sábado, 16 de agosto de 2014

¡POR FIN!

  Parece que esta vez va en serio. Al fin parece que el culebrón llega a su final. Los miles de seguidores valencianistas podremos dejar de vivir en el sin vivir tras una incertidumbre de más de ocho meses durante los cuales no salía el sol por Antequera, o concretamente por los alrededores de Mestalla, con el concurso de acreedores planeando en el horizonte si no había inyección de dinero para aliviar la falta de liquidez. La representación teatral que casi dura lo que un embarazo, si bien con años de preparación, estuvo en ocasiones al borde de interrumpirse. Y es que desde el comienzo se volvió mediocre por culpa de algunos actores principales. No obstante, y sin conocer del percal al 100%, yo me decantaría por dar el premio Razzie de peor actor a Bankia. Los mandatarios del Banco se han propuesto dar la nota allá donde sea, y como en su momento le dijeron las autoridades comunitarias en 2012 al ministro sr. de Guindos a cuenta de la gestión de la Entidad con sede en Madrid, no se puede hacer peor. Bankia ha bordado el ridículo hasta extremo inaudito, sino no se comprende cómo en la primera quincena de junio pasado, tras arduas negociaciones, anunciaba el acuerdo final a bombo y platillo de la venta accionarial en poder de la Fundación, calificándolo de bueno para el Banco, magnífico para el comprador, sr. Peter Lim, y extraordinario para el Valencia. ¿Era sólo una broma anticipada del 28 de diciembre, o es que sus sesudos dirigentes no están para muchos trotes y son incapaces de devanarse los sesos a tenor de sus sueldos de escándalo?

  Hay por descontado otros actores que no han estado a la altura. Uno de ellos es el Consell, si bien trató finalmente de arrimarse al sol que más calienta y que procede de Singapur, el que teóricamente ha de hacer brillar de nuevo la nave Che. Pero antes, no tantos años atrás, cuando se sucedían los días de vino y rosas al rebufo de la maldita burbuja inmobiliaria, tuvo un papel determinante poniendo al mando del Club al sr. Soler, un constructor con delirios de grandeza y escasa materia gris. A lo largo de un mandato de 3,5 años, don Juan se puso manos a la obra y comenzó a fichar medianías a precio de caviar, empezó a edificar un estadio cinco estrellas sin tener vendido el viejo solar de la Avenida de Suecia, aduciendo que Mestalla lo vendería cuando él quisiera y no por menos de 350 millones de euros; o el pelotazo urbanístico como él mismo lo calificaba, ese de hacer la nueva ciudad deportiva en Porxinos, y que sin nada edificado, sólo suelo para recalificar, le reportó 100 millones de euros pagados por los promotores,  fundidos por otra parte con la misma celeridad que los había recibido. Del infausto mandato vienen en gran medida las penurias del Valencia en los últimos años, además de las amenazas judiciales por proyectos aprobados y sin ejecutar. Esos años se pueden resumir muy bien diciendo que el sr. Soler dejó al Club como un solar. Desgraciadamente el estadio a medio hacer es el símbolo de los años locos de la construcción desaforada en Levante, actividad por la que en más de una ocasión recibió el tirón de orejas de Europa.

  Del Presidente, el sr. Salvo, es digna de estudio su capacidad de persuasión, la de ganarse a la afición con su facilidad para conectar. Recuerda a los presidentes populistas al estilo del desaparecido sr. Gil, si bien sin la necesidad de recurrir a los exabruptos, salvo para atacar a Bankia. Y a pesar de la extrañeza de tanto baño de multitudes, el sr. Salvo en su primer año al mando ha dejado al Valencia fuera de puestos europeos, algo que no ocurría en los últimos tiempos. En su haber está el que no cobra un solo euro por su cargo.

  Del sr. Peter Lim sólo se puede decir que tiene mucho dinero, que la música de su proyecto suena bien y que ha protagonizado un verdadero tour de force, con intentos de tirar la toalla vistas las dificultades de llegar a buen puerto. El destino lo ha puesto a comandar la Nave, y se ha de ver si saldrá rana, como Piterman (Racing y Alavés), Al-Thani (Málaga), Ali Syed (Racing), o por el contrario será del estilo de Abramovich (Chelsea), Al Nahyan (City), o Al-Khelaifi (PSG).

  Ahora sólo queda esperar acontecimientos y ver si se plasma con rúbricas el dichoso documento de transacción accionarial. Si es así, los valencianistas nos relajaremos, al menos temporalmente, tras una batalla cruenta en la que nadie ha dicho la verdad de todo el proceso, hablándose únicamente del asunto extradeportivo. Un día, si se apaciguan las aguas, alguien debería de contarnos con pelos y señales esta historia tan disparatada, pues el mundo del balón se merece el respeto, y particularmente quienes nos consideramos ches.

sábado, 2 de agosto de 2014

Un chute de fluido rosa

  La fascinación regresó dos años después a la sala multifuncional del Canal Salat. Como ocurriera el 29 de junio del 2012, The Other Side tributo a Pink Floyd volvieron a conquistar los corazones de quienes somos fieles seguidores del grupo británico. Durante casi tres horas de concierto, la banda que capitanea Shanti Gordi hizo un recorrido exhaustivo a través de varias de las piezas musicales más representativas del cuarteto -hoy ya dúo tras la fuga de Roger Waters y posterior fallecimiento de Richard Wright. Antes de nada quiero recalcar que la banda integrada por menorquines persigue el mimetismo con su modelo británico, y a fe que le falta muy poquito para lograrlo, algo por otra parte imposible teniendo en cuenta que la perfección no existe, y por añadidura, Pink Floyd no es ni mucho menos proyecto sencillo de imitar. Por poner algún pero a la extraordinaria interpretación de ayer noche, yo sólo diría que tal vez debieran de vigilar los músicos y el controlador de sonido una nota recurrente por encima del volumen general proveniente de los teclados que lastra parcialmente la armonía en su conjunto de una canción en concreto; como en otra el ritmo propuesto por el bajo y que en la original es más diluido, desvaneciendo por momentos ese parecido tan deseado. Por lo demás y en lo referente al sonido, The Other Side ha mejorado aún más con respecto al recital de hace dos años, al igual que en lo concerniente a la tramoya lumínica de los múltiples focos diseminados en torno al escenario, espacio coronado con la mítica pantalla redonda, obviamente a escala más reducida.

  El concierto, como ocurriera en el Tour de 2012, está claramente diferenciado en dos partes. En la primera la banda interpreta las obras más reconocidas sin correlación entre ellas, dejando para la segunda la ejecución íntegra de The dark side of the moon -dos años atrás sucedía a la inversa-. La sala del Canal Salat, a rebosar como entonces, estaba dispuesta a propiciar el universo sonoro y lumínico de una de las agrupaciones más grandes de la historia del Rock.

  Como no podía ser de otra manera, a imagen y semejanza de muchos de los shows de los británicos, comenzaron con Shine on you crazy diamond, una de esas cumbres en la búsqueda casi enfermiza, a fin de dominar la perfección sonora y por añadidura el goce extrasensorial de su multitud de seguidores, incapaces por  otra parte de descifrar con exactitud el mensaje de la letra. El personal exultante -nativos, peninsulares como yo, y guiris- no cabía de gozo ante la brillante interpretación, así que de inmediato cayó rendida a la sabiduría de los menorquines, que a renglón seguido atacaron los compases inconfundibles de Astronomy Domine, pieza de The piper at the gates of dawn (1967) y también registrada en vivo en el Ummagumma (1969), tal vez la más recordada de Syd Barret, fundador del grupo y víctima prematura por los excesos del ácido lisérgico. A continuación maniobraron con What do you want from me, obra incluida en su álbum Division Bells (1994), seguramente más conocida por la cercanía en el tiempo, es un decir. Y así se sucedieron Pigs on the wing y Dogs, ambas integradas en Animals (1977), Echoes, que ocupa íntegra la cara B de Meddle (1971), The show must go on, Hey You, Another brink in the wall, part 2 -con el consabido coro de niños gritando el celebérrimo estribillo we don't need no education-, todas pertenecientes a The wall (1979). Concluia la primera parte del recital y la peña parecía deseosa de que corrieran veloces los diez minutos de descanso para recuperar la comunión con los talentosos intérpretes que lúcidos y en connivencia con el encargado de sonido, dejaron sonar en ese lapso el pálpito familiar e inquietante de un corazón, preludiando la segunda parte, íntegramente ocupada por la ejecución de The dark side of the moon (1973), álbum conceptual y cenit en la carrera de Pink Floyd. A lo largo de la interpretación continuada se aprecia el dominio absoluto y la pericia de cada miembro, 11 en total, además de una mejoría con respecto a la ejecución de junio de 2012. Hay, que duda cabe, horas y horas de ensayos, además de la búsqueda incesante por un ensamblaje armonioso del Conjunto. Y cuando uno se da cuenta de que en los tres primeros minutos queda resumido a modo de obertura el contenido íntegro de la obra, los deslumbrados oyentes transitamos por el viaje alucinante del protagonismo instrumental de On the run, antes de sumergirnos a golpe de despertadores en la enorme pieza que es Time. Así hasta aterrizar en un aeropuerto que levita llamado The great gig in the sky -monumento a mayor gloria del malogrado Richard Wright-, en cuya pista de aterrizaje tienen su momento sublime las tres princesas del coro. A renglón seguido otra de las piezas fundamentales: Money, y así hasta finalizar con Eclipse, título barajado en principio para el disco.

  El gentío gozoso no estaba dispuesto a abandonar la Sala así por las buenas y pedía a gritos el regreso de los músicos. Así que no se hicieron esperar y regalaron a la concurrencia bises impagables como el clásico Wish you were here (dedicado a Syd Barret, el padre de la criatura), Comfortably numb -incluido su celebérrimo sólo, uno de los más emocionantes y estremecedores de la historia rock, concluyendo con Run like hell, pieza sencilla y convincente con aire disco.

  Era la una de la madrugada cuando el personal abandonaba incrédulo la Sala tras el disfrute único de un acontecimiento parido por menorquines y que ya ha visitado muchas ciudades de la Península con reconocimientos, tanto de la crítica como de los asistentes al espectáculo. Y es que si es harto difícil por las circunstancias presentes asistir a un concierto de Pink Floyd, nada mejor que disfrutar con quienes mejor han captado el universo floydiano, The Other Side, el grupo dirigido con sabiduría por Shanti Gordi. Como dice la canción, el espectáculo debe continuar, pero es digno de verse una y otra vez.

  Desde estas páginas les lanzo un desafío más teniendo en cuenta que no parece existir obstáculo alguno para su capacidad interpretativa, y es que de cara al deseado Tour15 -si al final lo hay- se atrevan con algo de The final cut, además de otras instrumentaciones de Division Bells, como Marooned o la pegadiza Coming Back to life, donde el papel de la guitarra solista recobra el papel preponderante. Por cierto, y al hilo de todo esto, la esposa de David Gilmour acaba de anunciar la próxima salida al mercado de un nuevo disco en otoño desde la factoría Rosa. Albricias si se confirma la noticia y mi enhorabuena más sincera para Shanti Gordi y sus compañeros, se lo han currado de veras.