martes, 22 de enero de 2019

Roma, película inolvidable

  Con esta película, Alfonso Cuarón (Ciudad de México 1961) ha logrado  transmitir como muy pocos un fresco de la vida tal cual es, sin aspavientos ni grandilocuencias, pero con una humanidad que te deja noqueado. Huyendo de cualquier sentimentalismo para fijar la atención del espectador, el director de Gravity nos plantea un análisis profundo y sosegado en torno a la vida de una familia media acomodada en la convulsa capital del país a comienzo de los años 70, pero también un ensayo sobre la estética que sustenta el film, ese particular modo de narrar una historia tan desgarradora y a un tiempo intimista, donde la arquitectura sonora no se sustenta en la música, como en la mayoría de películas de la actualidad, sino en la abstracción que se genera a través del ruido de agua, trinos de pájaro, ladridos de perro, el ruido de un coche que se aleja, las voces apagadas de la calle, las voces encendidas de una manifestación, el desfile de una banda con su música militar o el inquietante sonido de las olas embravecidas. A través de esos intersticios que nos pueden pasar desapercibidos, el mexicano va tejiendo sin prisas, fundamentalmente el recorrido íntimo y vivencial de Cleo, una criada indígena que se ocupa y preocupa de una familia aparentemente feliz, en la colonia Roma, donde el director pasó su niñez cuidado por Libo Rodríguez, a quien está dedicada la cinta. El mayor acierto de la cinta se sustenta en la manera de contarla, sin apasionamiento, pero cincelando cada secuencia con la pericia de un orfebre para que todo encaje como en el más complejo de los rompecabezas. 


  Cleo (Yalitza Aparicio, actriz no profesional) vive interna en una casa acomodada, ocupándose del cuidado de los cuatro hijos del matrimonio. Joven bregada en el trabajo pero inexperta en los otros asuntos de la vida, queda embarazada. La mujer está abocada a una tristeza infinita al nacer muerto su hijo. El drama se completa con el abandono del cabeza de familia que se larga para vivir con otra mujer, dejando a la esposa y a los cuatro hijos a su suerte. Afortunadamente, Cleo encuentra el amparo y comprensión de los otros sirvientes, de la señora de la casa y de los hijos abandonados.


  Desde la primera secuencia, un picado donde se ve discurrir el agua en busca del sumidero, al último plano, contrapicado resaltando las paredes más humildes, con su escalera exterior, la baranda, un aljibe o la antena de televisión, Roma es un goce visual de primera. Filmada en blanco y negro con una cámara digital Alexa de 65 mm., Alfonso Cuarón nos retrotrae a la Capital que meses antes había organizado el mundial de México-70. Hace un guiño intencionado a la Matanza de Jueves Santo, cuando el grupo militar "Los Halcones" se cargaron a 120 estudiantes, también a la profunda diversidad de estratos sociales, pero por encima de todo, Cuarón nos plantea una reflexión sobre el papel de la mujer en una sociedad eminentemente patriarcal como era la de aquellos años. Ni que decir tiene que  la película propone algunos tintes autobiográficos por parte del director, como que él tuviera 3 hermanos más, que viviera en la colonia homónima, o que su cuidadora Liboria sea de la misma procedencia que Cleo. Para mi imaginario guardo en el recuerdo algunos rincones de la casa, pero creo que jamás podré olvidarme de este encuadre de la escalera, una escalera que a lo largo del metraje se convierte en la metáfora, o al menos en uno más de los protagonistas de la casa. La película se debe de ver sí o sí.