viernes, 31 de enero de 2025

LA COLMENA/MANHATTAN TRANSFER

 

Camilo José Cela, gallego de postín, falto de retranca, un poquito tragaldabas, literato universal, académico y otras muchas cosas,  nace en Iria Flavia en 1916. Quien al correr del tiempo se convertiría en Premio Nobel, hubiera sido médico de profesión de no mediar sus habituales asistencias como oyente (no como alumno) a las clases impartidas por Pedro Salinas sobre Literatura Contemporánea Española, en la Facultad de Filosofía y Letras. La obstinación y una innata rebeldía lo empujaron al oficio de las letras, consagrándose como una de las figuras capitales de la narrativa española del Siglo XX. 


  Cela ha destacado por no amoldarse a ningún precepto o canon. Jamás se ha sentido preocupado por desviarse de la novelística al uso, siendo, posiblemente entre todos sus compañeros de generación, el más iconoclasta, algo contradictorio si tenemos en cuenta sus ideales (al menos en lo político), preferentemente conservadores. Así abraza sin disimulos la experimentación, echando mano de recursos narrativos singulares, e incluso insólitos, para componer novelas tan sorprendentes (que no tienen porque ser excelsas) como Cristo versus Arizona o San Camilo, 1936. 



  La colmena, no hay discusión al respecto, es una de esas obras a incluir en el afán indagatorio del gallego, aunque tenga bien poco que ver con las novelas antedichas, ni en el fondo, ni en la forma. Publicada en 1951 en Buenos Aires al no superar el código de censura imperante de la época, su cuarta novela supuso la consagración incontestable en el mundo de las letras. A través de múltiples escenas y personajes circunscritos a una gran ciudad, y a un tiempo muy concreto, 1942, Cela examina con precisión insuperable la vida de los habitantes más desfavorecidos en la capital de España, transmitiendo la sensación de que la sociedad de aquel momento vivía o sobrevivía dentro de un horizonte muy chiquito. Es, digo yo, la estampa sintetizada de una tarde anodina de domingo sin fiesta. 


                                                        

                                                                     

   

 Esta, su cuarta novela, se ha dicho en reiteradas ocasiones, comparte con Manhattan Transfer (1925), cierta formalidad en la construcción de las escenas, cortas casi siempre. También la cuarta novela de John Dos Passos (Chicago 1896-Baltimore 1970), sigue y persigue el recorrido de infinidad de personajes que viven en la gran urbe americana. A diferencia del gallego, el chicano de origen portugués, no se conforma con rastrear en los varios caminos de supervivencia emprendidos por gentes marginales o pobretonas de solemnidad, sino que aborda a personajes encumbrados, en muchos casos políticos, jueces, millonarios, periodistas, hombres de negocios, etc. Como sucede en La colmena, las múltiples historias y personas que aparecen en las páginas de Manhattan Transfer, no todas, terminan relacionándose unas con otras, dando una eficaz sensación de vidas cruzadas que solo pueden darse en esa ciudad y no en otras, gracias en buena medida, a la utilización reiterada del tránsito de camiones de bomberos, ambulancias, elevadores, miles de vehículos, un puñado de racacielos y cientos de fiestas. 



 

  Su autor, John Dos Passos, es uno los mayores representantes de la denominada Generación Perdida. En contraposición a Camilo José Cela, el chicano fue un escritor cercano a ideales de izquierda. En sus libros, y muy particularmente en este, hay una crítica feroz al consumismo y las vidas hueras, superficiales, de buena parte de la ciudadanía más pudiente, ocasionando a veces su infelicidad, y hasta el suicidio. 


  Si la novela del gallego está circunscrita al año 1942, la del americano abarca un periodo más amplio, recorriendo en torno a tres décadas, que transcurre entre los últimos años del Siglo XIX y los locos años veinte, los de la Gran Depresión y el florecimiento del Jazz.  


  Estas son dos novelas excepcionales por su magnífica escritura y composición, reflejando épocas y lugares concretos desde la mirada personalísima de dos geniales escritores. Lo cual no es impedimento para advertir a futuros lectores, de la conveniencia de estar muy atentos a cuanto se dice en las novelas; y si fuera necesario, pues a echar mano del bolígrafo para escribir el nombre de cada cual junto a sus características más acusadas.

                                                                                       



                                                                              

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