viernes, 3 de abril de 2020

Muerte de un ciclista (18)

      Muerte de un ciclista (1955) es con toda seguridad la mejor película española de ese año, y junto a Calle Mayor (1956), una de las dos capitales de Juan Antonio Bardem. El director madrileño conocía la existencia de un proyecto con ese título por parte de una productora importante; finalmente adquirió los derechos para filmarla, y en 1954 presentaba el proyecto a la Dirección de Cinematografía como película exclusivamente nacional, con un presupuesto estimado en torno a las 5.800.000 pesetas. Una triquiñuela para agilizar los trámites del permiso, ya que finalmente se trató de una coproducción italo-española que contó con la presencia como protagonista femenina de la italiana Lucía Bosé, recientemente fallecida.



       Juan (Alberto Closas) y María José (Lucía Bosé), que son amantes, en una de sus habituales escapadas, atropellan a un trabajador que circulaba en bici. Lejos de socorrerle, huyen del lugar del accidente no sin antes percatarse de que el accidentado aún vive. El miedo a que se descubra su adulterio -María José está casada con un rico industrial, y Juan es reconocido profesor de universidad- más que a admitir el propio accidente, les empuja a la huida. No obstante, con el transcurso de los días, en Juan se acrecienta el sentido de la culpabilidad, mientras María José quiere a toda costa mantener su alto estatus social. Todo se precipita en una suerte de tragedia shakesperiana cuando Juan descubre la situación de pobreza y desamparo en que vive la familia del ciclista fallecido. Entonces decide confesar ante la policía, algo a lo que la antigua amante -la relación se va deteriorando hasta el punto de no existir- se niega en rotundo. En la última cita de la pareja, aprovechando que Juan se ha bajado del coche en la misma carretera del accidente, María José lo atropella. Dándose a la fuga y evitando colisionar con otro ciclista (Manuel Alexandre), hace una maniobra brusca que provoca su propio accidente. El ciclista ileso sigue su camino, sin saber los espectadores si huye de la escena o va a pedir socorro.



     Este clásico que dio resonancia al cine español de la época, se ha considerado en líneas generales como una crítica ácida hacia la burguesía de entonces, con unas reglas o preceptos que se debían cumplir a rajatabla, más allá del cinismo, de ahí que el adulterio fuera condenado sin contemplaciones por la Censura. También, a partir de un neorrealismo ciertamente sui géneris -mantiene el guión algunas concomitancias con Crónica de un amor (1950) de Antonioni, en la cual también trabajaba Lucía Bosé-, en la cinta se ha querido ver el compromiso valiente de Bardem que por vez primera presenta al espectador del séptimo arte una mirada contrapuesta a la del bando vencedor de la Guerra Civil. Y ciertamente presenta una intencionada y clara divergencia entre mundos tan opuestos como el acomodado y hasta opulento, reflejado por María José, y la miseria más desesperante de una familia en un barrio obrero.  Pero más allá de esas consideraciones que han valorado justamente los críticos especializados, en este film, al cual están invitados desde el principio todos los espectadores para que empaticen o no con la pareja de protagonistas -y no queda más remedio que hacerlo ante la habilidad de Bardem para comprometernos a todos en sus actos-, hay una profunda carga sicológica que transmiten -es cierto que a veces con cierta frialdad, pues así lo requiere la historia- los dos protagonista de esta historia genial.




      Para la ocasión, y aunque se había barajado la opción de otra actriz, desde un principio el director tenía claro que Lucía Bosé sería quien encarnase a María José. La actriz milanesa trabajaba por primera vez en España, dejando para la posteridad una de sus mejores interpretaciones junto al barcelonés Alberto Closas. Durante el rodaje de la pelícuala en Madrid, conoció al diestro Luis Miguel Dominguín; todo cuanto vino después es de dominio público. Por otra parte, es de destacar la excelente fotografía en blanco y negro de Alfredo Fraile, y el montaje, a veces desconcertante, de Margarita Ochoa. La película, que estuvo prohibida unos meses, fue galardonada en el Festival de Cannes con el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI). En una entrevista, haciendo referencia a la Censura, Juan Antonio Bardem admitió que fue una amiga quien le sugirió el final de la película "de manera que el accidente sin auxilio y el adulterio, quedaban expiados con el castigo de la muerte de los protagonistas", algo bien visto en última instancia por los señores censores. 



        En resumidas cuentas, Muerte de un ciclista es una obra indispensable del cine español de los años cincuenta, una cinta que todos los amantes del Séptimo Arte deberíamos de ver al menos una vez. En mi modesta opinión la situaría entre las 20 mejores de la cinematografía patria.

     

             

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