miércoles, 25 de noviembre de 2015

En busca del 9, ¿o del 7?

 La Selección está huérfana de un hombre gol desde hace ya algún tiempo. Ese es uno de los principales hándicap de la Roja para competir de igual a igual como se hacía no hace mucho, con el añadido de la retirada  o bajada de nivel de hombres tan fundamentales como Puyol, Xavi, Xabi Alonso, Casillas y por supuesto Villa. Del Bosque, que es hombre sensato y abierto a las críticas y opiniones de los futboleros, parece haber apostado para el puesto por el jugador del Chelsea Diego Costa. A priori no debería de ser una mala elección. Para mí se trata de un gran jugador, es inteligente, batallador, tiene buen manejo de balón y se desenvuelve como pez en el agua en espacios, además de mostrar en cada partido intensidad y compromiso; bien es cierto que su excesiva agresividad le juega a veces malas pasadas, ese es su principal defecto. ¿Pero es el único? En equipos como el Chelsea, el At. Madrid, incluso el pésimo Valencia de este año, más que un defecto sería una virtud. Son equipos que, salvando las distancias, por supuesto, juegan más o menos a lo mismo. Pero hete aquí que la Selección juega desde hace casi 8 años de una manera, con matices, muy parecida a como lo hace el Barcelona. En un equipo como el catalán, la Roja y hasta si me apuran la selección brasileña, Diego Costa tiene difícil encaje. Es cierto que el fútbol es impredecible y acaso el hispano brasileño termine adaptándose a la idiosincrasia del equipo nacional, terminando por meter goles, que es lo que se le pide a cualquier delantero. No obstante, veo más factible la adaptación de Morata e incluso de Alcácer, si bien aún deben demostrar que están preparados para suplir al máximo goleador español hasta la fecha.


 David Villa personificó durante un buen puñado de años lo que un delantero debe ser en un equipo campeón como el español: movilidad constante, velocidad, dribling, juego al primer toque, convicción para disparar desde cualquier lugar, buen manejo de balón, inteligencia. No era el típico delantero centro que se mueve por el área sin abandonarla y fija a los centrales. Por eso encajaba como un guante en el engranaje de Luis Aragonés primero y Del Bosque más tarde. Teniendo en cuenta que, por norma, los rivales de España jugaban y juegan a verlas venir, esperando la opción del contraataque; es decir, que con escasos espacios para maniobrar y la necesidad de imprimirle velocidad al balón además de mucha precisión en los pases, se tiene la obligación de ganar, jugadores como Diego Costa, pero también Fernando Llorente, Fernando Torres, Roberto Soldado o Álvaro Negredo tienen difícil ubicación. En la Selección, es mi modo de verlo, encajan mucho mejor jugadores que no son nueves puros; salvo que para hacer que triunfe el 9 elegido se cambie la forma de jugar, algo medio plasmado en los primeros partidos de Diego Costa, cuando se intentaba enviarle balones de 30 metros para que el jugador del Chelsea explotara su velocidad.

    A lo largo de los últimos 50 años, tal vez desde que el el gran Alfredo Di Stéfano dejara la Selección, han sido muchos los delanteros centro de categoría que han lucido el 9. Ahí están los más representativos: Enrique Castro Quini (5 pichichis en primera división y 2 en segunda, amén de estar en el Top de los máximos goleadores de la Liga) y Carlos Alonso Santillana (muchos años jugador del Real Madrid y quizá el mejor cabeceador de la historia en el fútbol español; sin embargo, ninguno de los dos llegó a triunfar, pues el primero jugó 35 partidos marcando 8 goles y el segundo 56 partidos con un total de 15 tantos. Tras ellos vinieron jugadores como Julio Salinas (56 partidos y 22 goles), Fernando Torres (110 partidos y 38 goles), o Fernando Llorente, Álvaro Negredo y Roberto Soldado, sin que ninguno de estos tres últimos llegara a jugar 30 partidos. Solo hay una excepción que confirma la regla, y es que un 9 puro como Fernando Morientes, a pesar de no haberse prodigado en la Selección, le dio tiempo a jugar 47 partidos y anotar 27 goles, lo que lleva su porcentaje a 0,57 goles por partido.  Llama poderosamente la atención que dos delanteros


no específicamente 9 puro, hayan sido santo y seña de la Selección, además de aceptables anotadores. Curiosamente, los dos portaban el 7, como David Villa. Emilio Butragueño jugó (portaba el 9 en la Selección) 69 partidos y marcó 26 goles, mientras Raúl González jugó 102 partidos marcando 44, con un porcentaje de 0,38 goles por partido el primero y 0,43 el segundo. David Villa jugó 97 partidos y goleó en nada menos que 59 ocasiones, un 0,61 de porcentaje, siendo jugador determinanate para llegar a la final del Mundial de 2010 con sus cinco goles, convirtiéndose en uno de los máximos goleadores en Sudáfrica. Lo que sí presumo es el encaje de los dos 7 madridistas en la Selección actual si estuvieran activos y en su época de máximo nivel.

  Me parece a mí que si los nuevos aspirantes, ante todo Diego Costa (a Morata y Alcácer habrá que darles más oportunidades, pues son jóvenes y tienen movilidad y desmarque) no encajan, mejor jugar con un falso delantero centro, como ya se hizo en ocasiones con Cesc o Silva y con resultado satisfactorio. Pero, bueno, no deja de ser una opinión más de un aficionado que tal vez esté equivocado, y antepone la presencia de un 7 con habilidad, inteligencia y toque, a un 9 clásico que sabe desenvolverse de espaldas a la portería. Pero, ¿existe ese 7 en el futbol español de ahora mismo?


                         

viernes, 20 de noviembre de 2015

Una segunda madre

  Una segunda madre es una agradable sorpresa en este 2015 casi acabado. Al ver la película de noche, una vez fuera del cine, se tiene la infrecuente sensación de que la media luna de estos días brilla como nunca, y es fiel a nuestro planeta sin abandonar su órbita jamás. Esa especie de duende que altera un poquito nuestros sentidos es lo que ayer me ocurrió a mí. No voy a calificarla de memorable, y sin embargo no deja por ello de ser una pequeña joya del cine brasileño. La Cinta rezuma humanidad a raudales y es sincera como pocas. Este largometraje rodado con poco dinero y sin necesidad de virguerías técnicas, demuestra una vez más que si hay inteligencia (el guión lo tiene) y se dejan de lado las imposturas para abrazar la honestidad (a Anna Muylaert le sobra desde la vertiente creadora), solo se necesita la presencia de actores convincentes para llevar la historia a buen puerto, y punto.

    Una empleada del hogar vive y trabaja interna en una casa de un matrimonio adinerado. La pareja tiene un hijo adolescente que prácticamente ha criado Val (la empleada) como si fuera suyo. Val cumple a rajatabla con sus tareas, siendo, a pesar de una personalidad extrovertida y positiva, complaciente y sumisa con las indicaciones de la señora de la casa. Por tanto existe la lógica armonía dentro del hogar teniendo en cuenta que cada uno de sus habitantes tiene muy claro su papel. Hasta que un día viaja a Sao Paulo, Jéssica, la hija de Val, para intentar pasar la Selectividad. Así que una vez instalada en la casa mientras no encuentra un lugar donde vivir, el hogar equilibrado y sin sorpresas de los últimos años, se torna en espacio novedoso para las discordias, amenazando con romperse la armonía ya que Jéssica es un espíritu inquieto que jamás aceptará ser sumisa como su madre.

  Con guión y dirección a cargo de Anna Muylaert, la película mantiene el ritmo propio de una comedia; no obstante es radicalmente mordaz y de un modo indisimulado aborda la antiquísima lucha de clases. En cierta manera, Una segunda madre, no deja de ser otra cosa que el lienzo de las desigualdades tremendas en un país tan inmenso como Brasil. Es comercial, sin duda, y a un tiempo nos muestra el carácter marcadamente social que se dibuja en cada uno de sus fotogramas. No hay duda de que Muylaert toma partido por la clase más desfavorecida.

  Los actores están francamente bien, aunque por encima destaca esa madre (Regina Casé) que lo borda en su papel lleno de abnegación alegre y confiada. En los Premios Fénix estuvo nominada a mejor actriz. Por su parte la película ganó el Premio del Público en el Festival de Berlín. 110 minutos de metraje que pasan en un soplo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El viaje a ninguna parte

  El viaje a ninguna parte es por derecho propio una de las grandes películas en la historia del cine español, refrendada por tres Premios Goya a la mejor película, mejor director y mejor guión, en la primera edición de 1987.  Y no es ninguna sorpresa que la cinta tuviera dos nominaciones más, a pesar de la fría acogida que tuvo en el Festival de Cine de San Sebastián. Para mí el gran acierto estriba en la pasmosa facilidad de Fernán Gómez para darle al tono, un tanto amargo y de fatalidad de la historia, ese toque cómico tan sutil que evita la caída del largometraje en una caricatura de la época en que está ambientada.

  El largometraje de 134 minutos es una adaptación de la novela homónima de Fernán Gómez publicada en 1985, por su parte una de las mejores obras escritas en España en la segunda mitad del siglo pasado. Así que, teniendo en cuenta la materia prima de la que procedía, no era extraño que el maestro filmase una de sus tres mejores películas, si no la primera. Relata, resumiendo, la historia de una compañía de teatro itinerante por tierras de Castilla La Nueva (hoy Castilla-La Mancha), con las vicisitudes por las cuales circula cada uno de sus miembros en los múltiples viajes que emprenden yendo de pueblo en pueblo y de tugurio en tugurio. Vicisitudes la mayor de las veces penosas, teniendo en cuenta la incomprensión de una parte muy significada de la sociedad, la apremiante necesidad que los integrantes tienen de llevarse algo a la boca y la competencia salvaje del nuevo medio que es el cine. Por si fuera poco, está la convivencia a diario de un nutrido grupo de actores con sus filias y sus fobias, sus ambiciones y sus manías.

  Este Viaje a ninguna parte es un sentido homenaje al teatro ambulante de postguerra, representado por compañías humildes de cómicos que recorrían los rincones más insospechados de la Meseta, a fin de representar adaptaciones de obras populares en antros de mala muerte, cuando no en bares o tabernas atestados de gente analfabeta. Magnífica es la escena en la que Don Arturo (Fernán Gómez) declama como si estuviera actuando en las tablas mientras es filmado por un desesperado director de cine (José Mª Caffarell), que termina por perder la paciencia. Y es que Don Arturo no se resigna a las nuevas reglas que imperan en el cine, de manera que para él el séptimo arte no deja de ser una prolongación del teatro.

  La película, que fue estrenada el 15 de octubre de 1986 en el cine Gran Vía de Madrid, deja para el recuerdo las magníficas interpretaciones de José Sacristán, Juan Diego, Gabino Diego, Laura del Sol, Mª Luisa Ponte y la del propio director, guionista y actor, Fernando Fernán Gómez. Curiosamente, ninguno de los intérpretes se hizo acreedor a la estatuilla, si bien, es probable que se debiera al carácter marcadamente coral de esta. 

  La cinta se pasa hoy en la 2 a partir de las 21:55, una magnífica oportunidad para visionarla de nuevo. No tiene desperdicio.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Steve McQueen

    El álbum jamás tuvo la repercusión o influencia de Highway 61 revisited de Bob Dylan, el St. Peppers de Beatles o Harvest de Neil Young, por poner ejemplos que han trascendido más allá de la temporalidad. Y tampoco es que haya tenido el favor mayoritario del público, si bien cuenta con admiradores en cualquier rincón del orbe. Por el contrario la crítica especializada sí ha alabado en su justa medida los méritos de esta colección de 11 temas que fue publicada hace ahora 30 años. Se escuche como se escuche el disco es molón. A pesar de quienes apelan a la evidencia de una producción enmarcada en plenos 80 y que en cierto modo lastra la excelencia de los temas, a mi me parece que ese tipo de elaboración realza el ramillete de buenas canciones -yo no puedo imaginar otro tratamiento en la grabación que el que le dio Thomas Dolby en calidad de productor- que se enmarcan en un estilo sofisticado, elegante.

   El cerebro de la criatura y líder indiscutible del grupo, Paddy McAloon, firma los 11 cortes. Le acompañan su hermano Martin, la ex groupie del grupo Wendy Smith y Neil Conti, por otra parte la formación más reconocible desde sus orígenes en Durham allá por el año 1978. De las canciones son destacables cortes como Bonny, Appetite, When love breaks down o Goodbye Lucille#1 (Johnny Johnny), que prefiguran el estilo delicado y vaporoso de todo el álbum, vistiéndolo de frac con la voz evanescente de Paddy McAloon y el auxilio coral de Wendy Smith; pero por encima de todo con el tratamiento de teclados usados inteligentemente y variado tipo de guitarras que mezclan a la perfección.

  En el año 2005 Paddy McAloon se encierra en los estudios por más de 6 meses para remasterizar el disco en formato acústico. De ahí sale un ramillete de 8 cortes que para nada desmerece al original, hasta el punto de que alguno de ellos supere al original. Muchos años antes Paddy había sentenciado que él era el mejor compositor británico del momento, incluso por delante de John Lennon, y eso a pesar de unas letras en exceso complejas, al menos en el presente disco. Eso le granjeó la animadversión de medios de prensa y críticos musicales que no le perdonaban esas muestras de soberbia. Años después pedía disculpas por la exageración. Como curiosidad decir que el disco se tituló en USA Tho wheels good stateside y contenía 3 temas adicionales. El cambio de título vino por la denuncia de la familia del actor fallecido que no veía con buenos ojos el uso comercial del nombre.

  Resumiendo, yo diría que este segundo trabajo del grupo es su mejor obra, un disco que entra enseguida por los oídos, lo cual no quiere decir que esté compuesto para agradar en ese momento y punto; por el contrario, detrás hay muchas ideas y creatividad a borbotones. Un placer su escucha.