
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) delimita el antes y el después de algunos eventos, entre ellos, digamos de un modo más o menos formal, la trayectoria profesional de Pedro Almodóvar. Este, su séptimo largometraje, pone fin a la sucesión de comedias alocadas, divertidas, y con un mensaje evidente por el compromiso con la vida, de disfrutar de ella hasta donde sea posible, sin estorbo alguno. Sus siguientes trabajos, salvo en muy contadas ocasiones, se desarrollan a partir de dramas con su genuino toque anómalo, dejando a un lado las risas oportunas provocadas por la frivolidad de muchos de sus personajes anteriores, para ahondar con indudable acierto en la sicología de seres más complejos. Por otra parte, si Pedro Almodóvar es uno de los creadores y máximo exponente de la Movida Madrileña, tendencia artística cimentada a partir, básicamente, de novísimas y originales agrupaciones musicales, no es ninguna presunción aventurar que con este largometraje se la da por clausurada de manera oficiosa.
Mujeres al borde..., rompe con algunos hábitos frecuentes en sus anteriores películas. Uno de ellos es prescindir del piso humilde donde se desarrollaban algunos de sus anteriores rodajes, para recurrir al decorado de madera y cartón a fin de reproducir un ático de lujo en Madrid. También, y por primera vez, el manchego no comparte la tarea de escribir la historia, siendo el guión exclusivo de él. Un episodio infeliz es la ruptura de Almodóvar con la hasta entonces su actriz fetiche, Carmen Maura. Nunca se llegó a saber el motivo exacto del distanciamiento, aunque si hay que hacer caso a la madrileña, se debió en buena medida a la tensión a la que se vio sometida por parte del director durante el rodaje, desmentido si se hace caso de la declaración de este: <<Carmen confundió la pasión que sentía hacia mí como intérprete, con una pasión amorosa, y empezó a comportarse más como esposa que como actriz>>. Por otra parte, Almodóvar da mayor trascendencia a algunos objetos e imágenes que en anteriores trabajos, como es el teléfono rojo en el primer caso, o al fuego en la cama provocado por Maura en el segundo; también a los mismos títulos de crédito.

El argumento es trivial, nada infrecuente. Una pareja de adultos, Pepa (Carmen Maura) e Iván (Fernando Guillén), ambos dobladores de películas, rompen después de años de relación sentimental. El mensaje de ruptura lo deja grabado el hombre en el contestador de ella. Ella espera impaciente la llamada de él, entrando en un estado de agitación creciente por la espera. Mientras esto ocurre, por su maravilloso ático empiezan a desfilar otras mujeres tan nerviosas como ella, incluso más excéntricas, cuando no alucinadas, compartiendo sus penas, y haciéndose al tiempo copartícipe de las ajenas. Todo ello transcurre en un ambiente insensato, acompañado por la habitual estética kitsch tan desenfrenada y característica en su filmografía, algo que no impide a la protagonista entender mejor lo que significa la separación, el estar sola en la vida. Porque, si uno escarba por debajo de la aparente simplicidad de la historia, va a encontrar un significado más profundo a esta parafernalia de escenas inolvidables, prefigurando, a mi parecer, el giro dramático de sus siguientes películas.
El largometraje que consagró a Pedro Almodóvar como cineasta a nivel internacional, contó con el beneplácito de crítica y público, logrando numerosos premios y/o reconocimientos en los festivales de Toronto, Venecia o entre los críticos cinematográficos de Nueva York, además de estar nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. Aquí se alzó con cinco premios Goya, entre ellos el de mejor película, mejor guión original, mejor actriz protagonista para Carmen Maura o mejor actriz de reparto para María Barranco. Además de ser la más taquillera de aquel año, solo por detrás de El último emperador.
Han pasado casi cuarenta años desde su estreno, y a mí me sigue pareciendo una de las comedias más excitante y divertida del cine español, siendo una de las mejores películas rodadas por el manchego. Es, en mi modesta opinión, un largometraje para volver a verse de vez en cuando, en especial si el cinéfilo de turno es de aquellos que disfruta con las, digamos, mascaradas ingeniosas que guardan un mensaje de cierto calado.
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