domingo, 9 de octubre de 2016

El Aleph

  La primera de las letras de los alfabetos hebreo y árabe, y de los cabalistas, es la que da título a una de las obras capitales de la literatura argentina y universal. También titula al último de los 17 cuentos que integran el libro original de poco más de 140 páginas, sin discusión el relato más estudiado y con más beneplácitos para seguir profundizando en el mundo fantástico y esotérico que plantea el autor, tanto por parte de la crítica como del común de los lectores.

  Al libro que originariamente contenía 13 cuentos en 1949, el año de su publicación, se le añadieron 4 más algunos después, formando la colección que hoy es definitiva y que ha sido traducida a infinidad de idiomas. Editado en Buenos Aires por Losada (Gonzalo Losada era el director, español exiliado en plena época franquista), el libro contenía varios cuentos que en años anteriores ya habían sido publicados en revistas. Sin ir más lejos, el propio El Aleph había salido a la luz pública en 1945 en las páginas de Sur.

 ¿Qué hace de este un libro único, además de reverenciado por el mundo literario 67 años después de su aparición? En primer lugar la maestría y perfeccionamiento -como siempre- del bonaerense Borges, que no se cansa de pulir el idioma y cultivar las frases hasta el desespero, incluso en la vertiente fantástica, donde resulta difícil ensamblar la arquitectura de las palabras adecuadas y las frases más esclarecedoras, algo que en otros terrenos como el cómico o el policial/investigación, debe de ser más propicio, o eso me parece a mí.

  Aunque por encima de cualquier otra consideración, el gran hallazgo de El Aleph -seguramente su obra más recordada junto a Ficciones- es la capacidad para que muchas de las historias que cuenta cabalguen sobre historias menores que la anteceden (al estilo de Las mil y una noches) sin que para nada se resienta la capital, muy al contrario, terminando por mejorarla. Además nos remite con sutilidad, casi imperceptiblemente, a mitos, metáforas, vidas vividas en lo etéreo; retrotrayéndonos a tiempos fantásticos y pretéritos con sabor agridulce. Borges aborda entonces la influencia de esos mitos y leyendas en su creación literaria, planteándonos la difícil disyuntiva entre lo que fue y lo que pudo haber sido, decantándose en ocasiones por esto último al considerarlo más verosímil. Y llevándolo al terreno del siglo XX, a sus cuentos de mitad de siglo, distorsionándolos por influencias arcanas que terminan por engrandecerlos hasta límites insospechados.

  Y qué decir de esas frases que muy pocos como él han edificado para que la belleza perdure hasta el infinito, también para que no dejemos de pensar un segundo en su significado, qué decir del inicio de El Aleph:

  "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita..." Magistral ¿verdad?

  Nadie debería dejar de leer relatos como El inmortal, Los teólogos, La otra muerte, La escritura de Dios, La casa de Asterión o El Aleph; leerlos se convertirá en una aventura gratificante, debería de ser algo así como congraciarse con la vida, dura, a veces inexplicable. Explicable es porqué Borges se ha convertido en uno de los más grandes creadores universales del cuento; solo con que leyéramos esta obra imperecedera saldríamos de duda.