viernes, 24 de diciembre de 2021
sábado, 4 de diciembre de 2021
Smoke on the water
miércoles, 1 de diciembre de 2021
GEMA
lunes, 29 de noviembre de 2021
Presentación del libro Valencia C.F., 100 años, 2 meses y 7 días después
El pasado jueves día 25, presentaba en la Agrupación de Peñas del Valencia C.F., mi obra Valencia C.F., 100 años, 2 meses y 7 días después. El libro estaba destinado a ser presentado mucho antes, en los primeros meses del año pasado, pero la Covid-19 se cruzó en el camino desbaratando cualquier intento de ser mostrado en sociedad. Afortunadamente, y aprovechando que la Agrupación volvía a organizar un acto/cena prepartido después de 21 meses sin hacerlo (el último se había producido en febrero de 2020, antes del confinamiento), tuve la inmensa fortuna de dar a conocerlo a todos los peñistas que se congregaron en la nueva sede sita en C/Islas Canarias, 20, bajos.
El libro es un minucioso recorrido por la historia del Valencia C.F., pero única y exclusivamente a través de estadísticas y/o datos numéricos, algo que hasta ahora no se había hecho con tanta profusión. En el acto estuve arropado por Fede Sagreras, presidente de la Agrupación, y por el ex jugador che Robert Fernández.
Enlace página web Agrupación de Peñas (con más fotos del acto)
miércoles, 17 de noviembre de 2021
Led Zeppelin IV
Cuando los miembros de Led Zeppelin renunciaron a poner título o a escribir sobre la portada cualquier palabra o signo que los identificase -algo al alcance de muy pocos en el universo rock al inicio de los años setenta-, los británicos jamás imaginaron que tras la imagen incongruente de un anciano portando un fardo, no solo se escondía la foto más actual de un edificio (contraportada), sino que en su envoltorio reposaba su obra definitiva, la que los iba a consagrar como la banda de hard rock más grande e influyente de todos los tiempos, o cuando menos de la década.
Realmente el disco carece de título, sin embargo, por aquello de dar continuidad a sus trabajos precedentes, todos numerados, la crítica y el público decidieron nombrarlo como Led Zeppelin IV, si bien, con menos aceptación, también se le conoce como Zoso, El ermitaño, Los cuatro símbolos (Cada uno de sus miembros tenía uno). La decisión, según Jimmy Page, se tomó tras las críticas recibidas por su trabajo anterior, Led Zeppelin III. Una buena parte de la crítica especializada y miles de sus seguidores, no terminaron de asimilar el giro parcial hacia una música más pausada con reminiscencias folk. Querían a toda costa la continuidad, o sea: hacer un Led Zeppelin II mejorado, si eso era posible.
¿Y por qué es, en mi opinión, el mejor disco de 1971?, entre otras cosas por temas como When the levee breaks. Este corte hipnótico que te obliga a seguirlo obediente y que lo cierra de manera atronadora, se cimenta sobre la batería del gran Bonham. Para la grabación en Headley Grange (foto), Andy Johns, el ingeniero, dispuso una batería nueva en medio del salón de la planta baja, colocando sendos micrófonos en la escalera; luego, en la unidad móvil, comprimió la grabación en dos canales y le añadió eco. El sonido sampleado ha sido imitado infinidad de veces, pero sin el resultado logrado por Bonzo. Pero hay muchas más sorpresas de variedad inimaginada, como The battle of evermore, corte con reminiscencias celtas y donde Robert Plant canta junto a Sandy Denny (vocalista de Fairport Convention) una melodía a dos voces. La buena de Sandy -fallecida en 1978 tras una caída en su casa- casi se queda ronca al intentar llegar a las mismas notas que Robert Plant. Y qué decir de temas como Black dog o Rock and roll, pura energia para mayor gloria de Robert Plant, considerado por aquel tiempo el mejor vocalista de rock. Riffs imposibles de olvidar que se clavan incisivos en el cerebro como si fueran objetos punzantes. Mientras Black dog es un corte adrenalítico con ritmo mutilado y letra con doble sentido, Rock and roll es una explosión en todos los sentidos, con Plant alcanzando notas altísimas. Durante algunos años abriría cada uno de sus conciertos en vivo. Y por supuesto Going to California, una delicia de melodía con doble homenaje a Joni Mitchell y a su Estado favorito. Con John Paul Jones a la mandolina y Jimmy Page a las guitarras, se convierten en perfectos acompañantes para la voz inconfundible de Plant. Pero es indudable que este álbum no sería lo mismo sin la piedra angular, sin el himno tarareado por millones de fans, sin la escalera que los llevaría a la inmortalidad. El tema más pinchado a lo largo de la historia por las distintas cadenas radiofónicas, serviría para convertir a Jimmy Page en un dios de la guitarra si aún no lo era. Eso sí, con sus aristas, su otra cara más oscura, como la polémica que aún se genera cuando se comenta de sus mensaje satánico si se invierte el giro del disco, o que se compusiera a partir de las notas introductorias del tema Taurus de Spirit. Sea cierto o meras elucubraciones, Stairway to heaven es un tema intemporal, eterno, la perfeccion -si existe- al componer e interpretarlo. Una canción, como han confesado muchos de sus seguidores, para llevarse a una isla desierta. Lo definitivo.
No cabe ninguna duda de que, a pesar de todo el misterio que rodea a esta obra maestra conocida como Led Zeppelin IV, desde la portada con mil y una interpretaciones, la ausencia de cualquier tipo de pista sobre el título; el aislamiento buscado lejos del mundanal ruido y sin saber si aquello iba a funcionar, o sea, su estancia de unos tres meses en la casa de Headley Grange -allí también llegaron a trabajar los inegrantes de Genesis- se convertiría en el encierro más fructífero de su carrera. Ha pasado medio siglo desde su aparición, pero sigue sonando tan fresco como entonces, cuando los jóvenes de medio mundo enloquecieron con aquel nuevo parto de Led Zeppelin.
domingo, 17 de octubre de 2021
Auto de fe
Comienzo de Auto de fe, uno de los relatos que integran mi libro, Teórica del fuego (2018), el más extenso de todos ellos.
Acababa de oficiar la misa de diario cuando el pasmado de Aquilino entró tras llamar a la puerta. Venía montado sobre una mula torda. En el hatillo traía una misiva lacrada con el sello inconfundible del obispo de Mondoñedo. Don Verardo, al verlo tan fatigado, invitó al doméstico a sentarse y a tomar una copichuela de anís, un reconstituyente insuperable para los largos trayectos y la humedad destroza-huesos. Le preguntó alarmado si le podía adelantar algo, pero el recadero nada pudo desvelarle, como no fuera que Su Ilustrísima en persona le había entregado el sobre, además de mostrar el gesto grave.
Oscuro como estaba, natural en pleno noviembre, le ofreció una cena reparadora y hospedarse en la casa, pero a Aquilino le aguardaban otros menesteres en el palacio episcopal. El Señor Obispo le había dado el encargo de la espera indispensable hasta que el dominico leyese la carta y diera su conformidad, o por el contrario argumentara las razones del rechazo, siempre por escrito. Una vez leída la misiva, Don Verardo se achantó, no le quedaba otra, escribiendo una escueta nota donde venía a decir de su voto de obediencia, si bien requería, desde lo más profundo de su corazón, otra persona en su lugar capaz para la ingrata tarea. La cuartilla la metió en un sobre y lo lacró, grabándole el sello antiguo de los Quintanilla. En cuanto el viejo clérigo le entregó la epístola, Aquilino se disculpó al tiempo de hacerle una reverencia, partiendo de inmediato para cubrir la legua y media de distancia.
Al quedarse solo notó el peso de la responsabilidad, el fastidio del frío adentrándose por los resquicios del techo y por las hendiduras viejas de la mampostería. Era casa solariega, sí, y aparente para su canonjía, obtenida tras muchos años de sacrificios y servicio intachable a los sucesivos obispos; sin embargo, a la casona le urgía un buen mantenimiento y los dineros suficientes para hacer frente a una reparación adecuada. Inquieto por cuanto se le venía encima, revolvió entre los troncos de la chimenea, que crepitaban por momentos en el aire acuoso proveniente del Cantábrico. Se sentó sobre el escaño, frente al fuego, a continuación extrajo el manuscrito de las entrañas del hábito de la Orden de Santo Domingo, desdoblándolo a fin de volver a estudiar con detenimiento las escuetas palabras escritas por el prelado. No cabía ninguna duda, pues a pesar de la destilación de un aroma neutro... <<Requiero de su intachable conducta y experiencia sin igual, a fin de reconducir la situación y salvaguardar la fe católica de residuales hechicerías que aún campan por nuestras tierras galaicas... Yo, Andrés Aguiar Caamaño, obispo de Mondoñedo... A 17 de noviembre de 1800>>.
martes, 22 de junio de 2021
Tras los visillos
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Cuando
Mencía Adiosgracia oyó el tañido fúnebre planeando desde las campanas de San
Miguel, le faltó tiempo para telefonear a la funeraria reclamando un féretro.
En ese instante tanto tiempo anhelado, tuvo la certeza de que Guillermo Oliverio
Ayala había pasado a mejor vida. Su amor platónico, aquel mal nacido sin
entrañas, tan aficionado a engañar a doncellas como a retozar con mujeres de todo
uso; el joven que la iba a hacer tan feliz por el resto de sus días y sin
embargo la había convertido en una anciana insociable, desmemoriada y
solterona, Dios, para su satisfacción, acababa de llevárselo de este mundo
antes que a ella.
Con rictus de alegría incontenible y con la
parsimonia que da el poso de los años, al entrar en la alcoba de la recreación
y deleite amorosos en la soledad de infinidad de días y noches, la anciana
volvió a rociar todo su cuerpo con perfume de jazmín, a pesar de haberlo hecho
sólo dos horas antes, enlutándose de arriba abajo, como había prometido al
Santo Cristo, recién acabada la Guerra, si le hacía la gracia de poder asistir
al velorio y entierro de aquel sinvergüenza.
Casi todo lo enjundioso comenzó un domingo de
primavera, cuando saliendo de misa de doce, Pacita, su comadre, la desengañó en
cuanto a la verdadera traza de su prometido, aludiendo a la fama de putero del
apuesto indiano y a los crecientes rumores entre el vecindario sobre la secreta
paternidad del crío de Pura la costurera. Luego, por la tarde, en un rincón del
jardín, junto a un sauce llorón y los rosales en flor, el veinteañero Guillermo
Oliverio Ayala le confirmaría punto por punto la veracidad de los rumores,
admitiendo además lo que su parienta no se había atrevido a decirle: que ella,
a su vera, de forma esporádica, también había calentado sus huesos y soledad. Y
es que el argentino sería un mozo con incontinencia y premura, pero era incapaz
de mentir.
Este trabajo supuso mi primera incursión seria en la escritura de ficción.
miércoles, 9 de junio de 2021
Entrevista a Cristóbal Halffter (y 3ª parte)
La segunda y última entrega de la entrevista a Cristóbal Halffter, realizada en el Castillo el 4 de enero de 1985, salió publicada en el Semanario Bierzo 7, en su nº 9 del sábado día 9 de febrero de 1985. Esta última entrega está centrada en su actividad profesional como músico, compositor y director de orquesta.
A lo largo de esta seguna parte (bastante más interesante que la primera, a mi entender) Halffter deja algunas perlas dignas de destacar.
Cristóbal Halffter, villafranquino por derecho propio, es sobre todo un artista. Su especialidad: la música. Ya conocemos parte de su vida y vivencias. Ahora, su arte, sus sentimientos.
¿Es usted el primero de la Generación del 51?
No lo creo. En la Generación del 51 hay encuadradas muchas personalidades. En arte lo importante no es ser el primero, sino ser. Esta es la principal diferencia del arte con una carrera de caballos, donde lo vital es llegar el primero.
¿No cree que a la música culta en general le falta una base rítmica más persistente?
¿Por qué? No lo creo. El ritmo es lo más elemental de la música. Un ritmo muy continuado, o persistente, significa menos refinamiento. Lo que sucede es que a nivel popular, la gente no congenia con esa música, no porque le falte refinamiento, sino porque les inundan continuamente con otros ritmos muy machacones.
¿Cuántas etapas se dan en su evolución musical?
No sé, quizás dos o tres. Les dejo a los críticos que sean ellos los que clasifiquen.
Cristóbal Halffter ha utilizado con cierta frecuencia el dodecafonismo. ¿Puede explicarnos qué es?
Es una técnica compositiva. Desde Pitágoras, la música occidental se venía dividiendo en siete notas. En realidad no son siete sino doce las que hay de Do a Do. Lo que se pretende con el dodecafonismo es democratizar las doce notas y quitar exageración, haciéndolas tan importantes unas como otras, y no usar solamente las tres fundamentales en un tono determinado.
Preguntado sobre su orquesta ideal nos contestó:
Para mí hay dos orquestas que destacaría: la Filarmónica de Berlín, que es punto y aparte; y la Orquesta de Basilea, con la que realmente se puede hacer todo lo que se quiera.
¿De alguna manera ha influido en usted la música contemporánea, por ejemplo el Jazz?
Poco, por no decir nada. Creo que son más interesantes algunas formas del flamenco puro. El Jazz como producto americano se ha comercializado mucho. Si el Jazz se hiciese en Valladolid, nadie lo conocería.
¿Tiene un especial cariño por alguna de sus obras?
La última siempre. La última que he hecho. Bueno, también las primeras, En realidad no sé. Las obras son como los hijos, no podría prescindir de ninguna de ellas.
¿La música debe ser inteligente o emocional?
Ambas cosas.
viernes, 4 de junio de 2021
Entrevista a Cristóbal Halffter (2ª parte)
Lo cierto es que prometí transcribir el texto íntegro en posteriores entregas y así lo hago hoy, muy a mi pesar. Porque releída ahora (si bien lo transcrito no abarca ni mucho menos todas las preguntas con sus respuestas, y por tanto tampoco ayuda a su cohesión), me parece en algunos aspectos ingenua, de una bobería que puede sorprender. Desde luego, hoy, de tener la oportunidad de volver a repetir la entrevista, la habría enfocado de manera muy diferente. Ruego por tanto un mínimo de comprensión hacia el principiante dando sus primeros pasos como corresponsal de Villafranca.
Como dejé escrito el pasado 26 de mayo, la entrevista salió publicada en el desaparecido semanario Bierzo 7 en dos entregas.
Sábado 2 de febrero de 1985 (1ª entrega)
Aún se recuerda, a mes y medio visto, el arrollador éxito que tuvo aquí el "Gaudim et spes-Beunza" de Cristóbal Halffter. Creo que era obligado mantener una entrevista con el compositor, no ya sólo por lo que pudo significar el preestreno de la obra, sino más bien por lo que Halffter representa para la Villa.
El marco de la entrevista fue el castillo-residencia donde vive el matrimonio Halffter durante algunas temporadas.
Sin duda, lo que más sorprende de Halffter es que al mismo tiempo que habla, se permite el lujo de filosofar complementando sus respuestas, destacando el hecho de que trata de instruir entre tanto. Creo que posee un poder de absorción, de cautivación, que, a mi modo de entender, desarrolla inconscientemente.
Con él charlamos bastante tiempo. Es obvio que se trata de una transcripción sucinta, ya que la conversación fue mucho más extensa.
A mi esposa.
En Villafranca vive muya menudo, cuando su actividad se lo permite. ¿Se encuentra a gusto en Villafranca?
Sí. Francamente me encuentro a gusto en Villafranca.
Villafranca tiene el orgullo de acoger en su seno el monumental castillo, que hace algunas centurias fue la sede del Marquesado de la Villa, hoy perteneciente a la señora Halffter. ¿Puede un particular visitarlo si es su deseo?
Antes esta casa estaba abierta a todo el mundo, pero desde el robo, en el que nos llevaron objetos de un gran valor sentimental, ya tienen que ser personas muy concretas que nos merezcan una gran confianza.
¿Tiene algún vicio, como pueda ser fumar, beber, ver la televisión, etc.?
No. No tengo vicios. No me gusta estar atado a nada. Por ejemplo no fumo porque me da verdadero terror el querer comprar tabaco y encontrar el local cerrado o que no tuviera.
Descríbase personalmente.
Soy una persona normal y corriente que en vez de dedicarse a una función de carácter administrativo, he decidido dedicarme a la música.
Ahora sabemos que se encuentra cómodo en la Villa. ¿El entorno de Villafranca ha influido o influye en su creatividad compositiva?
No creo. Bueno, no lo sé. Es cierto que la tranquilidad de Villafranca invita al recogimiento, a pensar.
Es posible, que mucha gente no sepa a ciencia cierta dónde compone Halffter sus obras. ¿Alguna la ha compuesto en parte o íntegramente aquí?
La mayor parte de mi obra la he compuesto aquí, en esta casa.
Hay muchas personas que en concreto no saben qué pretende o qué busca Halffter a través de su música ¿Cómo definiría en líneas generales su música?
Mi música primordialmente es comunicativa. Busco entablar una comunicación, sin renunciar a unos planteamientos estéticos.
Se dice que la familia es el ente básico sobre el que descansa el equilibrio físico y psíquico de una persona madura y menos madura. ¿Hasta qué punto el entorno familiar ha generado una mayor y mejor creatividad?
Para mí el entorno familiar ha sido fundamental. Cuando le dije a mi padre que quería ser músico, no recibí ni un solo tortazo. Todo lo contrario. Obtuve un apoyo muy grande. Posteriormente, ya casado con mi mujer, obtuve el apoyo incondicional, sin importar los triunfos inmediatos.
Al margen de la música, ¿qué otas actividades desarrolla, digamos como hobby?
Me gusta el deporte, leer, me gusta vivir, enterarme de todo lo que sucede en el mundo.
¿Desearía que sus hijos destacasen en la música, igual que usted?
Naturalmente que sí. Tengo una hija, María, que se dedica de lleno a la música. Toca la flauta y lo hace muy bien. Yo he compuesto cosas para ella. Alonso, el mayor, ya es muy difícil, tiene ahora 27 años y su vida la tiene encauzada en la vida de la aviación. Pedro, el pequeño, todavía es prematuro saber si se dedicará a la música, tiene ahora 14 años.
Califique a estos personajes:
Bach: la música.
Beethoven: el luchador.
Schoenberg: el intelectual.
Leonard Berstein: típico americano.
H. Von Karajan: la tradición.
Strawinsky: Rey Midas.
C. Halffter: el asalmonado, siempre nado a contracorriente.
No ha nacido en Villafranca, pero es visto por los villafranquinos como un paisano más. Aquí trabaja y aquí vive. Villafranca es para él.
Un lugar con una gran tradición heredada o vivida, en donde cualquiera de sus habitantes rezuma tradición y, con una amplia cultura.
Para el Bierzo tiene también definida su idea. Estas son sus palabras:
El Bierzo es un ecosistema geográficamente entre León, Galicia y Asturias, que ha creado una personalidad muy especial y posee una tradición mágica. La benignidad del clima y paisaje, ha perjudicado, perjudica a los habitantes, al no darse unas exigencias mayores. Por ejemplo, si durante tres meses hiciese una temperatura de 20 grados bajo cero, la gente se vería obligada a instalar calefacción u otro sistema calorífico, pero como no se dan esas circnunstancias de frialdad, la gente se va conformando para ir tranpeando y en concreto vivir mejor.
En la próxima entrada, y última, transcribiré la segunda entrega de la entrevista, completamente enfocada a la música, y me parece a mí más interesante. En esta primera predomina más el aspecto personal del artista.
miércoles, 26 de mayo de 2021
Entrevista a Cristóbal Halffter (1ª parte)
Retrocedo 36 años en el tiempo.
Es sábado 1 de diciembre de 1984. La Colegiata acoge el concierto nº 100 de la Sociedad Filarmónica Juan del Enzina. Interpreta el Coro Universitario de León bajo la dirección de su director, Samuel López Rubio. En la primera parte, la agrupación vocal interpreta obras de Juan del Enzina, Monteverdi, Tomás Luis de Victoria, etc. Para la segunda, el plato fuerte: Gaudium et Spes-Beunza (1972), que se tocaría por segunda vez en España. Una cantata para coro de 32 voces y cinta magnética -a cargo de la cual estaba el propio Cristóbal Halffter-, que venía a homenajear a Pepe Beunza, objetor de conciencia, y con él a todos los objetores de conciencia que por aquel entonces apelaban a su libertad personal para eludir el llamamiento a filas. Una muestra más de su liberalidad y compromiso social. Del concierto me hice eco publicando una amplia reseña al sábado siguiente en lo que era el nº 9 del Semanario Bierzo 7.
El éxito fue tan arrollador, con aplausos prolongados, que el villafranquino de adopción, emocionado por las muestras incondicionales de apoyo a su creación, tuvo que decir, visiblemente emocionado, algunas palabras de gratitud para los asistentes y también para el Coro y su director. Por mi parte, o mejor dicho, mi parte más mística e inmaterial, parecía navegar por otra dimensión. El Impacto al escuchar la interpretación fue tan brutal, me dejó tan impactado, noqueado en términos pugilísticos, que pensé que yo tenía la obligación de entrevistar al compositor con domicilio en el Castillo, si no estaba viajando debido a sus obligaciones profesionales.
Concretar la entrevista no fue tarea fácil. Hubo al menos tres intentonas, pero, o bien porque Halffter no estaba en Villafranca, porque yo era un recién estrenado corresponsal de la Villa haciendo mis primeros pinitos, o porque el Semanario Bierzo 7 -para el que escribía- acababa de nacer el 13 de octubre de 1984 y por tanto aún no era demasiado conocido, la entrevista no se apalabró hasta un mes más tarde.
Estuvimos unos quince minutos hablando mientras el maestro Cristóbal se ocupaba de algo en otra estancia: tal vez de una composición, de una charla telefónica amigable, o de una charla telefónica con un fin más concreto, como dar otra entrevista. Marita, amabilidad personificada, se interesaba por nuestras vidas. Mi prima acababa de terminar Magisterio y yo había finalizado el servicio militar. Tras algún intercambio más de información poco trascendente, nos anunciaba que su marido tenía la agenda completa hasta bien entrado 1986. Se refería, claro está, a compromisos compositivos, y los diversos conciertos o recitales a los cuales estaba invitado, especialmente en territorio germano, donde allí sigue siendo una autoridad musical de primer nivel.
Al fin y tras una espera que me empezaba a impacientar, Cristóbal Halffter apareció en la cocina disculpándose por la tardanza, a pesar de que Marita había intentado acortarla avisándole de nuestra presencia, por si se le había ido el santo al cielo. Lo acompañamos a través del pasillo, y si la memoria no me traiciona, ascendimos por una escalera angosta hasta la primera planta. Allí nos adentramos en una salita acogedora. Nos sentamos en torno a una mesa camilla breve. De la estancia no me acuerdo para nada, solo de la camilla. Nos saludamos más brevemente que lo habíamos hecho con su esposa -yo estaba francamente nervioso por la dimensión de mi entrevistado; y por si fuera poco, la entrevista la iba a hacer entre los muros de un castillo-. Unas cuantas frases de cortesía fueron suficientes para comenzar con la interviú, no sin antes darle la más sincera enhorabuena por el concierto del primero de diciembre. Sin embargo, la entrevista no podía empezar de peor manera. La grabadora parecía no marchar. Me temí lo peor: que se hubieran agotado las pilas. Pero no, lo que realmente fallaba era la cinta. Una casette regrabada y que seguramente no era la más apropiada. Finalmente la grabación se pudo realizar sin contratiempo -aún la conservo en la cassette, como oro en paño-, pero el sonido deja bastante que desear, aunque sí es audible.
La entrevista se prolongó durante casi una hora. Finalmente salió publicada al mes siguiente en dos entregas, concretamente los sábados días 2 y 9 de febrero. A Marita, como prometí, le envié por correo certificado los dos ejemplares a su casa de Madrid. Desde entonces, y aunque la distancia de los kilómetros no me ha permitido tratarlo con más frecuencia, siempre hemos mantenido la cordialidad. Pero a lo que no he renunciado jamás es a la admiración más sincera por uno de los compositores más comprometido, no únicamente con la sociedad, también con la búsqueda constante de nuevas vías compositivas, con la innovación en resumidas cuentas, huyendo constantemente de cualquier tipo de encasillamiento.
En próximas entradas transcribiré íntegra la entrevista publicada.
miércoles, 19 de mayo de 2021
Un disco sobresaliente para un año convulso
Cuando Bruce Springsteen publicó en 1980 el quinto álbum de su carrera, titulado The river, posiblemente ya era sabedor de que había parido el primer gran disco de la década. Aunque 1980 ya había alumbrado obras como Back in black de AC/DC, Closer de Joy Division, o los discos debut de Iron Maiden y Pretenders, que llevaban en sus carátulas idéntico título, el disco doble compuesto por el Boss era algo especial. En 1978 Springsteen había publicado The darkness on the egge of town tras ímprobos esfuerzos y tres años de silencio forzado, después del apoteósico recibimiento de su tercer y consagratorio trabajo, Born to run. Este, paradojas del destino, supondría la ruptura con su representante y amigo Mike Appel. A cambio de volver a publicar y que este renunciase a su representación, debió desenbolsar una importante cantidad de dinero que le dejaría casi sin blanca. Todo aquel litigio que se desarrolló en paralelo a la gira de promoción del Born to run por EE.UU., influiría decisivamente en sus posteriores composiciones. Temas más oscuros, sin la inocencia de los anteriores, pero más elaborados, fueron la base de The darkness on the egge of town, transmitiéndose esa suerte de melancolía a algunos de los veinte temas que integran The river, si bien con menos dramatismo.
En su autobiografía, traducida por Ignacio Juliá, Springsteen dice al respecto del nuevo disco: <<Tras la seriedad implacable de The darkness, quería que las canciones escogidas tuvieran un rango emocional de mayor flexibilidad. Además de gravedad, nuestros conciertos abundaban en diversión, y esta vez iba a asegurarme de que ese factor no se perdiera>>. Más adelante admite que: <<Tras algún tiempo de grabación, preparamos un álbum sencillo y lo entregamos a la compañía discográfica. Consistía de una primera cara con The ties that bind, Cindy, hungry heart, Stolen car, Be true; y una segunda con The river, You can look (but you better not touch), The price you pay, I wanna marry you y Loose ends>>. Más adelante confiesa no estar satisfecho con el resultado final de esos diez temas (algunos como Cindy, Be true o Loose ends serían descartados finalmente), al respecto dice: <<Quería algo que solo pudiese provenir de mi voz, informado por la geografía externa e interna de mi propia experiencia. El álbum sencillo The river que había entregado no nos llevaba a ese lugar, así que volvimos a meternos en el estudio.
Bruce Springsteen volvió a encerrarse en el estudio para grabar durante otro año más, hasta componer un racimo de temas fantásticos que terminarían por completar uno de los discos dobles más importantes en la historia del Rock, y no tan formal ni sombrío como su predecesor. Claro que para ello contó con la inestimable calidad y saber estar de la E Street Band. A propósito de sus acompañantes de toda una vida musical, Bruce decía: <<Es el álbum en el que la E Street Band llegaría a su máxima expresión, logrando el perfecto equilibrio entre una banda de garaje y el profesionalismo que se requiere para hacer buenos discos>>. Para el recuerdo y entre surcos quedó el trabajo impagable de sus integrantes, o sea: Roy Bittan al piano y teclados, Steven Van Zandt a la guitarra, Clarence Clemons al saxofón, Garry Tallent al bajo y Max Weinberg a la batería.
En la memoria colectiva de millones de seguidores quedan composiciones elaboradas durante una segunda tanda muy fructífera. Para ello, encerrado durante cientos de horas, madrugadas incluidas; mezclas, mezclas y más mezclas; y rodeado de micrófonos diseminados a lo largo y ancho del estudio, el de New Jersey fue dando sentido a lo que estaba persiguiendo, hasta conseguir el sonido épico que destila este trabajo maravilloso. Al escuchar temas como Sherry darling, Jackson cage, Two hearts, Independence day, Out in the street, Point black, Cadillac ranch, I'm a rocker, Ramrod o Drive all night, uno se da cuenta de estar enfrentándose a algo genial, una colección de veinte temas sin que ninguno de ellos desmerezca.
miércoles, 12 de mayo de 2021
Natalio Feliz
-No leas tanto, te vas a quedar sin ojos -solía
atosigarle la pobre Angustias-. De día en día te vas haciendo más renacuajo.
Todo el tiempo sentado en el sofá y leyendo sin parar, no es nada bueno para la
salud.
Pero el afanoso Natalio Feliz no hacía caso
de las fastidiosas peroratas de la vieja y le replicaba con la consabida
cantinela: “Ojo sin ver es como corazón sin sentir”.
Natalio Feliz había nacido más de medio siglo
atrás en la lejana región de la Pampa, de donde desertó en cuanto surgió un
comprador decidido a hacerse con Marahoja, la inmensa hacienda heredada cuando él
era apenas un mocoso.
A Natalio Feliz lo trajeron al mundo para
gozar de todas las comodidades afines a cualquier vástago con padres
potentados. Y esto fue así durante casi toda su infancia; pero, de sopetón,
inopinadamente, el amor familiar se fue al carajo con la muerte de don
Crescencio Feliz y doña Casilda Casares, embestidos, corneados y pateados por
una manada de vacas, desorientada ante la brusca y estruendosa tormenta
estallando encima de sus cornamentas. Cuando fue mayor de edad y pudo disponer
enteramente de la herencia dejada por sus padres, tras alguna veleidad por
abrazar el sayal negro de una congregación de clausura, vendió el enorme
rancho, y con los muchos millones de pesos, se determinó a vivir del cuento en
la patria de sus abuelos maternos: España.
A pesar de ser hijo único, o quizá por ello,
desde muy chiquitín los padres le inculcaron el amor por la lectura en cuanto
aprendió a leer, y no era extraño verle leyendo a Lope, Cervantes, Calderón,
Schakespeare, o Moliere. A los once años, cuando se quedó huérfano, ya había
dado cuenta de la friolera de doscientos cuarenta libros, según rezaba en la
libreta donde iba apuntando con paciencia franciscana el título, autor,
argumento, género literario y el periodo comprendido entre el inicio y la finalización
de la lectura.
En los últimos tiempos, totalmente adaptado
al aislamiento de los crudos inviernos y a los imponentes riscos y peñascos de
silencios estremecidos, a Natalio Feliz, lector de al menos cinco mil libros a
lo largo de su existencia, le comenzaba a angustiar la lectura de las postreras
páginas. En cuanto atacaba la parte final de un libro, sus ojos se encrespaban
con venillas dilatadas a su ancho, y los dientes superiores mordisqueaban con
espasmos su labio inferior, mientras no dejaba de agitarse inquietamente sobre
la butaca granate de grandes orejas. Era entonces cuando se estiraba y
desperezaba, y por momentos recuperaba su estatura de antaño.
Un día, mientras mal digería las postreras
páginas de Flores del mal, su rictus, ya de por sí
patético, se mudó en la inexpresividad propia de un ciego, al cerciorarse del
atroz silencio que invadía la estancia. Angustias, la fiel sirvienta, no decía
ni pío desde hacía más de una hora; era anormal la ausencia de enfurruñamiento
de ésta, esa suerte de voces estrepitosas colándose por cada rincón de la
vivienda en cuanto tenía la mínima oportunidad de echarle en cara su escaso
dinamismo. ¿Y si se había colgado de una de las vigas de la despensa, con su
bocio trasegado en bolsas moradas a ambos lados del cuello? ¿Y si se había
quemado al intentar retirar el puchero de la leche hirviendo en el fogón?
Entonces la llamaba con voz crispada y la vieja Angustias le contestaba
cansinamente: “Ya estás a punto de acabar con otro libro, ¿no es así?” Y el
argentino se calmaba y volvía a la lectura de las lastimeras hojas.
Sin embargo, pese a los contratiempos de los últimos meses, sólo era feliz saboreando la lectura de las palabras repartidas en infinidad de libros y palpando las tapas y hojas, además de aspirar el aroma de éstas, para lo cual pegaba la punta de su nariz al papel escrito y se dejaba ir por senderos reconfortantes. En los escasos instantes de descanso, sus agrietadas pupilas se posaban sobre los libros, cuidadosamente colocados uno tras otro sobre las estanterías de nogal cubriendo las cuatro caras de la sala de lectura, del suelo al techo.
Natalio Feliz pasaba meses sin salir de la
casa, era Angustias la encargada del negocio de ésta. Sólo con el estío, Don
Natalio se aventuraba por las tortuosas calles de León a fin de hacerse con una
rareza editorial, y si no encontraba lo que buscaba, entonces viajaba a la capital
de España, convencido de hallar lo imposible. Paseando entre calles de vicios
inconfesables o sobre el firme de una plaza con el socorrido nombre de España,
al final solía hacerse con el ejemplar deseado. Entonces, concluido con éxito
el viaje, Natalio retornaba, casi siempre con una caterva de legajos y libros
al borde de la extremaunción, y así recuperaba la reclusión voluntaria al amor
de la literatura. Recobrado el encierro, sólo se topaba con la estación
veraniega al abrir por las mañanas la ventana de su habitación y luego, al
hacer lo propio con el balcón de la sala de lectura; aunque, más por el canto
de algún pájaro, pues la brisa matinal soplando entre las montañas casi nunca
le hacía reparar en el sopor propio de esos meses.
-¡Venga! ¡Déjese de versos! Aún se va a
enfriar la sopa-, solía decirle la hacendosa Angustias para sacarlo del
mutismo. De esta manera, Natalio cerraba el libro, lo dejaba ceremonioso sobre
la hundida posadera de la butaca y corría al encuentro del alimento; pero con la firme determinación de devorarlo
cuanto antes y retornar a la ocupación de su vida. Ni siquiera la sopa de
letras, a veces formando inciertas palabras, le hacía sucumbir a los encantos
del azar. Mientras comían no solían dirigirse la palabra, si acaso, alguna vez,
Angustias le conminaba a enderezarse sobre la silla de la cocina, pues sin
darse cuenta, Natalio se escurría, y su boca apenas llegaba a estar a nivel
del plato.
-Te estás quedando raquítico. Como sigas
empeñado en pasarte los días sentado en el sillón, cuando mueras no alcanzaremos
a verte ni con lupa.
Al escuchar la afrentosa reconvención de
Angustias, su carácter de por sí sosegado se irritaba; así, terminaba saliendo
por la tangente y recriminando a la vieja por no haberle echado la suficiente
sal al cocido, o por no desalar debidamente las patas y el rabo del cerdo.
Cuando la fiel anciana se iba a la cocina en busca del segundo plato, su amo
mandaba sus ideas a explorar entre las repletas estanterías. Le atosigaba el
pensamiento de releer el Trópico de
Capricornio u optar por los almibarados versos de Juan Ramón, una vez
concluyese la lectura de las últimas páginas de alguna otra obra, si éstas le
dejaban concluir y no se moría en el intento. Angustias retornaba de la cocina
con el segundo plato y los postres. Mas, por lo común, Natalio prescindía del
segundo y se entretenía en deglutir una rosquilla para cumplir con el expediente
antes de retornar a la lectura.
Siendo adolescente había leído a Voltaire,
Racine, Shiller, Goethe, Homero, Virgilio, Petrarca. Luego se empezó a
interesar por Faulkner, Galdós, Víctor Hugo, Hemingway, Sartre; pero el
desequilibrio de sus ideas comenzó cuando se aventuró a leer a Sábato, Borges,
Bioy Casares, García Márquez, Benedetti, Cortázar, Quiroga, Bryce Echenique,
Carpentier, y otros autores sudamericanos; con ellos le floreció la certidumbre
de una muerte súbita instantes antes de concluir la lectura de cualquier obra.
La angustia de conocer su suerte final le hacía leer espasmódico hasta altas
horas de la madrugada; horas mortecinas, sólo agitadas por los ronquidos de
Angustias, ajena a las elucubraciones de su amo.
Así fue como en la aldea comenzaron a crecer las desgracias. Un buen día de agosto, cuando Natalio finalizó la lectura de Robinsón Crusoe, empezó a nevar y el inesperado espectáculo se prolongó durante dos semanas. Una noche, terminando de leer Ulises, la abnegada Angustias se levantó con un acceso de urticaria en el vientre. Otra de tantas ventosas mañanas de marzo, nada más cerrar el libro y ponerlo junto a los otros sobre la estantería, oyó el estampido de una escopeta de caza; al punto se enteró del suicidio del viejo Augusto. La desgracia del incendio forestal destruyendo algunas pallozas de la aldea, coincidió con la conclusión de la lectura de Luces de Bohemia. Fue entonces cuando ya no le cupo la menor duda de ser él y sus lecturas los causantes de los infortunios últimos. Llegó a la convicción de estar transmitiendo energía negativa a todo cuanto pertenecía a la aldea; por tanto debía dejar el vicio de la lectura si no quería convertirse en un exterminador.
Una noche con un frío de perros, Natalio
Feliz le confesó a su sirvienta la certidumbre de su pronta desaparición de
esta vida, antes de dar ocasión a alguna nueva adversidad, como la definitiva
desaparición de Silvano, el cual se debatía entre la vida y la muerte desde
hacía medio año. La atribulada sirvienta no se apartó de su lado aquella noche,
limitándose a observar cómo el cariacontecido argentino vacilaba entre abrir o
no la novela Nana, continuamente
acariciada por sus huesudas manos.
Aquella larga noche no ocurrió nada; sin
embargo, a la semana siguiente, durante otra madrugada de chirridos de
contraventanas y silbidos gélidos penetrando a través de la chimenea de la
estufa, Natalio no pudo soportar por más tiempo la angustia de no saber y, ya
recostado en su cama, se puso a leer. Cuando Angustias entró en su dormitorio
como hacía habitualmente, y le espetó la sempiterna sentencia: “No leas tanto,
te vas a quedar sin ojos”, vio a su amo muy inquieto y pálido; entonces, cuando
la anciana le iba a preguntar si quería una manzanilla o leche caliente,
Natalio, con parsimonia y desgana le contestó:
-Para tan pocas horas no merece la pena tu
preocupación por mi vista.
Sin más, y un poco mosqueada con la actitud
de su amo, la siempre servicial Angustias se retiró a su dormitorio a rezar el
rosario como hacía cada noche, a pesar de no concluir jamás la plegaria.
A la mañana siguiente, al entrar la vieja en
el cuarto de su amo con el fin de despertarlo, se encontró con la cama deshecha
y sin Natalio. En lugar del lector empedernido se topó con un mamotreto de mil
pares de hojas vacías, en cuya cubierta se podía leer la leyenda Remembranzas del criollo Natalio Feliz Casares, y en su primera
página: “Para mi buena y fiel Angustias”. Y más abajo: “Tú debes hacer de
oficiante y rellenar esta historia de mi breve y devota vida de lector sólo
conocida por ti”.
De don Natalio Feliz nada se volvió a saber.
Acaso, en un postrero esfuerzo mental, había conseguido esfumarse de esta vida.
Angustias barrunta la probabilidad de su petrificación en alguno de los estantes
de la sala de lectura, tal vez descansando entre las páginas de algún libro;
una forma como otra cualquiera de perpetuarse en la memoria, aunque en el
estado odorífero y táctil desprendido por aquellos tesoros, guardados con amor
paternal por el desdichado Natalio: sus libros.