sábado, 31 de octubre de 2015

Sobre héroes y tumbas

    Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forjado a escribir desde que era un adolescente. De esa manera tan inequívoca nos introduce el autor en una de las obras cumbre de la literatura argentina, y para muchos críticos y entendidos, la mejor novela de Ernesto Sábato, o sea: Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961. Porque al utilizar la palabra obsesión (preocupación o idea que domina y acapara la atención intelectual y que siempre va acompañada de un penoso sentimiento de ansiedad), el rojense nacido en 1911 nos advierte en cierta manera de qué nos vamos a encontrar a lo largo de las casi 480 páginas del libro, algo así como una locura existencial domesticada por la genialidad del autor. Sobre héroes y tumbas no es otra cosa que la idea de un sentimiento penoso y decadente de un mundo que se le escapa de las manos al autor. Y a pesar de esa atmósfera claustrofóbica, demencial y a veces incoherente por la cual se vislumbra la imperfección humana, la novela te atrapa sin remedio en la historia que cuenta.


     Resumiendo el argumento, Martín es un joven introvertido y solitario que un día en el parque Lezama conoce a Alejandra, un espíritu atormentado y a pesar de sus pocos años con mucha vida vivida. La joven ve en Martín a su salvavidas, alguien que puede rescatarla de su existir turbulento; sin embargo, es como si a través de él se reflejara en un espejo que le devuelve su imagen real, la de la mujer atormentada, de ahí su manera errática de desenvolverse con su amigo. Por contra, Martín ve a Alejandra como a la princesa de sus sueños, la chica capaz de rescatarle de una vida vacía y sin emociones; pero muy pronto se dará cuenta de que la princesa de sus sueños puede ser a la vez la más cruel de las criaturas. Por encima de ellos emerge la figura de Fernando, el padre de Alejandra, un hombre que fatalmente ha marcado la vida de su hija hasta límites indecibles. Fernando, como su única hija, es un ser angustiado, cercano a la esquizofrenia, con la fuerte convicción de ser los ciegos en general una secta perfectamente organizada para dominar al resto del mundo, hasta el extremo de envolverlo en unas tinieblas perennes. Muestra de una demencia incisiva y hasta lúcida es su Informe de Ciegos, tercera parte de la novela y que por sí sola forma otra perfectamente independiente. A lo largo de la novela aparecen otros personajes de carácter secundario, pero nadie más destacado que Bruno. Bruno es un amigo de Martín y a su vez de Alejandra; de algún modo es el hilo conductor imprescindible de esta obra.

    Esta novela que en algunas encuestas y clasificaciones aparece como la mejor de las argentinas en el siglo pasado y que no había leído hasta ahora, me ha dejado una onda impresión. Tanto el argumento como su forma de trazarlo es en mi modesta opinión brillante. Ese clima denso que destila la obra mereció el elogio de los existencialistas franceses, particularmente de Camus; un clima que a veces se vuelve insoportable pero al mismo tiempo indispensable para ahondar en las profundidades de unos seres complicados, con muchas aristas, mas afortunadamente alejados de la banalidad del tiempo presente. En resumidas cuentas, novela indispensable para quienes amamos la literatura con mayúsculas.                                           



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