Teórica del fuego

  El próximo viernes 18 de mayo a las 20:00 horas en la Biblioteca pública de Maó, presento mi libro de relatos, Teórica del fuego. A la finalización del acto procederé a la habitual firma de ejemplares. Tod@s estáis invitados.

viernes, 27 de abril de 2018

El bookplay de Teórica del fuego

  Acaba de salir el bookplay de mi último libro de relatos, Teórica del fuego, que viene a resumir en dos párrafos y algunos planos el contenido de la obra.

viernes, 20 de abril de 2018

Acto de presentación

(Relato que abre mi libro Teórica del fuego)


Jamás pude imaginar que los legítimos afanes de un gran amigo pudieran convertirse en una especie de boomerang que, al retorno, terminara golpeándome de lleno en la presunción, debilidad sin duda de quienes nos proclamamos literatos.


  Después de algún tiempo sin contacto alguno, mi viejo amigo de la infancia me telefoneó para pedirme la asistencia al acto de presentación de su nuevo libro. Naturalmente le di el sí al celebrarse en mi ciudad de entonces. Pero él me reclamaba un esfuerzo añadido, que participara como uno más de los intervinientes; o sea: que cavilara un discurso acorde a mi condición de autor de ficción. En principio me negué por ser lego en asuntos de ciencia, más teniendo en cuenta que la obra a mostrar por el afamado siquiatra y experto en criminología –no voy a decir su nombre para no incomodar su proverbial modestia-, ahondaba en el terreno de las mentes perturbadas y ulteriores consecuencias, si llegaban a derivar en delitos de sangre u otros menos drásticos, aunque no por ello dejaran de tener la condición de censurables. Terminé aceptando de buen grado cuando me dijo que pretendía una presentación solvente y razonada de su obra, pero también una cierta exhibición fabuladora por mi parte, a fin de que el acontecimiento no sucumbiera a la aridez del tema.



  En el salón de actos, a rebosar, abundaba el público próximo a cumplir el medio siglo; si bien es cierto que tampoco faltaba la gente más joven y la perteneciente a la tercera edad con ganas de acrecentar sus conocimientos. Después de la presentación excesiva por parte de un experto en materia colindante –profesor de medicina forense en una de las universidades de más prestigio en España- y de la intervención desmesurada, cuando no fallida, del editor, glosando cada una de las numerosas obras publicadas por el protagonista, tuve el honor de intentar mantener en vilo al respetable, antes de la más esperada intervención de mi amigo. Digamos que yo era el telonero con estilo discordante, el puente que uniría al fin al maestro disertador con sus acólitos más recalcitrantes.


   Yo nunca fui hombre de verborrea deslumbrante –aunque de vez en cuando me permitiera alguna licencia ingeniosa-, ni mucho menos me propuse, jamás, encandilar al público asistente a la presentación de mis libros manejando invenciones increíbles que solo tratan de manipularlo, pues para eso ya estaban mis novelas y cuentos. Sin embargo, tal vez por no ser yo el foco principal de atención aquella tarde, también para no defraudar las expectativas del siquiatra, decidí vestirme de otra persona, de algo así como un funámbulo discurriendo por el alambre, con una pértiga entre las manos y el suelo a treinta pies de donde se ejecuta la temeridad.

  La multitud se mantenía expectante, en silencio, supuse que deseosa de escuchar con atención cuanto pudiera decir un escritor sin relación aparente con el resto de intervinientes. Por tanto, al invitarme el presentador de la velada a iniciar el discurso, me incorporé con determinación –ningún otro se había levantado de la mesa y tampoco estaba previsto que lo hiciera mi amigo-, alargué el cable del micro hasta acercarme al borde del escenario para tomar la palabra, a no más de un par de metros de los asistentes más próximos y probé con toquecitos la viabilidad sonora del artefacto de los años setenta. Siendo sincero, no recuerdo con claridad la raíz del discurso ni cómo di inicio a la representación. No obstante, sí guardo en la memoria el rostro asombrado del gentío, también de mis compañeros: todos, sin excepción, parecían resueltos a interrogarme por querer llevar la disertación a extremos intolerables.

  Con la atención unánime de la concurrencia puesta en mis palabras, yo, retraído inveterado, creyendo enfrentarme a la inofensiva hoja en blanco por escribir, henchí mi vanidad hasta el límite. Recuerdo –eso no lo olvidaré jamás- que tuve la ocurrencia –tal vez para darle al acto un tono de dramaturgia a través del cual todos nos sintiéramos copartícipes- de deslizar la convicción de estar acompañado por algún hombre o mujer que en cierto momento de su vida –y entonces solté la retahíla- había cometido crimen, torturas, extorsión, violaciones, robos, traición, malos tratos, pedofilia, chantaje, infidelidades, pederastia, proxenetismo, secuestros, estafas, prevaricación, suplantaciones de personalidad, o fraude de ley. No satisfecho con el estupor ocasionado a los asistentes, aún les reclamé que mirasen a la cara al compañero de butaca, pues detrás de unas facciones amables, risueñas, hasta bobaliconas, podría esconderse el ser humano más depravado, inconcebible para una mente pura.

  Con caras de circunstancia, algunos de los presentes se giraron a ambos lados para fijarse en el vecino, pero la mayoría no estaba por el descaro, limitándose a carraspear con fastidio tras la tensa situación generada por el significado de las palabras. Al resto de intervinientes los vi parapetados por la mesa, dibujándoseles en el rostro el estupor por la desmedida temeridad del discurso. Contrariamente a lo que pudiera suponerse, sintiéndome el centro de atención, presintiendo que todavía me quedaba margen para tensar un poco más la cuerda, argumenté la manida costumbre -esa tan útil para el malhechor-, de ampararse en la multitud a fin de mantener su anonimato. Propuse entonces la valentía –mis oyentes ya no daban crédito a cuanto sucedía, manifestándose con toses fingidas, risas nerviosas o semblantes desacoplados-, y si en el salón había algún delincuente sin complejos, que tuviera el atrevimiento de subir al escenario y reconocer su delito públicamente. Persuadido de mi triunfo absoluto, de haber domado a una multitud cobarde con la única ayuda de las palabras, aún tuve la osadía de reclamar, ordenar, zaherir al presunto miserable para que  diera  la cara, vociferando como energúmeno a través de cada uno de los altavoces.

  Al dejar de hablar se sucedieron unos segundos de silencio sepulcral. Con toda la pachorra de alguien que se siente victorioso me disponía a dejar el micro y a tomar asiento junto a mis compañeros, cuando a mi espalda creció un espontáneo murmullo. Al girarme hacia la gente, vi cómo un hombre de mediana edad, tirando a bajo, se dirigía a través del pasillo central hacia el escenario. El hombre, mulato para más señas, ascendió los escalones, se plantó delante de la gente, se desabrochó el abrigo, se desligó el cinturón, se bajó los pantalones tejanos y el calzoncillo, y mostró alborozado, con los brazos en jarra, un miembro considerable. Se fue de inmediato al micrófono y, dirigiéndose a mí, dijo que se me ha olvidado mentar los exhibicionismos; que en tres ocasiones había estado detenido por sátiro, y no le extrañaría serlo una cuarta, si bien, para la presente, podría alegar el atenuante de incitación por parte del literato. El público rio a carcajadas las palabras de aquel atrevido, sintiéndose a un tiempo liberado de la tensión acumulada, estallando al fin en un unánime y prolongado aplauso. Por el contrario, yo me vi abatido y desorientado, como si el gentío me hubiera devuelto el obsequio de tanta zozobra acumulada a lo largo de mi intervención.



  Han pasado varios años desde entonces y puedo asegurar que la malograda velada de mi viejo amigo me ha servido para modular aún más, si cabe, las intervenciones públicas; por tanto, en la presentación de mis libros y en las de los ajenos u otro tipo de solemnidades con tertulia incluida, procuro la parquedad de las palabras y evitar las salidas de tono, remitiendo –si intuyo que la cuestión se puede salir de madre- al lector a la obra de marras, a fin de aliviar su curiosidad malsana.



  

 



miércoles, 11 de abril de 2018

Cosas que ocurren a veces

                                               

La señorita -esa era la infausta noticia procedente del hospital- se había quedado como un vegetal para el resto de su vida. La sorpresa para los hermanos no era el nuevo estado vegetativo de la víctima, sino que encima estuviera embarazada; y si la suerte acompañaba, a pesar de las circunstancias, podría dar a luz sin el mayor contratiempo. 


  Matu optó por el golpe con el candelabro cuando la dependienta iba a accionar el botón de alarma, y eso a pesar del riesgo de las pistolas apuntándola. Se ve que el porrazo sobre la cabeza había resultado más contundente de lo pensado en principio, y aunque la joven, al tiempo de desangrarse, llegó a increparlos por la vil acción, enseguida se desplomó sin sentido sobre el suelo de la joyería.  


  Irene no se cansaba de repetirlo: <<Debemos conseguir unas pistolas de juguete, Matu. En cualquier tienda las podemos comprar y damos el pego. Ni siquiera la policía es capaz de diferenciarlas>>. Cansado de escuchar una y mil veces el dictamen de la hermana, Matutino decidió al fin hacerle caso y adquirió un par por poco más de treinta euros en uno de los negocios más afamados de la calle Sierpes; aunque él habría preferido dos de las de verdad.

 

  Lo del asalto a la joyería fue dicho y hecho. En pocos días eligieron la de Lupe, la amiga de Irene. La hermana de Matu sabía que los miércoles por la tarde se quedaba sola en la tienda, por tener libre el propietario, además de ser el día de ventas más flojo de la semana. Entrarían encapuchados y en todo momento hablaría Matu, pues Lupe no lo conocía y por tanto ignoraría el tono de su voz. También llevarían enguantadas las manos a fin de no dejar la más mínima huella. La maniatarían, cerrarían con llave por dentro, bajarían las persianas, cogerían el mayor número de joyas posible sin demorarse, y adiós muy buenas, pues sería imposible echarles el guante a bordo de la Yamaha de gran cilindrada.
  


  El asalto se planeó por la torpeza de la madre, ya que si no conseguía en un par de meses reunir el dinero suficiente para saldar la deuda con Hacienda, todos los bienes, incluido el chalé de Carmona, el piso con cochera en Triana, la tienda de electrodomésticos, el Maserati de importación, la colección de monedas antiguas de los romanos y, por descontado, la Yamaha de gran cilindrada, serían embargados con prontitud. Incluso, de no cubrir por completo la deuda, la madre podía ir a juicio y acabar con sus huesos en prisión. Eso suponía, de no terciar antes un golpe de fortuna, la enojosa obligación de ponerse a trabajar en cualquier cosa, cuando ellos jamás habían dado un palo al agua.  


  Claro que solo se le ocurre a la buena señora, viuda del prestigioso comerciante Laurentino Torrado, poner al frente del negocio familiar a un botarate como Ramón. Era bueno en la cama, desde luego, y con él había disfrutado como nunca, especialmente en los primeros meses de viudedad; no obstante, a pesar de los años de experiencia en la administración junto a su primo Laurentino, era incapaz de diferenciar una letra de un pagaré. <<Ramón es predispuesto, trabajador, con buena presencia, para qué nos vamos a engañar; y pese a todo, jamás haremos carrera de él>>, decía el dueño a su paciente esposa. Pero por estar encariñada como nunca antes de otro hombre o por el temor a un hipotético chantaje, y también por la gandulería de sus dos hijos para ponerse al frente, decidió elegir el camino más arriesgado.  


 
 Un buen día, a Ramón, un empleado del prestigioso banco C, sabiendo este del dinero a espuertas, le propuso un negocio redondo si se dejaba aconsejar por la sucursal donde trabajaba, en frente mismo del gran comercio de electrodomésticos para el hogar. Había unos suculentos fondos de inversión de origen americano, con matriz en la ciudad de los rascacielos. Si era paciente y confiaba en su recto proceder de profesional avezado, en tres años podía duplicar el importe inicial de la inversión. Por si eso no era argumento de peso le prometía cuantiosas exenciones fiscales. Los fondos Inverburs eran un negocio ambicioso y  rentable por las plusvalías crecientes. Ramón aceptó entusiasmado sin sopesar pros y contras. Luego vendría una crisis galopante y con ello la descapitalización total de los fondos pignorados –sin él saberlo y seguramente los del banco tampoco- a otra entidad financiera con sede fiscal en las Islas Caimán. El negocio se resentiría por el atrevimiento de su gestor; y este, dejándose aconsejar de algún asesor fiscal escasamente recomendable, omitió casi todos los movimientos financieros del último año en la declaración del Impuesto de Sociedades.
  


 
  No obstante, se sabe, muchos de los empleados emplazados en la tarea de captar clientes -<<atención al cliente>, suele rezar en sus letreritos sobre las mesas escritorio- no se arredran a las primeras de cambio ante la negativa del interlocutor, más si tienen la presión constante del director de oficina, al cual sus superiores suelen apretar las clavijas para que los beneficios superen al menos en un uno por ciento a los del ejercicio precedente. A este obsequioso y eficiente profesional, del cual, al cabo de los días, terminamos por olvidar hasta su nombre, podríamos llamarle Roberto. Roberto es un entusiasta de su oficio, y la autoestima le crece en cuanto consigue la fidelidad de un nuevo usuario, ya que ello lleva aparejado el suplemento de una comisión en la nómina de final de mes. A Roberto, en las últimas semanas, su jefe, el director de la sucursal, lo apremiaba con insistencia para hacer muchos más clientes, pues analizando las cuentas de la oficina, en los últimos tres meses había descendido la actividad transaccional, lo cual conllevaba un tirón de orejas de los gerifaltes.
  


  Al director de la sucursal, que atiende por el nombre de Dalmiro Íñiguez, le faltaba el canto de un duro para su traslado a la oficina principal del banco C. En cierta manera se trataba de un logro al alcance de la mano, siempre y cuando la presentación de cuentas de final de año agradara a sus superiores, pues en lo que afectaba a su profesionalidad no existía la menor duda. El ascenso, además de un estatus envidiable, suponía un jugoso incremento en la nómina de cada mes, y con ello hacer posible, no ya solo la oportunidad de un nuevo piso para la querida –en ese momento embarazada de tres meses-, sino, y en la ignorancia de su engañada esposa, seguir manteniendo una vida adulterina en compañía de la joven y atractiva damisela, la cual habría de dejar la joyería en cuanto se aproximara la fecha del alumbramiento.  


  Nunca llegó a entender muy bien cómo él, Dalmiro Íñiguez, de familia encumbrada, aunque de no tantos posibles como otros treintañeros con más pedigrí, se había encaprichado de una chiquilla lánguida y de facciones correctas. Él supone que aquella noche de euforia y bailes, con el traje de corte italiano, los mocasines de marca y sus cabellos encanecidos, si bien pulcros y atrayentes, habían hecho el trabajo del seductor, surtiendo el efecto deseado en la bailarina de la discoteca. Encamaron desde entonces a diario, y a las pocas semanas la confidencia de diana en forma de embrión.  

 
 
  Desde siempre, a Dalmiro le había gustado sorprender con los regalos más insólitos, también a su esposa en la etapa de feliz matrimonio. Con la confidencia y la alegría inesperada de ser papá de nuevo, quince años después del nacimiento de Dalmiro junior, al director de la sucursal no se le ocurrió mejor obsequio que un elegante y llamativo candelabro de plata, con soporte para tres velones. En cuanto desgajó el papel para regalo, y sin saber muy bien cómo reaccionar, Lupe se salió por el sendero más juicioso, estampándole un beso de tornillo para solapar el raciocinio, el cual la estaba impulsando a darle un bofetón, al tiempo del reclamo de algo con más juego y suntuosidad, algo así como un collar de perlas.
  


  Cuando al fin caviló en palabras, digamos, sensatas, fue para decirle que el objeto se quedaría de momento en la joyería, hasta que se pudiera trasladar al nuevo piso, todavía por adquirir. A casa no se atrevía a llevarlo, pues eso levantaría las suspicacias de sus padres, que a fuerza de insistir le intentarían sonsacar. Y desde luego, por el momento, no estaba dispuesta a decirles de su embarazo, mucho menos que el padre de la criatura estuviera casado. Dicho y hecho, el candelabro adornó desde entonces una de las vitrinas más deslumbrantes de la joyería, como si fuera una más de las piezas a la venta.  


  Lo que Dalmiro no se había atrevido a confesar a su amada era la procedencia del candelabro, un regalo original de la viuda de Torrado a su persona con el fin de hacer los trámites y gestiones más convenientes, encaminados a salvar la delicada situación crematística de sus fondos Inverburs; los cuales, al parecer, habían ayudado a financiar sociedades anónimas con dificultades de saneamiento. Un obsequio, a lo que se ve, exiguo para el intento de enderezar la apurada situación de la viuda.


Este es uno de los relatos que integran mi libro, Teórica del fuego (2018)    





                             







                           








miércoles, 28 de marzo de 2018

Presentación del libro Teórica del fuego





  El próximo martes 3 de abril a las 18:00 horas en el Museo de la Radio de Ponferrada, presento mi libro de relatos, Teórica del fuego. A la finalización del acto procederé a la habitual firma de ejemplares. Todas y todos estáis invitados.

lunes, 26 de marzo de 2018

Presentación Teórica del fuego


  El próximo sábado 31 a las 12:30 horas en el Teatro Villafranquino Enrique Gil y Carrasco, presento mi libro de relatos, Teórica del fuego. La mesa estará integrada por José Manuel Pereira, Javier del Valle, Hernán Alonso y yo mismo. A la finalización del acto procederé a la habitual firma de ejemplares. Todas y todos estáis invitados.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Teórica del fuego

  Ya hay portada para mi libro de relatos, "Teórica del fuego". En próximas fechas estará disponible en las librerías de El Bierzo y Menorca. Espero que os guste.

jueves, 15 de marzo de 2018

SE TRASPASA

  Luis Soler, locutor de radio en la Cadena Ser, es uno de los referentes de las ondas en la Isla. Con un amplio currículo a su espalda y el profundo conocimiento que atesora en lo referente a la sociedad y cultura menorquinas, fue en 2014 cuando se atrevió por vez primera a sumergirse en el complejo y en ocasiones esquivo universo literario. Y a fe que lo bordó, saliendo más que airoso de una empresa tan comprometida como es la de amagar con dar y no dar, prometer el cielo y con ello aparejar su condena al infierno. Finalmente, Pedro, el hombre dispuesto a saborear las mieles de la juventud prometida, y que acepta el sacrificio de perderlo todo, al fin es redimido por el autor en un alarde de maestría, de dominio del oficio, algo impensable en un escritor sin trabajos previos.


  La obra -se puede intuir por su portada- es erótica, no cabe la menor duda; sin embargo, no es una novela erótica al uso, donde el abuso de situaciones e imágenes explícitas son lo más recurrente, provocando en el lector la sensación de estar leyendo y con ello degustando una sobredosis de obviedades anodinas; ni mucho menos. Para la ocasión, Luis ha tejido una historia cuyo centro neurálgico es La tienda de muñecas, una boutique propiedad de Pedro, hombre en torno a los cuarenta, con una capacidad innata para adivinar los gustos y necesidades de sus clientes, y con una crisis matrimonial que es incapaz de revertir, acrecentada cuando la tentación con nombre de Cloe se pasea por la tienda, a fin de seducirlo, aunque bien es cierto que sus apariciones suelen ser esporádicas y el comportamiento errático. Esta forma de actuar le impide saber con certeza a qué juega su admiradora, mermando al tiempo su olfato de vendedor innato. La adolescente termina por encandilar a Pedro, hasta el extremo de caer rendido a sus encantos, a punto de sucumbir si no es por la repentina presencia de su esposa en la tienda, cuando encuentra a Pedro en una situación realmente comprometedora y a Cloe junto a él. Llegados a este episodio, nadie daría un euro por la salvación del matrimonio, pero, ¿qué pasó realmente? Mejor que los lectores indaguen.


   En resumidas cuentas, se trata de una obra más que estimable y digna de ser leída. Yo la considero una novela refrescante y primaveral; un ejercicio de equilibrio y sugerencias, un ejercicio a través del cual el autor nos deja un enorme espacio para imaginar qué podría haber ocurrido en cualquier momento si hubiera sondeado en el fácil descaro. Se traspasa es la historia que casi todo el mundo sospecha que le gustaría haber experimentado en algún momento de su vida, una narración agridulce -para qué nos vamos a engañar-, porque -qué morbosos somos-, a todos nos hubiera satisfecho el engaño; pero, al mismo tiempo, agradecemos que el sentido común, esa cordura que da la veteranía, se impusiera al fin para recuperar su matrimonio maltrecho.

lunes, 12 de marzo de 2018

Kind of blue

  <<¿Cómo es posible llegar al estudio con lo mínimo, y salir con algo eterno?>> La frase que corresponde al guitarrista mexicano, Carlos Santana, define con simplicidad y contundencia el milagro de este álbum, algo así como un devocionario indispensable en la liturgia del Jazz. Y es que, pese a quien pese, Kind of blue, además de ser el disco más vendido de la historia del Jazz, supone por derecho propio la cúspide del género, la cumbre de un genio de la trompeta al que le importaban un bledo las críticas de los más puristas cuando se empeñaba en reinventar la música de improvisación una y mil veces. Muchos de sus correligionarios no entendían que Miles Davis renegara del Bebop, el movimiento predominante hasta entonces y que había adquirido la mayoría de edad con Charlie Parker, para abrazar sin disimulo la teoría modal de George Russell, la cual supone el predominio de la improvisación sobre escalas en vez de acordes o armonías, lo más frecuente hasta entonces.


   El trompetista y compositor californiano ya había advertido, al menos desde dos años antes, con la composición de la banda sonora de la película Ascensor para el cadalso y de la publicación un año más tarde del LP Milestone, de sus "aviesas intenciones" de explorar nuevas vías de comunicación dentro del movimiento Cool, un movimiento menos alocado y de ritmos no tan complejos que permitía otro tipo de tesitura a los instrumentistas. El de Santa Mónica no se conformó con las nuevas posibilidades del concepto modal, sino que -lo venía madurando desde meses atrás- llamó al estudio de grabación a los extraordinarios músicos que le habrían de acompañar en el alumbramiento, sin que supieran nada sobre el meollo de la obra, sin haber ensayado previamente. Miles Davis pretendía con ello la espontaneidad del grupo, desterrando así la más mínima posibilidad de que alguno de ellos concibiera otro tipo de obra más elaborada. Así, y por extraño y sorpendente que parezca, la grabación se culminó en dos sesiones, los días 2 de marzo y 22 de abril de 1959. En menos de 10 horas, y en solo 6 tomas, una para cada corte del disco, a excepción de Flamenco sketches, que necesitó de dos, la banda de Miles Davis paría para la música Jazz su obra más imperecedera, y probablemente, la más asimilable para quienes como yo no nos consideramos seguidores acérrimos de esa música.


    El disco lo abre So what, clásico equivalente a lo que supuso y supone aún hoy Starway to Heaven al Rock. En este hit ya se aprecia la intencionalidad modal, esa constancia en las escalas, incluyendo una introducción y desarrollo al piano, impagables por parte de Bill Evans. Le sigue Freddie freeloader, otro clásico con un comienzo tan simple como inolvidable. El tercer corte del disco, Blue in green, es mi debilidad. No es ni mucho menos el mejor de la obra; sin embargo, ese tempo lento y cadencioso, con el piano subrayando los pasajes tristes desgranados por la trompeta de Miles, son para dejar a uno sobrecogido, con los pelos de punta, y las glándulas salivales resecas para no importunar la melodía con movimientos impertinentes de la nuez. Un corte que me evoca antiquísimas obras de teatro de aquel inolvidable Estudio 1 de TVE. La cara B del LP se inicia con All blues, otro clásico con otro comienzo imposible de olvidar que se memoriza en la cabeza antes que la ineludible obligación de visitar el excusado. Flamenco sketches es el corte que cierra la monumental obra. Tal vez se trate del mejor tema, un tema a mayor gloria de los compositores Ravel y Debussy, un homenaje de Bill Evans al impresionismo musical europeo, y un guiño de trompeta a la cultura flamenca desde el punto de vista de Miles Davis, casi nada.


  ¿Qué es lo que hace a este disco equilibrado, sereno, emotivo, intemporal, mágico, pero también rupturista? Sin duda la mirada larga de Miles, que permitió el protagonismo a sus acompañantes para que participasen de una fiesta improvisada y genial. Davis siempre admitió que toda la obra se había estructurado en torno al piano de Bill Evans -el único blanco de la grabación, algo que levantó ampollas entre la sociedad negra más intransigente-. Pero también al reparto de papeles de artistas geniales: John Coltrane (saxo tenor), Julian "Cannonball" Adderley (saxo alto), Paul Chambers (contrabajista), Jimmy Cobb (baterista), Wynton Kelly (piano en el tema Freddie freeloader) y Bill Evans (al piano en el resto de cortes), además de la inconfundible trompeta de Miles Davis.


   Es de resaltar la sorpresa que supone que tres de los temas se grabaran en el tono equivocado. Yo no sé si es leyenda o verídico. Si es así, ¿alguién se atreve a mencionarlos? Desde luego, yo no.


    A poco de cumplir los 60 años, lo hará el próximo año, Kind of blue está considerado como el duodécimo disco más importante de la historia, según la revista Rolling Stone. Y eso a pesar de las reticencias del maestro Davis para considerarla obra clásica, pues siempre hablaba de un fallo, al no llegar a transmitir al 100% lo que el tenía pergeñado en el cerebro. Bendito y extraordinario fallo, ¿o no?





miércoles, 28 de febrero de 2018

Teórica del fuego

  Después de prácticamente 14 años -Cuando el tiempo decide fue publicado en el otoño de 2004- he decidido que ha llegado el momento de volver a escribir un conjunto de relatos. El libro se titulará Teórica del fuego, como la última historia del libro.


  Este lapso de tiempo tan prolongado tiene su explicación, y no es otra que la del temor a implicarme en historias escabrosas, tal vez poliíticamente incorrectas y que tratan -ojalá no yerre en esta aventura- de provocar a quien lo lea una sacudida. Más allá de que el relato agrade, que también, he pretendido que el lect@r no se limite a degustarlo como si fuera un pastelito de domingo, sino que se comprometa con el autor; y si se indigna, siente el desasosiego, se irrita por momentos o presiente la zozobra, mejor, pues eso he pretendido con toda la intención del principio al fin de las poco más de 200 páginas.


  Siendo muy joven y sin haber publicado aún, por la cabeza me rondaba la oportunidad de escribir historias relacionadas con el mal, algo por otra parte no infrecuente en nuestra condición imperfecta de seres humanos: crímenes, robos, codicia, torturas, delaciones, violencia de género, etc. Creía que si un día llegaba a publicar, la primera obra indagaría en la brutalidad de aquellas personas más retorcidas. Sin embargo, las circunstancias, y por encima de todo, un temor, tal vez irracional a abordar asuntos tan escabrosos como ingratos, me hizo desistir de la empresa, anteponiendo otras más amables, mejor dicho, políticamente correctas, para no incomodar.


  Este ramillete de 20 relatos no es otra cosa que un fiel reflejo de la sociedad actual, aunque también de la pasada y de la futura, si bien, tratado, es obvio, desde un tono estrictamente literario; y con la pretensión de que quien lo adquiera -a pesar de la temática-, termine soltando alguna sonrisa al leer algunas de las historias.


  Del potencial lect@r espero la complicidad, pues para la ocasión me he procurado nuevas vías de comunicar que en absoluto han de obstaculizar la comprensión narrativa. Porque, como dice Juan José Saer: <<si no existiera la provocación, -yo añado aquí la innovación- el relato se cristalizaría en formas estereotipadas. Y si no hay riesgo, ¿para qué escribir?>>.


  Al margen de lo dicho, otra de las particularidades de Teórica del fuego, es que muchos de los relatos tienen su ligazón, cabalgando unos sobre otros. También, aunque parezca un disparate, huye intencionadamente de la pretendida y alabada unidad narrativa. Sí es, en mi modesta opinión, un libro que huyendo de la ortodoxia, de lo convencional, persigue algo así como un conceptualismo liviano.


  Por lo demás -a preguntas de un amigo villafranquino- añado que algunos de los relatos pueden situarse sin equívocos en la Villa. Así: ¿Te acuerdas?, Fraterno atribulado, El primer bofetón y por encima de todos, Persistir en la memoria -de algún modo se trata de un sucinto repaso a mi novela Pervivir en la memoria-, resulta muy fácil ambientarlos ahí. No obstante, la mayoría escapan a cualquier tipo de frontera o espacio geográfico.