El Gitano (mis charlas con Fermín)
A pesar de los años transcurridos, de su gran capacitación como profesional de la ingeniería, Fermín no ha perdido esa virtud cada día más escasa entre la sociedad actual: la compasión. Todo comenzó en un restaurante del Puerto de Maó. Mientras esperábamos los menús, él atacó con sus habituales preguntas.
- ¿Por qué las mujeres suelen tener las piernas más largas que los hombres.
- No lo sé -respondí.
- ¿Por qué en la mayoría de teatros las butacas son de color rojo o granate?
- Algo leí al respecto, pero no recuerdo bien.
- ¿Cuál es el motivo de que en numerosas ocasiones para hablar de uno mismo utilizemos el plural de la primera persona?
- Buena pregunta.
- ¿Por qué en bastantes ocasiones los más intolerantes han sido antes tolerantes.
- ¿Me estás haciendo un interrogatorio? La verdad es que no te pillo.
- Por ejemplo, un fumador que ha dejado el tabaco es inflexible con quienes aún fuman. Yo conozco a más de uno que prohibe al amigo echar unas caladas en su presencia, aunque sea en espacios abiertos.
- Hay gente radical.
- Hablando de radicalismos, ¿Tú puedes darme una explicación a lo que está pasando con Karla Sofía Gascón?
- Pues... Mejor dámela tú.
Fermín se retrepó sobre la silla, y sin dejar de mirar a las embarcaciones de recreo a través de la cristalera, pretendiendo, supongo, atinar con las palabras precisas, vino a decirme que hay una cosa imperdonable para la sociedad: la incongruencia con el pasado de cualquier persona, pero muy particularmente de las que pasan a convertirse de un día para otro en una celebridad. Como no estaba muy seguro de la exactitud de sus palabras le invité a que se explicara mejor.
- En cierta manera todos somos incoherentes, cayendo en cotradicciones. Desde los políticos al último mono. De ahí que se diga que todos tenemos un pasado; Yo también tengo el mío. Si somos personas anónimas, como tú y yo, es posible que nuestro pasado no les llame la atención al resto de la ciudadanía. Ahora bien, si de la noche a la mañana tú o yo, por circunstancias diversas, nos convirtiéramos en famosos, en poco tiempo saldría a público conocimiento nuestro pasado más secreto, que chocaría con la imagen pública que proyectamos. ¿Entiendes?
- Más o menos.
- Y a Karla Sofía Gascón le ocurre eso. ¿Quién la conocía antes de ser nominada al Oscar?
Se puso a analizar el caso, y el absurdo de boicotear su trabajo en la película Emilia Pérez -fantástico a tenor de su nominación-, por culpa de unos tuits racistas y xenófobos lamentables, escritos por ella hasta anteayer, como quien dice. Y mientras meditaba en el desatino probable de silenciar su interpretación en la película francesa por culpa de su mala cabeza; sin pretenderlo, yo retrocedía casi cincuenta años en el tiempo.
Era un día sin clase, al final de la primavera, tal vez la festividad de San Antonio. Algunos compañeros de séptimo nos reunimos para husmear entre los tenderetes de la feria, y luego a tomar un par de merosoles por ahí. El Gitano -se llamaba Poncio, natural de una de las Valtuilles- nos acompañaba en el estreno por los bares. Al acabar de beber el último merosol, nos acercarnos al Campo Bajo para ver a los animales que permanecían amarrados al murete, frente a La Colegiata. Uno de los chicos, tal vez Roberto, dijo que a él no le gustaría haber nacido burro, o mula, ni ser otro animal cualquiera. Animado por la confesión del amigo, El Gitano no tardó en meter baza. Y es que al Gitano, como lo llamábamos, aunque renegara de su origen calé -sus padres eran adinerados, algo insólito-, se entusiasmaba llevando la contraria. Entonces, sin cortarse un pelo y a voces, como solía hacerlo, dijo que a él no le hubiera importado ser eso antes que nacer y vivir como un gitano.
- Pero si tú lo eres, aunque seas un renegado de tu raza, Gitano -le dijo alguien de nosotros, quizá el mismo Roberto.
Un gitano de edad promediada, acaso cincuenta, y que vendía polluelos amarillo claro con pocos días de vida, había escuchado la diatriba de Poncio. Entonces le chistó para que se acercara al gallináceo. Este obedeció. No soportando el menosprecio que acababa de escuchar hacia los de su raza, se encaró con él. Nosotros nos quedamos perplejos ante la situación. El hombre, visiblemente enfadado, le dijo de todo, y que sus rasgos lo delataban, por mucho que disimulara con el peinado y la ropa de vestir. Poncio se quedó paralizado, incapaz de reaccionar. Y es que él era así, lanzado y fanfarrón, despreciativo con los de su raza; pero en cuanto alguien se engallaba, perdía el brío y hasta el habla.
Ante el espectáculo de la bronca, observado por un creciente número de curiosos, y con nuestro compañero en situación de pasmo absoluto, Fermín se aproximó para decirle a aquel hombre que no tuviera en cuenta las palabras de su amigo. Que había bebido más de la cuenta y se le iba la fuerza por la boca. Que todos nos equivocamos alguna vez. Que no se lo tuviera en cuenta. Que aún éramos muy jóvenes y no sabíamos de la vida la mitad.
Fermín debió de ser muy persuasivo, pues el feriante los dejó marchar sin un reproche más. De allí nos dirigimos hacia la parte alta de la alameda para seguir fisgando entre los tenderetes y puestos.
- ¿En qué estás?
- Estaba pensando en el Gitano, no lo he podido evitar.
- ¿Poncio, nuestro compañero de estudios en los Paúles?
- Sí.
- ¿Qué habrá sido de él?
- ¿No lo sabes? Tuvo un accidente con su coche y se mató. Dicen que iba a más de ciento sesenta por la carretera de Villafranca a Ponferrada.
Se quedó sorprendido al escuchar lo del accidente, y que solo tuviera cuaranta años al estampar su coche contra un poste de la luz. Entonces le pregunté si aún recordaba el incidente de Poncio con aquel hombre. Y sí, lo recordaba perfectamente.
- Al final de ese curso, pocos días después de aquello, le pregunté en un aparte por qué tenía tanta ojeriza a los de su raza, y él me dijo que sus abuelos, los paternos, lo habían pasado tan mal durante la guerra, precisamente por su condición de gitanos, que lo mejor para sobrevivir era vivir, o al menos intentarlo, como los payos, aunque se renegara de ellos. Sus padres así lo hacían, y él no iba a ser menos. Entonces entendí su modo de comportarse y de hablar.
Cuando acabamos de comer y abandonamos el local, nos despedimos hasta la próxima ocasión. En tránsito por el paseo marítimo, no dejaba de cavilar en nuestra condición de personas contradictorias, si bien no estaba tan seguro con respecto a si dicha condición se cumplía a rajatable en mi amigo Fermín. Tal vez, esa coherencia que se da entre el proceder de entonces para ayudar a Poncio y la opinión vertida sobre la figura de la actriz, sean la incoherencia lógica de un ser humano tan compasivo como es él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario