lunes, 18 de marzo de 2019

100 años no son nada, pero una eternidad cuando hay que proteger la salud del corazón

       Se dice que el lugar de nacimiento marca mucho y termina orientando la vida de la nueva criatura. Un 18 de marzo de 1919 se inscribía al Valencia Football Club en el Registro de Sociedades al dar su autorización el Gobierno Civil; no obstante, el acta fundacional data del día 1 del mismo mes, y precisando un poco más, el reglamento estatutario se presentó el día 5 del mismo al máximo organismo provincial. Como dato curioso y nada baladí, todas las reuniones para ultimar el mínimo detalle, incluyendo el nombre de los socios fundadores, se gestó en el Bar Torino, ya desaparecido, y que se situaba en la antigua cuesta de San Francisco, próxima a la hoy Plaza del Ayuntamiento, el recinto de las mascletás diarias una vez se da inicio al mes más fiestero en la capital levantina.


      O sea, que los señores Gonzalo Medina, Augusto Milego, Fernando Marzal, Andrés Bonilla, Adolfo de Moya, José Llorca, Pascual Gascó Ballester y Julio Gascó Zaragozá, a quienes se le había inoculado el veneno del football, digo yo que mientras parían a la criatura, lo debían de hacer sobre una mesa donde abundarían los cafés, puros y alguna que otra copa de brandy, además del bullicio propio de los locales públicos a principios del siglo XX. Con toda seguridad, mientras ultimaban los estatutos de la nueva sociedad deportiva, me figuro que harían recesos para hablar de las fiestas falleras que muy pronto culminarían con la plantá y posterior cremá. Pero todo son meras especulaciones. A lo mejor no eran bebedores y se conformaban con unos vasos de agua para acompañar a los cafés.


       A todas luces, habiendo nacido en un bar con reminiscencias futboleras, en plenas fiestas patronales y en la ciudad de Valencia, la criatura pronto adquirió esa condición efervescente y que casa tan bien con el carácter de sus habitantes. Al poco, su primer presidente, Augusto Milego, dejó de serlo para ocuparse del Colegio Valenciano de Árbitros. Un breve mandato compartido por un buen puñado de sus sucesores que en algunos casos ni siquiera llegó al año. Marca de fábrica que explica lo que ha sido, es y seguirá siendo el Valencia CF: un Club que se desenvuelve mucho mejor caminando en el alambre, sin necesidad de la estabilidad proporcionada por un proyecto con luces de largo alcance y una lógica del rigor sustentada a lo largo de los años. Nuestro Valencia CF ha sido una entidad de bandazos, rechazando en todo momento el confort de una red circense.


        Pero todo tiene su lógica. Nacido bajo el signo de Piscis cuyo rasgo más clarificador es la mutabilidad, y sin olvidarnos de su cuna, el bar Torino, la criatura enseguida dio muestras de genio y figura. En los años 40 -y como una excepción a su trayectoria vivencial- el Valencia CF arrasaba en el Campeonato Nacional de Liga, quedando campeón tres veces y otras dos subcampeón, algo consecuente si en tus filas cuentas con la "Delantera eléctrica". Sin embargo, ese distintivo de buen juego durante los primeros años del franquismo, fue rápidamente descartado para adoptar  otro no tan amable, el del fútbol menos vistoso pero efectivo: el que empieza a partir de un orden defensivo y se complementa con el trabajo a destajo. Así nace el Valencia CF, bronco y copero, con el que pasa a ser reconocido en el resto de España. Al fin y a la postre fútbol que le ha permitido ganar la mayor parte de los títulos que atesora a partir de los años 50. Es una evidencia que bajo la premisa de la intensidad durante los 90 minutos, el Valencia CF ha competido mejor a lo largo de la historia.


         El Valencia CF ha sido y será lo que quieran sus seguidores. Incluso en una misma temporada, el equipo puede ser llevado a los altares, y unos días después condenado al fuego eterno de las fallas tras un partido infame. Y es que la afición, en última instancia, es quien ha hecho que la sociedad se sobrepusiera a dirigentes nefastos, jugadores de medio pelo en épocas con fútbol de patio de colegio, y en los momentos de crisis económica aguda, como al bajar a segunda en 1986, o más recientemente con la ampliación de capital del 2009. Y es que la afición Che, siempre estará al lado del equipo  si no renuncia al ADN competitivo: se podrá jugar mejor o peor, pero anteponiendo el sacrificio, la entrega de sus jugadores hasta la extenuación. Lo demás son cuentos chinos. Tal es la identificación de los seguidores con el equipo, que este los ha homenajeado con esa lápida Km. 0; además, el Ayuntamiento ha nominado a la plaza frente a la fachada de Mestalla, como de la Afición, con monumento incluido en medio del recinto.


      Yo, que presumo de ser del Valencia CF de toda la vida,  no puedo negar que ha sido parte de mi vida. Con los Claramunt, Sol, Valdez, Keita, empecé a crecer -no mucho-. Ya con los Kempes, Diarte, Bonhof, Solsona, Tendillo, Penev, Fernando, Cañizares, Ayala, Vicente, Baraja, Albelda, disfruté de lo lindo, y espero que sin tanto sufrimiento, como le pasará al de miles y miles de aficionados nacidos en Valencia o no, los Parejo, Gayá, Rodrigo, Kondogbia, Garay o Guedes hagan una machada. Ese Mestalla, que es como un gran teatro al aire libre, que se viste de gala si la ocasión lo requiere, y que te pone los pelos de punta cuando la fiesta y la comunión es total, como ocurrió el pasado 28 de febrero al clasificarse para la final de Copa a disputar en mayo, y de la cual fui partícipe activo, se prepara para festejar a sus jugadores en el próximo triunfo importante, quién sabe si tras la conquista de un nuevo título como colofón a las celebraciones del Centenario. Ojalá. Mientras pasan las semanas hasta la conclusión de este curso 2019-20, al Valencia le pediría que lo que tenga que llegar, llegue, pero si puede ser sin más sobresaltos para miles y miles de corazones que padecemos por los colores blanquinegros. ¡Felicidades!


                                                    Amunt València!

martes, 12 de marzo de 2019

El misterio de los 27 años

  Que hay profesiones de alto riesgo es algo que no debe escapar a nadie. Mineros, pescadores en alta mar, albañiles, policías, toreros, mecánicos de coches, estibadores, fundidores en altos hornos, bomberos, y otros trabajadores, han pagado un alto coste de siniestralidad y/o muerte a lo largo de la historia a cambio de llevarse un sueldo a casa. Sin embargo, casi ninguno nos hemos percatado de lo duro que puede llegar a ser el oficio de vivir de la música, y no precisamente porque se te pueda caer el piano encima de un pie, que las cuerdas de la guitarra se conviertan en cuchillas en los dedos del intérprete o una fan enloquecida se abalance sobre la estrella del concierto. Ser una estrella del rock ha sido a lo largo de los tiempos sinónimo de alto riesgo, y si no que se lo pregunten a John Lennon, asesinado a tiros a los 40 por un perturbado mental.


  Todo cuanto ha rodeado al rock'n roll y sus variantes desde su nacimiento a mediados del siglo pasado, a pesar de ese brillo incesante, de una burbujeante y explosiva forma de entender la vida, que no es otra cosa que la obligada necesidad de manifestar otra forma de estar en ella, ha venido cargado de polémicas y excesos que, muy probablemente, han ayudado, no ya solo a consolidar al movimiento musical como la mayor expresión artística del siglo XX, sino a mitificarlo hasta extremos inconcebibles. Con toda seguridad, una de las varias claves de la entronización del movimiento rock ha sido la enorme cantidad de talentos que fallecieron cuando todavía no les tocaba. Y ahí está Buddy Holly, uno de los pioneros del rock'n roll que falleció a los 22 en un accidente de avión, accidente en el que también perdió la vida Ritchie Valens cuando ni siquiera había cumplido los 18.


 La nómina de artisttas que nos han dejado a lo largo de los últimos 60 años es extensa: Marc Bolan, líder de T. Rex se fue a punto de cumplir los 30 por accidente de coche. Cliff Burton, entonces guitarrista de Metallica, murió a los 24 en otro accidente, si bien de autobús. Ronnie Van Zant, vocalista y principal compositor de Lynnyrd Skynnyrd, se mató en accidente aéreo a los 29. A Marvin Gaye lo tiroteó su padre la víspera de cumplir 45. A Sam Cook, el rey del soul, lo acribilló a balazos la propietaria de un motel sin cumplir los 34. Elvis Presley, el rey del rock'n roll, falleció súbitamente a los 42, probablemente por consumo de medicamentos sin control. Bob Marley, máximo exponente del Reggae, nos dejó a los 36 por culpa de un melanoma en un dedo del pie que con el tiempo derivó en metástasis. Freddie Mercury, tan de moda en la actualidad, murió a los 45 víctima del sida. Joey Ramone (Ramones), falleció a los 51 de un linfoma. Jerry García, líder de Grateful Dead se fue a los 53 de un ataque al corazón. El epiléptico Ian Curtis, cantante de Joy División se ahorcó a los 23. El ecléctico e inclasificable Frank Zappa se rindió a los 52 tras padecer un cáncer de próstata. Sid Vicious, uno de los apóstoles del punk y miembro de los Sex Pistols, pereció víctima de la heroína a los 21. Bon Scott, el  antiguo vocalista de AC/DC, se fue a los 33  a consecuencia de una intoxicación etílica, ahogándose en su propio vómito. Joe Strummer (The Clash, The Mescaleros) murió por ataque cardiaco a los 50. George Michael, falleció a los 53 al padecer cardiopatía y enfermedad hepática. Uno de los más prometedores guitarristas, Tommy Bolin (Deep Purple) nos dejó a los 25 tras consumo de heroína, cocaína y alcohol. John Bonham (Led Zeppelin) y Keith Moon (The Who) probablemente los dos mejores bateristas rockeros de todos los tiempos, murieron a los 32, por consumo de alcohol y el acompañamiento de droga en el segundo caso. Michael Jackson falleció a los 50 por intoxicación aguda de propefol. La prodigiosa voz de Whitney Houston se apagaba a los 48 sin concretar la causa exacta del óbito, más allá de aparecer con la boca hacia abajo en la bañera. También  aparecería ahogada en la bañera a sus 46, Dolores O'Riordan, la voz personalísima e inimitable de The Cramberries, a consecuencia de ingesta excesiva de alcohol. Y John Lennon, como ya dije, fue víctima de un supuesto fan, acabando con su vida a tiro limpio en Nueva York.



  En la relación aún cabrían muchos más artistas no tan conocidos. No obstante, en lo referente a esta especie de desgracia colectiva, llama poderosamente la atención la concordancia de edad  de algunos ilustres que dejaron este mundo a los 27 años. El primer genio de todos ellos fue Robert Johnson, formidable guitarrista de blues que se fue incluso antes de inventarse el rock'n roll, allá por 1938 sin haberse concretado las circunstancias del deceso. En 1969 y recién expulsado de los Rolling Stones, moría Brian Jones tras ataque agudo de asma. En 1970, en un solo mes, se iban tres más: Alan Wilson, cantante, guitarrista y fundador de Canned Heat por consumo excesivo de barbitúricos;  Jimi Hendrix, considerado el mejor guitarrista de la historia, a consecuencia de ingesta de barbitúricos que le provocó ahogamiento por vómitos; y Jonis Joplin, por culpa de una sobredosis de heroína y alcohol. En 1971 fallecía en París Jim Morrison, líder indiscutible de The Doors por posible sobredosis de heroína. Dos años más tarde, Ron Pigpen McKerman, miembro fundador de Grateful Dead sucumbía a una hemorragia gastrointestinal. En 1975 nos dejaba Dave Alexander, bajista de Stooges por edema pulmonar y Gary Thain, bajista de Uriah Heep víctima de sobredosis, justo unos meses después de ser expulsado de la Banda. En 1994 se iba para siempre Kurt Cobain (Nirvana), tras varios intentos de suicidio. Y ya en los últimos años moría Amy Winehouse por ingesta de alcohol, heroína y cocaína.