domingo, 19 de abril de 2015

La cabeza perdida de Damasceno Monteiro


 De Lisboa a Oporto, ese es el itinerario que hace Firmino para desentrañar el misterio que se esconde tras la aparición de un cuerpo descabezado. Pero bien podía haber sido a la inversa si el asesinato de Damasceno Monteiro se hubiera perpetrado en la Capital, y el joven periodista fuera uno más de los pobladores en la ciudad del vino. La acción se desarrolla en Oporto, aunque Antonio Tabucchi podría haberla situado en Marsella, Berlín, Nápoles o la misma Algeciras.

  En la novela, el autor italiano confronta en el ánimo del periodista Firmino, la luminosidad y belleza de Lisboa con el supuesto tono melancólico y gris de Oporto. Antes, justamente al inicio, Manolo el Gitano, haya la horma de su zapato al toparse con un cuerpo sin testa que le advierte de su condición miserable y desgraciada. Es el preludio, algo relatado a lo largo y ancho de 200 páginas, de la eterna dicotomía entre la miseria humana y la riqueza de unos pocos, entre los indefensos y quienes abusan del poder, entre Firmino, que rinde pleitesía al pensamiento de Lukács, y Loton, el abogado aristócrata que muestra, sino desprecio, si algo de indiferencia por el filósofo húngaro. Pero, a pesar de una cierta aprensión a la ciudad norteña, a sus moradores y a su arte culinario, que incluye los célebres callos y de los cuales reniega, el joven reportero va cambiando favorablemente su parecer hasta considerarla una ciudad amiga.

  A trazo simple, la historia no es otra cosa que la investigación encargada por un periódico de sucesos a su empleado Firmino. Se inicia con el hallazgo de un cuerpo decapitado y desnudo de torso hacia arriba. Con la inestimable ayuda de doña Rosa, patrona de la pensión donde se aloja, y sobre todo del adinerado Loton, abogado filántropo con clara vocación de socorrer a los más pobres sin contraprestación alguna, va avanzando con paso firme en el esclarecimiento de los hechos, descubriendo que detrás del horrendo crimen se esconde una confabulación de intereses entre la Policía y los políticos, alcanzando a la misma médula del Estado.

  Esta novela con clara vocación de entretener, y con un ligero toque metafísico nada complejo, fue escrita en 1997, a continuación de Sostiene Pereira, tal vez su obra más ensalzada. La idea surge en el fiel seguidor y magnífico traductor de la obra de Pessoa, cuando en 1996 apareció el cuerpo de un hombre sin cabeza con evidencias de haber sufrido tortura. Más tarde se supo que había sido la misma Policía la autora del suplicio y posterior crimen.

  La leí en enero de 1998, releyéndola hace nada. En ambas ocasiones el dictamen es coincidente: obra más que grata y de fácil lectura. Muy aconsejable para disfrutar de unas horas de asueto.                                


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