lunes, 31 de julio de 2023

El Jarama

Cuando se pregunta por las novelas más destacadas e influyentes de la literatura española de postguerra, una de las que se cita siempre es El Jarama (1955). La obra de Sánchez Ferlosio, junto a La colmena (1951) de Camilo José Cela, El camino (1950) de Miguel Delibes, Los hijos muertos (1958) de Ana María Matute, Los cipreses creen en Dios (1953) de José María Gironella, Con el viento solano (1957) de Ignacio Aldecoa y Entre visillos (1958) de su esposa de entonces, Carmen Martín Gaite, conforman un ramillete de obras narrativas fundamentales para entendernos y entender la España de mitad del Siglo XX. Obviamente existen algunas otras que podrían añadirse a estas siete, si bien en lo esencial las citadas resumen a la perfección lo que era la vida entonces y cómo la población se adaptaba a las circunstancias y cánones del momento, existentes o sobreentendidos. 


Cuando Rafael Sánchez Ferlosio (Roma 1927) publica su novela más reconocida -a lo largo de su dilatada carrera literaria solo llegó a publicar tres-, ya es un escritor con cierto reconocimiento, después de haber publicado en 1951 su novela iniciática Industrias y andanzas de Alfanhuí, un trabajo de tintes picarescos abordado desde un incipiente realismo mágico. Su salida a la luz pública provoca entre los lectores un cierto revuelo después de muchos años sin publicaciones del género, un género dejado de lado en detrimento de otros más en candelero, algo tal vez provocado por aquellos años de escasez y fantasías que no eran propicios para ahondar en la realidad del momento. 


 
En esta novela intachable que es El Jarama, Sánchez Ferlosio nos describe con parsimonia y sin estridencias, una estampa veraniega de domigno a través de infinidad de diálogos (en mi opinión uno de sus mayores aciertos) que un nutrido grupo de jóvenes procedentes de Madrid intercambia mientras pasan buena parte del tiempo al lado del Río en una de las localidades próximas a la Capital. Dichos diálogos pueden parecer insustanciales, mas en su conjunto trazan sin altibajos ni sorpresas la estampa ideal de un conjunto de jóvenes deseoso de disfrutar de un baño apetecible. La acción tiene también otro escenario, y ese no es otro que la cantina de Mauricio, donde algunos parroquianos de más edad dejan que las horas se escurran sin remordimientos, atentos a las andanzas y peripecias del grupo de bañistas. A través de esa estampa costumbrista esculpida sin prisas, el autor hace una radiografía casi perfecta de la sociedad, de sus anhelos y fracasos, de su culpa y del retraimiento, de la alegria por compartir algo con los amigos, pero también de los roces entre ellos. 


                                                                                                              
Y al final, cuando parece que nada anormal va a ocurrir, cuando los jóvenes planean el regreso a Madrid, unos en moto, otros en bicicleta, algunos en tren, sucede lo inimaginable, que una chica, Lucía, termina ahogándose con la anochecida, y sin que los compañeros hayan podido hacer nada por salvarla. Las páginas parsimoniosas de la mayor parte del libro se vuelven aceleradas, al tiempo que el grupo de amigos se debate entre maldecir la jornada dominical y al tiempo cuchichear con respecto a la desgracia; contemplar con morbosidad el espectáculo de la muerte dibujado en el rostro de una chica joven con un porvenir incompleto. 


El Jarama,
creo yo, es una obra de obligada lectura,  al menos para quienes somos empedernidos seguidores de una de las generaciones más brillantes que haya dado las letras españolas, como es la de los años 50. Su mayor logro es que resulta de fácil lectura; y aunque pueda parecer estática, los diálogos la hacen ágil, de buen ritmo. Esta obra supuso para Rafael Sánchez Ferlosio el reconocimiento definitivo como escritor de primer orden, refrendado con el Premio Nadal y Premio de la Crítica Narrativa en Castellano. Un lujazo su lectura para acompañar en este verano de calores desmedidos.