domingo, 26 de abril de 2015

WHIPLASH


   Ese solo de batería de Caravan al final de la película redime al chaval Andrew Neyman, que vive con la determinación, o siendo más preciso, con la cerrazón de alcanzar la gloria como baterista, huyendo del fracaso que en su opinión es la mediocridad si no se alcanza la excelencia; y los espectadores nos reconciliamos en cierta manera con el detestable y malhablado Terence Fletcher, el profesor de música que recurre a la "pedagogía" del desprecio y a la de la tensión extrema para exprimir hasta la última gota de talento del joven alumno.

  El comienzo, con un fundido en negro y con un redoble, muy lento al principio, volviéndose acelerado y tenso, preludia el tono angustioso o cuando menos azaroso del film. Nada más aparecer en escena el profesor (papel interpretado por J. K. Simmons y que le valió un merecidísimo oscar como actor de reparto), el espectador se da cuenta de que, al igual que el alumno, se enfrenta a un individuo sin escrúpulos y con quien jamás se iría a tomar unas cervezas, y eso a pesar de que su interpretación te atrapa sin remedio.

   El largometraje aborda el espíritu de superación infinito de un joven que a toda costa quiere triunfar como baterista en una banda de jazz hecha a la medida de su sádico titular; y a pesar del desprecio, de los insultos y de su vileza, e incluso de la expulsión del grupo y de su decisión de abandonar las baquetas, el aspirante a estrella es catapultado al Olimpo de los elegidos gracias a su amor propio y tenacidad en un final apoteósico y deslumbrante, donde el redoble del comienzo adquiere su verdadero significado y una grandiosidad que emociona al más despistado.

  El montaje es fantástico, y las interpretaciones de profesor y alumno vibrantes, sin decaer en los 103 minutos del metraje. Es cierto que en la película no hay un resquicio por el que se cuele un rastro de humanidad y amor verdadero hacia la música -según denuncian los críticos musicales-, pero ese desprecio de la amistad que el profesor interpreta bajo su mirada como pasión por la música, adquiere su carta de naturaleza cuando utiliza todos los medios a su alcance para conseguir el fin, que no es otro que el triunfo del pupilo a pesar de la mucha sangre, del sudor frecuente y de algunas lágrimas.

  Película que nadie debería de perderse, particularmente aquellos que han hecho de la batería su profesión, o simplemente la tocan por gusto.                                


 




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