miércoles, 27 de noviembre de 2013

El héroe discreto

  La primera novela de Mario Vargas Llosa tras la obtención del Premio Nobel en 2010, supone, en cierta manera, una grata sorpresa para quienes nos consideramos seguidores suyos. Lo racional hubiera sido una novela sin más tras la conquista del supremo galardón, teniendo en cuenta que el libro se vendería sin ningún esfuerzo, pero el Autor no ha querido defraudar la espera impaciente de sus lectores y se ha esmerado.

  Lejos quedan sus primeras obras, como La ciudad y los perros o La casa verde, donde la ambición estilística del autor peruano se hace patente, hasta el punto de convertirse en pocos años en un renovador preclaro de la novela contemporánea y con ello en uno de los escritores que contribuyan decisoriamente al apogeo de la literatura sudamericana; si bien el merecimiento no se sustenta en el realismo mágico imperante, sino a partir de un tratamiento narrativo tan novedoso como peculiar, sin apenas precedentes. Consagrado al fin como impulsor de las nuevas vías narrativas, Vargas Llosa deja de modo definitivo el recorrido intrínseco en el procedimiento de redactar y, a partir de Pantaleón y las visitadoras se asienta en una composición menos elaborada y por tanto directa, sin por ello renunciar a su extraordinaria capacidad para desarrollar historias a veces de dudoso recorrido que, en manos menos sabias podrían desembocar en fracaso. La novela El héroe discreto pudiera acogerse a esa categoría, aunque seguramente me esté excediendo.

  La Novela consta de dos historias paralelas que un poco antes del final convergerán, si bien de modo liviano. A través de las páginas del libro se desgrana la vida y milagros de dos empresarios peruanos ya mayores, hechos así mismo. Uno de ellos, de nombre Felícito Yanaqué, sufre extorsión para que pague dinero a la mafia local a cambio de protección. El otro, Ismael Carrera, es viudo octogenario y está a punto de contraer matrimonio con su empleada de hogar, que tiene la mitad de años. Lo que comienza teniendo un fondo tirando a predecible y trasfondo de tintes graves en ambos casos, ira trocando por momentos en algo así como un melodrama, si bien esos cambios puedan parecer imperceptibles y hasta naturales según se avanza en la lectura. Ese es uno de los grandes logros de la Novela. El otro, sin duda, es la sapiencia del autor para saber dónde debe de poner punto y final a cada capítulo. Ese dominio de carpintería, además de unos diálogos ágiles y creíbles, hace que el retorno del autor de Arequipa se haya convertido en feliz acontecimiento, como también lo será la conclusión de la historia para quien la lea. Por poner un pequeño pero, yo me atrevo a decir que, posiblemente, la resolución del "embrollo" en que va evolucionando esa historia paralela (despachada en pocas páginas), sea un poco facilona tras tantas vicisitudes, cuando menos, fastidiosas, pero no deja de ser una apreciación personal.

  La lectura de la Novela es muy recomendable no obstante, lo que confirma la plenitud y vigencia del autor. Y especialmente recomentable en estos tiempos de inusual frío. Mucho mejor que perder el tiempo mirando y remirando el iPhone de turno. Pero bueno, esta es otra opinión personal.

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