miércoles, 14 de febrero de 2024

Entre Dragonte y la Villa

 

Una fría mañana del mes de abril de 1934, José González, hijo, se despertó el último, como de costumbre, se calzó las galochas, se echó una manta por encima y salío afuera para hacer sus necesidades. Había nevado incesantemente durante toda la noche y una espesa manta blanca cubría el pueblo y todas  las montañas de alrededor. De hecho, continuaban cayendo diminutas virutas heladas sobre la aldea.
 



  De esta manera principia la novela, Entre Dragonte y la Villa, poniéndose al arranque los puntos sobre las íes para no dejar dudas en cuanto a la atmósfera que recorrerá esta extensa narración escrita por Belén González. Para su primera incursión en el género narrativo, la villafranquina le ha echado valentía y coraje, teniendo en cuenta la magnitud de la obra, algo más de mil páginas, y la truculencia de algunos de sus episodios, asunto que podría entorpecer la lectura de los más impacientes; sin embargo, Belén consigue que el interés no decaiga en ningún momento. 


Una vez completada la lectura de ambos libros (la novela se reparte en dos volúmenes), uno tiene la sana sensación de encontrarse con alguien que domina el arte de las letras. Porque Belén escribe de maravilla, además de dejar muy pocos cabos sueltos, lo cual pone de manifiesto que no es muy partidaria de la improvisación -se percibe el influjo de su desempeño profesional como ingeniera-. Deduzco que la villafranquina ha planificado a conciencia esta magna obra, a fin de que en ningún momento diera muestras de cojera, algo con lo cual podría venirse abajo todo su entramado, obviando ciertas licencias que todos nos permitimos para dar fluidez a nuestros escritos.  Y no solo ha ingeniado una sólida estructura para su ópera prima, también se ha documentado a fondo para que ningún acontecimiento de entonces chirrie, ni las costumbres o hábitos de sus protagonistas se quedasen fuera de contexto. 


  Uno de los muchos aciertos de EDyLV, es la caracterización de los protagonistas. Retratos como los que hace de Ramiro el maestro, Soledad, la novia de Ramiro; Recesvinto el cura, Casilda, la abuela de el niño José; el mismo José, de Evaristo, Encarnación, la madre de José y otros cuatro más; de Esteban, Luisa, Marcelino, Raúl, Etelvino, etc., muestran la capacidad de la escritora para dotarlos de personalidad propia sin necesidad de recurrir a artificios. Y por descontado, otra de sus virtudes es haber sido capaz de reconstruir con verosimilitud, la vida de aquellos años cruentos que vaticinaban la inevitabilidad de la guerra, siempre a partir de una equidistancia que es muy de agradecer. Para ello, Belén se sumerge en cada uno de los personajes para empatizar con ellos, y así entender mejor sus gozos y cuitas, sus acciones y olvidos. 


  Del final de esta novela (En torno al 18 de julio de 1936), se deduce que habrá una segunda parte -tal vez tan extensa como la presente-, pues sus personajes requieren dar continuidad a sus historias interrumpidas con el inicio de la Guerra Civil. Por ejemplo, no sabemos si la pareja formada por Ramiro y Soledad se quedará en Dragonte o se irá a vivir a Zamora. Ignoramos qué le pueda ocurrir al cura Recesvinto, no sospechamos lo que le pueda suceder al comercial Esteban y a su esposa en la convulsa Madrid, etc. 


  Mientras Belén González se devana los sesos (creo) intentando dar acomodo a los múltiples personajes que transitan entre Dragonte y la Villa, yo invito a leer con sosiego y atención esta primorosa novela que reivindica una vez más la variada, rica e inagotable cantera de escritores nacidos en Villafranca del Bierzo.








                                                          



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