miércoles, 14 de octubre de 2015

Adagio 123

      Al llegar, un poco mojados por los chuzos cayendo sin desmayo, como había ocurrido la primera vez que tropecé en la tentación de Amina, el mismo recepcionista de turno nos informó de que el alemán había llegado un rato antes y ya esperaba en la habitación 123, pues él mismo había estimado oportuno dejarle pasar, no en vano se había presentado con una merluza de no te menees. Y debía ser cierto lo de la cogorza. En una de las camas reposaba el hombre, incapaz de balbucir palabra alguna en castellano o cualquier otro idioma. Lo zarandeamos para ver si reaccionaba, pero ni un par de bofetadas sirvieron para nada. Ante la grotesca situación, sin Feli saber con certeza la mejor opción; aprovechando el desconcierto momentáneo le propuse abandonar el Hotel y dejar al extranjero que durmiera la mona toda la noche. A él no le convencía el plan, y como ya se había hecho a la idea de otro revolcón, decidió que nos quedaríamos un rato más, a ver si mientras, el germano espabilaba un poco y concluíamos con éxito la misión, una misión de nada menos que veinte mil euros. Tu padre se impacientaba en el ínterin de la espera; y no pudiendo sufrir por más tiempo ese prurito, al poco se había desnudado por completo, lo cual habían imitado a la perfección las haitianas, quedándose estas únicamente con las medias y los sujetadores, exageradamente estrechos...          

         (Parte de la página 148 del libro)                           

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