viernes, 6 de diciembre de 2013

El preso 466/64

  Hubo una vez un hombre que con su singular proceder removió los cimientos de una gran nación, perdida en los confines de África. Es hasta probable que de no haber existido este gigante -también en talla- de mirada perspicaz y rostro sereno, esa gran nación llamada Sudáfrica, se debatiera aún en la espantosa y burda ignominia de lucha racial que durante años ha supuesto el apartheid. Ayer, ese hombre llamado Nelson Mandela, moría a los 95 años de edad.

  Sin duda creo que el apelativo corredor de fondo, encaja como un guante de seda en su acusada personalidad, mucho mejor que en la de cualquier otra figura actual. Hemos presenciado el devenir dilatado de un resistente. Resistente ante la barbarie impuesta por la minoría blanca al resto de habitantes que se podían considerar súbditos en su condición de negros. Resistente a pesar de las duras condiciones de vida siendo recluso a lo largo de 27 años. Resistente contra la tentación inevitable del rencor y la fácil revancha una vez alcanzado el poder, y eso a pesar de algún intento fallido por matarlo cuando permanecía encarcelado.

  Madiba -como también era conocido en su país- ha sido un ejemplo inusual y conspicuo de la reconciliación con mayúsculas, a pesar de lo difícil que puede ser el perdón incondicional. Y es, por encima de todo, un modelo a seguir en estos tiempos de estulticia y mediocridad de muchos de nuestros políticos, que sólo alcanzan a ver los remedios insinuados por quien detenta el mando, a fin de blindar al capital. Nelson Mandela tenía un telescopio en la cabeza que le permitía ver mucho más allá de las miserias humanas y de los ímpetus de represalia de una sociedad vapuleada durante décadas.

  Como método para refrescarnos la vida y milagros de quien fuera Premio Nobel de la Paz, me parece recomendable e incluso apasionante, releer alguno de los libros escritos en torno a su figura, y muy particularmente, la autobiografía titulada El largo camino hacia la libertad.

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