jueves, 3 de abril de 2014

Bierzo, Ramón, Maragatería.

  He tenido la oportunidad de leer Viaje al Bierzo Bajo y Memoria de un viaje a la Maragatería, ambos, libros de viajes inconclusos, publicados el pasado año por el Instituto de Estudios Bercianos al alimón con el Centro de Estudios Astorganos "Marcelo Macías". Ramón González Alegre -el villafranquino enjuto y alto, de sentimiento religioso legítimo, que no beato, de profundas convicciones sociales, conocido, y a un tiempo desconocida su obra para la mayoría de sus paisanos, además de morador constante en Vigo a lo largo de sus últimos 19 años de vida- no pudo acabar ninguno al fallecer a los 48, tras una prolongada enfermedad que día a día le iba debilitando. A pesar de la pena por no poderlos disfrutar como él hubiera querido, es decir: cumplidos en la totalidad de trayectos y lugares proyectados, Ramón nos deja al margen el legado de una extensa obra que abarca desde el género narrativo (novela, relatos), teatro, pasando por la poesía (también fue director de la revista Alba), libros de viaje, periodístico, hasta el ensayo y otros de difícil clasificación, amén de conferenciante impenitente, siendo aún hoy el escritor leonés con más obra publicada ciñéndonos a la edad de 48 años o menos.

  A través de las pocas paginas, 118 incluyendo el brillante y esclarecedor Prólogo de Vicente Fernández -el poeta que proclamara a la Alameda de Villafranca, Jardín del Mundo y albergue de los ruiseñores-, bosqueja, o mejor, pregona al otro Ramón, el que hace el camino de retorno a la madre tierra. Ramón se vuelve más humano si cabe, y presintiendo la irremisible ausencia terrenal, intuyendo el fin, acaba abrazando por completo la causa de los más miserables, una comuníon en toda regla. Ya no es aquel poeta que cantaba con la inspiración y placidez de la dicha -a pesar de que alguna pincelada de lirismo narrativo se deslice entre las hojas, inevitable en un espíritu perseguido por los versos-, sino un hombre sencillo con la necesidad de disolverse entre aquellas gentes, pero también de denunciar a través de un lenguaje directo y descarnado, la calamitosa vida de los habitantes Burbia arriba; y de la mísera supervivencia en los pueblos más allá del Manzanal. Refiriéndose a los primeros, Ramón escribe, como si fuera en un edicto, que se tomen las medidas indispensables para redimir a los habitantes de Paradaseca y otros lugares próximos -me viene ahora a la memoria esa frase omnipresente del malogrado Gilberto Núñez Ursinos el Bierzo irrdento-, por ser inhumano el vivir en "las casas de palla" o pallozas, revueltos los humanos con las bestias, y sin dieta adecuada y suficiente. <<No puede ser que más de un tercio de la población esté enferma, abunde la gente con bocio, incluso hay algunos "papudos enanos"; menudee el cretinismo y que nadie tenga seguro médico. Por si no fuera suficiente, las vías de comunicación son tercermundistas, algo que se hace patente cuando la mayoría de vecinos no han viajado jamás hasta Villafranca>>, viene a decir.

  El viaje por tierras bercianas lo realiza en 1967 y 1968 -año de su muerte-, si bien sólo deja constancia escrita del primero, ideado para la visita a más localidades ancaresas y que se verá obligado a interrumpir en Paradaseca debido a la salud precaria, la cual se debe resentir más aún por el empeño de hacerlo a pie. El del año siguiente lo hace en Land Rover, pero ya no tiene fuerzas ni tiempo para transcribirlo. El otro Ramón de Villafranca, Carnicer, había publicado tres años antes, Donde las Hurdes se llaman Cabrera, un libro desasosegante y que dejaba al descubierto las penurias de los cabreireses en aquellos años del "desarrollismo" y la emigración, a la postre una obra que le supuso variados quebraderos de cabeza teniendo en cuenta el poder vergonzante de la Censura. Su tocayo, con idéntico compromiso y compasión por los desamparados, se percata de que no hace falta alejarse tanto de Villafranca, pues a la vuelta de la esquina, 12,5 Km., está el fin del mundo, es decir: el yugo de la miseria, del analfabetismo y de la injusticia social. Era la Paradaseca de aquellos años, hermosa y cruel a un tiempo.

  A la Maragatería se refiere en un tono más plano en consonancia con el terreno que pisa, tal vez menos enojoso de leer el lector; pero el sonsonete, ese de la pobreza, del terreno agostado o de la emigración, de los arrieros en riesgo de extinguirse y de la tierra sin futuro, suena igual de quejumbroso.

  Ciertamente es un privilegio su lectura, un grato acierto por parte de ambas asociaciones culturales la publicación de este testimonio escalofriante hecho libro -su publicación para ABC en cuatro entregas, fue vetada por la Censura del Régimen y/o por la propia del Diario-, un libro que nos debiera provocar una reflexión en cuanto a aquellos tiempos siniestros de hace menos de medio siglo, tiempos -al menos para una parte importante de españoles- aciagos si se contraponen a los actuales, a pesar de los pesares y de la crisis. Por ello, no estaría de más su lectura, y al finalizarla, preguntarnos con alguna asiduidad por nuestros ancestros, teniendo presente de dónde venimos.

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