martes, 23 de abril de 2024

CHISPAZO

 
Un hombre talludito, decían que majareta, guardaba en su corazón mucho amor aún por estrenar. Un día, de visita a una original exposición de arte congelado, halló una muñeca de hielo con piernas infinitas, emboscado su nacimiento en una minifalda de quitar el hipo. Tenía el busto prominente, escondido tras un suéter ajustadísimo, amén de poseer carita de ensueño. Sin duda, había encontrado a la mujer de su vida, y se la llevó a casa por un módico precio. Allí la amó y amó hasta la hartura, pues a pesar de su frialdad fue una amante complaciente. No obstante, tras horas de goce ignorado, se sintió morir a consecuencia de hipotermia, pero realizado y feliz. La muñeca, por su parte, jamás hubiera imaginado derretirse de modo tan sublime, al calor íntimo y humano de alguien tan entregado como su comprador, ¿o habría elegido, acaso, la infame seguridad de una cámara frigorífica?          

                                                                                                          



Chispazo es una de las historias que integran mi libro de relatos, Cuando el tiempo decide (2004).                              




       

jueves, 18 de abril de 2024

Fraterno atribulado

 

Regresó una mañana de sol impenitente, aunque nadie llegó a saber los pormenores. Fraterno había decidido hacerse un hombre, hecho y derecho, guerreando contra los sublevados, o eso decían

 En el pueblo todos estábamos al corriente de su filiación revolucionaria y de la defensa a ultranza que esgrimía cuando a algún imprudente se le ocurría cagarse en el poder establecido y en la madre que parió a Azaña. Pese a todo, muchos sabían que la osadía no era su fuerte y; no obstante, a los amigos les ocasionaba un enojoso zumbido en los oídos cuando porfiaba en enaltecer a los asesinos de frailes, incendiarios de iglesias o a los héroes de Casas Viejas, si bien solía decirlo con la boca pequeña.

  A Fraterno se le dejó de ver callejeando al mes de iniciada la Guerra. Su amigo Conrado había pasado la noche previa con él, mas declaró a las autoridades que nada le había dicho en cuanto a hacerse desaparecer, salvo recordarle que en toda la contorna acrecían los paseos para elementos sospechosos y disolventes como él.

  Con el transcurso de los meses, la figura del desaparecido se fue mitificando al socaire de la inexistencia de un paradero. Unos inventaron a un titán sin currículo, quizás matando sublevados en la Batalla del Ebro o en Brunete; los escépticos, por el contrario, reprochando la cobardía y tal vez un exilio voluntario en Francia.

  No obstante, los muchos feligreses que se agolpaban con cada misa del domingo en el templo, además de en los enigmáticos y farragosos latinajos del sacerdote, ponían especial atención en el mínimo detalle aéreo, comenzando a propagar el bulo de que por el cimborio de La Colegiata, entre el barandal, se vislumbraba la figura desgarbada, escuálida y familiar del antiguo cartero; e incluso, los más perspicaces o hábiles urdiendo desatinos, aseguraban haberlo visto, en ocasiones, asomado a alguno de los ventanucos de la linterna. Lo que es indudable, a pesar de algunas pesquisas sin resultado, es que con frecuencia, el párroco echaba en falta hostias, alguna que otra garrafa de vino dulce, atuendos de misacantano en tres ocasiones o las perras de algún cepillo.

  La vez que el páter propuso a la Guardia Civil la expedición hasta lo más alto, por si un quítame esas pajas, a pesar de que Fraterno había aseverado que ni harto de vino pisaría una iglesia, ocurrió que la pareja benemérita halló entre los recodos empedrados un empolvado ejemplar del Capital Social, además de una sotana arrugada y pringosa que recién había desaparecido de la sacristía; delito endilgado de inmediato al sacristán, cuando una de las ancianas de homilía diaria sorprendió hablando al subalterno y al Augusto, el ferretero, justo cuatro días antes del estallido de la contienda, tramando dijo ella, en contra de Franco y del tuerto ese de Millán Astray.

  Fraterno regresó concluida la guerra. Parecía tener los mismos veintiocho años, aunque sorprendía verlo con el rostro extremadamente descolorido, como si acabara de librarse de un largo encierro. Vestía camisa blanca y almidonada, nueva, como el pantalón de tergal; y el cabello rasurado, recién de peluquería. Así que cuando su amigo Conrado lo divisó deambulando a la verita de los raíles, cerca del apeadero, con una chocante boina de visera a cuadros, lo interrogó sobre su estrella, la indumentaria de domingo y los espléndidos zapatos de charol. Al viejo compañero se le aligeró el semblante con la mueca risueña y le contó de un viaje por el Cantábrico arriba, hacia Inglaterra, escapando de las tropas franquistas que lo tenían a tiro de piedra, y de su fortuna como chófer y para otros menesteres de la mismísima duquesa consorte de Bedford.

  En la Comarca casi nadie se creyó la historia con aroma británico, mucho menos cuando la Guardia Civil le preguntaba cómo se decía en inglés <<me cago en la puta República>> o <<encantado de conocerle>>. Pese a todo, cuando nadie daba un ochavo por su vida, hete aquí que al antiguo alborotador nadie se atrevió a tocarle un pelo; si bien, a cambio de salvaguardar su integridad física debía apechugar con la dureza de arar las tierras más baldías para el sustento diario, con la ignominia de dar los buenos días al sargento del puesto en cada amanecida.

 

  Aquello de presentarse en el cuartelillo se mantuvo casi el año, hasta que un buen día, una dama vestida de blanco elegante y con sombrilla a juego, apareció en el pueblo, preguntando en castellano por el señor Fraterno Valdeomar. La señorita deslumbró con su pálida belleza septentrional y el lujo de un Rolls tan blanco como el de sus neumáticos. Fuera por el antojo de una millonaria para alternar con un pobretón o tal vez por una antigua amistad, enseguida se les vio amarraditos y con ganas de intimidad; mas unos días bastaron para que la dama ahuecara el ala como lo había hecho Fraterno pocos años antes, durante una madrugada. 

El labrador de nuevo cuño adujo compromisos ineludibles en la corte británica, la imposibilidad de casarse con la joven por culpa de la disparidad social, aunque allí estuviera permitido el divorcio, y me cago en mi madre. Sin embargo, si manifestó que la elegante dama retornaría muy pronto, siempre y cuando pudiera prescindir del aburrido protocolo de la Corte.

  Como siempre ha ocurrido en asuntos de tanta enjundia, muchos no se creen la veracidad del cargo, y dicen haber visto a la aristócrata enredada entre bambalinas y titiriteros, representando el papel de duquesa consorte de Bedford. No obstante, pese a las sospechas generalizadas, otro público con mente más reflexiva, así se califica, comienza a hilar cabos,  hasta el extremo de conjeturar con el perdón del desgraciado merced a la mediación en Madrid de la influyente señora. 

  Fraterno no comenta al respecto del arte, pero por desdecir a un tribunal tan exigente como suele ser el del paisanaje más incrédulo, asevera que su amada tiene la pasión secreta del teatro.




Relato del libro Teórica del fuego




miércoles, 3 de abril de 2024

Personajes de allá (5)

 

A lo largo de su existencia J. fue uno de los guardianes, o mejor, depositarios de ese rinconcito en la Plaza, con aromas suculentos, huéspedes permanentes, idas y venidas a la tienda de ultramarinos de al lado, al bar del otro costado donde se ingeniaban nuevos bebedizos, o el estrecho espacio que servía de almacén a los bultos que venían en el coche de línea procedente de León. La casa donde vivía mi abuela -en la última planta- era toda ella una olla colosal desprendiendo el olor inconfundible de los callos, porque el patrón, sin desmerecer al resto de cocineros que también preparaban la casquería reina en la Villa, preparaba los mejores callos que uno haya degustado jamás.


  Pero J. no solo era un gurú de los callos y otros platos menos contundentes que preparaba en la fonda de su propiedad. A eso de la media tarde, antes de servir las cenas, ejercía como maestro de ceremonias en el juego de la brisca. Allí, en torno a la mesa separada de la cocina por un liviano tabique o mampara, no recuerdo bien, competían en ocasiones hasta cuatro parejas de contendientes que dirimían la honrilla o sabe Dios qué. Cuando su pareja cometía alguna imprudencia o se despistaba, J. se encendía como una dinamo al primer pedaleo y dejaba que su genio explosionara, digamos, de una manera controlada. Eso sí, él disfrutaba mucho más que con la victoria final, cuando tenía la fortuna de que su as de triunfo comía al tres del mismo palo, algo que el grupo denominaba piolla. Entonces gritaba como un feriante: ¡piolla!, ¡piolla!, mientras con el nudillo del dedo índice trataba de perforar el tapete, el hule y hasta la misma madera de la mesa. No es ningún secreto que mi madre era muchas veces participante activa en ese juego de las señas y las tres cartas.


  Como otros muchos villafranquinos, J. no faltaba nunca a la romería de agosto para festejar a la Virgen de Fombasallá. Me atrevería a decir que, al menos en sus últimos años de viudez, lo más separado que llegaba a estar de su casa era el día 15, cuando se aventuraba monte arriba para participar como uno más de la música, la comida, la alegría y la procesión, en compañía de otros vecinos y curiosos que no querían perderse la celebración. Y ¡cómo le gustaba acompañar en los tragos reparadores de la bota!, también en el manteo de algún novato que pisaba por vez primera la tierra prometida.


  Aunque si algo mantengo más fresco en mi cabeza de la  infancia, son aquellos coloquios interminables en las noches del estío, cobijados bajo esos soportales menos distinguidos que los de unos metros abajo. En esas veladas se podía hablar de lo divino y lo humano, del huésped X de la primera planta, o de la cosecha de cerezas y <<para cuando los tarros con el aguardiente>>. Claro que si J. se iba de la lengua maldiciendo al Dictador gobernante, los parroquianos le imploraban que callase la boca, no fuera a liar la madeja; pero si le insistían, él más se obstinaba haciéndose el valiente. Creo que de aquellas tertulias a la luz de la luna, entretejidas con las voces provenientes de las terrazas de los bares, es posible que parta en buena medida mi afán de contar historias.


  Un buen día J se fue, como se fueron otros miembros de aquel selecto grupo que lo acompañaba en el Rincón. La fonda cerró, los huéspedes desaparecieron, y ese rincón de la Plaza tan palpitante, tan querido para mí, se ha convertido hoy en un espacio muerto, en un lejanísimo recuerdo de otro tiempo, de cuando J. "gobernaba" aquel espacio mágico sin abandonar un solo momento su boina negra y eterna. 
































miércoles, 27 de marzo de 2024

Tres años sin Joan Aloy

 

El mar es un plato. Veo el barco amarrado al noray Es el mismo, la misma estampa de los últimos diez años: pulcro, azul rotundo, con el nombre de la naviera en letras inmensas. Es la imagen pacífica de cada tarde del paseo, la imagen solidificada que dando sensación de plenitud, ha ido borrando sin querer, aquella otra más costumbrista y humilde, cuando aún no existía el dique.

Hoy, casi sin pretenderlo, mi cerebro ha hecho abstracción, enredándose en el tiempo antiguo, y he visto sin esfuerzo la antigua casita, con la puerta sencilla y breve que ahora ocupan gruesos cabos de amarre.

Joan era viudo y sin hijos. Jubilado del campo. Su existir, el día a día, lo ocupaba en disfrutar de su casa y de la formidable panorámica que se colaba como una novia atrevida a través de la ventana de su alcoba.

Sin recursos para vivir con dignidad, alguien de la administración le propuso un trueque: mucho dinero a cambio de su casa vieja y achacosa; era inevitable la construcción de un dique.

Joan se lo pensó más de cuatro veces antes de decidirse, si bien la persuasión del interlocutor era como oro puro a la vista. Así que, a pesar del enorme cariño hacia esa casa levantada por su bisabuelo, terminó sucumbiendo; al fin y al cabo, pensaba, las penas con pan son menos penas

Tal día como hoy, hace tres años, a Joan lo rescataron de las aguas, muy cerca de donde había vivido durante sesenta y ocho. Su cuerpo sin vida estaba sujeto al casco del barco de pasajeros de cada día. Aquel acontecimiento fue muy comentado durante varias semanas, aflorando la verdad inimaginada.

En los dos últimos años Joan había caído en una depresión perpetua de la que jamás se recuperaría. A pesar de vivir en un piso nuevo, con todas las comodidades, añoraba cada vez con más intensidad, aquella casa escueta en la que había compartido amores y estrecheces con su compañera, además de disfrutar a cualquier hora del día de la estampa marina de la libertad, sin mayor esfuerzo que el de abrir el ventanal de la alcoba.







lunes, 25 de marzo de 2024

El mundo mágico de Celama

 

A estas alturas de la trayectoria literaria de Luis Mateo Díez, elegir su mejor obra resulta una tarea harto complicada. Sin embargo, si optamos por escoger su, o sus novelas, más representativas, la tarea se vuelve más sencilla, ya que El Reino de Celama representa como ninguna otra el universo realista y mágico al que siempre ha aspirado y deseado pertenecer el lacianego. Hay, que duda cabe, una realidad palpable parecida a la España vaciada, un territorio donde apenas asoman ya costumbres, apegos, decires; ni tampoco fluye su acusado carácter unido a la rudeza y las dificultades del día a día. Y no obstante, esa realidad palpable adquiere en la pluma de Mateo Díez la dimensión de lo imperecedero, su inconformismo ante lo irremediable a fin de salvar a ese territorio de la ruina, al menos de la más trágica, la de la desmemoria. 



  En una tesitura así, de cierto calado trascendental para preservar la satisfacción del deber cumplido, el de Villablino decide fundar un nuevo reino, a fin de que, si en apariencia está condenado a sucumbir por los cientos de años que lo contemplan -no deja de ser uno más de los enclaves pobretones-, no ha de desaparecer jamás de su memoria ni del recuerdo imborrable de los miles de lectores que lo han acompañado y acompañarán por Anterna, Santa Ula, Los Confines, Hontasul, Sormigo, Olencia, y demás localidades que conforman el Reino. 



 

 El Reino de Celama
 es una ambiciosa trilogía compuesta por las novelas, El espíritu del páramo, La ruina del Cielo y El oscurecer. Teniendo las tres una indudable calidad, es la segunda la más brillante, también la más extensa. La ruina del Cielo lleva el subtítulo de Obituario, pues no es otra cosa que un monumental obituario repleto de creatividad e imaginación. En cierto modo es una colección esplendorosa de relatos breves que conforman una estampa global de todos sus moradores: personas únicas e intransferibles, porque, cuanto les pasa, su vida originalísima, aferrada a una geografía de la fatalidad, no tienen su consonancia en otras comarcas, aun compartiendo el nexo común de lo adverso, de la desgracia en numerosas ocasiones. 




  La noche que Rodrigo Bordo (1840-1928) bailó con Delfina Cuéllar en el Casino de Santa Ula, una noche de San Juan después de la hoguera, cuando en el reloj del Casino ya habían sonado todas las horas y en los salones apenas subsistían los más impertinentes, tenía Rodrigo ochenta y ocho años, el cuerpo de recio percherón echado a perder por completo, la cabeza pelona que a lo largo de su existencia siempre ahorró peluqueros, y los ojos saltones más aguados que nunca por la nube opaca de las cataratas. 


  Así da comienzo el capítulo 6 de esta novela, ilustrándonos en cuanto al tono y al tipo de narrativa elegidos. Con esta novela, el de Villablino obtuvo el Premio de la Crítica en 1999 y el Nacional de Narrativa un año después, contribuyendo junto al resto de su extensa obra para ser elegido miembro de la Real Academia de la Lengua en el 2000,  y a conquistar el Premio Cervantes el año pasado.

                                                       


                                   
                     
            

viernes, 8 de marzo de 2024

"El crimen del siglo" fue su tabla de salvación

 

El grupo, o mejor decir, lo que quedaba de Supertramp, o sea, Rick Davies y Roger Hodgson, estaba en una situación límite después del fracaso de sus dos primeros discos, y de que su benefactor, el millonario holandés, Stanley A. Miesegaes, decidiera darse el piro y cortar el grifo económico tras las los dos primeros discos fallidos de los británicos. En ese estado de desespero, con una deuda nada despreciable y a punto de tirar la toalla, el dúo de supervivientes aún creyó en una última oportunidad de cambiar el sino de su historia. A fin de romper con su pasado y la fatalidad que los perseguía, Rick y Roger reclutaron para la causa de un hipotético renacimiento, a John Helliwell (saxofón y clarinete), Dougie Thomson (bajo) y Bob Benberg (batería y percusión). La nueva formación se presentó en la sede de A&M Records, creyendo sus gerifaltes que la visita solo tenía el objetivo de rescindir el contrato que mantenían con ellos. Nada más lejos de la realidad, porque los supervivientes del naufragio habían decidido utilizar la última bala que les quedaba en el revólver. Según se cuenta -no sé si se trata de una leyenda urbana-, recurrieron a Chuck Berry para que les hiciera un préstamo. 



  Un importante ejecutivo de la división británica de A&M Records se desplazó a escuchar un ensayo de la banda, la cual, a instancias de los directivos de la Compañía, se había recluido en la granja The Old Mill, en el Condado de Somerset, cerca de la localidad de Langport, con el fin de abaratar la financiación del nuevo álbum, y a un tiempo favorecer la inspiración de los líderes de la banda a la hora de componer. El viaje resultó fructífero, ya que de allí salió gratamente sorprendido por el buen hacer de los músicos. Uno de los temas que escuchó sin pulir aún fue Dreamerademás de otros que seguían una línea melódica similar, acompañada eso sí, de letras deprimentes que hablaban de soledad, neurosis y cosas de parecido tener. A pesar de todos los antecedentes y la incertidumbre por lo que pudiera salir de allí, el ejecutivo sospechaba que Supertramp estaba en el buen camino, por tanto y desde ese momento, tuvieron más margen de maniobra con el presupuesto. 



  Entre noviembre de 1973 y febrero de 1974 Rick Davies (Teclados y voz) y Roger Hodgson (guitarra, teclados y voz principal), junto al resto de los nuevos integrantes, acompañados en todo momentos de sus respectivas esposas/parejas, y rodeados de vacas, caballos, perros, algún gato familiar y mucho campo abierto, entraron en trance -aquí se podría aplicar esa máxima de hacer de la necesidad virtud, o aquella otra de que la pobreza agudiza el ingenio-, componiendo no ocho, sino más de cuarenta temas, muchos de los cuales les servirían para posteriores álbumes, como por ejemplo el fantástico, From now on, perteneciente a Even in the quietest moments. Al abandonar la granja para regresar a sus respectivas casas, el grupo sabía que tenía bajo el brazo un tesoro al cual solo le faltaba perfeccionarlo en el estudio de grabación, y un productor e ingeniero de sonido capaz de plasmar sobre vinilo toda el potencial de los temas.  



  De febrero a junio de 1974, el quinteto se encerró en los estudios Trident de Londres, acompañado por el prestigioso Kent Scott, que con anterioridad había colaborado en White Album y Abbey Road de The Beatles, además de otros artistas, como David Bowie o Lou Reed, dando como resultado uno de los discos más redondos de la década de 1970, y en mi opinión el mejor trabajo del grupo. Sin ser un disco conceptual se asemeja mucho. Y es en este trabajo donde el piano y el saxofón se asientan de modo definitivo, siendo desde ese momento una de las marcas distintiva de su obra. 


   

  Cryme of the century (Sept-1974) suena hoy tan fresco y vigoroso como lo hacía cincuenta años atrás. Pop progresivo ensamblado con rigor y minuciosidad. School, el primer corte que se incia con la armónica de Rick Davies, es un ejemplo de ello. O este Bloody well right, con el piano eléctrico introduciendo un ligero toque jazz a cargo del mismo Davies. O la paranoica y no por ello menos deliciosa Hide in your shell. El tema Asylum continúa en la misma línea de letra deprimente, con el temor para el protagonista de ser encerrado. Tema monumental que hubiera firmado Genesis cuando aún era liderado por Peter Gabriel, salvando claro está los arreglos orquestales. Esta obra maravillosa la completan los temas, Rudy, el más extenso y lastimero de los ocho que la integran, con un trabajo de producción impecable; If everyone was listening, melodía delicada de armonías vocales; y por supuesto el tema que cierra el álbum y le da nombre, Crime of the century.    


  La Revista Rolling Stone posiciona a Crime of the century en el puesto  27 en la lista de los 50 mejores álbumes de rock progresivo de la historia (anexo). Es por derecho propio una de las obras fundamentales de la década de 1970, consiguiendo a partir de su publicación, liderar junto a unos pocos el panorama musical de lo que se llegó a denominar música AOR durante la segunda mitad de la década y primeros años ochenta, justo hasta que Roger Hodgson abandonó la nave. 


  Otra de las características que hace singular a COTC, es la icónica carátula ideada por el artista gráfico Paul Wakefield, a partir de la audición completa, un reflejo acertado de la temática claustrofóbica desarrollada en algunos de los cortes. Un álbum, en resumidas cuentas, para escuchar con atención, sin dejarse llevar por las melodías más facilonas, ya que todas las composiciones, todas, aun a pesar de la aparente simplicidad de algunas, no es tal; detrás hay un gran trabajo compositivo y de armonización interpretativa.







                                                                                                                                                              

                                                                                                                                                                                                                                        


martes, 27 de febrero de 2024

Y Dios tiró los dados

 

Cuando el joven abrió el picaporte evitando hacer ruido y asomó con cautela la cabeza, la muchacha no podía saber la trascendencia que tendría en su futuro esa visita. 

  En la salita, amueblada con sencillez, ella estaba sentada de espaldas a la puerta y frente a la ventana, en un sofá de escay marrón. Tenía la cabeza levemente agachada hacia la labor que descansaba sobre su regazo. Era un mantel de tela blanca de panamá en el que bordaba unos ramilletes verdes. Sobre la mesa, había una revista doblada en la que aparecía un gráfico detallado de los motivos elegidos pora el bordado. Una caja de lata con la marca Coca Cola en grandes letras rojas, a la derecha de la revista, contenía hilos de varios colores, agujas y tijeras. 


Así comienza, Y Dios tiró los dados (2023). En el primer párrafo la autora nos advierte de algo importante: una inquietud, un riesgo; algo que le puede ocurrir a la muchacha, ajena a la presencia de un joven que la acecha. Sin embargo, el segundo párrafo, se limita a describir la estancia donde se encuentra, posponiendo por un momento el desarrollo y resolución del enigma. Se trata de un recurso muy apropiado para mantener en vilo al lector, algo característico de las novelas de suspense, y que Campelo aplica con la precisión de un cirujano. La acción transcurre en 1963, y si bien lo que va a ocurrir no es determinante para la resolución del conflicto, sí afecta a dos de los protagonistas secundarios de la trama. 

                                                                                                                

  A estas alturas de su trayectoria literaria, con tres novelas publicadas en apenas dos años, la villafranquina está consolidada como una gran escritora de misterio, de ahí que ya se la conozca con el sobrenombre de: la Agatha Christie del Bierzo. 


  Para esta novela que se desarrolla en plena pandemia, si bien los acontecimientos principales han sucedido cuarenta años antes, la autora ha elegido el Convento de los Padres Paúles de Villafranca, un lugar no desconocido para mí -estudié durante dos cursos en régimen externo-, que me ha hecho retroceder en el tiempo, intentando recuperar vivencias y sus rincones: la cocina, la biblioteca, el salón de estudios, el aula donde estudiaba, el comedor, la bodega, los campos de fútbol, la viña, la porqueriza, etc., sin ser capaz de retener con nitidez algunos de ellos por culpa de la memoria, juguetona y perezosa al haber transcurrido casi cincuenta años. Inconveniente que no me ha impedido disfrutar con el argumento, no resuelto hasta las páginas finales, otra de las reglas indiscutidas para una novela de este género. 


  El argumento aborda la investigación por parte de un antiguo alumno, Mauro, de un suceso desgraciado (se cree en el accidente, pero no es descartable un asesinato) ocurrido en 1981 a Pablo, su mejor amigo en el internado. A partir de una escritura agil, donde las confidencias a medias por medio de diálogos abundantes, dejan en el ánimo de los lectores más incógnitas que certezas, la autora pretende jugar al despiste consiguiéndolo a satisfacción, pues, al menos yo, no podía imaginarme al responsable de la desgracia. Antes del desenlace, Mauro -que es en buena parte el narrador de la historia-, ha convocado a un nutrido grupo de alumnos, trabajadores y religisoso de entonces, para que se hospeden en lo que había sido el Convento, ahora convertido en hospedería, a fin de desenredar el ovillo. 


  Bajo mi punto de vista, la mayor virtud de Campelo es su capacidad de suscitar inquietud entre los lectores, consiguiendo que permanezcamos enganchados como alfileres al libro hasta su resolución, y eso ya dice mucho del dominio que tiene en un terreno tan resbaladizo como es el de las novelas de suspense, aguardando con ansiedad a su próxima entrega. 






                                                                                                     

viernes, 23 de febrero de 2024

CRÍA CUERVOS (22)

 

Cuando Carlos Saura estrena, Cría cuervos (1976), España acaba de dejar atrás una dictadura de casi cuarenta años. Pero entonces, el presidente de gobierno aún era Carlos Arias Navarro, y los españoles ignorábamos que ocurriría en los próximos meses. Cría cuervos retrata de manera indirecta los últimos años del franquismo, y una suerte de inquietud por cuanto pudiera ocurrir. Fuera una cosa u otra, el aragonés acababa de filmar su mejor película hasta entonces, si no la más brillante de su dilatada carrera. 


  La cinta estrenada en enero de aquel año, es una suerte de mirada retrospectiva sobre la infancia, cuando esta no transcurre en un ambiente feliz, si no todo lo contrario. Ana Torrent da lo mejor de sí misma para componer su mejor papel junto al interpretado en, El espíritu de la colmena, de tres años antes. Mientras Geraldine Chaplin (pareja sentimental por aquel momento del cineasta), se atreve con un doble papel: como María, la madre de la niña Ana, y Como Ana, ya adulta. 


El largometraje de 112 minutos de duración, no deja de ser un flashback, donde pasado y presente son la cara y la cruz de una misma moneda, entremezclándose a cada momento. Para reforzar esta idea, Saura da espacio a momentos de desenfado, pocos, en beneficio de otros escabrosos, situándonos ante escenas la mayor de las veces intimistas, casi siempre a partir de las dos interpretaciones femeninas.


 Ana es una niña reservada que vive en un mundo aparte: su mundo. Cree tener un poder especial para  comunicarse con su madre, y a veces hasta fundirse con ella. La hecha mucho de menos, culpando al padre de su muerte. Decide acabar con él y ultima los preparativos del envenenamiento. Su padre es un militar inflexible que engaña a la esposa de continuo, y eso Ana no lo puede permitir. 

                

 A reseñar entre otras muchas virtudes de esta destacable película de Saura, la banda sonora, capaz de subrayar y dar el tono pesaroso que la caracteriza, a partir de la Danza nº6 de Federico Mompou y también de la popular en su momento, Porque te vas, original de José Luis Perales y cantada por Jeannette. Como también un guión preciso y contenido -el primero escrito en solitario por el cineasta-, que permite el avance fluido de la historia sin que en momento alguno se vuelva tediosa. 


  De entre los reconocimientos, abundantes y merecidos, sobresalen: Premio especial del Jurado del Festival de Cannes. Mejor película, director y actriz por parte de los cronistas de espectáculos de Nueva York. Premio de la Crítica Francesa. Mejor Director para el Círculo de Escritores Cinematográficos. Además de haber estado nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera y a los Globos de Oro. 


  Este, como algunos otros trabajos de Carlos Saura, merecen más de un visionado. Hoy, a casi medio siglo de su estreno en la gran pantalla, Cría cuervos ocupa un lugar de honor en la historia del cine español, pareciendo tan vigente ahora como entonces.



          

                                    

miércoles, 14 de febrero de 2024

Entre Dragonte y la Villa

 

Una fría mañana del mes de abril de 1934, José González, hijo, se despertó el último, como de costumbre, se calzó las galochas, se echó una manta por encima y salío afuera para hacer sus necesidades. Había nevado incesantemente durante toda la noche y una espesa manta blanca cubría el pueblo y todas  las montañas de alrededor. De hecho, continuaban cayendo diminutas virutas heladas sobre la aldea.
 



  De esta manera principia la novela, Entre Dragonte y la Villa, poniéndose al arranque los puntos sobre las íes para no dejar dudas en cuanto a la atmósfera que recorrerá esta extensa narración escrita por Belén González. Para su primera incursión en el género narrativo, la villafranquina le ha echado valentía y coraje, teniendo en cuenta la magnitud de la obra, algo más de mil páginas, y la truculencia de algunos de sus episodios, asunto que podría entorpecer la lectura de los más impacientes; sin embargo, Belén consigue que el interés no decaiga en ningún momento. 


Una vez completada la lectura de ambos libros (la novela se reparte en dos volúmenes), uno tiene la sana sensación de encontrarse con alguien que domina el arte de las letras. Porque Belén escribe de maravilla, además de dejar muy pocos cabos sueltos, lo cual pone de manifiesto que no es muy partidaria de la improvisación -se percibe el influjo de su desempeño profesional como ingeniera-. Deduzco que la villafranquina ha planificado a conciencia esta magna obra, a fin de que en ningún momento diera muestras de cojera, algo con lo cual podría venirse abajo todo su entramado, obviando ciertas licencias que todos nos permitimos para dar fluidez a nuestros escritos.  Y no solo ha ingeniado una sólida estructura para su ópera prima, también se ha documentado a fondo para que ningún acontecimiento de entonces chirrie, ni las costumbres o hábitos de sus protagonistas se quedasen fuera de contexto. 


  Uno de los muchos aciertos de EDyLV, es la caracterización de los protagonistas. Retratos como los que hace de Ramiro el maestro, Soledad, la novia de Ramiro; Recesvinto el cura, Casilda, la abuela de el niño José; el mismo José, de Evaristo, Encarnación, la madre de José y otros cuatro más; de Esteban, Luisa, Marcelino, Raúl, Etelvino, etc., muestran la capacidad de la escritora para dotarlos de personalidad propia sin necesidad de recurrir a artificios. Y por descontado, otra de sus virtudes es haber sido capaz de reconstruir con verosimilitud, la vida de aquellos años cruentos que vaticinaban la inevitabilidad de la guerra, siempre a partir de una equidistancia que es muy de agradecer. Para ello, Belén se sumerge en cada uno de los personajes para empatizar con ellos, y así entender mejor sus gozos y cuitas, sus acciones y olvidos. 


  Del final de esta novela (En torno al 18 de julio de 1936), se deduce que habrá una segunda parte -tal vez tan extensa como la presente-, pues sus personajes requieren dar continuidad a sus historias interrumpidas con el inicio de la Guerra Civil. Por ejemplo, no sabemos si la pareja formada por Ramiro y Soledad se quedará en Dragonte o se irá a vivir a Zamora. Ignoramos qué le pueda ocurrir al cura Recesvinto, no sospechamos lo que le pueda suceder al comercial Esteban y a su esposa en la convulsa Madrid, etc. 


  Mientras Belén González se devana los sesos (creo) intentando dar acomodo a los múltiples personajes que transitan entre Dragonte y la Villa, yo invito a leer con sosiego y atención esta primorosa novela que reivindica una vez más la variada, rica e inagotable cantera de escritores nacidos en Villafranca del Bierzo.








                                                          



lunes, 29 de enero de 2024

¿Quién ha venido hoy?

 


                                         

- ¿Quién ha venido hoy?

  Esa había sido la pregunta irreprimible a lo largo de los últimos treinta años. Cada noche se repetía la interpelación entre las paredes de aquella tabernucha, una suerte de vagón destartalado de apenas treinta metros cuadrados.

  _ ¿Quién ha venido hoy? -repitió la mujerona al franquear Augusto el umbral de la puerta carcomida- ¿Es que no nos lo vas a decir? -insistió Prisca al no recibir respuesta del maquinista.

  _ ¿Quién va a venir? -contestó desabrido el hombre alto coronado con visera azul oscuro de hule-. Nadie mujer. A este pueblo nunca viene nadie...

  Naturalmente, sí llegaba gente en el tren de cercanías que enlazaba cada día con el correo gallego. Pero casi nunca se trataba de gente de fuera, como ocurriera cinco años antes con la presencia de unos titiriteros húngaros que habían hecho las delicias de toda la vecindad.

  _ A no ser que te refieras a Anuncita la del Petronio, o a Jesusa la del estanco, o a Gonzalo y sus siete hijos, o a don Ricardo y su esposa Dorita...

  Y el veterano maquinista prosiguió con la letanía de los nombres y apelativos de los habitantes del pueblo procedentes de Monforte que habían asistido a su feria mensual.

  Prisca, la oronda mujer, esposa de Cecilio, el propietario del chiringo con ruedas, había perdido la esperanza hacía mucho tiempo; sin embargo, en su fuero interno anidaba una tenue ascua, la lucecita que algún día acaso haría posible el retorno de su cuñado a casa.

  Cuando Cesáreo desapareció, los Porras sólo hacía un mes que ejercían el santo sacramento del matrimonio, tras tres meses de noviazgo repentino. Cesáreo, el más joven de los tres hermanos huérfanos, huyó a la aventura en busca de un mejor porvenir a la industrial Vizcaya. Al menos eso fue lo que se rumoreó entre el vecindario. No obstante, después de tres décadas, en el pueblo no habían tenido noticias suyas.

  _ Hoooy no vieeene naaadieee, hoooy no vieeene naaadieee, hoooy no vieeene naaadieee -tarareaba Alfonsito, sentado frente a la única mesa del establecimiento mientras intentaba resolver un solitario-, y mañaaana tampoooco vendraaa naaadieee, y mañaaana tampoooco vendraaa naaadieee, y mañaaana tampoooco vendraaa naaadieee...

  _ ¿Quieres dejar de tontear? -increpó Cecilio a su hermano, al tiempo que lo maldecía a través de sus pupilas sanguinolentas. Entonces, sin dejar de apuntar con sus mortíferos ojos al retrasado mental, agarró la botella de tinto y dos vasos de la alacena y los rebosó con el líquido carmesí: eran para el maquinista y para él.

  Aquella estancia siempre en penumbra, que antaño había servido para el transporte por raíles de ganado, permanecía alumbrada, de día por la luz filtrada a través de las traviesas, y de noche, por una pobre bombilla que apenas dejaba percibir la presencia fantasmagórica de un ferrocarril representado en un gran cuadro, pendiendo justo encima de la puerta corredera de acceso. Lo único a destacar de aquel habitáculo, si ello merecía tal consideración, eran las  antiquísimas mesa y sillas de nogal donde, en ocasiones, reposaban sus cuerpos cuatro contrincantes mientras dirimían el honor de vencer en la partida de cartas, al tiempo que algún otro parroquiano maldecía la escasa pericia de los rivales a la hora de elegir la carta equivocada.

  Alrededor del menguado negocio se habían sucedido treinta años del matrimonio sin hijos y del pobre Alfonsito. Pero también en torno a la eterna pregunta que el huraño de Augusto dejaba a veces remolonear en el aire, como si no hubiera  sido comprendida por su estrecha mollera.

  _ No le hables así a tu hermano -le reprochó la esposa-. Lo único que consigues es volverlo más atolondrado.

  _ ¿Más de lo que está? -inquirió Cecilio- Me saca de quicio. Y la culpa la tienes tú. Siempre andas a vueltas con la dichosa pregunta. Olvídate de Cesáreo; nunca más ha de volver. Ni que todavía estuvieras enamorada de él.

  Prisca no lo quería reconocer, pero en su corazón vivía un rescoldo del amor que, aún siendo una adolescente, le profesara al futuro cuñado en forma de veneración, sin que el joven se diera por aludido. En realidad, Cesáreo intuyó muy pronto ese amor; pero no se atrevió a manifestárselo jamás; era acoquinado hasta la desesperación.

  De aquella situación se aprovechó el avispado de Cecilio. En cuanto el mayor tuvo la certeza de que su hermano jamás iba a dar el paso, le pidió a Prisca relaciones, a lo cual la damisela no se opuso.

  Los malpensados creen que Cesáreo se fue de la casa del matrimonio por despecho, pero también por la insufrible convivencia con la dama de sus sueños.

  Transcurrieron algunos años más sin que las regañinas del patrón hicieran menguar la frecuencia de la pregunta en boca de la obstinada esposa. Por añadidura, el desgraciado de Alfonsito, conforme se iba sumiendo en la idiotez absoluta, afinaba en la certeza de sus precogniciones.

  Un año antes había pronosticado la visita al pueblo del Obispo de la Diócesis, a pesar de que ningún prelado pisara sus calles desde hacía muchos lustros. Al margen de aquel acontecimiento y del acierto al predecir la victoria de los socialistas tras veinte años del gobierno de la derecha en el Ayuntamiento, lo más llamativo se producía cuando una vez barajadas las cartas, el clarividente anunciaba si iba a sacar adelante el solitario o no.

  Una mañana como otra cualquiera, Alfonsito se puso a cantar como un bobalicón a grito pelado: Auguuusto se vaaa morirrr, Auguuusto se vaaa morirrr, Auguuusto se vaaa morirrr.

  _ No puede ser –repuso Prisca al escuchar la jarana de su cuñado-; si tú mismo le has visto tomando café hace un momento como si tal cosa. A ti te ha soplado el vahído, hijo. Calla la boca y no digas más disparates.

  Pero el cretino siguió cantando: Auguuusto se vaaa morirrr, Auguuusto se vaaa morirrr, Auguuusto se vaaa morirrr.

  _ No digas eso -insistió Prisca un poco asustada-. Verás como te oiga tu hermano; es capaz de darte un pescozón, y luego te pondrás a lloriquear.

  Aquella mañana invernal, Augusto hizo el trayecto para enlazar con el correo gallego, como cada día. Fue tras la comida cuando el maquinista se sintió indispuesto. Al cabo de dos horas, el hombre al cual Prisca le había preguntado trece mil quinientas cinco veces "¿Quién ha venido hoy?", yacía cadáver en el asiento forrado de la locomotora verde.

  Esa misma noche, a eso de las nueve, en lugar de Augusto, la entrada la franqueó un hombre con el pelo rizado y canoso, la barba rala y el aspecto en general pulcro. Su nombre era Cesáreo Porras, y desde ese día era el nuevo maquinista.

  El nuevo conductor del Cercanías había dedicado la mayor parte de su vida a ese cometido en trenes del País Vasco, y ahora, tras la vacante, había aceptado el ofrecimiento sin dudarlo, para vivir el resto de sus días en el pueblo junto a los suyos.

  Sin embargo, ni su hermano Cecilio ni su cuñada Prisca creyeron que aquel hombre de aspecto melancólico fuera el mismo muchacho imberbe que casi treinta años antes se había marchado de casa. Y para confirmarlo con más seguridad, el retrasado mental no había vaticinado el regreso de su hermano más joven.

  Los años se sucedieron como lo habían hecho hasta entonces. El taciturno Cesáreo se quedó como inquilino en casa de su familia a cambio de una parte de su sueldo, sin que, ninguno de los Porras le tuviera como a alguien más que a un impostor. Lo único importante que sucedió desde la vuelta de aquel extraño, fue que Alfonsito dejó para siempre de cantar más vaticinios, volviéndose tan callado como el inquilino.

  A fin de confirmar la veracidad de su identificación, Cesáreo mostró el carné de identidad, una copia del libro de familia, una fe de bautismo, la cartilla militar y cuantos documentos acreditasen la filiación de sus patronímicos; pero no le creían más que a un farsante. Así que, Prisca, con renovada tozudez y la liviana esperanza de antaño, en cuanto su cuñado, coronada su cabeza por una visera idéntica a la de Augusto, traspasaba la puerta de entrada, enseguida lo interrogaba con la consabida pregunta de "¿Quién ha venido hoy?", que a veces, como antaño, quedaba sin respuesta.



                                                                                                 

         CUANDO EL TIEMPO DECIDE (2004)              

 

         

sábado, 20 de enero de 2024

Raindrops keep falling on my head (historia de una canción 10)

 

A veces nos ocurre: en el cerebro hay una espita que deja libre una melodía, y uno no deja de tararearla. Si eso sucede, se debe a una desconexión transitoria de nuestras neuronas, o bien la melodía ha escalado hasta la inmortalidad. Esto es lo que le sucede a la canción Raindrops keep falling on my head. En 1969, a Burt Bacharach (música) y Hal David (letra), les encargaron el trabajo musical para la película Dos hombres y un destino, cuyos protagonistas iban a ser Paul Newman, Katharine Ross y Robert Redford. La exitosa pareja de músicos dio de lleno en la diana con esta melodía, premiada con el Oscar a la mejor canción en 1970. 



La elección del intérprete no fue sencilla. En un principio -se comenta- Burt Bacharach había pensado en Bob Dylan; vamos, que la canción estaba compuesta para el de Mimnesota, pero este rehusó. La segunda opción era Ray Stevens, con el mismo resultado de renuncia. Por tanto, fue a la tercera, cuando B. J. Thomas aceptó de buen grado interpretarla. B. J. no era ni mucho menos un desconocido en aquellos años, si bien iniciaba su carrera en solitario. Al parecer fue Dionne Warwick quien convenció a Bacharach para elegirlo. En aquel momento, B. J. padecía una laringitis, así y todo se puso en faena, grabando cinco tomas. Fue la última, con la garganta hecha trizas, la elegida por Bacharach para subrayar la inolvidable escena del paseo de Newman y Ross sobre una bici. En la grabación previa se puede apreciar esa aspereza en la voz que todos aprobaron por su espontaneidad, nada que ver con la voz recuperada de unos meses después al grabar de nuevo Gotas de lluvia siguen cayendo sobre mi cabeza como single


 
El tema es un canto a la vida, a la esperanza. Un antídoto contra todo lo negativo. Es tal la dimensión alcanzada por el tema que, en 2004, treinta y cinco años después de su publicación, Sam Raimi lo recuperó para su película Spider-man 2, dando realce a la caminata feliz de Peter Parker por las calles de Nueva York, una vez perdidos sus poderes. Bacharach siguió cosechando otros importantes éxitos musicales, pero me parece a mí que ninguno llegó a superar a este.



Raindrops keep falling on my head fue el primer tema de Bacharach en superar el millón de ventas. Ocupó el primer puesto de la lista Billboard durante las primeras  cuatro semanas de 1970, además de encabezar durante siete semanas consecutivas la lista Adult Contemporary. Es, no me cabe la menor duda, un clásico indiscutible del Siglo XX, y uno de los hitos musicales del Sèptimo Arte.