miércoles, 26 de febrero de 2025

El Gitano (mis charlas con Fermín)

 

                                                                                                                                                                      

A pesar de los años transcurridos, de su gran capacitación como profesional de la ingeniería, Fermín no ha perdido esa virtud cada día más escasa entre la sociedad actual: la compasión. Todo comenzó en un restaurante del Puerto de Maó. Mientras esperábamos los menús, él atacó con sus habituales preguntas. 


  - ¿Por qué las mujeres suelen tener las piernas más largas que los hombres. 


  - No lo sé -respondí.


 - ¿Por qué en la mayoría de teatros las butacas son de color rojo o granate? 


  - Algo leí al respecto, pero no recuerdo bien.


 - ¿Cuál es el motivo de que en numerosas ocasiones para hablar de uno mismo utilizemos el plural de la primera persona? 


  - Buena pregunta. 


- ¿Por qué en bastantes ocasiones los más intolerantes han sido antes tolerantes. 


- ¿Me estás haciendo un interrogatorio? La verdad es que no te pillo. 


- Por ejemplo, un fumador que ha dejado el tabaco es inflexible con quienes aún fuman. Yo conozco a más de uno que prohibe al amigo echar unas caladas en su presencia, aunque sea en espacios abiertos. 


- Hay gente radical. 


- Hablando de radicalismos, ¿Tú puedes darme una explicación a lo que está pasando con Karla Sofía Gascón? 


- Pues... Mejor dámela tú.  


  Fermín se retrepó sobre la silla, y sin dejar de mirar a las embarcaciones de recreo a través de la cristalera, pretendiendo, supongo, atinar con las palabras precisas, vino a decirme que hay una cosa imperdonable para la sociedad: la incongruencia con el pasado de cualquier persona, pero muy particularmente de las que pasan a convertirse de un día para otro en una celebridad. Como no estaba muy seguro de la exactitud de sus palabras le invité a que se explicara mejor.  


- En cierta manera todos somos incoherentes, cayendo en cotradicciones. Desde los políticos al último mono. De ahí que se diga que todos tenemos un pasado; Yo también tengo el mío. Si somos personas anónimas, como tú y yo, es posible que nuestro pasado no les llame la atención al resto de la ciudadanía. Ahora bien, si de la noche a la mañana tú o yo, por circunstancias diversas, nos convirtiéramos en famosos, en poco tiempo saldría a público conocimiento nuestro pasado más secreto, que chocaría con la imagen pública que proyectamos. ¿Entiendes? 


  - Más o menos.  


  - Y a Karla Sofía Gascón le ocurre eso. ¿Quién la conocía antes de ser nominada al Oscar? 


  Se puso a analizar el caso, y el absurdo de boicotear su trabajo en la película Emilia Pérez -fantástico a tenor de su nominación-, por culpa de unos tuits racistas y xenófobos lamentables, escritos por ella hasta anteayer, como quien dice. Y mientras meditaba en el desatino probable de silenciar su interpretación en la película francesa por culpa de su mala cabeza; sin pretenderlo, yo retrocedía casi cincuenta años en el tiempo. 



  Era un día sin clase, al final de la primavera, tal vez la festividad de San Antonio. Algunos compañeros de séptimo nos reunimos para husmear entre los tenderetes de la feria, y luego a tomar un par de merosoles por ahí. El Gitano -se llamaba Poncio, natural de una de las Valtuilles- nos acompañaba en el estreno por los bares. Al acabar de beber el último merosol, nos acercarnos al Campo Bajo para ver a los animales que permanecían amarrados al murete, frente a La Colegiata. Uno de los chicos, tal vez Roberto, dijo que a él no le gustaría haber nacido burro, o mula, ni ser otro animal cualquiera. Animado por la confesión del amigo, El Gitano no tardó en meter baza. Y es que al Gitano, como lo llamábamos, aunque renegara de su origen calé -sus padres eran adinerados, algo insólito-, se entusiasmaba llevando la contraria. Entonces, sin cortarse un pelo y a voces, como solía hacerlo, dijo que a él no le hubiera importado ser eso antes que nacer y vivir como un gitano. 


  - Pero si tú lo eres, aunque seas un renegado de tu raza, Gitano -le dijo alguien de nosotros, quizá el mismo Roberto. 


  Un gitano de edad promediada, acaso cincuenta, y que vendía polluelos amarillo claro con pocos días de vida, había escuchado la diatriba de Poncio. Entonces le chistó para que se acercara al gallináceo. Este obedeció. No soportando el menosprecio que acababa de escuchar hacia los de su raza, se encaró con él. Nosotros nos quedamos perplejos ante la situación. El hombre, visiblemente enfadado, le dijo de todo, y que sus rasgos lo delataban, por mucho que disimulara con el peinado y la ropa de vestir. Poncio se quedó paralizado, incapaz de reaccionar. Y es que él era así, lanzado y fanfarrón, despreciativo con los de su raza; pero en cuanto alguien se engallaba, perdía el brío y hasta el habla. 


  Ante el espectáculo de la bronca, observado por un creciente número de curiosos, y con nuestro compañero en situación de pasmo absoluto, Fermín se aproximó para decirle a aquel hombre que no tuviera en cuenta las palabras de su amigo. Que había bebido más de la cuenta y se le iba la fuerza por la boca. Que todos nos equivocamos alguna vez. Que no se lo tuviera en cuenta. Que aún éramos muy jóvenes y no sabíamos de la vida la mitad. 


  Fermín debió de ser muy persuasivo, pues el feriante los dejó marchar sin un reproche más. De allí nos dirigimos hacia la parte alta de la alameda para seguir fisgando entre los tenderetes y puestos. 


  - ¿En qué estás?  


  - Estaba pensando en el Gitano, no lo he podido evitar.  


  - ¿Poncio, nuestro compañero de estudios en los Paúles?  


  - Sí.  


  - ¿Qué habrá sido de él?  


  - ¿No lo sabes? Tuvo un accidente con su coche y se mató. Dicen que iba a más de ciento sesenta por la carretera de Villafranca a Ponferrada.  


  Se quedó sorprendido al escuchar lo del accidente, y que solo tuviera cuaranta años al estampar su coche contra un poste de la luz. Entonces le pregunté si aún recordaba el incidente de Poncio con aquel hombre. Y sí, lo recordaba perfectamente.  


  - Al final de ese curso, pocos días después de aquello, le pregunté en un aparte por qué tenía tanta ojeriza a los de su raza, y él me dijo que sus abuelos, los paternos, lo habían pasado tan mal durante la guerra, precisamente por su condición de gitanos, que lo mejor para sobrevivir era vivir, o al menos intentarlo, como los payos, aunque se renegara de ellos. Sus padres así lo hacían, y él no iba a ser menos. Entonces entendí su modo de comportarse y de hablar.


  Cuando acabamos de comer y abandonamos el local, nos despedimos hasta la próxima ocasión. En tránsito por el paseo marítimo, no dejaba de cavilar en nuestra condición de personas contradictorias, si bien no estaba tan seguro con respecto a si dicha condición se cumplía a rajatable en mi amigo Fermín. Tal vez, esa coherencia que se da entre el proceder de entonces para ayudar a Poncio y la opinión vertida sobre la figura de la actriz, sean la incoherencia lógica de un ser humano tan compasivo como es él.





 

domingo, 16 de febrero de 2025

¡CAMPEONAS!

A la sexta ha sido posible. Tras cinco finales con derrota, hoy el Avarca Menorca ha hecho historia al conquistar por primera vez el único título nacional que faltaba en sus vitrinas: La Copa de S. M. la Reina de voley femenino. La victoria por 3-1 frente al Heidelberg de Gran Canaria, ha sido posible gracias a Un EQUIPO, sólido y generoso en el esfuerzo. Las jugadoras han brillado a gran altura, aminorando el enorme nivel de las rivales canarias, las actuales líderes de la Liga Iberdrola.


En buena medida la victoria es fruto de la gran labor realizada por el Club y sus responsables a lo largo de los últimos años, devolviendo a la Entidad al grupo de las más relevantes, hasta recuperar el nivel mostrado en los cursos 2011 y 2012, cuando se proclamó campeón de la Superliga, y ya disputaba finales de Copa, como la ha disputado hoy. Algo que nos hace confiar en la posibilidad cierta de luchar de nuevo por conquistar la Superliga trece años después de haberla ganado por última vez.



Este es un triunfo de las jugadoras, es indudable, pero no lo es menos de Bep Llorens y sus colaboradores más directos, además de quienes rigen los destinos de la entidad; y por supuesto, de la afición, fiel y agradecida como pocas, que con su empuje y entrega, las han llevado en volandas durante todo el tiempo que ha durado el partido disputado en el pabellón municipal. 1.200 personas que no hemos dejado ni un solo momento de jalear con aplausos, vítores y cánticos a nuestras jugadoras.

A todas ellas les doy las gracias por habernos hecho vibrar como en los mejores tiempos.


¡E N H O R A B U E N A A V A R C A!
                                                                                               

sábado, 15 de febrero de 2025

Mujeres al borde de un ataque de nervios (23)

 
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) delimita el antes y el después de algunos eventos, entre ellos, digamos de un modo más o menos formal, la trayectoria profesional de Pedro Almodóvar. Este, su séptimo largometraje, pone fin a la sucesión de comedias alocadas, divertidas, y con un  mensaje evidente por el compromiso con la vida, de disfrutar de ella hasta donde sea posible, sin estorbo alguno. Sus siguientes trabajos, salvo en muy contadas ocasiones, se desarrollan a partir de dramas con su genuino toque anómalo, dejando a un lado las risas oportunas provocadas por la frivolidad de muchos de sus personajes anteriores, para ahondar con indudable acierto en la sicología de seres más complejos. Por otra parte, si Pedro Almodóvar es uno de los creadores y máximo exponente de la Movida Madrileña, tendencia artística cimentada a partir, básicamente, de novísimas y originales agrupaciones musicales, no es ninguna presunción aventurar que  con este largometraje se la da por clausurada de manera oficiosa. 



  Mujeres al borde..., rompe con algunos hábitos frecuentes en sus anteriores películas. Uno de ellos es prescindir del piso humilde donde se desarrollaban algunos de sus anteriores rodajes, para recurrir al decorado de madera y cartón a fin de reproducir un ático de lujo en Madrid. También, y por primera vez, el manchego no comparte la tarea de escribir la historia, siendo el guión exclusivo de él. Un episodio infeliz es la ruptura de Almodóvar con la hasta entonces su actriz fetiche, Carmen Maura. Nunca se llegó a saber el motivo exacto del distanciamiento, aunque si hay que hacer caso a la madrileña, se debió en buena medida a la tensión a la que se vio sometida por parte del director durante el rodaje, desmentido si se hace caso de la declaración de este: <<Carmen confundió la pasión que sentía hacia mí como intérprete, con una pasión amorosa,  y empezó a comportarse más como esposa que como actriz>>. Por otra parte, Almodóvar da mayor trascendencia a algunos objetos e imágenes que en anteriores trabajos, como es el teléfono rojo en el primer caso, o al fuego en la cama provocado por Maura en el segundo; también a los mismos títulos de crédito. 



  El argumento es trivial, nada infrecuente. Una pareja de adultos, Pepa (Carmen Maura) e Iván (Fernando Guillén), ambos dobladores de películas, rompen después de años de relación sentimental. El mensaje de ruptura lo deja grabado el hombre en el contestador de ella. Ella espera impaciente la llamada de él, entrando en un estado de agitación creciente por la espera. Mientras esto ocurre, por su maravilloso ático empiezan a desfilar otras mujeres tan nerviosas como ella, incluso más excéntricas, cuando no alucinadas, compartiendo sus penas, y haciéndose al tiempo copartícipe de las ajenas. Todo ello transcurre en un ambiente insensato, acompañado por la habitual estética kitsch tan desenfrenada y característica en su filmografía, algo que no impide a la protagonista entender mejor lo que significa la separación, el estar sola en la vida. Porque, si uno escarba por debajo de la aparente simplicidad de la historia, va a encontrar un significado más profundo a esta parafernalia de escenas inolvidables, prefigurando, a mi parecer, el giro dramático de sus siguientes películas.  



  El largometraje que consagró a Pedro Almodóvar como cineasta a nivel internacional, contó con el beneplácito de crítica y público, logrando numerosos premios y/o reconocimientos en los festivales de Toronto, Venecia o entre los críticos cinematográficos de Nueva York, además de estar nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. Aquí se alzó con cinco premios Goya, entre ellos el de mejor película, mejor guión original, mejor actriz protagonista para Carmen Maura o mejor actriz de reparto para María Barranco. Además de ser la más taquillera de aquel año, solo por detrás de El último emperador.  


  Han pasado casi cuarenta años desde su estreno, y a mí me sigue pareciendo una de las comedias más excitante y divertida del cine español, siendo una de las mejores películas rodadas por el manchego. Es, en mi modesta opinión, un largometraje para volver a verse de vez en cuando, en especial si el cinéfilo de turno es de aquellos que disfruta con las, digamos, mascaradas ingeniosas que guardan un mensaje de cierto calado.


  Para leer más críticas de otras películas, ir al Blog "Desde un apartado lugar", y clicar en la etiqueta "Mejores películas españolas".   








                                                                         
 
         

jueves, 6 de febrero de 2025

El microscopio (mis charlas con Fermín)

 
Creo que Fermín y yo congeniamos desde el primer momento al compartir parecidas inquietudes, además de tener un carácter poco propicio para las expansiones, interiorizando todo cuanto pensábamos. Tal vez ayudara lo suyo ser ambos poco dotados para jugar al fútbol, cuando los partidos en los campos de arriba era el pan nuestro de cada día, con campeonatos incluidos. En el Colegio de los PP.PP. el fútbol era materia casi sagrada, y si no valías para darle al balón, en cierto modo quedabas relegado a un segundo plano, el de la insignificancia, o al menos esa era nuestra percepción de chavales, lo cual no impedía una inesperada alegría si el equipo triunfaba. Una vez saboreé las mieles del éxito. El equipo donde yo jugaba de lateral derecho quedó campeón. El premio consistía en un libro a elegir por cada uno de mis compañeros. Yo me decanté por La Isla del Tesoro de Robert L. Stevenson, firmado más tarde por el Padre Crisanto Fernández Seoane -futbolero empedernido además de gran músico-, dejando para el recuerdo la muestra fehaciente de haber campeonado, como dicen los argentinos. Los libros a elegir (entre un reducido conjunto, supongo que a instancias de los Paúles) estaban disponibles en la Imprenta. 

  No sé por qué he recordado esto, pero cuando veo a Fermín y lo saludo de nuevo, me resulta imposible eludir el lazo de la amistad sin acordarme del Convento donde estudiamos. Como en las dos anteriores ocasiones, lo veo hecho un figurín, mucho menos desgarbado que en aquellos años de estudios -seguro que hace gimnasia-, y más resuelto, muy diferente al chaval apocado de los años setenta. 

  - Estaba pensando en lo patosos que éramos jugando al fútbol.  

  - A mí nunca me gustó el fútbol. A ti sí. No se te daba muy bien, pero ¡anda que no veías los partidos por la tele cuando daban al Valencia! Y hasta llegaste a escribir un libro sobre la historia estadística del Club.

  - Ahora no los veo. Solo me dan disgustos.  

  Como hace dos semanas nos sentamos en la misma terraza del bar. Pau nos saluda, preguntando embromando si aún le damos vueltas a la bomba, ingeniada por dos chavalines con demasiados pájaros en la cabeza. Negamos, faltaría más. Mientras el camarero entró al bar para preparar dos cortados, Fermín a lo suyo, aprovechando la espita del fútbol de antaño.  


  - ¿Te acuerdas cuando mis padres me compraron el microscopio al aprobar Segundo de Solfeo? 

  Eso no se puede olvidar nunca. Nos examinamos el mismo día. Él más tranquilo, yo por el contrario estaba como un flan. Aprobamos. El con nota; yo me quedé en un suficiente, que a todas luces era un insuficiente en la comparativa.  

  - ¡Claro! Dejaste el pabellón muy alto con la nota de ocho. Yo casi suspendo. 

  - Es que te ponías muy nervioso de aquella. Te sobrepasaba la responsabilidad. 

  - ¡Ya!     

  - Después de comer todos juntos (se refería a sus padres, los míos, él y yo) en una taberna próxima a la Calle Ancha, nos fuimos a un comercio cercano donde vendían microscopios, que era lo prometido: un aparatejo de esos si aprobaba. 

  Fermín no tardó mucho en elegir el mejor, el de más aumentos. Por el contrario, a mí no me habían siquiera sugerido obsequio alguno, mucho menos tras el exiguo cinco en el examen de la mañana. Ante la evidencia de la comparativa tan odiosa entre el éxito y el fracaso, yo reclamé el mismo regalo. Mi madre se negaba en redondo. Por su parte, mi padre prefería no intervenir en la disputa. Cuando el toma y daca sin acuerdo se hizo patente, los padres de Fermín intercedieron, aprovechando que el dependiente envolvía el estuche conteniendo el artilugio. Pero Petra no daba su brazo a torcer, alegando el gasto extra. Fue entonces, a punto de abandonar el comercio -yo desolado, haciendo pucheros-, cuando en un impulso de atrevimiento impropio de su carácter, Fermín trató de ablandarla, aduciendo que nuestros microscopios los aprovecharíamos muy bien haciendo experimentos diversos, algo muy recomendado por don Lauro, nuestro maestro de Física, uno de los dos docentes externos contratados por la Congregación. Fermín debió de ser muy convincente para persuadirla de lo contrario, si bien nunca llegué a saber la razón exacta del cambio de opinión. Eso sí, el mío era más modesto, y su capacidad de aumentar el tamaño, menor. El estuche era de color negro.

  Durante el viaje de regreso desde León -ellos en el Renault 12, y nosotros en el Seat 1500-, yo hacía planes para sacar rendimiento al microscopio desde mucho antes de ascender el Manzanal. En ningún momento dejé de presentir sobre el cristal los misterios del ala de una mosca, de un cabello o de una gota de sangre.

   - Tú le sacaste más rendimiento al tuyo. Al mío enseguida se le fundió la lucecita y nunca la cambié, así que por las tardes y noches, cuando oscurecía, ya no podía usarlo, y esas eran las horas disponibles, pues salíamos del colegio a las siete. De todos modos nunca fui tan perseverante como tú.  

 

  - Tampoco te creas. Fuera de las pocas horas lectivas, la perseverancia la reservaba para el piano. Ahora, hablando de este recuerdo, me pregunto adónde habrá ido a parar el microscopio, porque nunca lo llevé a la casa de mis padres en Molina. 

-  Seguro que aún debe estar en la casa de La Cábila, donde vivías con tus tíos. Eso si los actuales propietarios de la vivienda no lo han tirado al río. Es broma -le digo-. Tal vez, cuando vuelvas a Villafranca, podrías hablar con ellos a ver qué te dicen.  

- Sigues hablando en broma ¿no?  

- Depende. Si aún crees en la Villafranca ideal, la soñada, como tú dices, podrías intentar recuperarlo.  

- ¡jajaja! ¿Y por cierto: qué fue del tuyo?  

  - Está en el desván de la casa de Villafranca. Supongo que cubierto por una tonelada de polvo. Es el inevitable precio a pagar por la mugre que deja el paso de los años.  

 - No te pongas espléndido, Julio.

  Nos dijimos adiós hasta una próxima. Aunque esta vez seré yo quien vaya a Maó para echar una parrafada con el amigo recuperado. Él vive en un primer piso de una vivienda antigua, aunque restaurada, de la Calle Moll de Ponent, mirando al Puerto.