sábado, 19 de abril de 2014

Adiós Gabo

   La profesora de literatura nos había encomendado la tarea de leer Cien años de soledad. Corría la primavera de 1981 en Ponferrada -lo recuerdo muy bien por las ventanas abiertas dando a la entonces nombrada calle del Capitán Losada- y yo jamás había oído hablar de Gabriel García Márquez, mucho menos de una novela con título tan descorazonador. Teníamos tres semanas justas para leer el libro y hacer un informe pormenorizado en cuanto a la trama, pero también sobre el boom de la literatura sudamericana, además de incidir con cierto calado en todo lo referente a ese novísimo término de Realismo mágico. Confieso que la sacudida fue enorme, y apenas había leído unas páginas. Fue algo similar a ver el mar por vez primera, o a la proclamación de una primavera adolescente. Aquello que leía alucinado no se parecía ni por asomo a otras obras. Era de una dimensión tan exuberante cuanto se narraba, de tal envergadura la historia planeada, y con la utilización de un lenguaje tan suculento como exquisito, que no me podía creer que eso también pudiera ser una novela al uso. De tal suerte que, con la emoción del nuevo hallazgo, además de la complejidad de la historia, al cabo de más de cien páginas me di cuenta de estar perdiendo el hilo argumental, y ello a pesar de ir apuntando en papel aparte el nombre y parentesco de cada personaje; así que decidí volver al principio, convencido de poder dominar la emoción que consumía cada espacio de mi cerebro en pos del raciocinio. Logré el propósito de una cierta equidistancia entre mi cabeza y la Novela hasta concluirla, pero desde aquel feliz encuentro el autor colombiano me atrapó para la eternidad. La lectura de los Cien años de soledad se tornó en catorce días de goce inenarrable. Justo un año después, en 1982, recibía el Premio Nobel de Literatura, lo cual venía a confirmar la grandeza y talento brutal del autor de Aracataca, ¿o Macondo?

  Desde entonces la he leído dos o tres veces, y admito no ser muy original al decir que es una de mis tres novelas predilectas. Luego vendría el resto de su obra de ficción, de la cual es destacable El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada, El Coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mama Grande, Relato de un náufrago, El General en su laberinto, etc.  En torno a la obra de Gabo se pueden decir muchas cosas, aunque a mí se me ocurre una bien sencilla: es la reencarnación de la literatura en estado puro. Con él se precipita el denominado Boom, abriendo la puerta de las masas a autores de la otra orilla como Vasconcelos, Borges, Cortázar, Bioy Casares, Sábato, Carpentier, Rulfo, Onetti, Vargas Llosa, etc., de tal manera que los de aquí pudimos disfrutar del dominio casi perfecto del castellano por los de allá, en mi modesta opinión lo escriben y expresan mejor que los inventores españoles del castellano.

  Ayer me pedía consejo mi gran amigo Pau -buen lector además de resignado pensador- en cuanto a una obra de Gabo digna de ser leída al margen de Cien años de soledad, Crónica de una muerta anunciada  y El Coronel no tiene quien le escriba. Estuve por sugerirle  Relato de un náufrago e incluso El otoño del Patriarca, pero después de sopesarlo me decanté por Del amor y otros demonios. Editada en 1994, es una novela más bien breve, de fácil lectura, y yo, pese a quien pese, la considero digna de estar entre el ramillete de sus obras cumbre. A través de sus páginas emerge el gran Gabo, un escritor maduro, con menos años por vivir de los vividos, mas con el genio fabulador intacto; con esa inventiva tan personalísima y verosímil que sólo está al alcance de los elegidos. El método utilizado para contar la historia de Sierva María de Todos los Santos es genuino, intransferible; y no obstante parece novedoso prodigio. Si los antecedentes de una niña muerta en un convento "por amor", exhumada tras muchos años de sepultura para reconvertir la antigua iglesia en hotel de lujo puede parecer un hecho insustancial, la intrahistoria de una víctima casi anónima comienza a tener su importancia al descubrir el esqueleto arrastrando una enorme cabellera de 22 metros y 11 centímetros de longitud. A partir de ese instante el genio creador de García Márquez se desborda como agua bendita. Para aquellas personas lectoras que todavía no han tenido la oportunidad de leer algún libro del colombiano y  quieran hacerlo, ésta puede ser una novela adecuada.

  Aquel trabajo de hace la friolera de 33 años me introdujo en el Mundo Gabo. A ti mil gracias por haberme hecho disfrutar como un enano  con tu obra universal. Donde quiera que estés un abrazo eterno. Hasta siempre maestro. 

                               

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