lunes, 30 de diciembre de 2019

Personajes de allá (6)

    Han pasado unos cuantos lustros desde que nos dejó, pero ahí sigue ella, en el pensamiento. Cuando regreso a Villafranca no puedo evitar alzar la mirada al promontorio de Los Tejedores, a sus casitas como de juguete, de otra época, aunque intemporales,  que terminan por domesticar su geografía agreste hasta volverla equilibrada. Y en la memoria se me dibuja aquella mujer menuda, disfrazada de viuda perpetua transitando entre riscos y veredas, convertida por la costumbre del tiempo, no en una de las ancianas humildes, sino en la más noble de las mujeres que poblaban aquel recinto mágico con evocaciones menestrales. M. no tenía apellidos (que yo supiera), si bien eso es algo común entre la gente menesterosa, pero a cambio lucía un apelativo sonoro y rotundo capaz de competir con los apellidos más linajudos de la aristocracia.


        M. jamás tuvo una edad definida (barrunto, pura conjetura, que tal vez nunca llegó a sacarse el carnet de identidad), aunque me aventuro a decir que ella se plantó en el medio siglo, corriendo un tupido velo en lo concerniente a la edad; por tanto, igual podía tener los cincuenta antedichos que noventa, teniendo en cuenta su vocación de no cumplir años, embutida, fuera invierno o verano, en aquel atuendo negro como el carbón que coronaba con un imperecedero pañuelo atado a la cabeza. Hasta es posible que M. jamás hubiera tenido infancia, adolescencia, ni juventud y toda su vida, quizá desde el nacimiento, hubiera opositado para una plaza más de anciana.


            Entre el vecindario de más abajo, al lado del río, M. conservaba el carisma propio de un presidente de gobierno, o del párroco de La Colegiata, y eso a pesar de su humilde condición y de la penosa forma de sobrevivir, pues se mostraba indomable e independiente. Por ejemplo, se despreocupaba por completo si era vista por alguien mientras se humillaba para recoger las boñigas y depositarlas en aquella suerte de caldero acribillado y con herrumbre, justo frente al templo parroquial. Al otro lado del río, sus paisanos (yo también, aunque con la madurez cambié mi opinión), solíamos tener una visión más estrecha, tópica y peyorativa, sin por ello dejar de coincidir con sus vecinos más cercanos en cuanto a su extraordinaria popularidad.


           Aquella mujer de rostro cuarteado por el sol africano del estío y el traicionero de la primavera, ese sol que se queda un rato largo suspendido entre las cabañas antes de desaparecer por entre la silueta de la montaña, fue su amigo inseparable allá arriba, mientras silenciaba el tiempo aniquilando moscas, o charlando con sus próximos montañeses, acompañada de las desobedientes gallinas cacareando a una luna incipiente. También el mal tiempo, con sus nieblas contumaces, o las lluvias a mares, terminaron de esculpir ese rostro imposible de borrar, si bien, es de suponer, M. no debía de hacer tan buenas migas con compañero tan hostil.


                No obstante, a pesar de vivir en un tiempo tan opuesto al de las nuevas tecnologías de hoy, en Villafranca nunca llegamos a saber con certeza de qué vivía M. Es posible, y nunca mejor dicho que viviera del aire. De herencia nada dejó, tampoco huérfanos, y hasta es posible que las gallinas que se le enredaban entre las galochas fueran adoptadas, tal vez de C. o de alguna otra humilde mujer. Es factible pensar en una M. agachándose para recolectar las inmundicias, o bajando el empedrado del Barrio, la podemos imaginar departiendo una charla deslavazada; sin embargo, nos resulta casi imposible -al menos a mí- imaginarla arrebujada junto a un fuego, o dando buena cuenta de algún alimento, aunque fuese ayudada de una mísera escudilla. Fue tal su condición de desamparo que casi nadie sabemos dónde reposan sus restos, ni si ha tenido o tiene familiares, pero todos los que tenemos cierta edad, sabemos que aquella mujer casi de leyenda, mitad ermitaño mitad puro misterio, era una celebridad. 


             Los Tejedores con sus casas a punto de descabalgarse, La Rapiña protegiendo con su barriga al Barrio, la subyugante fuente de Trevijano ¿o Trivijano?, el río Burbia jugueteando entre las angosturas del terreno, los pajarillos y árboles silvestres, incluso las tataranietas de aquellas gallinas resabiadas, perdieron un poco del esplendor con la ausencia de la ilustre moradora, a la cual, he de admitirlo, quise hacer una entrevista cuando escribía en el desaparecido Bierzo-7. Y bien que me pesa no haber tenido una charla distendida con ella, pero en el último momento, lo había comentado con mi amigo Luisma que la conocía un poco más,  no me atreví a lidiar con aquel mito viviente. De haberlo hecho a lo mejor hubiera desentrañado el misterio de su hechizo.         

           

domingo, 22 de diciembre de 2019

FELICES FIESTAS

       De nuevo la rueda del tiempo nos sitúa al final de otro año más que coincide con las fiestas más entrañables, fechas donde tratamos por todos los medios de convertirnos en mejores personas, procurando empatizar con los semejantes que lo pasan peor  y de los cuales solo nos acordamos en estas jornadas tan propicias para la bondad. Después de Reyes, probablemente la historia se repita y nos vuelva a incomodar tanta miseria a nuestro alrededor, o el agobio de escuchar la eterna cantinela de que un puñado de migrantes han perdido la vida en aguas del Mediterráneo. Por enésima vez volveremos a ocuparnos y preocuparnos de nuestro alrededor, cargado casi siempre de símbolos confusos, vanas apariencias y  materialismos egoístas, dejando arrinconado durante doce meses ese halo que casi todos llevamos en torno al corazón. Como esta inconstancia es inherente a nuestra condición humana, qué mejor que leer este cuento alusivo a la Navidad muy acorde a lo expuesto.

  Feliz Navidad  y próspero Año Nuevo os deseo a tod@s.