miércoles, 8 de enero de 2025

Las dos Villafrancas (mis charlas con Fermín)

         

A Fermín hacía una eternidad que no lo veía, unos cuarenta años, ¡o más! Me lo encontré por la calle ayer, en Ciutadella, o mejor decir que él me encontró a mí, pues al primer golpe de vista no lo reconocí. Aunque alto, parecía menos desgarbado que de joven, como con poso de atleta. Se quedó mirándome, tratando de desentrañar la fisonomía, hasta que por fin dijo: ¡hola Julio! Por la voz no lo reconocí; y mucho menos en la barba apostólica, o en el peinado al desgaire, hubiera, ni siquiera intuido, el revelado de aquel chaval de mi misma edad. 


  A Fermín Portillo lo conocí cuando ambos compartíamos aula en el convento de los Paúles. Cursábamos séptimo de EGB. Natural de Paradasolano, si bien sus padres vivían en Molina, a toda costa quiso estudiar con los curas de Villafranca, por considerar al antiguo seminario, el mejor lugar para aprender y mantener firmes sus inquietudes. Cuando acababa la jornada lectiva de diario, bien entrada la tarde, él regresaba a la casa de sus tíos en La Cábila. 


  - Te veo como siempre -me dijo con su voz de barítono atonal. 


  - ¡Venga ya! ¡Si han pasado tropecientos años! Tú no me has mirado bien del todo -le repliqué-.  


  -Te veo como a Villafranca, por la cual pasan los años, y notándose, no se notan. 


  -No te pillo -respondí-. 


  Entonces me dijo que había estado en Villafranca en noviembre pasado, y que hacía lo menos treinta años que no había vuelto, desde su marcha a Almendralejo para trabajar en lo suyo: ingeniero de caminos, canales y puertos. Por entonces acababa de casarse en segundas nupcias con una de allá, Ana, maestra de escuela en la localidad. Ahora, por lo visto, la iniciativa privada lo trae a Menorca para ocuparse de lo suyo. Ana ya está jubilada y lo acompaña en su nueva aventura profesional. Yo le dije que no nos habíamos visto de casualidad, pues yo también estuve por esas fechas allí.


  - Mira, Julio: Villafranca es, cómo te diría yo, como dos almas gemelas, y al tiempo antagónicas. Una es la ideal, la imaginada, aquella que se da en muy contados instantes de nuestra vida. La otra es la real, la que no se puede cambiar, la que por mucho que lo intentemos, no somos capaces de voltear por culpa del tiempo, también del espacio.


  - No termino de pillarte. 


 - A ver; te pongo un ejemplo: Cuando vivía en Villafranca, tú lo sabes, me gustaba mucho sentarme a la terraza del bar a tomar el café, y a la vez contemplar el ir y venir de coches y gentes por la Plaza. Era otra plaza diferente, con tráfico en ambas direcciones. Sin embargo el bar apenas ha cambiado. Durante los días que estuve allá, no dejé de acudir al bar -si estaba abierto-, ni una sola tarde para tomar el café y vigilar las idas y venidas de los villafranquinos; y no obstante, te lo puedes creer, las sensaciones siempre fueron muy diferentes a las de aquel entonces.  


  - Explícate mejor, o me pierdo. 


  - Está muy claro: de aquella sentía una armonía a mi alrededor; era como si gozara de un bienestar inmutable que ahora, o hace poco, por desgracia, no sentí. A pesar de nuestra edad, yo siempre me he sentido joven, salvo al mirarme en el espejo; y sin embargo, te lo puedes creer, en esas tardes del noviembre villafranquino, fui consciente de que los años se me habían echado encima en un pispás,  sin darme cuenta. 


  - Entonces eres tú quien tiene dos almas gemelas y antagónicas. Yo a Villafranca siempre la he visto de la misma manera: hermosa y lánguida. 


  - Eso: lánguida, abatida. Entonces no era así. 


  - Porque con catorce o quince años la percepción es diferente. La identificabas con el lado imaginado, o el alma ideal, como tú dices. 


  - Villafranca ha cambiado.  


  - No tanto. 


  - Mira la Cooperativa del vino en lo que ha venido a parar. O el tramo de vía que enlazaba a la Villa con Toral. No tienes nada más que ver La Colegiata. La Colegiata es la metáfora perfecta de lo que es Villafranca. 


  - No te pillo.  


  - ¡Joder! Pues está bien claro. Iba para catedral del Bierzo y se quedó a la mitad. Villafranca fue capital de provincia, y hoy se ve superada por las localidades vecinas, no solo Ponferrada. Por eso te digo que hay una Villafranca soñada, la ideal, que existe en nuestra memoria, y la real, la que visualizamos a día de hoy. Por ella pasan los años y notándose no se notan. 


  Antes de despedirnos tomamos un café con sabor a turismo y a humedad mediterránea, quedando para otro día de vernos con más calma. Me aseguró que casi con toda seguridad, si no surgía algo imprevisto, se quedaría a vivir en Menorca hasta la jubiliación, en un par de años. Ya en casa, pensé en la probabilidad de que Fermín se haya ofuscado con el asunto de las dos almas de Villafranca, o de cualquier otra localidad. Más bien intuyo que como todos, Fermín sí tiene dos almas: la que de joven mantenía una inquietud inequívoca por lo espiritual, hasta sopesar el meterse a cura (la soñada o imaginada), y la real, con un primer matrimonio fracasado -hija incluida con la cual no tiene relación alguna-, el cual había dado al traste con sus aspiraciones de convertirse en redentor de almas, una vez que conoció (flechazo incluido) a Marisol, jovencita tan entusiasta como alocada a un tiempo.                                                                                                        

 



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