lunes, 13 de abril de 2020

La montaña mágica (1924)

     LOS LIBROS DEL CONFINAMIENTO (2)                        

  Intenciones del Autor


   <<Queremos contar la historia de Hans Castorp, no por él mismo (pues el lector ya llegará a conocerle y verá que es un joven sencillo aunque simpático), sino porque su historia, por ella misma, nos parece muy digna de ser contada (aunque en favor del muchacho recordaremos que ésta es su historia, su peripecia, y que no cualquier historia le ocurre a cualquiera). Esta historia se remonta a un tiempo muy lejano; por así decirlo, ya está completamente cubierta de una preciosa pátina, y, por tanto, es accesorio contarla bajo la forma del pasado más remoto.


    >Esto, en principio no es un inconveniente, sino más bien una ventaja, pues para contar una historia es necesario que haya pasado; y podemos decir que , cuanto más tiempo hace que pasó, más adecuada resulta para ser contada y para el narrador, esa voz que murmurando, evoca lo que érase una vez sucedió. Sin embargo, ocurre con ella lo que ocurre hoy en día con los hombres, y por supuesto también con los narradores de historias: es mucho más antigua que la edad que tiene; es más, su edad no puede medirse por días, como tampoco el tiempo que pesa sobre ella puede medirse por las veces que la Tierra ha girado alrededor del Sol desde entonces. En una palabra, en realidad no debe su grado de antiguedad al tiempo; y ésta es una observación que pretende aludir y señalar la extraña dualidad natural de este elemento>>.

                                                    (Traducción de Isabel García Adánez)


             

              Así comienza La montaña mágica, una de las novelas fundamentales del siglo pasado y probablemente la mejor del escritor alemán Thomas Mann, Premio Nobel de 1929. Esta monumental novela la leí en diciembre de 2008 y me dejó impactado. Pertenece al estilo realista tan de moda en el siglo XIX, y a partir de sus primeras páginas nos informa  del viaje que emprende el joven ingeniero Hans Castorp con destino a Davos (Suiza) para visitar a un primo suyo, militar, afectado de tuberculosis y que permanece internado en un sanatorio. Lo que parecía un viaje de cortesía, se convierte en un confinamiento eterno, pues él mismo termina contrayendo la enfermedad. Hans acaba por adaptarse a la vida tranquila y desalentadora de la institución, incluso experimenta por vez primera la atracción hacia una mujer que le hace percibir la vida de otro modo más  emocionante, dentro de la fatalidad. Además, entre reposo y reposo, asiste entusiasta a las discusiones diarias entre dos personajes opuestos: el italiano Settembrini, de conversación amena y liberal convencido, y el ex jesuita Naphta, muy culto e inteligente, convencido de que el totalitarismo de un color u otro es la mejor opción. 


          En resumidas cuentas, nos encontramos ante una novela redonda contada con cierta dilación, al tiempo de impregnarnos del aire puro que circula entre las montañas, y donde apenas hay episodios de acción desbocada y mucho ejercicio para la reflexión. Una novela maestra.

       

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