miércoles, 26 de noviembre de 2014

Adagio 123 en librerías

  Si alguien me pregunta al respecto suelo decir lo mismo: no sé de un único camino para escribir una novela, como tampoco en ocasiones atino a explicar de dónde surge la necesidad de acometer la tarea. Yo creo en la utilidad de las variadas vías para encauzar una historia, como también de los diversos impulsos para ponerme manos a la obra. El caso concreto de mi novela Adagio 123 nace a partir de una curiosidad malsana, también del convencimiento de servirme en la narración de un camino más directo.

  Desde hacía muchos años barajaba la oportunidad de escribir sobre un detective privado, aunque desligado del estereotipo de Sherlock Holmes o Hércules Poirot. En todo caso quería plasmar las idas y venidas de alguien que fuera un perdedor pretendiendo jugar el papel de héroe. Desde siempre me fascinó la relación tan estrecha que los detectives particulares (al menos los del cine negro al estilo de Mike Hammer, Sam Spade o Philip Marlowe) mantenían con la noche, las mujeres fatales, capos encumbrados y en algunos casos la droga. Antihéroes de una pieza, pesimistas por naturaleza, no les importaba jugarse el tipo teniendo en cuenta el desapego por su propia vida; por encima de todo estaba la determinación y el arrojo de llegar hasta el final a cualquier precio. Algo así le ocurre a Feli, el protagonista, si bien las similitudes se quedan ahí, pues ni el escenario de Madrid y alrededores guarda semejanza con las calles neoyorquinas o chicanas, ni los medios y actuaciones puestos en marcha para investigar el delito, mantienen paralelismo alguno con los detectives americanos por lo peculiar de la historia.

   

Para facilitar la narración elegí el camino del monólogo o soliloquio. En todo caso se trata de una confidencia descarnada que el ayudante de Feli, el detective, hace a su antigua novia de juventud, la hija de aquél. Como Carmen Sotillo expone en Cinco horas con Mario, si bien sin ninguna carga delictiva, por contra como un reproche generalizado de índole conyugal; o como el maestro Vázquez Montalbán plantea a lo largo de su novela corta Cuarteto para desovillar el enredo del asesinato de una de las mujeres, el gregario y narrador de la aventura o crónica de Adagio 123, trata de justificar el comportamiento amoral e injustificable de su padre y el suyo propio a lo largo de los últimos meses. Poco a poco va desgranando los siniestros entresijos de una organización criminal que tiene como uno de sus vértices al comisario Arnáiz, eje fundamental de toda la novela.

    

Un amor imposible que acaba en desamor, un antiguo policía metido a detective privado, dos hermanas siamesas de bandera, una trama policial corrupta de compleja erradicación, el recurrente tablero de Ouija y un desenlace insospechado, aunque no carente de cierta lógica, transitan a lo largo de este libro. Como territorio incomparable, Madrid y sus cercanías, si bien convertido ahora en espacio gris, suculento de tentaciones; un universo propicio para el comercio de la droga, del sexo, del poder, y en resumidas cuentas, para la alienación del individuo. Inevitablemente hay un hotel en medio de la Capital donde la depravación se vende a precio de oro a los pudientes.

  En esta novela negra a contracorriente, el autor aborda a través de sus páginas una serie de sucesos concatenados y hasta absurdos que, terminan por convertir a un detective privado jugando a ser héroe, y a su ayudante, el narrador de la historia, en individuos amorales, sin escrúpulos, atrapados en una red criminal tejida por no se sabe muy bien quién y que dirige el comisario de policía Arnáiz.

                                                (Sinopsis de la obra que aparece impresa en la contraportada)

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