miércoles, 26 de febrero de 2025
domingo, 16 de febrero de 2025
¡CAMPEONAS!
A la sexta ha sido posible. Tras cinco finales con derrota, hoy el Avarca Menorca ha hecho historia al conquistar por primera vez el único título nacional que faltaba en sus vitrinas: La Copa de S. M. la Reina de voley femenino. La victoria por 3-1 frente al Heidelberg de Gran Canaria, ha sido posible gracias a Un EQUIPO, sólido y generoso en el esfuerzo. Las jugadoras han brillado a gran altura, aminorando el enorme nivel de las rivales canarias, las actuales líderes de la Liga Iberdrola.
En buena medida la victoria es fruto de la gran labor realizada por el Club y sus responsables a lo largo de los últimos años, devolviendo a la Entidad al grupo de las más relevantes, hasta recuperar el nivel mostrado en los cursos 2011 y 2012, cuando se proclamó campeón de la Superliga, y ya disputaba finales de Copa, como la ha disputado hoy. Algo que nos hace confiar en la posibilidad cierta de luchar de nuevo por conquistar la Superliga trece años después de haberla ganado por última vez.
Este es un triunfo de las jugadoras, es indudable, pero no lo es menos de Bep Llorens y sus colaboradores más directos, además de quienes rigen los destinos de la entidad; y por supuesto, de la afición, fiel y agradecida como pocas, que con su empuje y entrega, las han llevado en volandas durante todo el tiempo que ha durado el partido disputado en el pabellón municipal. 1.200 personas que no hemos dejado ni un solo momento de jalear con aplausos, vítores y cánticos a nuestras jugadoras.
A todas ellas les doy las gracias por habernos hecho vibrar como en los mejores tiempos.
¡E N H O R A B U E N A A V A R C A!
sábado, 15 de febrero de 2025
Mujeres al borde de un ataque de nervios (23)
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) delimita el antes y el después de algunos eventos, entre ellos, digamos de un modo más o menos formal, la trayectoria profesional de Pedro Almodóvar. Este, su séptimo largometraje, pone fin a la sucesión de comedias alocadas, divertidas, y con un mensaje evidente por el compromiso con la vida, de disfrutar de ella hasta donde sea posible, sin estorbo alguno. Sus siguientes trabajos, salvo en muy contadas ocasiones, se desarrollan a partir de dramas con su genuino toque anómalo, dejando a un lado las risas oportunas provocadas por la frivolidad de muchos de sus personajes anteriores, para ahondar con indudable acierto en la sicología de seres más complejos. Por otra parte, si Pedro Almodóvar es uno de los creadores y máximo exponente de la Movida Madrileña, tendencia artística cimentada a partir, básicamente, de novísimas y originales agrupaciones musicales, no es ninguna presunción aventurar que con este largometraje se la da por clausurada de manera oficiosa.
Mujeres al borde..., rompe con algunos hábitos frecuentes en sus anteriores películas. Uno de ellos es prescindir del piso humilde donde se desarrollaban algunos de sus anteriores rodajes, para recurrir al decorado de madera y cartón a fin de reproducir un ático de lujo en Madrid. También, y por primera vez, el manchego no comparte la tarea de escribir la historia, siendo el guión exclusivo de él. Un episodio infeliz es la ruptura de Almodóvar con la hasta entonces su actriz fetiche, Carmen Maura. Nunca se llegó a saber el motivo exacto del distanciamiento, aunque si hay que hacer caso a la madrileña, se debió en buena medida a la tensión a la que se vio sometida por parte del director durante el rodaje, desmentido si se hace caso de la declaración de este: <<Carmen confundió la pasión que sentía hacia mí como intérprete, con una pasión amorosa, y empezó a comportarse más como esposa que como actriz>>. Por otra parte, Almodóvar da mayor trascendencia a algunos objetos e imágenes que en anteriores trabajos, como es el teléfono rojo en el primer caso, o al fuego en la cama provocado por Maura en el segundo; también a los mismos títulos de crédito.
El argumento es trivial, nada infrecuente. Una pareja de adultos, Pepa (Carmen Maura) e Iván (Fernando Guillén), ambos dobladores de películas, rompen después de años de relación sentimental. El mensaje de ruptura lo deja grabado el hombre en el contestador de ella. Ella espera impaciente la llamada de él, entrando en un estado de agitación creciente por la espera. Mientras esto ocurre, por su maravilloso ático empiezan a desfilar otras mujeres tan nerviosas como ella, incluso más excéntricas, cuando no alucinadas, compartiendo sus penas, y haciéndose al tiempo copartícipe de las ajenas. Todo ello transcurre en un ambiente insensato, acompañado por la habitual estética kitsch tan desenfrenada y característica en su filmografía, algo que no impide a la protagonista entender mejor lo que significa la separación, el estar sola en la vida. Porque, si uno escarba por debajo de la aparente simplicidad de la historia, va a encontrar un significado más profundo a esta parafernalia de escenas inolvidables, prefigurando, a mi parecer, el giro dramático de sus siguientes películas.
El largometraje que consagró a Pedro Almodóvar como cineasta a nivel internacional, contó con el beneplácito de crítica y público, logrando numerosos premios y/o reconocimientos en los festivales de Toronto, Venecia o entre los críticos cinematográficos de Nueva York, además de estar nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. Aquí se alzó con cinco premios Goya, entre ellos el de mejor película, mejor guión original, mejor actriz protagonista para Carmen Maura o mejor actriz de reparto para María Barranco. Además de ser la más taquillera de aquel año, solo por detrás de El último emperador.
Han pasado casi cuarenta años desde su estreno, y a mí me sigue pareciendo una de las comedias más excitante y divertida del cine español, siendo una de las mejores películas rodadas por el manchego. Es, en mi modesta opinión, un largometraje para volver a verse de vez en cuando, en especial si el cinéfilo de turno es de aquellos que disfruta con las, digamos, mascaradas ingeniosas que guardan un mensaje de cierto calado.
Para leer más críticas de otras películas, ir al Blog "Desde un apartado lugar", y clicar en la etiqueta "Mejores películas españolas".
jueves, 6 de febrero de 2025
El microscopio (mis charlas con Fermín)
Creo que Fermín y yo congeniamos desde el primer momento al compartir parecidas inquietudes, además de tener un carácter poco propicio para las expansiones, interiorizando todo cuanto pensábamos. Tal vez ayudara lo suyo ser ambos poco dotados para jugar al fútbol, cuando los partidos en los campos de arriba era el pan nuestro de cada día, con campeonatos incluidos. En el Colegio de los PP.PP. el fútbol era materia casi sagrada, y si no valías para darle al balón, en cierto modo quedabas relegado a un segundo plano, el de la insignificancia, o al menos esa era nuestra percepción de chavales, lo cual no impedía una inesperada alegría si el equipo triunfaba. Una vez saboreé las mieles del éxito. El equipo donde yo jugaba de lateral derecho quedó campeón. El premio consistía en un libro a elegir por cada uno de mis compañeros. Yo me decanté por La Isla del Tesoro de Robert L. Stevenson, firmado más tarde por el Padre Crisanto Fernández Seoane -futbolero empedernido además de gran músico-, dejando para el recuerdo la muestra fehaciente de haber campeonado, como dicen los argentinos. Los libros a elegir (entre un reducido conjunto, supongo que a instancias de los Paúles) estaban disponibles en la Imprenta.
No sé por qué he recordado esto, pero cuando veo a Fermín y lo saludo de nuevo, me resulta imposible eludir el lazo de la amistad sin acordarme del Convento donde estudiamos. Como en las dos anteriores ocasiones, lo veo hecho un figurín, mucho menos desgarbado que en aquellos años de estudios -seguro que hace gimnasia-, y más resuelto, muy diferente al chaval apocado de los años setenta.
- Estaba pensando en lo patosos que éramos jugando al fútbol.
- A mí nunca me gustó el fútbol. A ti sí. No se te daba muy bien, pero ¡anda que no veías los partidos por la tele cuando daban al Valencia! Y hasta llegaste a escribir un libro sobre la historia estadística del Club.
- Ahora no los veo. Solo me dan disgustos.
Como hace dos semanas nos sentamos en la misma terraza del bar. Pau nos saluda, preguntando embromando si aún le damos vueltas a la bomba, ingeniada por dos chavalines con demasiados pájaros en la cabeza. Negamos, faltaría más. Mientras el camarero entró al bar para preparar dos cortados, Fermín a lo suyo, aprovechando la espita del fútbol de antaño.
Eso no se puede olvidar nunca. Nos examinamos el mismo día. Él más tranquilo, yo por el contrario estaba como un flan. Aprobamos. El con nota; yo me quedé en un suficiente, que a todas luces era un insuficiente en la comparativa.
- ¡Claro! Dejaste el pabellón muy alto con la nota de ocho. Yo casi suspendo.
- Es que te ponías muy nervioso de aquella. Te sobrepasaba la responsabilidad.
- ¡Ya!
- Después de comer todos juntos (se refería a sus padres, los míos, él y yo) en una taberna próxima a la Calle Ancha, nos fuimos a un comercio cercano donde vendían microscopios, que era lo prometido: un aparatejo de esos si aprobaba.
Fermín no tardó mucho en elegir el mejor, el de más aumentos. Por el contrario, a mí no me habían siquiera sugerido obsequio alguno, mucho menos tras el exiguo cinco en el examen de la mañana. Ante la evidencia de la comparativa tan odiosa entre el éxito y el fracaso, yo reclamé el mismo regalo. Mi madre se negaba en redondo. Por su parte, mi padre prefería no intervenir en la disputa. Cuando el toma y daca sin acuerdo se hizo patente, los padres de Fermín intercedieron, aprovechando que el dependiente envolvía el estuche conteniendo el artilugio. Pero Petra no daba su brazo a torcer, alegando el gasto extra. Fue entonces, a punto de abandonar el comercio -yo desolado, haciendo pucheros-, cuando en un impulso de atrevimiento impropio de su carácter, Fermín trató de ablandarla, aduciendo que nuestros microscopios los aprovecharíamos muy bien haciendo experimentos diversos, algo muy recomendado por don Lauro, nuestro maestro de Física, uno de los dos docentes externos contratados por la Congregación. Fermín debió de ser muy convincente para persuadirla de lo contrario, si bien nunca llegué a saber la razón exacta del cambio de opinión. Eso sí, el mío era más modesto, y su capacidad de aumentar el tamaño, menor. El estuche era de color negro.
Durante el viaje de regreso desde León -ellos en el Renault 12, y nosotros en el Seat 1500-, yo hacía planes para sacar rendimiento al microscopio desde mucho antes de ascender el Manzanal. En ningún momento dejé de presentir sobre el cristal los misterios del ala de una mosca, de un cabello o de una gota de sangre.
- Tú le sacaste más rendimiento al tuyo. Al mío enseguida se le fundió la lucecita y nunca la cambié, así que por las tardes y noches, cuando oscurecía, ya no podía usarlo, y esas eran las horas disponibles, pues salíamos del colegio a las siete. De todos modos nunca fui tan perseverante como tú.
- Tampoco te creas. Fuera de las pocas horas lectivas, la perseverancia la reservaba para el piano. Ahora, hablando de este recuerdo, me pregunto adónde habrá ido a parar el microscopio, porque nunca lo llevé a la casa de mis padres en Molina.
- Seguro que aún debe estar en la casa de La Cábila, donde vivías con tus tíos. Eso si los actuales propietarios de la vivienda no lo han tirado al río. Es broma -le digo-. Tal vez, cuando vuelvas a Villafranca, podrías hablar con ellos a ver qué te dicen.
- Sigues hablando en broma ¿no?
- Depende. Si aún crees en la Villafranca ideal, la soñada, como tú dices, podrías intentar recuperarlo.
- ¡jajaja! ¿Y por cierto: qué fue del tuyo?
- Está en el desván de la casa de Villafranca. Supongo que cubierto por una tonelada de polvo. Es el inevitable precio a pagar por la mugre que deja el paso de los años.
- No te pongas espléndido, Julio.
Nos dijimos adiós hasta una próxima. Aunque esta vez seré yo quien vaya a Maó para echar una parrafada con el amigo recuperado. Él vive en un primer piso de una vivienda antigua, aunque restaurada, de la Calle Moll de Ponent, mirando al Puerto.
- Tampoco te creas. Fuera de las pocas horas lectivas, la perseverancia la reservaba para el piano. Ahora, hablando de este recuerdo, me pregunto adónde habrá ido a parar el microscopio, porque nunca lo llevé a la casa de mis padres en Molina.
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