lunes, 26 de enero de 2015

ADAGIO 123

  Yo por mi parte, viendo todo aquello, no sabía con certeza si estaba sumergiéndome en el presente como mero espectador de un film de cine negro visionado a plena claridad del día, o estaba interpretando uno de los papeles. En cierto modo, mientras Clemente avanzaba acompasando la marcha hasta la puerta, en las sienes me parecía estar recibiendo breves y constantes descargas eléctricas, como si mi frente flotase en una nube de incertidumbre, y me miraba la mano sin entender cómo había aceptado los requerimientos de tu padre para empuñar una pistola que oscilaba ligeramente entre mis dedos temblones. El breve espacio de tiempo hasta tener frente a mí al gorila me pareció una perpetuidad insufrible. Suerte que Feli tardó menos en encañonarlo por la espalda que él en preguntarme, pues se disponía a abrir la boca cuando tu padre le advirtió para permanecer en silencio si no quería pasar a mejor vida desde ese momento. Cuando a la orden registré su enorme cuerpo para quitarle la pistola y se dejó caer sentado sobre otra de las sillas de alto respaldo, al ver a tu padre no pudo esconder un gesto de contrariedad en su rostro. En unas pocas horas Clemente volvía a tropezar por segunda vez en la misma piedra. Hizo intención de querer hablar, mas Feli lo atajó con el poderoso argumento del revólver amartillado apuntando sobre uno de sus ojos, al tiempo que yo le ligaba con fuerza al respaldo con la ayuda del precinto de paquetes. Desde ese momento, él metido en su profesión de detective, volvió a retomar el papel tan convincentemente interpretado hasta la irrupción del hombretón, aunque a partir de entonces pretendía que fuera él quien le diera réplica:

  "De modo que has cumplido con el encargo de entregar el dinero a algún individuo para blanquearlo a través de cuentas bancarias. -Clemente no pudo evitar una mirada severa hacia su compañero, el cual pretendía hablar sin trabas-. ¿Por qué no nos cuentas con pelos y señales tu cometido en todo este entramado? Antes se lo he dicho a Fidel y ahora te lo diré a ti: No me gustan en absoluto los cuentos chinos; si acaso, cuando era chico, disfrutaba con ellos, pero como comprenderás, ahora ya no tengo edad para perder el tiempo en minucias. Te sugiero por tanto ir al grano; y reza para que me guste la historia o te machaco a hostias esa cara de melón."

  (Fragmento de Adagio 123, de próxima publicación)

jueves, 8 de enero de 2015

CUARTETO

  La había leído hacía unos cuantos años con deleite. A fin de ratificarme en el goce de la narración, decidí releerla para aliviar la espera en aeropuertos, y/o mejor sobrellevar el fastidio de ir de compras, o shopping, como dicen los británicos. Y verdaderamente la historia es soberbia, impagable. Cuarteto -en cierta manera mi novela Adagio 123, de próxima publicación, es deudora de aquélla- nos descubre a un Vázquez Montalbán en plena madurez, clarividente, atrevido, y  por supuesto con una capacidad de concisión apabullante. El catalán desgrana a lo largo de unas 90 páginas el ir y venir de un cuarteto (quinteto si se añade al narrador) triunfador, con vida regalada. Dos matrimonios superficiales, sin compromiso alguno salvo con la cultura y el lujo, son diseccionados en primera persona por el acompañante adoptado, un narrador que bien podría ser el propio autor, si bien éste nos advierte de que nada es lo que parece, pues las apariencias engañan, aunque no siempre. V. M. idea un juego de espejos para trazar la vida anodina y aséptica de Carlota, Luis, Pepa y Modolell, utilizando la muerte de la primera como hilo conductor de una trama criminal que torpemente trata de clarificar el inspector Dávila. Porque el más listo del cuarteto (o quinteto para ser exactos) es él, el narrador, o el escritor, consumado inventor de novelas negras y de detectives patrios como Pepe Carvalho.

  Tal vez Cuarteto no sea la novela más valorada de Vázquez Montalbán, entre otras causas por su brevedad; no obstante, como los frascos pequeños que contienen perfumes y fragancias, la Novela rezuma lucidez, dominio absoluto de la trama, veracidad y ante todo cercanía, proximidad; un deseo morboso de estar viviendo esa historia de tinte cosmopolita y mundano, o cuando menos, como quienes nos dedicamos a escribir, haberla parido nosotros y no ese "maldito" maestro de las letras catalanas.

  <<¿Y qué decir de la inquebrantable lucha de los comunistas argelinos?>> En fin, como diría mi viejo profesor de literatura, es de lectura ineludible.