lunes, 31 de marzo de 2025

El abuelo (mis charlas con Fermín)

 
Cuando coincidimos es inevitable que mi amigo Fermín hable sobre Villafranca. Él es ahora como mi conciencia más joven, recordándome de continuo, sin intencionalidad alguna, la condición de emigrante olvidadizo, como si me hubiera alejado de allá poco a poco, sin apenas darme cuenta. En cierto modo él también lo es. 

  Hace unos días, mientras caminábamos por el casco antiguo de Ciutadella, me preguntó si recordaba a su abuelo Teo, sus visitas frecuentes. Cómo no, le dije. A Teodoro lo llegué a ver alrededor de media docena de veces por la Villa. La última, lo recuerdo bien, Fermín, él y yo nos fuimos caminando Tejedores arriba. Era un día de mucho sol, así que debía ser bien entrada la primavera. Apenas nos encontramos con vecinos, hasta que en una de las últimas edificaciones, al lado de la puerta abierta, vimos a una mujer de indumentaria humilde y negra rellenando un pocillo de leche para un gato de muchos años, ciego ya. Teo se interesó por el animalillo color miel, y la mujer achaparrada le dijo que el pobre estaba tan decrépito como ella. La anciana nos invitó a su choza a beber agua fresca del botijo. Aceptamos. Mientras bebíamos -sudorosos como estábamos-, el abuelo escudriñaba cada rincón, dándose cuenta de que no se veía nada para llevar a la boca. Él entonces preguntó a la mujer qué tenía para comer. Ella le dijo que nada, pero que no se preocupase, pues hambre no tenía. El abuelo de Fermín sacó de la cartera un par de billetes de cien pesetas y se los dio para que se comprara lo que le hiciera falta.


  Luego de la caminata mañanera hasta la fuente de Trevijano, nos fuimos a comer a La Charola, en la Calle de Arén (del doctor). Cuando viajaba desde Paradasolano para ver a su nieto -dos o tres veces cada curso- siempre me invitaba a comer con ellos. Cuando salimos, para nuestra sorpresa, la anciana estaba esperándonos con algo en las manos. Se trataba de un libro envuelto en papel estraza: El Libro de la Caridad, un ejemplar antiguo, con el lomo descosido, guardado en su casa, y casi la única herencia de sus padres, según confesión propia. Teo rechazaba el regado, pero ante la insistencia de aquella se lo quedó. Antes de despedirnos hasta una próxima ocasión, Teo nos dio a cada uno una moneda de diez duros. 

  - Yo creo qu fue él y su ejemplo, ya desde niño, los que me impulsaron a estudiar para cura.  

- A lo que tu padre -su hijo mayor-, y también tu madre, se oponían, tratando de hacerte cambiar de opinión.  

- Al final mis padres se salieron con la suya.  

- Eso es cierto.  

- Mi abuelo tenía pasta, pero era desprendido, no como mi tía. Cuando ella se murió, viviendo aún en Bilbao, ya no le importó hacer cuantas obras de caridad le apeteciese. 

  Teodoro Portillo había sido ingeniero naval hasta su jubilación. Al retirarse regresó desde Bilbao -donde se había ocupado la mayor parte del tiempo-, para vivir el resto de los años en su aldea de nacencia. Cuando su nieto Fermín se vino a estudiar a Villafranca, él compró el piano de pared que iría a parar a la casa de los tíos. En él ensayaba por las tardes, al acabar la jornada lectiva en los Paúles, de manera que los vecinos del Barrio no tardaban mucho en adivinar al intérprete. En realidad también ayudó a costear sus estudios en la Universidad. 


  - El piano te lo compró después de aquella velada musical en el teatro del Colegio. Tuviste tanto éxito con el repertorio de los estudios de Burgmüller, que conquistaste al público, a muchos de nuestros compañeros, y a tu abuelo el primero 

 - ¡¿Qué habrá sido de aquel piano?! Lo más seguro es que mis tíos lo vendieran junto al resto del mobiliario al deshacerse de la casa. El hermano de mi madre  no le dijo nada a ella cuando vendieron la casa; así que mi madre no supo nada del piano. De todos modos yo hacía mucho que había dejado de tocarlo.  

  - A propósito de tu abuelo ¿qué fue de él?  

  - Muchas veces me preguntaba por ti, una vez te fuiste a estudiar afuera. Yo le decía que sabía muy poco, pero que debía de irte bien. Él vivió hasta los noventa, y nunca dejó de viajar a Villafranca dos o tres veces al año. Le gustaba mucho. Cuando Marisol y yo nos casamos y nos fuimos a vivir fuera por el trabajo,  era yo quien le preguntaba por Villafranca y sus novedades, en cuanto nos telefoneábamos.  



Nos  dijimos adiós no sin antes tomar los cafés de marras en la Plaza del Borne, cerquita del obelisco. Ya en casa, no dejé de pensar en aquel hombre alto, de mirada penetrante; tan desprendido como atento a cualquier necesidad. Y pensando me he dado cuenta de que él, Fermín y yo, además de miles de personas, hemos sidos emigrantes por diversas circunstancias de la vida. Y que a veces una charla a cientos de kilómetros de nuestro lugar de origen, hablando de pequeñas historias sin importancia, puede servir para recuperar las raíces olvidadas; porque la tierra, mí tierra, no está conmigo físicamente, pero si los recuerdos, esos enormes tesoros indestructibles que, al menos a mí, me agarran a la tierra como lo hacen las raíces profundas de los árboles más robustos.                                                                                                                       



miércoles, 26 de marzo de 2025

Wish you were here

¿Recuerdas cuando eras joven? 

Brilabas como el sol 

Brilla tú, diamante loco 

Ahora hay una mirada en tus ojos 

Como agujeros negros en el cielo 

Brilla tú, diamante loco 

Te atraparon en el fuego cruzado 

De la niñez y la fama 

Soplado por la brisa fría...

Trataste de descubrir el secreto demasiado pronto... 

Amenazado por sombras en la noche... Etc. 


Cuando Syd Barret apareció por el estudio de EMI en Londres, nadie de sus antiguos compañeros lo reconoció en un primer momento. Obeso, cabeza y cejas rapadas, y con el cerebro extraviado a los veintinueve años -si bien de eso estaban al corriente, de ahí su expulsión del grupo siete años atrás- les costó identificar a quien había sido cofundador y primer líder (etapa sicodélica) de Pink Floyd. El impacto fue tal, que Waters sollozó como un niño al decirle adiós. Los cuatro miembros se habían encerrado en las dependencias de EMI para grabar el primer trabajo tras el triunfo apabullante de The dark side of the moon, sin dar con la tecla idónea para componer material a la altura de lo que sus fans esperaban. Indirectamente, la tecla fue la presencia de Barret, creyente él de que iba a colaborar en la grabación. A partir de ese momento, el grupo comenzó a dar forma a lo que hoy es una de las cuatro o cinco mejores obras de los británicos, con el soporte de letras como esta de Shine on you crazy diamond, inspirada y con dedicatoria; una loa para una más de las víctimas de la droga, en este caso concreto del LSD. 



 Este tema había sido compuesto un año antes, incluso tocado en sus giras, pero no sería hasta 1975, año de su publicación, cuando adquiere la extensión definitiva -más de veinticinco minutos repartidos por igual entre el inicio y el final del disco- y una preponderancia incuestionable, convirtiéndose en la piedra angular del nuevo trabajo. Esas cuatro notas de guitarra de David Gilmour (Si bemol en cuarta cuerda, Fa en segunda cuerda y luego Mi y Sol al aire) que dan inicio a la segunda parte, acompañado por el sonido envolvente de los teclados a cargo de Richard Wright, es algo mágico, inolvidable, para escuchar una y otra y otra y otra vez; y ya con la entrada de la batería a cargo de Nick Mason, la sacudida sonora es para ponerte los pelos como escarpias. Yo diría que aquí Pink Floyd está muy cerca de alcanzar esa perfección sonora que siempre ha perseguido con tanta tenacidad.


  Cuando el nuevo trabajo salió a la venta -en septiembre de este año se cumplirá el medio siglo-, las críticas no fueron las esperadas, ya que inevitablemente lo comparaban con The dark...; no obstante, con el paso de los años, la mayoría de entendidos han terminado por reconocer los méritos de esta obra conceptual que navega entre el homenaje más sincero a Barret por la desgracia de su enfermedad mental, y la crítica más afilada a la industria discográfica y quienes la manejan. Esa crítica se refleja en los dos temas que saldrían editados como singles de lanzamiento en USA: Welcome to the machine  y Have a cigar, este, el único corte que no está cantado por algún miembro del grupo, y sí por su amigo Roy Harper. 


  A pesar del peso abrumador de Shine..., en el disco, quizás sea Wish you were here, la canción imposible de olvidar aunque transcurran los siglos, además de una de las más versionadas de la historia. Como ocurre con aquella, Wish you..., es la dedicatoria más sincera a Syd Barret (...Cómo, cómo me gustaría que estuvieras aquí, somos solo dos almas perdidas, nadando en una pecera año tras año, corriendo sobre el mismo viejo suelo, ¿Qué descubrimos?, los mismos viejos miedos, me gustaría que estuvieras aquí...) 



  La obra, como ocurre al inicio, se cierra con la segunda parte de Shine on you crazy diamond. Esta enlaza directamente con el final de Wish you..., adquiriendo protagonismo los sintetizadores de Richard Wright en comandita con la guitarra afilada de David Gilmour, antes de llevar la canción al estado de aparente sosiego de la primera parte, cuando Roger Waters vuelve a la letra ya conocida. Pero es sin duda Wright el indiscutible protagonista de esta joya que ha servido a tantos programas de televisión como banda sonora. 


                                                 

 A modo de anecdotario, este gran disco -el favorito de Gilmour y Wright- fue grabado, como otros muchos, en los míticos estudios de Abbey Road entre enero y junio de 1975. El germen partió del proyecto Household objects, del cual solo sobrevivió el sonido de los bordes de copas de vino tocadas con los dedos humedecidos, para el comienzo de Shine... También, y a pesar de la tibieza de las críticas, el disco alcanzó el nº1 a ambos lados del Atlántico. Para la ocasión, Pink Floyd tenía decidido que Alan Parsons volviera a ser el ingeniero de sonido, pero este rehusó, por estar ocupado con su grupo en el nuevo proyecto, Alan Parsons Project; por tanto se decantaron por Brian Humphries, que no había trabajado con ellos desde el lanzamiento de More (1969). Para el lanzamiento de este disco en USA, la banda eligió a Columbia Records en detrimento de Capitol Records. Mientras, la carátula e imágenes interiores del disco, fueron obra del estudio Hipgnosis, volviendo a acertar una vez más con el diseño. Para finalizar, la revista Rolling Stone sitúa a este disco en el puesto 264 entre los mejores 500 de la historia.


                                                               


                                                                                            



miércoles, 19 de marzo de 2025

CINEFRANCA 2025

 
<<Las películas tocan nuestros corazones, despiertan nuestra visión, y cambian nuestra forma de ver las cosas. Nos llevan a otros lugares. Nos abren las puertas y las mentes. Las películas son los recuerdos de nuestra vida. Tenemos que seguir con vida>>. Haciendo caso a esta reflexión de Martin Scorsese, yo añado que un par de horas de película en pantalla grande es una terapia de choque perfecta para aminorar los estragos de este tiempo distópico que nos ha caído en suerte. Y para ello, nada mejor que recuperar este evento ya clásico de las ocho cintas a visualizar en un fin de semana en un lugar tan mágico como el Teatro Villafranquino, donde en años pretéritos ya se emitían cintas de relumbrón, junto a otras menos persuasivas. 


  Como en anteriores ediciones, Cinefranca 2025 se abre con la Bienvenida a los asistentes a eso de las 21.45 horas del próximo viernes 21. Será en el propio Teatro, donde, a continuación, se pasará el film de 1961, Uno, dos tres. Es muy aventurado decir cuál es el mejor de los ocho; pero a mí, y con permiso de algunos otros de indudable mérito, me parece el mejor. Billy Wilder firma uno de sus trabajos más redondos, mientras James Cagney logra una de sus mejores interpretaciones en el papel de ejecutivo de una empresa multinacional de refrescos en Berlín Occidental. Si hay una cinta imperdible, sin duda debe de ser esta, desarrollada a partir de un guión magistral que permite el ritmo trepidante de los 108 minutos de metraje. 



  Para el sábado 22 -el día de más ajetreo al emitirse la mitad de las películas-, una vez abierto el ambigú/desayuno en El Casino, a las 9:30 horas se pasa Amarcord (1973), que ganaría un año más tarde la estatuilla a la mejor película extranjera. Esta comedia y drama a un tiempo, se sitúa entre lo más brillante de la filmografía del gran Fellini. Un pueblo italiano con sus habitantes y vivencias es el protagonista de esta historia en pleno apogeo del fascismo. 


 Para las 12:00 horas queda la espléndida Sopa de ganso (1933), la comedia más recordada de los hermanos Marx -con permiso de Una noche en la ópera- y una de las mejores obras de Leo McCarey. Si alguien no la ha visto, no se la puede perder. 


  Tras la sesión de cóctel, y la botillada voluntaria sobre las 14:45 en Mesón don Nacho, El Casino y Villa Femita, llegará a la pantalla Patrimonio Nacional (1981). En esta, Berlanga da continuidad a La escopeta nacional, para mí la mejor de la trilogía denominada Nacional. No obstante, PN no deja de ser una aventura más por parte del genio creativo del valenciano que, sobre la base de un elenco de actores de primer nivel, logra a partir de sketchs estrambóticos, radiografiar en clave humorística a una parte de la aristocrácia española en decadencia.


  A las 19:30 horas llegará el turno de Matar a un ruiseñor (1962). Este conmovedor drama judicial, adaptación de la novela homónima de Harper Lee, merece un aparte por el racismo, tema tan de actualidad ahora como lo estaba entonces, a pesar de los años transcurridos. A través de ella también se aborda la infancia de una manera especial. La interpretación de Gregory Peck, una de las más solventes de su filmografía, le valio el Oscar a la mejor interpretación masculina.  

                         
 
  A eso de las 22:00 horas llegará el momento de la  cena, a cargo de Quilicuá en Viña Femita. Luego, en torno a la medianoche, se proyectará Das Boot (1981) identificada en España como El submarino. Con un metraje de dos horas y media, y a pesar de que la acción transcurra dentro del sumergible, con una dinámica de supervivencia y claustrofobia, la película es agil y emotiva, jugando con los sentimientos del espectador más estoico. Este, uno de los mejores trabajos de Wolfgang Petersen, sino el primero, supuso el salvoconducto para su entrada en Hollywood.  


  El domingo 23 se clausura el Evento tras el pase de las dos últimas cintas. A las 11:00 horas se proyecta Dublineses (1987), también conocida como Los muertos. La espléndida novela de James Joyce sirvió al maestro John Huston para firmar una de las muchas obras maestras de su extensa carrera. Por casualidades de la vida, o no, esta se convirtió en su obra póstuma. Una delicia de apenas ochenta minutos que nadie debería de perderse. Delicia lo es también El rey de los cowboys (1925), uno más de los films dirigido y protagonizado por Buster Keaton, que a partir de unos cuantos gags muy a propósito con el argumento, logra otra obra maestra en apenas setenta minutos de metraje. Acompañará con el piano en directo, como en años precedentes, Ricardo Casas.  


Un año más, y ya van unos cuantos desde la primera edición, Cinefranca se consolida como uno de los principales espacios de encuentro para los muy cinéfilos, pero también para aquellos que no lo son tanto y solo pretenden disfrutar de un fin de semana diferente en un lugar genuino como es Villafranca. A todos les animo a darse una vuelta por allá. Lástima que aquí un menda no pueda desplazarse a la Villa para acompañar, si bien lo hará en la distancia, tal vez revisionando alguna de estas ocho películas, todas de buena factura. 

Por último quiero dar las gracias a los organizadores y colaboradores del Evento por su desinteresado trabajo para situar de nuevo a Villafranca en el mapa de los acontecimientos culturales. A todos ellos y a quienes vuelvan a gozar con el Séptimo Arte, mucha suerte y a disfrutarlo.





                                                                   
                                                                      
                                                                                          

miércoles, 12 de marzo de 2025

La hija (mis charlas con Fermín)

 

Mientras me cuenta lo de su hija me resulta imposible eludir el pasado de nuestra adolescencia. No recuerdo si en un anterior escrito  dije que mi amigo Fermín era tan discreto como yo, si bien, en momentos puntuales, lo desmintiese un repentino arrojo si debía actuar en defensa de una causa justa. El proyecto de futuro lo tenía muy claro entonces: meterse a cura en cuanto acabara el COU. Él prefería adelantar el ingreso en el seminario de Astorga a la finalización de la EGB, pero los padres lo habían persuadido para postergar la decisión cuatro años más, por si en ese lapso el hijo único cambiaba de opinión. A cambio, los padres transigieron con su deseo de trasladarse a Villafranca para estudiar en el colegio concertado de los Padres Paúles en régimen de media pensión, como yo. La ventaja es que viviría con sus tíos. 


  La casa de los tíos -una segunda planta de nueva construcción- no era muy amplia, ni tampoco lujosa. Lo que más llamaba la atención, o al menos a mí, era el piano blanco de pared de la marca Yamaha ocupando una de las rinconeras del salón. En él Fermín practicaba una y otra vez los estudios de Burgmüller sin cansarse. Creía que si avanzaba rápido y acababa la carrera de piano, cuando fuera cura, él mismo se encargaría de organizar los cantos eucarísticos si lograba formar una agrupación coral. José y Sagrario aceptaron encantados al sobrino, considerándolo como el hijo que no habían tenido.  


  Séptimo y octavo los sacó con notables y sobresalientes; yo de manera más comprometida. Luego él siguió los estudios de BUP sin abandonar Villafranca, persuadido de vivir una estación de paso; y yo me fui de ella para cursar otros más modestos. Al regreso a Villafranca para las vacaciones de Navidad, Fermín era otro. Nos saludamos con un abrazo fuerte de por medio. Y sin previo aviso ni explicaciones, me invitó con determinación a acompañarlo a la Plaza. Entramos en el bar de toda una vida, yo suponía que solo a tomar los cafés tras la comida. Pero allí dentro aguardaba una tercera persona: Marisol. Me la presentó, si bien ya nos conocíamos de vista. El Instituto había cambiado el carácter reservado de mi amigo hasta el punto de haber propiciado una relación sentimental, y con una joven tan atractiva como alocada. Cuando nos despedimos, dos días después de Reyes, le pregunté si aún seguía con la idea de ser cura. Él me dijo sí.     


  Cuatro años más tarde Marisol y Fermín se casaban. Él cursaba Ingeniería, trabajando por las tardes como camarero para sobrevivir, mientras los padres costeaban la carrera. Poco después nacería su hija Ana. Marisol se ocupaba de la educación de la hija, además de limpiar por las casas. Mi amigo, no obstante, tardó muy poco en emplearse a la finalización de la carrera. Pero, para entonces, la entusiasta Marisol había conocido a otra persona. Se divorciaron. La custodia de la pequeña quedó en manos de ella. No tenía sentido alguno lo contrario: Ana apenas había tenido contacto con su padre por las vicisitudes de la vida.  


 

- Ana no quiere saber nada de mí.


- No lo entiendo.  


 - Le he dicho que la puedo ayudar a costear la operación de médula, pero nada, no quiere ni verme. Me ha dicho que renuncia a la herencia que le pudiera corresponder.  


  - Tu hija, otra cosa no, ¡pero orgullosa!


 - Como su madre, que en paz descanse. 


  -Tal vez podías haberla visitado más de niña. Ya sabes lo que dicen los entendidos: que la infancia de cada uno es la patria del hombre.  


  Mientras contemplamos en silencio las casas, y más arriba la Catedral, con algunos segundos de demora, lo termina diciendo:  


  - Me equivoqué al hacerle caso a mis padres. Al acabar los estudios de EGB, tenía que haberme ido al seminario. No hubiera conocido a Marisol, ejercería mi antigua vocación de cura y ahora no me estaría haciendo mala sangre por culpa de Ana. 


   - Sin embargo no habrías conocido a tu actual pareja, ni tampoco te habrías dedicado a la Ingeniería, algo con lo que disfrutas. Y a pesar del distanciamiento, ni tendrías a tu hija Ana, ni tampoco a tus nietos, aunque no los veas.  


  - A mí me hubiera gustado haber pasado más horas con ella cuando era una niña, pero no disponía de tiempo. Las clases en la Universidad, y por las tardes sirviendo bebidas, ¿qué quieres? Cuando llegaba a casa, ya de noche, me ponía a estudiar, así que era imposible. Luego vino la separación y la niña no quería estar conmigo los fines de semana que me tocaba. Yo tampoco hice fuerza para lo contrario, me daba pena, así que nos fuimos distanciando.  


Nos dijimos adiós, no sin antes aconsejarle la auto indulgencia. ¿Tenía la culpa absoluta de cuanto había ocurrido con Ana? A veces la vida te orienta por caminos transitables al principio, pero con finales muy diferentes a los sospechados.  Una vez más, las vidas (o las almas), la soñada y la real, se dan la mano desde lados opuestos, como las dos Villafrancas que reivindica mi amigo.