viernes, 5 de abril de 2019

Villafranca del Bierzo, Capital de la literatura española

     Mañana nuestra villa se vestirá de gala para convertirse, aunque sea unas por unas horas, en Capital de literatura española, ya que acogerá el fallo de los premios nacionales de la crítica literaria, premios que concede la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL) a través de un jurado integrado por más de veinte. En total se otorgan 8 premios: en castellano, gallego, catalán y euskera, repartidos a pares en la modalidad de narrativa y poesía, galardonando al mejor libro del año en sus respectivos géneros. Como curiosidad, es la tercera ocasión que el premio se falla en la provincia de León. Las dos anteriores fueron en la capital y en Ponferrada.


     Los premios se instauraron en 1956, siendo el primer ganador en narrativa, Camilo José Cela por su obra La catira. Al año siguiente el triunfador fue el recientemente fallecido, Rafael Sánchez Ferlosio por su novela El Jarama. Entre los triunfadores en narrativa, además de Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa, Eduardo Mendoza o Javier Marías, destacan escritores más próximos en lo geográfico, como la gallega de adopción Elena Quiroga, ganadora en 1961 por el libro Tristura. Esposa de Dalmiro de la Válgoma, que fue, si mal no recuerdo, cronista oficial de la Villa, además de miembro de la Real Academia de la Historia, sus restos mortales reposan junto a los del cónyuge en el cementerio municipal de Villafranca.



      Además de la santanderina, es reseñable el premio concedido al coruñés afincado en León, José María Merino por su obra La orilla oscura en el año 1985. Como también lo es, y por partida doble, el triunfo del lacianiego y académico de la lengua, Luis Mateo Díez en los años 1986 y 1999 por La fuente de la edad y La ruina del cielo respectivamente, siendo, por tanto, uno de los 6 únicos escritores que lo han conquistado por dos veces en la modalidad de narrativa junto a Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Ramiro Pinilla, Rafael Chirbes y Javier Marías.


       Y por si no fuera suficiente el testimonio de la geografía en la difícil rama de la poética, es de destacar la distinción de leoneses como Antonio Colinas en 1976 por Sepulcro en Tarquinia o Andrés Trapiello en 1993 por Acaso una verdad, sin olvidarnos de nuestro paisano Juan Carlos Mestre, que se hizo acreedor al premio en 2012 por su obra La bicicleta del panadero.



       El fallo, que se conocerá a partir de las 12:00 horas de mañana sábado en el Teatro Enrique Gil y Carrasco, irá acompañado de una mesa redonda, o rectangular, en la que el escritor y crítico literario Manuel Ángel Morales (impulsor del acto en Villafranca), los proferosres universitarios, Fernando Valls y José Enrique Martínez, debatirán sobre El Bierzo y sus escritores, ejerciendo de mantenedor el presidente de la AECL, Ángel Basanta. Además se presentará un libro de 15 escritores leoneses que ofrece las visiones particulares sobre El Bierzo, además de explicar cómo ha influido la comarca en su obra literaria. Ellos son: Hernán Alonso, Amparo Carballo, Manuel Cuenya, Gregorio Esteban, Carlos Fidalgo, Ester Folgueral, César Gavela, Raúl Guerra, Juan Carlos Mestre, Noemí Sabugal, Elisa Vázquez, Ruy Vega, Pedro Villanueva y Raquel Villanueva.


         Me parece una oportunidad única de a acudir a un acontecimiento de tal magnitud que muy probablemente no se vuelva a repetir. De estar en Villafranca no me lo perdería por nada del mundo. Es de agradecer a tod@s los involucrad@s el esfuerzo enorme que ha supuesto organizar este evento de categoría, y que se distingue de la mayor parte de los premios por dos particularidades: no tiene dotación económica y,  en todo momento, el jurado ya sabe el nombre de los premiados.

    

miércoles, 3 de abril de 2019

La balada del bar Torino

      Admito que cuando empecé a leer el libro de Rafa Lahuerta lo hice con prevención; un cierto escepticismo me impulsaba a dejarlo para más adelante, cuando quedaran lejos los fastos del Centenario. No obstante, como aficionado empedernido, picado además por las buenas críticas de la obra, decidí sumergirme en la lectura aprovechando los tiempos muertos de aeropuertos y autobuses. Lo acabé en pocos días, con la satisfacción y el disfrute de cuanto allí se dice, pero también con una envidia sana, pues no niego que me hubiese encantado ser el autor. Porque Rafa Lahuerta, además de escribir francamente bien, con soltura y un ritmo narrativo acorde a la obra, se ha planteado un ejercicio de sinceridad a raudales, con el corazón en la mano, o para no incomodar a los puristas del lenguaje, con la mano en el corazón. Todo lo contrario a mi impostura de autor de ficción al cual le da pánico escribir con sinceridad sobre vivencias y acontecimientos experimentados y, para remate, imbricarlos, o para ser más exacto, hacerlos confluir en el club de sus amores, el Valencia C.F., una especie de bote salvavidas al cual Rafa Lahuerta se ha asido en momentos azarosos de su vida, permitiéndole salir airoso y avanzar en su crecimiento como persona, pero también en la condición de personaje público.


    La balada del bar Torino, atendiendo a las indicaciones del autor, es una obra que ya tenía en mente muchos años antes de salir publicada la primera edición, en octubre de 2014 (hoy cuenta con cuatro), seguramente desde que decidió desvincularse del grupo Yomus, cuando se radicalizó en la década de los noventa. Rafa Lahuerta se vuelve más reflexivo y se percata de que siendo un miembro importante del colectivo de animación, ha perdido parte de su libertad para actuar en conciencia, algo que justifica a lo largo del libro. Un libro que en mi modesta opinión, más que una novela (hay cierta inventiva y metáforas hermosas), se trata de una autobiografía honesta, a través de la cual nos evoca plazas, calles y rincones de otra Valencia que todavía daba la espalda al mar, de la esquina de la calle Gorgos con la de Rubén Darío, del barrio del Mercat, de la calle Cuenca,  de sus años en la panadería familiar, sus andanzas por la eterna calle Zurradores, de su otro abuelo Manolo, de su madre y hermanos, de su padre, actor fundamental para entender su fidelidad sin límites al Club, de sus años viviendo en la inquietud, de sus amoríos primerizos y por encima de todo el Valencia, C.F., meta y muleta para levantarse una y otra vez, pues nos recuerda que él es socio desde que nació en 1971, una marca indeleble de la cual es imposible renegar, por tanto uno ha de convivir con ella lo mismito que se le hace sitio a un lunar caprichoso, o a una calva prematura; lo contrario es un disimulo difícil de creer: mejor el tumulto de una multitud que ha hecho del Valencia C. F. la válvula de escape, aunque a veces sea errática y nos dé disgustos que se pasan en pocos días.


       A lo largo de las más de doscientas páginas, además de relatarnos sin tapujos los recuerdos más indelebles de su vida, Lahuerta aprehende fechas cruciales y efemérides más significativas para el valencianismo, recordándonos que un siglo da para mucho. También nos advierte del pedigrí familiar que entronca con las raíces valencianistas, ahí la amistad antigua de su tío Vicente con el mítico Vicente Asensi, hasta el punto de especular con la posibilidad de que la firma del primer contrato como profesional del miembro de la Delantera Eléctria lo hubiera firmado en realidad su tío, o que por el Forn de la séquia se dejaran ver Pìo y Amadeo. De las vicisitudes de presidentes incomprendidos, del lastre de presidentes nocivos para la entidad, de infinidad de partidos asistiendo a Mestalla, de finales felices y finales malditas, de Kempes, santo y seña del valencianismo, de Puchades, del malogrado Vicente Peris, de la pirotecnia que es el Club, de la afición, a veces tan bipolar. Porque al fin y a la postre todo parte de una idea tan feliz como alocada, la de la fundación del Valencia en el hoy desaparecido Bar Torino, un homenaje de facto a las raíces del equipo che.


    Un libro, en resumidas cuentas, de obligada lectura, más tratándose de un seguidor del Valencia que no quiere olvidar el pasado, pero también quiere compartir las emociones y revivirlas merced a la extraordinaria obra. Gracias Rafael Lahuerta por este libro tan auténtico escrito con el corazón en la mano, o con la mano en el corazón.