lunes, 30 de diciembre de 2019

Personajes de allá (6)

    Han pasado unos cuantos lustros desde que nos dejó, pero ahí sigue ella, en el pensamiento. Cuando regreso a Villafranca no puedo evitar alzar la mirada al promontorio de Los Tejedores, a sus casitas como de juguete, de otra época, aunque intemporales,  que terminan por domesticar su geografía agreste hasta volverla equilibrada. Y en la memoria se me dibuja aquella mujer menuda, disfrazada de viuda perpetua transitando entre riscos y veredas, convertida por la costumbre del tiempo, no en una de las ancianas humildes, sino en la más noble de las mujeres que poblaban aquel recinto mágico con evocaciones menestrales. M. no tenía apellidos (que yo supiera), si bien eso es algo común entre la gente menesterosa, pero a cambio lucía un apelativo sonoro y rotundo capaz de competir con los apellidos más linajudos de la aristocracia.


        M. jamás tuvo una edad definida (barrunto, pura conjetura, que tal vez nunca llegó a sacarse el carnet de identidad), aunque me aventuro a decir que ella se plantó en el medio siglo, corriendo un tupido velo en lo concerniente a la edad; por tanto, igual podía tener los cincuenta antedichos que noventa, teniendo en cuenta su vocación de no cumplir años, embutida, fuera invierno o verano, en aquel atuendo negro como el carbón que coronaba con un imperecedero pañuelo atado a la cabeza. Hasta es posible que M. jamás hubiera tenido infancia, adolescencia, ni juventud y toda su vida, quizá desde el nacimiento, hubiera opositado para una plaza más de anciana.


            Entre el vecindario de más abajo, al lado del río, M. conservaba el carisma propio de un presidente de gobierno, o del párroco de La Colegiata, y eso a pesar de su humilde condición y de la penosa forma de sobrevivir, pues se mostraba indomable e independiente. Por ejemplo, se despreocupaba por completo si era vista por alguien mientras se humillaba para recoger las boñigas y depositarlas en aquella suerte de caldero acribillado y con herrumbre, justo frente al templo parroquial. Al otro lado del río, sus paisanos (yo también, aunque con la madurez cambié mi opinión), solíamos tener una visión más estrecha, tópica y peyorativa, sin por ello dejar de coincidir con sus vecinos más cercanos en cuanto a su extraordinaria popularidad.


           Aquella mujer de rostro cuarteado por el sol africano del estío y el traicionero de la primavera, ese sol que se queda un rato largo suspendido entre las cabañas antes de desaparecer por entre la silueta de la montaña, fue su amigo inseparable allá arriba, mientras silenciaba el tiempo aniquilando moscas, o charlando con sus próximos montañeses, acompañada de las desobedientes gallinas cacareando a una luna incipiente. También el mal tiempo, con sus nieblas contumaces, o las lluvias a mares, terminaron de esculpir ese rostro imposible de borrar, si bien, es de suponer, M. no debía de hacer tan buenas migas con compañero tan hostil.


                No obstante, a pesar de vivir en un tiempo tan opuesto al de las nuevas tecnologías de hoy, en Villafranca nunca llegamos a saber con certeza de qué vivía M. Es posible, y nunca mejor dicho que viviera del aire. De herencia nada dejó, tampoco huérfanos, y hasta es posible que las gallinas que se le enredaban entre las galochas fueran adoptadas, tal vez de C. o de alguna otra humilde mujer. Es factible pensar en una M. agachándose para recolectar las inmundicias, o bajando el empedrado del Barrio, la podemos imaginar departiendo una charla deslavazada; sin embargo, nos resulta casi imposible -al menos a mí- imaginarla arrebujada junto a un fuego, o dando buena cuenta de algún alimento, aunque fuese ayudada de una mísera escudilla. Fue tal su condición de desamparo que casi nadie sabemos dónde reposan sus restos, ni si ha tenido o tiene familiares, pero todos los que tenemos cierta edad, sabemos que aquella mujer casi de leyenda, mitad ermitaño mitad puro misterio, era una celebridad. 


             Los Tejedores con sus casas a punto de descabalgarse, La Rapiña protegiendo con su barriga al Barrio, la subyugante fuente de Trevijano ¿o Trivijano?, el río Burbia jugueteando entre las angosturas del terreno, los pajarillos y árboles silvestres, incluso las tataranietas de aquellas gallinas resabiadas, perdieron un poco del esplendor con la ausencia de la ilustre moradora, a la cual, he de admitirlo, quise hacer una entrevista cuando escribía en el desaparecido Bierzo-7. Y bien que me pesa no haber tenido una charla distendida con ella, pero en el último momento, lo había comentado con mi amigo Luisma que la conocía un poco más,  no me atreví a lidiar con aquel mito viviente. De haberlo hecho a lo mejor hubiera desentrañado el misterio de su hechizo.         

           

domingo, 22 de diciembre de 2019

FELICES FIESTAS

       De nuevo la rueda del tiempo nos sitúa al final de otro año más que coincide con las fiestas más entrañables, fechas donde tratamos por todos los medios de convertirnos en mejores personas, procurando empatizar con los semejantes que lo pasan peor  y de los cuales solo nos acordamos en estas jornadas tan propicias para la bondad. Después de Reyes, probablemente la historia se repita y nos vuelva a incomodar tanta miseria a nuestro alrededor, o el agobio de escuchar la eterna cantinela de que un puñado de migrantes han perdido la vida en aguas del Mediterráneo. Por enésima vez volveremos a ocuparnos y preocuparnos de nuestro alrededor, cargado casi siempre de símbolos confusos, vanas apariencias y  materialismos egoístas, dejando arrinconado durante doce meses ese halo que casi todos llevamos en torno al corazón. Como esta inconstancia es inherente a nuestra condición humana, qué mejor que leer este cuento alusivo a la Navidad muy acorde a lo expuesto.

  Feliz Navidad  y próspero Año Nuevo os deseo a tod@s. 

viernes, 29 de noviembre de 2019

THE WALL PINK FLOYD

       Mañana se cumplirán 40 años de la publicación de The Wall en USA, todo un hito de la música contemporánea. El disco doble más vendido de la historia, con 33 millones de unidades, es aún hoy fuente de influencias, y en cierta manera supuso en 1979 un derroche de creatividad pocas veces superado. Es, en mi opinión, la segunda mejor obra de Pink Floyd tras el inigualable The dark side of the moon; no obstante, este trabajo es mucho más ambicioso que el de 1973 y pone de manifiesto la necesidad, al menos por parte de Roger Waters, cerebro de la criatura, de explorar otros territorios sonoros dotándolos a un tiempo de una narrativa más cohesionada, sin por ello abandonar su parte alícuota de surrealismo y abstracción,  algo que inspiró el rodaje de sendas películas, una de ellas de animación.



      Yo me hice con el doble cassette en diciembre de 1979 a través de la inolvidable y ya desaparecida revista Discoplay. Llevaba unas semanas descentrado, con el ánimo muy bajo tras el fallecimiento de mi padre el 7 de noviembre. La primera escucha fue para mí un tanto desconcertante, hasta el punto de dudar de la autoría de la obra, aunque sí aparecían a ratos las huellas de la clásica banda británica. Me dispuse a una segunda audición porque aquello superaba a mi raciocinio, si bien intuía que estaba escuchando algo enorme. Empezaba por momentos a entender la dimensión de una obra conceptual tan diferente al resto de su producción, si bien la cara A se me antojaba más digerible que otras. In the flesh?, el primer corte, auguraba un discurso épico, claustrofóbico, paranoico, absurdo, pero también magistral de toda la obra. Como seguidamente The thin ice, y el primer tema imperecedero, con una atmósfera que atrapa, el inclasificable Another brick in the wall part 1. La cara A continuaba con dos temas tan diferentes y a la vez tan bien fundidos que podría parecer un solo tema, o sea: The happiest days of our lives  y Another brick in the wall part 2, con el inconfundible coro de niños. La cara A concluye con una de las piezas, Mother, más descorazonadora y al tiempo brillante del álbum.



    En palabras de Roger Waters, el universo The wall se comenzó a fraguar en Montreal, durante un concierto de la gira Animals, su anterior disco. Un escupitajo al vocalista y bajo del grupo por parte de uno de los asistentes al concierto, hizo pensar a Roger Waters en la posibilidad de elevar un muro entre el grupo y los espectadores, algo por otra parte y hasta cierto punto viable para los futuros shows teniendo en cuenta que la esencia de los británicos era su música, su sonoridad única, también lo visual, y no tanto las poses de sus miembros mientras interpretaban. Roger Waters, el gran muñidor de la ambiciosa obra, comenzó a cincelar a Pink, su alter ego, una estrella del rock alienada a causa de traumas como la muerte de su padre durante la Segunda Guerra Mundial, la sobreprotección de la madre durante su infancia, la vida en la Gran Bretaña de postguerra, la familia, las drogas, sus amores y fracasos, la incapacidad para avanzar en una relación estable, etc. Cada uno de los traumas se convierte en un ladrillo más a colocar en el muro. Roger Waters le presentó el proyecto al productor Bob Ezrin y este escribió un libreto, una especie de guión que sería el germen de toda la obra posterior.



 La cara B comienza con otro temazo como es Goodbye blue sky, un alegato desgarrador contra la guerra que parece interpretado por otro grupo, sino fuera por la voz de David Gilmour. Young lust, tercer corte de la cara B representa la bajada de Pink a la degradación personal por su relación con las groupies, aunque a posteriori descubra que su esposa le ha sido infiel. Esta cara B es bajo mi punto de vista la más desconcertante y turbadora del doble álbum, pero no por ello menos genial.



Hey you, que da inicio a la cara C, es una de las piezas imprescindibles. El muro que se ha creado el propio Pink ya no le deja ir más allá y reclama desesperado el auxilio de algo, alguien. Pero sin discusión posible, es Comfortably numb, el último corte de esta cara, la composición capital y que por si sola justificaría la compra de las cintas cassette. Un fondo sonoro orquestado que va como anillo al dedo, una guitarra como muy pocas veces la ha tocado David Gilmour, y una historia que le ocurrió a Roger Waters, dieron pie a esta composición de ambos a partir de un demo del primero descartado para su primer trabajo en solitario.



 La cara D la inicia The show must go on, con influencias vocales de los Beach Boys -el propio  Bruce Johnston colabora en segundas voces-. Destacar que el grupo Queen grabó posteriormente un tema con el mismo título y cuya primera estrofa comienza con la frase Empty spaces, como el segundo de la cara B de The wall. La última pieza de esta obra maestra es Outside the wall. Entre ambas, hay otras como la discotequera y diabólica  Run like hell, o la más insólita de todas, The trial, el juicio al que Pink es sometido, sentenciando el juez con la destrucción del muro para que vuelva a socializarse y a vivir en la realidad.



   Por circunstancias de aquellos momentos, aunque parezca descabellado decirlo por la temática de esta gran obra, aprendí a sobrellevar mi nuevo estado de huérfano, y mentiría si dijera que la audición de The wall no fue una ayuda impagable en aquellos momentos. Hoy, 40 años después, puedo decir que la habré escuchado más de 100 veces, y a pesar de tantas y tantas audiciones no me cansa. El disco número 11 de estudio de Pink Floyd tiene de todo, incluidos mensajes ocultos, alegatos en favor de los derechos humanos, composiciones únicas. Sin embargo, también hay que decirlo, The wall se convirtió, nunca mejor dicho, en un muro que definitivamente supuso la ruptura de Roger Waters, alma mater del proyecto y Pink Floyd. 


         Estamos ante una obra única y que merece toda nuestra atención. Seguramente no alcance la genialidad y el estado de gracia del grupo cuando hizo The dark side of the moon,  pero no está muy lejos de ese nivel de excelencia de la obra que vio la luz en 1973. Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a Pink Floyd es escuchar con detenimiento The wall en su 40 cumpleaños, estoy seguro que no va a defraudar a nadie. 

domingo, 24 de noviembre de 2019

Los funerales de la Mamá Grande/La mortaja

    Durante estas últimas semanas me ha dado por releer libros de relatos casi olvidados. Volví con curiosidad mis ojos a Los funerales de la Mamá Grande (1962), una colección de relatos del imprescindible García Márquez, que había leído por vez primera en los años 90 -mucho después de haber descubierto al autor gracias a su obra Cien años de soledad 1967)-, y que ya prefiguraba ambientes, elementos y personajes plasmados con posterioridad en su obra capital. Los 8 relatos integrados en la obra fueron escritos entre 1959 y 1962. Era su primer trabajo como cuentista publicado en libro, y en cierto modo un ensayo general de lo que habría de suponer la publicación de su novela más celebrada -entre 1962 y 1967 solo publicó la novela La mala hora (1962), y un año antes, El coronel no tiene quien le escriba-. Macondo emerge como una geografía insondable, un lugar imaginado pero impalpable, espacio bullanguero, inconmensurable, donde todo es posible, pero al tiempo desmembrado, de una solitud descarnada y contradictoria. Y aparecen personajes como el coronel Aureliano Buendía, el primero de los cientos que pueblan la novela Cien años de soledad. Y, como no podía ser de otra manera, juega con la hipérbole, esa especie de barroquismo local, el juego de la fascinación, del hechizo para hacer más digerible a la cruda realidad.


      Con la intención de recuperar lecturas arrinconadas, a continuación rescaté de los estantes a La mortaja (1970), libro integrado por 9 relatos escritos entre los años 1948 y 1963 y que yo había leído en los años 80. A diferencia del autor colombiano, esta recopilación de historias breves, por parte del vallisoletano, suponía su cuarto trabajo publicado como narrador breve. En contraposición a la exuberancia de García Márquez, el maestro Delibes nos muestra su más descarnado realismo, sin adornos,  sin subterfugios, con las palabras justas y la sequedad propia de la vieja Castilla. Delibes, por enésima vez, y aunque sea a cuentagotas en contraposición a sus novelas más ambiciosas, plantea su máxima de: Un hombre, un paisaje, una pasión. Pero también vuelve a explorar en la vida de provincias, el campo castellano y esa afición por la caza; y, por descontado, fluye la constante de la infancia, la naturaleza o la muerte, cuestiones recurrentes y que cuestionan al ser humano en su propia contradicción.



      Es muy razonable pensar cómo se me ocurre equiparar dos libros tan dispares como son sus propios autores, con unas diferencias tan acusadas en todos los sentidos, incluso en sus poses para ser fotografiados, pues, Gabriel García Márquez aparece en casi todas sus fotos con una sonrisa de oreja a oreja, mientras Miguel Delibes muestra el gesto serio, incluso severo, diría yo. A pesar de todo, tienen similitudes nada desdeñables. Miguel Delibes nace en 1920 y Gabriel García Márquez lo hace en 1927, los dos nacieron en los años veinte del siglo pasado. Ambos se iniciaron en el oficio de escribir como periodistas, algo que se refleja perfectamente en sus libros de ficción, pero también, especialmente en el caso del colombiano, en sus obras de investigación: Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, etc. Los dos son magníficos escritores de relatos cortos y sin embargo son reconocidos mundialmente como maestros de la novela. Los dos aparecían cada año en las quinielas para hacerse con el Premio Nobel, si bien solo lo ganó el de Aracataca. Para terminar: aunque parezca pura contradicción, el americano y el español cultivan con muy opuesta carpintería el realismo, y si bien García Márquez se ayuda de triquiñuelas y de un ingenio desbordante para edulcorar la cruda realidad haciendo más digeribles las penurias de allá, realismo mágico, en el fondo coincide con esa especie de carpintería más simple y exacta que utiliza el vallisoletano, sin adornos, llamando a las cosas por su nombre, y que se ha venido en llamar realismo social.  



     Dos libros de relatos, dos estilos que tenía olvidados y que me han permitido disfrutar de nuevo de su maestría. Dos lecturas ineludibles para entender mejor el universo narrativo de dos de los mejores escritores de siempre.


jueves, 1 de agosto de 2019

Teórica del fuego

    Teoórica del fuego, un relato políticamente incorrecto.


  - Yo, malo, malo, lo que se dice malo, no soy, pero tengo el pronto fácil y no tolero que nadie se propase con mi señora, aunque sea mismamente el rey de España; mucho menos si el salido es un simple fogonero: ¡hasta ahí podíamos llegar! Yo paseaba junto a la vía, entretenido en recoger amapolas florecidas con la llegada de la primavera; también me hago ramitos con otras flores si las hay, no vaya su señoría a creerme un discriminador. Entonces vi llegar el tren con los vagones a rebosar de carbón, camino del lavadero.


  - Y entonces subió.


  - Subí.


  - ¿No trabajaba aquel día?


  - ¡No! ¡Si llevaba una merluza de agárrese que hay curvas! Yo cuando me emborracho prefiero no bajar al chamizo. La mina es muy peligrosa, y si uno no está con el cuerpo y sus facultades mentales en perfecto estado de revista, no hay para qué tentar a la suerte. Diftinio, el maquinista, es buena gente, y fuerte como un toro de lidia. Si la situación se tercia y ando a la verita de los raíles, enseguida me invita a subir a bordo para regresar a casa. Diftinio es un cacho de pan, pero algo panoli. Tal vez no le ayude estar sordo como una tapia, aunque el olfato lo tiene fino como el de un hurón. Se quedó para la eternidad siendo aún joven. Por entonces ni siquiera se había imaginado conducir una locomotora. Estaba manipulando la dinamita en el agujero de la mina, cuando, sin esperarlo, le estalló a cinco metros de su espalda. Algunas esquirlas antojadizas y el estruendo provocaron el defectillo.


  - Por lo de ir al meollo: con todas las reservas debidas, usted parece haber actuado con premeditación, ¿no le parece?


  - Pues no. Si acaso un poquillo cuando empezó a darle a la lengua.


  - No obstante, debería admitir algo de disposición en contra de su vecino, a quien conocía sobradamente.


  - ¡Hombre! ¿A Su Señoría qué le parece? La gente puede hacer cuanto le venga en gana, faltaría más, pero a mí señora no la chulea ni el sargento de la Guardia Civil. A mí me la trae floja, o mejor dicho, me importa poco que fuera martes de carnaval. El muy fresco, aprovechándose de la oscuridad, de la muchedumbre y también de su estúpido disfraz de hombre lobo, mientras bailaba con ella, va y le mete la mano con acelerón bajo la túnica, mientras con la otra le manosea el culo, perdón, quería decir los glúteos. A mí no me torea nadie, ni siquiera mi prima Georgina, que antes de enredarse conmigo era de cascos ligeros. Mientras estuvimos juntos, ni un solo día se le ocurrió dejarme en evidencia. A mi señora la pilló a traición, dejándose manosear como una bobalicona. Cuando al fin reaccionó y le iba a dar un guantazo, o una patada, no recuerdo bien, el hombre lobo había puesto los pies en polvorosa.


  - ¿Y no iba su señora disfrazada de Cleopatra?


  - Pues sí.


  - ¿No es también cierto que los pechos amenazaban con salírsele a través del escote?


  - Pues también, no lo voy a negar. Ese hombre se llamaba, ya lo saben, Horacio Salmerón, alias Manoslargas, que todos mentamos por el apelativo; si bien, otros, los menos, aún le llamaban el Montaraz, que le venía de su afición a hacerse desaparecer por sorpresa y durante días entre las montañas del valle. Nos conocíamos de sobra, ¿cómo no nos íbamos a conocer? ¡Si éramos vecinos desde la eternidad, puerta con puerta! Lo que pasa es que él no tenía ni pajolera idea de quién era la tal Cleopatra... La otra, la de Egipto, sí; faltaría más. Mi señora, la Cleopatra; perdón, quería decir Valentina, si vamos a discutirlo, no es mi señora como tal, sino un apaño. Todos nos procuramos un aparejo, ¿o no? Vivimos juntos hace algunos años, sin que jamás se nos pasara por la cabeza formalizar lo nuestro con papeles y bendiciones. Los dos estamos escarmentados de anteriores matrimonios como para repetir ahora con formalidades. De todos modos, convendrá conmigo en que el lucimiento de los encantos no debe ser motivo para el abuso. ¿Acaso las modelos no enseñan orgullosas piernas y ubres?, y no por ello las van metiendo mano allá por donde van.


  -Sin embargo, la señora o señorita Valentina, según acaba de decir el testigo presencial, le guiñó un ojo mientras bailaban, ¿o no es cierto?


  - Eso no lo sé.


  - Y hablaba al hombre lobo pegándosele en demasía a la oreja, sin dejar de sonreírle.


  - Tampoco lo sé. El Manoslargas, además de ese vicio de palpar, ¡ay si yo les contara!, tenía la bien ganada reputación de embustero. Admito que él también me dijo algo de eso, pero algunas cosas no me las creo. Mi señora, o si lo prefiere mejor, mi compañera, es muy decente, y si bien es cierto que llegado el caso es capaz de exhibir sus portentosos encantos para dejar a los hombres con los dientes largos, coincidirá conmigo en que eso no se puede tomar como una invitación en regla a atropellar los límites del decoro, aunque de por medio esté el carnaval. Por si fuera poco, nadie más ha venido a confirmar las palabras de mi vecino, aquí presente, y en el baile había muchos más danzantes. Le recuerdo que era noche sin luna, y él, con todos los respetos debidos, no está muy allá de la vista.


  - De todas las maneras, no fue la señorita Valentina y sí el señor Cepedas, su vecino, quien le bajó del guindo. O sea, quería decir que fue un conocido, primo segundo suyo para más señas, y hermano de la aludida doña Georgina, quien en primera instancia le advirtió del abuso del hombre lobo en la persona de Valentina.


  - Cierto, pero mi compañera solo tardó un día más en confesármelo con pelos y señales... Cuando, con la ayuda de Diftinio subí al tren en marcha, ignoraba por completo lo que iba a ocurrir después. Por tanto, de premeditación nada de nada; si acaso después, cuando a Manoslargas le dio por irse de la lengua, mientras el buenazo de Diftinio pilotaba la máquina de vapor, al tiempo de silbar sin descanso El sitio de Zaragoza, ajeno por completo a nuestras confidencias.


  >>Antes no lo he dicho y ha llegado el momento de esclarecer. El apelativo de Manoslargas, cualquiera lo puede confirmar, le viene de mozo, cuando no tenía oficio ni beneficio; y para ir tirando sin morirse de inanición, se aventuraba en la contorna perpetrando pequeños hurtos que no pasaban, eso sí, de un melón aquí, unas patatas allá o una gallina nada resabiada en el corral de un desgraciado. Lo pillaron in fraganti y lo pusieron a la sombra algún tiempo. Luego, cuando salió de la trena, por temor a su torcida reputación, la vecindad removió Roma con Santiago para colocarlo en algo provechoso, y así le ofrecieron ser fogonero de locomotora, pues ya se sabe que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Pero Manoslargas, a pesar de la ocupación, no dejó de ser una persona de poco fiar. Yo, por aquello de la proximidad, me había amistado con él, si bien nunca llegamos a intimar hasta el punto de cogernos juntos una buena moña; como mucho la repartición de una caña o copita de ojén, y santas pascuas.


 - Pero ¿no iba a hablarnos de los acontecimientos ocurridos en la locomotora?


  - Sí, faltaría más.


  - Pues, hale, ánimo, y no se nos vaya por los cerros de Úbeda.


  - Todo se andará. Se trata de tener un poco de paciencia. Fue dos días después del martes de carnaval. Pero la noche antes, Miércoles de Ceniza para más señas, se ve que lo del arrepentimiento por la fecha ayuda lo suyo, Valentina me confesó lo del magreo, digamos, no consentido por completo. Tras la confidencia y sin haber pegado ojo en toda la noche, yo andaba aquella mañana como irritado, tocándome de continuo la frente, por si palpaba algún indicio de cornamenta. Con la cabeza distraída en pensamientos desagradables, mientras caminaba como un apaleado en dirección a la mina, caí en la cuenta de la taberna y entré a tomar una copichuela que me hiciera más llevadero el reconcomio. Al final, con toda la pereza del mundo, me quedé allí haciendo tiempo; mientras, bien solito, me pimplaba una botella de vino del más peleón. Cuando a las dos horas salí a tomar el aire fresco, convencido del disparate de ir al tajo del carbón, para hacer el recorrido más reparador elegí el rodeo de la vía del tren. Caminaba tranquilo mientras recogía algunas amapolas, aunque tampoco le hago ascos a otras florecillas.


  - Eso ya nos lo ha contado antes.


  - ¡Es verdad!


  - ¿Por qué no prueba a decirnos lo ocurrido a bordo de la locomotora?


  - Ahora mismo. Coger en marcha el convoy no es difícil cuando asciende el repecho de los Verdales. A rebosar de antracita como van sus quince vagones, por mucha energía y potencia a la hora de tirar, la locomotora es incapaz de alcanzar más allá de los veinte por hora. Y además, con la ayuda de Diftinio, que es tan bobalicón, si bien fuerte como un toro de lidia, te sube al pescante como si cogiera una simple pluma. Ya arriba, el buenazo de Diftinio se ocupó en conducir la máquina a lo largo de la costanera, sin dejar de silbar con aplicación El sitio de Zaragoza.Por su parte, Manoslargas, me pareció un poco aturdido por el trasiego, viene y va, de su fiel porrón, y también más locuaz de lo corriente. No obstante, no sabría precisar quién de los dos estaba más achispado. Por lo acontecido más tarde, tal vez fuera yo.


  - ¿No podría ir al meollo de una vez? A la Fiscalía y a los abogados presentes, les trae sin cuidado quién se llevara el gato al agua en lo concerniente a la ingesta de alcohol. Los dos iban cargados y punto.


  - Faltaría más.


  - Pues procure sintetizar y no ande con más rodeos; se lo agradeceríamos en el alma.


  - Ahora mismo. El Manoslargas me ofreció de su enorme porrón y yo, por no desmerecer, le di un meneo espaciado al vino casero. Él hizo lo propio antes de volver a echar unas paletadas más dentro de la caldera. Decía que en cuanto venciéramos la pendiente la locomotora no precisaría de mucho más carbón para llegar a su destino. Cuando al fin cerró la pesada portezuela del hogar y se sentó con cierta dificultad frente a mí, sin venir a cuento, va y me advierte de su inquietud, de su ansiedad a cuenta del último carnaval. Naturalmente me preocupé y decidí preguntarle, con una miaja de curiosidad, no lo niego, por su problema, si bien ignorante total en cuanto a sus comezones más carnales. El muy bellaco va y se rasca la cabeza como si la tuviera asediada por piojos, escupe con la pericia de un marinero, se suena el moquillo con el envés de la mano...


  - Le sugiero con toda la compasión del mundo que vaya al grano.


  - Eso voy a hacer si me dispensa unos segundos.


  - Pues adelante.



   - Adelante voy. Su Señoría perdone... Se suena el mquillo con el envés de la mano y comienza a platicar como quien se entromete con el antojadizo tiempo. Maldecía la hora en que se le había ocurrido bailar con aquella Cleopatra, más buena que el pan, palabras textuales del fogonero. En cuanto mentó el nombre de la reina a mí me entraron unos calores que yo no sufro ni en pleno agosto. No sé si en algún momento lo llegó a notar pero yo estaba furioso, ¡furioso! Sin comerlo ni beberlo me encontraba delante del hombre causante de mis desdichas, y de añadido presumía de la machada, maldiciéndose además por haber maniobrado en el cuerpo de la disfrazada. No sé cómo me contuve y no lo descrismé en ese preciso momento; sin embargo, no sabría decir con certeza si me contuve a cuenta de la indignación, aguardando al final del relato. Quizá no debería deslindar los detalles, mas, a petición de Su Señoría, y aunque me pese en el alma, prosigo con la confesión. Manoslargas le dio otro trago al porrón y ofreció a un servidor, rehusando este para no perder el hilo; también al bendito de Diftinio, enfrascado en la conducción y en silbar con pulcritud El sitio de Zaragoza, pero el fortachón de Diftinio, como era lógico tratándose de un abstemio, rechazó con la cabeza. Luego, reanimado por el calorcillo de la bebida, rebuscó en el bolsillo y se puso a liar un pitillo. También rechacé su tabaco, mientras me decía de la estupidez de perder el tiempo invitando al cacho de pan de Diftinio, pues jamás en su puñetera vida le había visto echar una calada.


  - Le sugiero encarecidamente que no se extienda en consideraciones menores. Sin duda nos trae al pairo si el maquinista fumaba o dejaba de beber o le van a proponer para beato. Limítese al meollo.


  - Eso procuro.


  - Pues en su mano está.


 - Ahí estamos. El Manoslargas reconoció su metedura de pata al invitar a bailar a una desconocida, a la cual las ubres generosas amenazaban con desbocársele por fuera de la pechera. Como tratando de justificarse, el elemento admitió que ella le hablaba con voz disimulada de desatinos, incomprensibles al oído; acaso tan subidos de tono como inenarrables, palabras textuales. Fue en ese momento, al presentir la lengua a medio meter por el conducto auditivo, cuando la audacia le empujó, al principio de momo consentido, a introducir su mano por debajo de la túnica, palpando asombrado por la ausencia de obstáculo alguno, dígase braga, las protuberancias más íntimas de mi señora, y hasta sondear en la parte más recóndita, con el pasmo para su persona de la humedad a raudales a lo largo del recorrido. Eso tiene la explicación del periodo, Su Señoría; ni más ni menos. Y no obstante, le mentiría si dijera que en ese preciso momento no comenzaba a darle vueltas a la mollera, a fin de cobrarme cumplida venganza. Pese a todo, hasta un instante antes, nade de premeditaciones y alevosías. No sé cómo era capaz de refrenar la furia. Sentía un calor inaudito por toda mi cara, más incluso del sufrido en pleno agosto; y sin embargo resistí. Manoslargas parecía hablar enloquecido y con apetito del cuerpo de Cleopatra, quiero decir de Valentina. Y al tiempo de palpar por el frente, con la otra, con la izquierda para ser más exactos, le pellizcaba arriba y debajo de los glúteos sin que ella dijera esta boca es mía. Según su parecer, estuvieron de esa guisa mientras bailaban bien apretados el Lía, de Ana Belén, ahora tan de moda. A punto de concluir la pieza, de súbito, a mi compañera le volvió el juicio y empujó violentamente al hombre lobo, dispuesta a pegarle un bofetón, o una patada, no recuerdo bien, mientras este escapaba veloz sin entender ni pío. Eso me dijo el Manoslargas, no más de un minuto de manoseo. Aunque existe la otra versión, la del amigo y testigo, mi primo Augusto Cepedas, el cual asegura que el rebote y el intento de pegarle, no se produjo hasta que mi compañera se dio cuenta de su presencia, al mirar y remirar la desvergüenza de la escena. Pero Valentina, aquí presente, jura y perjura que jamás de los jamases consintió; y si ocurrió el lamentable incidente fue a traición, pues cuando se quiso dar cuenta, el hombre lobo actuaba como un pulpo tocando aquí y allá, aunque eso duró unos segundos, los justos hasta reaccionar, sin caer en la cuenta de si allí delante estaba el primo Augusto Cepedas, al corriente de su disfraz desde la mañana misma, o el mismísimo señor alcalde. Por lo demás, tampón y braga los llevaba puestos en todo momento allí donde es menester, al menos eso dice ella.



  - ¿Y cuál es su versión al respecto?


  - Mantengo la de mi esposa; quiero decir, la de mi compañera, ¡faltaría más! Metidos en tamaño berenjenal, el Manoslargas comenzó a profundizar en sus cuitas y en admitir que desde el desventurado martes de carnaval no pegaba ojo, pensando, muriéndose por no poseer a aquella desconocida, y preguntándose quién sería en realidad. Yo me abstuve muy mucho de aclararle la identidad de la parienta, y también mi compartido insomnio, si bien a consecuencia del temor a lucir pitones para los restos. Tras apurar una última calada del tabaco de cuarterón, se incorporó para anunciarme su intención de orinar a estribor, evitando así el viento racheado de levante. Por su parte, el beato de Diftinio, quería decir, el panoli de Diftinio, proseguía en el silbido marcial de El sitio de Zaragoza, mientras yo cavilaba sin remedio en la mejor manera de despachar a Manoslargas para el otro barrio, allí mismo. Mientras duraba la evacuación, atraído por la visión constante de la pala, no tardé nada en hacer caso a la llamada salvaje y empuñarla sin remordimiento. Cuando al fin se subió la cremallera de la bragueta y se volvió hacia mí, confiado, le aticé duro en medio de la cabeza, cayendo como un fardo en medio del carbón. Presentí su muerte instantánea al no ser capaz de encontrarle el pulso. Entre tanto, el forzudo de Diftinio, ajeno a todo, a excepción de la panorámica de delante, silbaba la marcha con más ahinco si cabe. Confiado en la ignorancia del cándido maquinista, por la sesera me reviraba la idea de deshacerme del objeto del delito: sin cuerpo presente no existe asesinato, ¿no es así? Por tanto, desatranqué la escotilla del hogar y, sin pensarlo, introduje el cuerpo del Manoslargas para que se incinerara cuanto antes y de él no quedara ni la mínima reliquia.


  - Pero el bendito del señor Diftinio se percató de la maniobra.


  - A medias.


  - ¿No fue él quien cayó en la cuenta?


  - Eso es cierto, pero no hubiera ocurrido de no surgir el inconveniente de la locomotora frenando más allá del apeadero. El cachas de Diftinio seguía silbando y silbando sin parar, y entre tanto el salido de Manoslargas se chamuscaba a velocidad de vértigo. Fue a los pocos minutos, casi llegando al destino, cuando el maquinista, sin dejar de mirar al frente, dijo del peculiar olor a asado quemado, y que no echara más carbón si no quería reventar los émbolos, el hogar o hasta la caldera con toda el agua en ebullición. Cuando se giró por sorpresa y no vio al fogonero, me preguntó, y yo le dije con gestos que se había ido a evacuar por la parte trasera. Diftinio volvió a mirar al frente, mas enseguida dejó de silbar. Parecía no comprender mi explicación y se rascaba la cabeza como si mil piojos le hubieran colonizado el cuero cabelludo.



   >>Como ya llegábamos a la parada, procuré tranquilizarme mostrando un gesto entre despreocupado y risueño, para no hacer cavilar a los del lavadero. La sorpresa ocurrió cuando, con mis pies en el pescante, dispuesto a saltar a tierra, el convoy no se detenía, siguiendo a ritmo cadencioso rumbo al noroeste. Diftinio hacía pitar la locomotora como un poseso, tirando sin parar del cordaje, a la par que trataba por todos los medios de detenerla en el lugar acostumbrado, pero esta parecía no responder a la orden. Cuando al fin lo logró, faltándole tiempo para incorporarse desde su asiento de cuero gris; sin decir ni pío, olvidándose de la necesidad fisiológica del Manoslargas, aunque incrédulo por cuanto había ocurrido con la locomotora, abre la portezuela del hogar y, ayudado de la pala, empieza a menear las brasas con el propósito de calibrar el exceso de carbón. Sin estar por completo seguro, distingue la presencia de algo que ni por asomo se parece a la antracita. A renglón seguido, a traición, me agarra y retuerce un brazo por la espalda, amenazando con arrancármelo si no le explico con exactitud. Como no podía ser de otra manera por el dolor atroz y la amenaza de algo peor, confesé a voz en grito como un bellaco sin agallas, delante de toda la parroquia.


  >>Ahora, bien mirado, hasta le agradezco su conducta de entonces, no en balde en ese momento comenzaba a barruntar la oportunidad de despachar a Valentina para los restos. Ahora ya no, que después de tantos meses a la sombra se me ha enfriado la sesera. Sin embargo, Su Señoría no me lo podrá negar, fue una lástima que justamente ese día se fueran a estropear los frenos de la locomotora. Si nada hubiera ocurrido, el simple de Diftinio jamás habría husmeado entre las llamas justo a mitad de la incineración, y aún estaría creyendo en otra más de las sorpresivas huidas del Manoslargas, pero el diablo no deja de enredar en los rincones más insospechados.  Luego los peritos diagnosticaron la rotura parcial del freno y la distribución por culpa del exceso de fuerza calórica. Al fin y a la postre ya me lo decía mi abuela Graciniana, tan aficionada ella a endilgarme refranes: <<Hombre achicharrado, fuego desbocado>>, y acaso tuviera más razón que un santo.




           Teórica del fuego cierra mi libro de relatos homónimo de 2018.


sábado, 11 de mayo de 2019

Villafranca se ilumina

    No es muy frecuente que una primerísima figura del panorama musical español y mundial se acerque hasta Villafranca para dejar constancia de su  destreza interpretativa, de su talento para hacer de un saxofón, soprano o tenor, y muy particularmente de la flauta travesera, instrumentos capaces de adquirir una dimensión muy por encima de ser correctamente tocados cuando son manejados por las hábiles manos de este madrileño de 62 años. Porque este músico que es un referente de la innovación, y por encima de todo, pionero de la fusión entre el flamenco y el jazz, se podría decir que es sin temor a equivocarme, uno de los artistas que con más veracidad plasma sobre el escenario lo que previamente ha proyectado en su cabeza, sin que por ello pierda esa capacidad innata para la improvisación propia de ambos géneros, algo que sí se generará mañana domingo.


        Jorge Pardo es artista de dilatada trayectoria, tanto en solitario como colaborando con artistas tan dispares como Chick Corea, Carles Benavent, Paco de Lucía, Camarón, Tomatito, Pat Metheny, Diego Amador, Pedro Iturralde, Tete Montoliu, etc. De sus trabajos en solitario queda un legado extensísimo que es digno de escuchar con detenimiento, no ya solo para disfrutar de su enorme talento, sino también para apreciar la evolución que ha recorrido su carrera y que ha dejado hasta la fecha una colección con más de 30 grabaciones.


     Entre los múltiples reconocimientos que ha tenido, es de destacar el que obtuvo en 2013 como mejor músico europeo por parte de la Academia Francesa de Jazz y por tanto el primer español de este género acreedor a tan alta distinción. Dos años después, el Ministerio de Educación y Cultura de España le otorgaba el Premio Nacional de Músicas Actuales, y en 2016 el Festival Jazz en la Costa de Almuñécar le concedía la medalla de oro. 


        Por el módico precio de 12 € los villafranquinos y bercianos tendrán el privilegio de disfrutar con el buen hacer de esta figura internacional que no ha dejado de engrandecer esa especie de maridaje entre el jazz y el flamenco que de unos años a esta parte se empieza a convertir en algo cotidiano y no por ello menos interesante. Acompañado de nuestro paisano Pachi Pérez, el concierto dará comienzo a las 20:00 horas de mañana domingo en nuestro coqueto Teatro Gil y Carrasco.


   Aunque no puedo estar presente, y bien que me gustaría, quiero dar las gracias a los organizadores: Asociación Cultural Bierzo Vivo, al Ayuntamiento de Villafranca, a las productoras Legados y Ejes Producciones y a Nicolás de la Carrera como portavoz del evento, pues sin su inestimable colaboración el acontecimiento no sería posible. 

viernes, 5 de abril de 2019

Villafranca del Bierzo, Capital de la literatura española

     Mañana nuestra villa se vestirá de gala para convertirse, aunque sea unas por unas horas, en Capital de literatura española, ya que acogerá el fallo de los premios nacionales de la crítica literaria, premios que concede la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL) a través de un jurado integrado por más de veinte. En total se otorgan 8 premios: en castellano, gallego, catalán y euskera, repartidos a pares en la modalidad de narrativa y poesía, galardonando al mejor libro del año en sus respectivos géneros. Como curiosidad, es la tercera ocasión que el premio se falla en la provincia de León. Las dos anteriores fueron en la capital y en Ponferrada.


     Los premios se instauraron en 1956, siendo el primer ganador en narrativa, Camilo José Cela por su obra La catira. Al año siguiente el triunfador fue el recientemente fallecido, Rafael Sánchez Ferlosio por su novela El Jarama. Entre los triunfadores en narrativa, además de Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa, Eduardo Mendoza o Javier Marías, destacan escritores más próximos en lo geográfico, como la gallega de adopción Elena Quiroga, ganadora en 1961 por el libro Tristura. Esposa de Dalmiro de la Válgoma, que fue, si mal no recuerdo, cronista oficial de la Villa, además de miembro de la Real Academia de la Historia, sus restos mortales reposan junto a los del cónyuge en el cementerio municipal de Villafranca.



      Además de la santanderina, es reseñable el premio concedido al coruñés afincado en León, José María Merino por su obra La orilla oscura en el año 1985. Como también lo es, y por partida doble, el triunfo del lacianiego y académico de la lengua, Luis Mateo Díez en los años 1986 y 1999 por La fuente de la edad y La ruina del cielo respectivamente, siendo, por tanto, uno de los 6 únicos escritores que lo han conquistado por dos veces en la modalidad de narrativa junto a Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Ramiro Pinilla, Rafael Chirbes y Javier Marías.


       Y por si no fuera suficiente el testimonio de la geografía en la difícil rama de la poética, es de destacar la distinción de leoneses como Antonio Colinas en 1976 por Sepulcro en Tarquinia o Andrés Trapiello en 1993 por Acaso una verdad, sin olvidarnos de nuestro paisano Juan Carlos Mestre, que se hizo acreedor al premio en 2012 por su obra La bicicleta del panadero.



       El fallo, que se conocerá a partir de las 12:00 horas de mañana sábado en el Teatro Enrique Gil y Carrasco, irá acompañado de una mesa redonda, o rectangular, en la que el escritor y crítico literario Manuel Ángel Morales (impulsor del acto en Villafranca), los proferosres universitarios, Fernando Valls y José Enrique Martínez, debatirán sobre El Bierzo y sus escritores, ejerciendo de mantenedor el presidente de la AECL, Ángel Basanta. Además se presentará un libro de 15 escritores leoneses que ofrece las visiones particulares sobre El Bierzo, además de explicar cómo ha influido la comarca en su obra literaria. Ellos son: Hernán Alonso, Amparo Carballo, Manuel Cuenya, Gregorio Esteban, Carlos Fidalgo, Ester Folgueral, César Gavela, Raúl Guerra, Juan Carlos Mestre, Noemí Sabugal, Elisa Vázquez, Ruy Vega, Pedro Villanueva y Raquel Villanueva.


         Me parece una oportunidad única de a acudir a un acontecimiento de tal magnitud que muy probablemente no se vuelva a repetir. De estar en Villafranca no me lo perdería por nada del mundo. Es de agradecer a tod@s los involucrad@s el esfuerzo enorme que ha supuesto organizar este evento de categoría, y que se distingue de la mayor parte de los premios por dos particularidades: no tiene dotación económica y,  en todo momento, el jurado ya sabe el nombre de los premiados.

    

miércoles, 3 de abril de 2019

La balada del bar Torino

      Admito que cuando empecé a leer el libro de Rafa Lahuerta lo hice con prevención; un cierto escepticismo me impulsaba a dejarlo para más adelante, cuando quedaran lejos los fastos del Centenario. No obstante, como aficionado empedernido, picado además por las buenas críticas de la obra, decidí sumergirme en la lectura aprovechando los tiempos muertos de aeropuertos y autobuses. Lo acabé en pocos días, con la satisfacción y el disfrute de cuanto allí se dice, pero también con una envidia sana, pues no niego que me hubiese encantado ser el autor. Porque Rafa Lahuerta, además de escribir francamente bien, con soltura y un ritmo narrativo acorde a la obra, se ha planteado un ejercicio de sinceridad a raudales, con el corazón en la mano, o para no incomodar a los puristas del lenguaje, con la mano en el corazón. Todo lo contrario a mi impostura de autor de ficción al cual le da pánico escribir con sinceridad sobre vivencias y acontecimientos experimentados y, para remate, imbricarlos, o para ser más exacto, hacerlos confluir en el club de sus amores, el Valencia C.F., una especie de bote salvavidas al cual Rafa Lahuerta se ha asido en momentos azarosos de su vida, permitiéndole salir airoso y avanzar en su crecimiento como persona, pero también en la condición de personaje público.


    La balada del bar Torino, atendiendo a las indicaciones del autor, es una obra que ya tenía en mente muchos años antes de salir publicada la primera edición, en octubre de 2014 (hoy cuenta con cuatro), seguramente desde que decidió desvincularse del grupo Yomus, cuando se radicalizó en la década de los noventa. Rafa Lahuerta se vuelve más reflexivo y se percata de que siendo un miembro importante del colectivo de animación, ha perdido parte de su libertad para actuar en conciencia, algo que justifica a lo largo del libro. Un libro que en mi modesta opinión, más que una novela (hay cierta inventiva y metáforas hermosas), se trata de una autobiografía honesta, a través de la cual nos evoca plazas, calles y rincones de otra Valencia que todavía daba la espalda al mar, de la esquina de la calle Gorgos con la de Rubén Darío, del barrio del Mercat, de la calle Cuenca,  de sus años en la panadería familiar, sus andanzas por la eterna calle Zurradores, de su otro abuelo Manolo, de su madre y hermanos, de su padre, actor fundamental para entender su fidelidad sin límites al Club, de sus años viviendo en la inquietud, de sus amoríos primerizos y por encima de todo el Valencia, C.F., meta y muleta para levantarse una y otra vez, pues nos recuerda que él es socio desde que nació en 1971, una marca indeleble de la cual es imposible renegar, por tanto uno ha de convivir con ella lo mismito que se le hace sitio a un lunar caprichoso, o a una calva prematura; lo contrario es un disimulo difícil de creer: mejor el tumulto de una multitud que ha hecho del Valencia C. F. la válvula de escape, aunque a veces sea errática y nos dé disgustos que se pasan en pocos días.


       A lo largo de las más de doscientas páginas, además de relatarnos sin tapujos los recuerdos más indelebles de su vida, Lahuerta aprehende fechas cruciales y efemérides más significativas para el valencianismo, recordándonos que un siglo da para mucho. También nos advierte del pedigrí familiar que entronca con las raíces valencianistas, ahí la amistad antigua de su tío Vicente con el mítico Vicente Asensi, hasta el punto de especular con la posibilidad de que la firma del primer contrato como profesional del miembro de la Delantera Eléctria lo hubiera firmado en realidad su tío, o que por el Forn de la séquia se dejaran ver Pìo y Amadeo. De las vicisitudes de presidentes incomprendidos, del lastre de presidentes nocivos para la entidad, de infinidad de partidos asistiendo a Mestalla, de finales felices y finales malditas, de Kempes, santo y seña del valencianismo, de Puchades, del malogrado Vicente Peris, de la pirotecnia que es el Club, de la afición, a veces tan bipolar. Porque al fin y a la postre todo parte de una idea tan feliz como alocada, la de la fundación del Valencia en el hoy desaparecido Bar Torino, un homenaje de facto a las raíces del equipo che.


    Un libro, en resumidas cuentas, de obligada lectura, más tratándose de un seguidor del Valencia que no quiere olvidar el pasado, pero también quiere compartir las emociones y revivirlas merced a la extraordinaria obra. Gracias Rafael Lahuerta por este libro tan auténtico escrito con el corazón en la mano, o con la mano en el corazón. 

lunes, 18 de marzo de 2019

100 años no son nada, pero una eternidad cuando hay que proteger la salud del corazón

       Se dice que el lugar de nacimiento marca mucho y termina orientando la vida de la nueva criatura. Un 18 de marzo de 1919 se inscribía al Valencia Football Club en el Registro de Sociedades al dar su autorización el Gobierno Civil; no obstante, el acta fundacional data del día 1 del mismo mes, y precisando un poco más, el reglamento estatutario se presentó el día 5 del mismo al máximo organismo provincial. Como dato curioso y nada baladí, todas las reuniones para ultimar el mínimo detalle, incluyendo el nombre de los socios fundadores, se gestó en el Bar Torino, ya desaparecido, y que se situaba en la antigua cuesta de San Francisco, próxima a la hoy Plaza del Ayuntamiento, el recinto de las mascletás diarias una vez se da inicio al mes más fiestero en la capital levantina.


      O sea, que los señores Gonzalo Medina, Augusto Milego, Fernando Marzal, Andrés Bonilla, Adolfo de Moya, José Llorca, Pascual Gascó Ballester y Julio Gascó Zaragozá, a quienes se le había inoculado el veneno del football, digo yo que mientras parían a la criatura, lo debían de hacer sobre una mesa donde abundarían los cafés, puros y alguna que otra copa de brandy, además del bullicio propio de los locales públicos a principios del siglo XX. Con toda seguridad, mientras ultimaban los estatutos de la nueva sociedad deportiva, me figuro que harían recesos para hablar de las fiestas falleras que muy pronto culminarían con la plantá y posterior cremá. Pero todo son meras especulaciones. A lo mejor no eran bebedores y se conformaban con unos vasos de agua para acompañar a los cafés.


       A todas luces, habiendo nacido en un bar con reminiscencias futboleras, en plenas fiestas patronales y en la ciudad de Valencia, la criatura pronto adquirió esa condición efervescente y que casa tan bien con el carácter de sus habitantes. Al poco, su primer presidente, Augusto Milego, dejó de serlo para ocuparse del Colegio Valenciano de Árbitros. Un breve mandato compartido por un buen puñado de sus sucesores que en algunos casos ni siquiera llegó al año. Marca de fábrica que explica lo que ha sido, es y seguirá siendo el Valencia CF: un Club que se desenvuelve mucho mejor caminando en el alambre, sin necesidad de la estabilidad proporcionada por un proyecto con luces de largo alcance y una lógica del rigor sustentada a lo largo de los años. Nuestro Valencia CF ha sido una entidad de bandazos, rechazando en todo momento el confort de una red circense.


        Pero todo tiene su lógica. Nacido bajo el signo de Piscis cuyo rasgo más clarificador es la mutabilidad, y sin olvidarnos de su cuna, el bar Torino, la criatura enseguida dio muestras de genio y figura. En los años 40 -y como una excepción a su trayectoria vivencial- el Valencia CF arrasaba en el Campeonato Nacional de Liga, quedando campeón tres veces y otras dos subcampeón, algo consecuente si en tus filas cuentas con la "Delantera eléctrica". Sin embargo, ese distintivo de buen juego durante los primeros años del franquismo, fue rápidamente descartado para adoptar  otro no tan amable, el del fútbol menos vistoso pero efectivo: el que empieza a partir de un orden defensivo y se complementa con el trabajo a destajo. Así nace el Valencia CF, bronco y copero, con el que pasa a ser reconocido en el resto de España. Al fin y a la postre fútbol que le ha permitido ganar la mayor parte de los títulos que atesora a partir de los años 50. Es una evidencia que bajo la premisa de la intensidad durante los 90 minutos, el Valencia CF ha competido mejor a lo largo de la historia.


         El Valencia CF ha sido y será lo que quieran sus seguidores. Incluso en una misma temporada, el equipo puede ser llevado a los altares, y unos días después condenado al fuego eterno de las fallas tras un partido infame. Y es que la afición, en última instancia, es quien ha hecho que la sociedad se sobrepusiera a dirigentes nefastos, jugadores de medio pelo en épocas con fútbol de patio de colegio, y en los momentos de crisis económica aguda, como al bajar a segunda en 1986, o más recientemente con la ampliación de capital del 2009. Y es que la afición Che, siempre estará al lado del equipo  si no renuncia al ADN competitivo: se podrá jugar mejor o peor, pero anteponiendo el sacrificio, la entrega de sus jugadores hasta la extenuación. Lo demás son cuentos chinos. Tal es la identificación de los seguidores con el equipo, que este los ha homenajeado con esa lápida Km. 0; además, el Ayuntamiento ha nominado a la plaza frente a la fachada de Mestalla, como de la Afición, con monumento incluido en medio del recinto.


      Yo, que presumo de ser del Valencia CF de toda la vida,  no puedo negar que ha sido parte de mi vida. Con los Claramunt, Sol, Valdez, Keita, empecé a crecer -no mucho-. Ya con los Kempes, Diarte, Bonhof, Solsona, Tendillo, Penev, Fernando, Cañizares, Ayala, Vicente, Baraja, Albelda, disfruté de lo lindo, y espero que sin tanto sufrimiento, como le pasará al de miles y miles de aficionados nacidos en Valencia o no, los Parejo, Gayá, Rodrigo, Kondogbia, Garay o Guedes hagan una machada. Ese Mestalla, que es como un gran teatro al aire libre, que se viste de gala si la ocasión lo requiere, y que te pone los pelos de punta cuando la fiesta y la comunión es total, como ocurrió el pasado 28 de febrero al clasificarse para la final de Copa a disputar en mayo, y de la cual fui partícipe activo, se prepara para festejar a sus jugadores en el próximo triunfo importante, quién sabe si tras la conquista de un nuevo título como colofón a las celebraciones del Centenario. Ojalá. Mientras pasan las semanas hasta la conclusión de este curso 2019-20, al Valencia le pediría que lo que tenga que llegar, llegue, pero si puede ser sin más sobresaltos para miles y miles de corazones que padecemos por los colores blanquinegros. ¡Felicidades!


                                                    Amunt València!

martes, 12 de marzo de 2019

El misterio de los 27 años

  Que hay profesiones de alto riesgo es algo que no debe escapar a nadie. Mineros, pescadores en alta mar, albañiles, policías, toreros, mecánicos de coches, estibadores, fundidores en altos hornos, bomberos, y otros trabajadores, han pagado un alto coste de siniestralidad y/o muerte a lo largo de la historia a cambio de llevarse un sueldo a casa. Sin embargo, casi ninguno nos hemos percatado de lo duro que puede llegar a ser el oficio de vivir de la música, y no precisamente porque se te pueda caer el piano encima de un pie, que las cuerdas de la guitarra se conviertan en cuchillas en los dedos del intérprete o una fan enloquecida se abalance sobre la estrella del concierto. Ser una estrella del rock ha sido a lo largo de los tiempos sinónimo de alto riesgo, y si no que se lo pregunten a John Lennon, asesinado a tiros a los 40 por un perturbado mental.


  Todo cuanto ha rodeado al rock'n roll y sus variantes desde su nacimiento a mediados del siglo pasado, a pesar de ese brillo incesante, de una burbujeante y explosiva forma de entender la vida, que no es otra cosa que la obligada necesidad de manifestar otra forma de estar en ella, ha venido cargado de polémicas y excesos que, muy probablemente, han ayudado, no ya solo a consolidar al movimiento musical como la mayor expresión artística del siglo XX, sino a mitificarlo hasta extremos inconcebibles. Con toda seguridad, una de las varias claves de la entronización del movimiento rock ha sido la enorme cantidad de talentos que fallecieron cuando todavía no les tocaba. Y ahí está Buddy Holly, uno de los pioneros del rock'n roll que falleció a los 22 en un accidente de avión, accidente en el que también perdió la vida Ritchie Valens cuando ni siquiera había cumplido los 18.


 La nómina de artisttas que nos han dejado a lo largo de los últimos 60 años es extensa: Marc Bolan, líder de T. Rex se fue a punto de cumplir los 30 por accidente de coche. Cliff Burton, entonces guitarrista de Metallica, murió a los 24 en otro accidente, si bien de autobús. Ronnie Van Zant, vocalista y principal compositor de Lynnyrd Skynnyrd, se mató en accidente aéreo a los 29. A Marvin Gaye lo tiroteó su padre la víspera de cumplir 45. A Sam Cook, el rey del soul, lo acribilló a balazos la propietaria de un motel sin cumplir los 34. Elvis Presley, el rey del rock'n roll, falleció súbitamente a los 42, probablemente por consumo de medicamentos sin control. Bob Marley, máximo exponente del Reggae, nos dejó a los 36 por culpa de un melanoma en un dedo del pie que con el tiempo derivó en metástasis. Freddie Mercury, tan de moda en la actualidad, murió a los 45 víctima del sida. Joey Ramone (Ramones), falleció a los 51 de un linfoma. Jerry García, líder de Grateful Dead se fue a los 53 de un ataque al corazón. El epiléptico Ian Curtis, cantante de Joy División se ahorcó a los 23. El ecléctico e inclasificable Frank Zappa se rindió a los 52 tras padecer un cáncer de próstata. Sid Vicious, uno de los apóstoles del punk y miembro de los Sex Pistols, pereció víctima de la heroína a los 21. Bon Scott, el  antiguo vocalista de AC/DC, se fue a los 33  a consecuencia de una intoxicación etílica, ahogándose en su propio vómito. Joe Strummer (The Clash, The Mescaleros) murió por ataque cardiaco a los 50. George Michael, falleció a los 53 al padecer cardiopatía y enfermedad hepática. Uno de los más prometedores guitarristas, Tommy Bolin (Deep Purple) nos dejó a los 25 tras consumo de heroína, cocaína y alcohol. John Bonham (Led Zeppelin) y Keith Moon (The Who) probablemente los dos mejores bateristas rockeros de todos los tiempos, murieron a los 32, por consumo de alcohol y el acompañamiento de droga en el segundo caso. Michael Jackson falleció a los 50 por intoxicación aguda de propefol. La prodigiosa voz de Whitney Houston se apagaba a los 48 sin concretar la causa exacta del óbito, más allá de aparecer con la boca hacia abajo en la bañera. También  aparecería ahogada en la bañera a sus 46, Dolores O'Riordan, la voz personalísima e inimitable de The Cramberries, a consecuencia de ingesta excesiva de alcohol. Y John Lennon, como ya dije, fue víctima de un supuesto fan, acabando con su vida a tiro limpio en Nueva York.



  En la relación aún cabrían muchos más artistas no tan conocidos. No obstante, en lo referente a esta especie de desgracia colectiva, llama poderosamente la atención la concordancia de edad  de algunos ilustres que dejaron este mundo a los 27 años. El primer genio de todos ellos fue Robert Johnson, formidable guitarrista de blues que se fue incluso antes de inventarse el rock'n roll, allá por 1938 sin haberse concretado las circunstancias del deceso. En 1969 y recién expulsado de los Rolling Stones, moría Brian Jones tras ataque agudo de asma. En 1970, en un solo mes, se iban tres más: Alan Wilson, cantante, guitarrista y fundador de Canned Heat por consumo excesivo de barbitúricos;  Jimi Hendrix, considerado el mejor guitarrista de la historia, a consecuencia de ingesta de barbitúricos que le provocó ahogamiento por vómitos; y Jonis Joplin, por culpa de una sobredosis de heroína y alcohol. En 1971 fallecía en París Jim Morrison, líder indiscutible de The Doors por posible sobredosis de heroína. Dos años más tarde, Ron Pigpen McKerman, miembro fundador de Grateful Dead sucumbía a una hemorragia gastrointestinal. En 1975 nos dejaba Dave Alexander, bajista de Stooges por edema pulmonar y Gary Thain, bajista de Uriah Heep víctima de sobredosis, justo unos meses después de ser expulsado de la Banda. En 1994 se iba para siempre Kurt Cobain (Nirvana), tras varios intentos de suicidio. Y ya en los últimos años moría Amy Winehouse por ingesta de alcohol, heroína y cocaína.