DESDE UN APARTADO LUGAR Julio Mauriz
De carácter cultural
lunes, 28 de julio de 2025
Personajes de allá (3)
miércoles, 23 de julio de 2025
Novelas extrañas, inclasificables
Decía Paco Gaballo que no hay mejor medicina para el entendimiento que echarse entre pecho y espalda un buen libro desconcertante. <<Cuando no estoy porque no me encuentro, lo más sensato es leer un libro extraño, inclasificable; así me resulta más fácil regresar a lo cotidiano>>. Parecen paradógicas las palabras del filólogo colombiano, teniendo en cuenta la incomodidad, casi siempre, de no entender por completo el estilismo y/o argumento de una obra cualquiera. Y pese a ello puede que le asista la razón.
No hace mucho que salió publicada una lista de novelas, digamos, extrañas, y en ella, el premio se lo llevaba Los sauces, un libro tan terrorífico como desconcertante, teniendo en cuenta su comienzo, con isla de por medio incluida; y como esta, menguando a cada crecida de las aguas, obliga a los exploradores a internarse en un bosque de sauces con vida poco corriente.
Este libro escrito por Algernon Blackwood hacia 1907, pudiera ser el más extraño de todos, yo no voy a refutar su preeminencia; sin embargo hay otros muchos que en mi modesta opinión lo superan en su desconcierto. Es el caso del Ulises (1922), de James Joyce, novela densa y extensa que describe la vida y milagros de Leopold Bloom en un solo día, el 16 de junio de 1904. Joyce desgrana con maestría las luces y sombras de un modesto burgués, al tiempo de descubrirnos con brillantez la ciudad de Dublín a inicios del Siglo XX. No por su genialidad deja de ser una novela compleja y difícil de digerir si no estamos atentos a cada sustancia, teniendo en cuenta la mezcolanza de imágenes e impresiones, texturas y sabores del libro, un perfecto cóctel no hecho para todos los gustos. Con toda su carga anímica, pasa por ser para muchos de los entendidos en materia, la novela de las novelas, una fuente infinita de influencias en muchos escritores coetáneos y más recientes.
Pero hay otras novelas, incluso previas, que también beben de la extrañeza, o esa suerte de desconcierto que suscitan al ser leídas, y sin embargo las frases, el argumentario o el tono, no terminan de encajar en nuestro modo de entender la literatura. Una de ellas es Niebla, de Miguel de Unamuno, escrita en 1907 y publicada en 1914. Representante capital de la Generación del 98, plantea una duda existencial en cuanto a lo que significa la vida, la cual, bajo su prisma de la duda permanente que le persigue a cada instante, no deja de ser una nebulosa, una "nivola", enfrentada a la novela realista predominante a finales del Siglo XIX y comienzos del XX, lo que le permite ciertas licencias para experimentar y convertir a esta Nieba en una de sus más celebradas obras.
Aunque para extraña y luminosa en cuanto al argumentario, y lo que pretendía transmitir Luis Landero, tal vez Juegos de la edad tardía (1989) sea la novela más impactante de aquel final de década. El pacense hilvana una historia donde el absurdo y los sueños se dan la mano, de tal modo que un modesto y atípico oficinista, ya maduro, permite ser reverenciado por Gil, otro personaje humilde con escasas luces para diferenciar la realidad de los anhelos. Con ella el de Alburquerque alcanzó la cima literaria, y acaso su mejor obra hasta la fecha. Como le ocurriera al mexicano Juan Rulfo al publicar Pedro Páramo (1955), una novela casi insuperable y con un trasfondo de guerra que apenas importuna la verdadera historia de Juan Preciado, y la más evanescente de su propio padre, el tal Pedro Páramo. Con esta obra por donde desfilan decenas de personajes, adentrándose poco a poco en los chocantes entresijos de la comunidad de Comala, Rulfo consigue atrapar al lector en lo que entonces aún no se llamaba realismo mágico, aunque con todas las de la ley lo fuera. En cierto modo su obra de apenas cien páginas se convierte en la precursora del boom latinoamericano; en este caso a partir, es mi opinión, de un limbo imaginario que muy bien podría parecerse a lo que entendíamos por Purgatorio.
Ahora bien, para obras extrañas y a un tiempo espeluznantes, Nuetra parte de noche (2019), de la argentina Mariana Enríquez, podría muy bien hacerse acreedora a lo indecible, al menos desde la perspectiva de lo horripilante. La ganadora del Premio Herralde con esta novela, nos plantea la escritura desde las vísceras, de manera que el chaval que va para adulto con percepciones extrasensoriales magníficas, habrá de eludir el peligro constante de otras personas como él, familiares, que solo pretenden exprimirlo para beneficio propio a partir de sesiones espiritistas, o algo parecido.
En el contexto de lo extraño, también de lo claustrofóbico se puede encasillar casi toda la obra de Franz Kafka. Es, por ejemplo, El castillo (1926), una obra que refuerza el mensaje transmitido por el autor, una y otra vez, de su modo de estar en el mundo que transcribe a lo literario: el de un ser desubicado del tiempo que le tocó vivir. En esta, Kafka pasa a ser un agrimensor que pretende hablar con las máximas autoridades de la fortificación; y sin embargo es incapaza de ello porque entre él y los mandamases se interponen obstáculos insalvables. Kafka se hace eco de la burocracia, de la frustración, de su propia frustración como ser humano. Como claustrofóbica, o más bien habría de decirse mortuoria, y extraña, es La ruina del Cielo (1999), correspondiente a la trilogía El reino de Celama. Luis Mateo Díez, nos muestra un inventario exhaustivo de personas difuntas, o casi, con una maestría indiscutible. El lacianiego desborda inventiva para describir con precisión a aquellos habitantes que un día echaron raíces en la comarca o región de Celama, un trasunto más próximo a Comala que a Macondo, pero hecho a partir de su particularísima manera de componer las palabras.
Hay otras muchas novelas perfectamente encuadrables en este fenómeno de la extrañeza. En este encuadre, a veces difuso, cabe citar El gran Gatsby (1925). La obra más conocida de F. Scott Fitzgerald, nos sumerge en la vida de un joven amoral que trata por todos los medios a su alcance de subir en el escalafón social para codearse, y/o imitar a la flor y nata. Él es tan encantador como difícil de conocer a fondo, con lo cual nunca queda clara su personalidad ni sus reales intenciones. También El villorrio (1940), escrita por William Faulkner, otro de los americanos ilustres, podría encajar en esta clasificación, si bien en este caso sería más bien por la complejidad narrativa que se sustenta en buena parte en algunas historias publicadas anteriormente como cuentos. Una historia lineal que se interrumpe a veces y se dispersa con las frecuentes digresiones, aunque fundamentales para el buen desarrollo de la novela.
Pero no cabe la menor duda de que un buen puñado de novelas con la calificación de extraño, de insólito, se han escrito aquí, y al otro lado del Atlántico. Una de ellas es San Camilo 1936, publicada en 1969. En ella, Camilo José Cela aborda desde monólogos interiores las vísperas y festividad de ese año fatídico. A través de sus páginas desfilan infinidad de personajes, algunos de postín y muchos pobres y miserables de solemnidad, sin que casi ninguno sea consciente del drama que asolará España. Entre el discurso, la mayoría del tiempo en segunda persona, también cupo otro monólogo interior más, el de su tío Jerónimo, un republicano con firmes convicciones, algunas subiditas de tono. Es esta una novela tan ambiciosa como compleja, requiriendo del lector la máxima atención y compromiso con sus páginas.
Al otro lado del charco las obras con tendencia a transmitir el desconcierto son abundantes. Ahi está Rayuela (1963), de Julio Cortázar, aclamada novela. O La invención de Morel (1940), de Bioy Casares. O Cien años de soledad (1967), la cumbre creativa de García Márquez y el paradigma de lo que se ha venido a llamar realismo mágico. O La Casa Verde (1966), un arriesgado ejercicio de filigrana novelística a cargo de Mario Vargas Llosa. A través de sus páginas, el peruano pergueña con habilidad incuestionable, pequeñas historias que se entrecruzan para completar un rompecabezas en cuyos vértices aparecen Piura y el poblado de Santa María de Nieva. Con esta su segunda novela conquistó el Premio Rómulo Gallegos.
La relación de novelas y hasta cuentos con esa máxima de lo desconcertante es incontable. Podrían añadirse, por ejemplo, El libro del desasosiego, del cultivador de heterónimos, Fernando Pessoa; La casa de hojas, de Mark Danielewski, una obra de culto con la ciudad de Los Ángeles y un manuscrito como motores de la historia. Y aqui en España, Volverás a Región, del huidizo Juan Benet. 2666, del chileno afincado en España, Roberto Bolaño. Cristo versus Arizona, del propio Cela. O la aclamada Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Todos estos autores y muchos más quisieron con sus innovaciones y arriesgando, dar un giro radical a su producción literaria, intentando huir de lo acomodaticio en algún momento de su vida como literatos. Algunos fracasaron en el intento de ir más allá de la lógica de una línea recta, sin desvíos; pero otros lograron alcanzar el objetivo de ser valorados como se merecían. Y sin duda todos los mencionados se pueden dar por satisfechos porque sus obras son magníficas, siendo algunas de ellas clásicos de la literatura universal para goce de quienes disfrutamos con sus lecturas.
lunes, 16 de junio de 2025
Los políticos (mis charlas con Fermín)
- Recuerdo una ocasión, ya otoño; recién iniciado el curso. Era un día soleado, con pocas nubes. Debía de ser sábado o domingo porque no teníamos clase. Subimos al Mirador de Corullón y nos tiramos la tarde entera, merienda de por medio, contemplando la panorámica. Hacía poco que habíamos vendimiado en la viña de los Paúles un par de días, y el Padre Pérez estaba contento con la cosecha, también el bueno de Blas. Entonces te pregunté qué harías cuando acabáramos octavo.
- Y yo te dije que no tenía ni idea. Que ni siquiera había pensado en mi futuro profesional. Que de niño sí lo tenía más claro: boxeador profesional. Entonces te echaste a reir.
- Y te dije que no te podía imaginar pegándote con alguien.
- Ni yo tampoco, ahora que han pasado tantos años. Supongo que esas veladas en blanco y negro que retransmitían por la televisión, inocularon en mí el veneno de la disputa cuerpo a cuerpo.
Mientras el recuerdo nos atenaza, Fermín no deja de hojear el periódico, al tiempo de beber a pequeños sorbos el café con hielo. De súbito, por sorpresa, me suelta una de sus muchas confidencias inesperadas.
- Hace cuarenta y muchos años jamás te hubiera dicho algo con respecto a mi futuro que no fuera meterme a cura. Ni siquiera ingeniero, a lo que me he dedicado toda mi vida. Ahora, si tuviera cuarenta años menos, a lo mejor te hubiera dicho que mi prioridad sería ejercer la política.
- ¿Estás de broma?
- Para nada. Te lo digo como lo siento.
- Pero si tú jamás te has interesado por ella.
- Es cierto. Pero viendo cómo está el patio político y el grado de mediocridad de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran al poder, no me importaría dedicarme de lleno a ella.
- Cuidado con lo que dices, no vaya a pasarte factura.
- Estoy curado de todo y contra todos. Y puedes seguir escribiendo sobre nuestros encuentros si esa es tu apetencia. Te doy permiso.
- De acuerdo. De todos modos no acabo de entender tu repentino interés por la política.
- Nunca me ha atraído, es cierto. Y sin embargo, cuando sale a la luz un nuevo caso de corrupción, me cabreo; es algo que me supera -en ese momento señala la foto del triunvirato de los presuntos corruptos-. Para mí es inconcebible que se puedan dar casos tan repugnantes dentro del sector público, que es de todos los españoles, y además con cierta frecuencia. Es entonces cuando pienso que yo podría hacerlo mucho mejor.
- Nadie está libre de ignorar lo que puede pasar en la casa propia, ni siquiera tú.
- ¡No me jodas, Julio! Las estafas a gran escala tienen que verse a leguas de distancia. Yo no termino de creerme que el Presidente no estuviera al tanto de las idas y venidas de estos tres pájaros -vuelve a señalar la foto-.
- Pues el Presidente dice que no sabía nada al respecto.
- Todos dicen lo mismo, que no estaban al corriente de las fechorías de sus subalternos. El Presidente que le precedió también decía lo mismo, desconocer tales actos; sin embargo, supuestamente, participaba "del negocio", cobrando, supuestamente, reitero, sobresueldos en negro no declarados, lo cual es una contradicción más grande que la Catedral de Burgos. Yo no nací ayer, y puedo equivocarme, pero me atrevería a decir en un noventa por ciento que quien nos manda, al menos se debía oler la tostada.
- Yo no estaría tan seguro de que estuviera al tanto. De todos modos, siendo así, un desconocedor de los hechos, me parece de una gravedad extrema, más teniendo en cuenta que eran personas de su máxima confianza. ¿Tú qué harías de verte metido en algo tan vergonzante?
- Es que yo no termino de verme en algo así. Lo siento si parezco presuntuoso. Es posible que al principio no me diese cuenta, pero en menos de un año los habría calado. Estoy seguro.
- Vamos a ponernos en lo peor y suponer que estuvieras en la inopia, ¿qué harías en el caso del Presidente?
- Dimitir. O en su defecto convocar elecciones anticipadas. ¿Tú que harías, entonces?
- Tal vez convocar las elecciones. De lo que sí estoy seguro es de no hacer el Tancredo, como hizo su predecesor hasta que perdió la Moción de Censura.
- Pues eso. Uno no se puede quedar de brazos cruzados como si nada hubiera pasado. El problema, amigo Julio, y siento decirlo con tanta crudeza, es que los políticos de ahora son de una mediocridad que espanta. Solo tienen en su cabeza la obsesión del poder por el poder. Quienes lo ostentan lo defienden con uñas y dientes, aunque cueste sangre y sudores. Y quienes aspiran a conquistarlo, lo intentan por todos los medios, lícitos e ilícitos. Así lo siento.
- Tampoco hay que ponerse tremendo. En la política nacional también hay gente válida.
- No te lo voy a negar, pero mucha menos de la que te crees. Los políticos, amigo Julio, son un mal de la democracia. Un mal menor si quieres, comparado con los seudo políticos de una dictadura y sus innumerables corruptelas, las cuales no trascienden al ocultarse, como las que se daban aquí en tiempos de Franco, jamones incluidos. Pero vuelvo a repetir, nuestros políticos actuales dejan mucho que desear con respecto a los que pilotaron la Transición.
- Bueno: en tiempos de Felipe González ya existían las corruptelas, mucho más abundantes y graves que las de ahora. Recuerda los GAL, la financiación ilegal del PSOE, la fuga de Roldán, etc.
- Eso es así. Pero no hay color entre aquellos contemporáneos suyos y los de ahora. Y por desgracia, esta mediocridad política no es exclusiva de España. Por ejemplo en Estados Unidos también se da, donde un dictadorzuelo, corrupto y bocazas, además de sin dos dedos de frente, está llevando a su país al precipicio, y tal vez al resto de la humanidad con él.
- Eres un tremendista.
- Es lo que hay. A estas alturas de la película estoy curado de todos los espantos, también de los que estén por venir. Yo no albergo grandes esperanzas con respecto a un futuro gobierno de PP y Vox. Soy escéptico con respecto a sus políticas, y también a lo referido a una supuesta regeneración política. Escucho a unos y otros, y me resulta repugnante lo que llega a mis oídos.
- En parte estoy de acuerdo contigo. Escucho a muy concretos políticos del momento -incluidos los que supuestamente transitaban sobre el pasillo de la moderación, que no venían a insultar y tampoco a mentir, y resulta que están inoculando entre la gente el veneno del odio más ciego.
- Vamos a dejar el tema, y que cada cual hago lo que le pete.
- Vale. Y volviendo a aquella excursión por tierras zoupeiras. ¿Tú te acuerdas de lo que comimos a la merienda en el Mirador?
- Pues no. Sé que era algo poco habitual para comer en bocadillo, porque sí comimos bocadillos, ¿o no?
- Estás en lo cierto. Comimos chicharrones.
- ¡Ostras! Pues hace la tira que no los como; aunque de aquella lo más habitual era comerlos en torta. ¡Ya me gustaría volverlos a probar!
- A ver si se presenta la ocasión y los volvemos a catar en Villafranca.
Al despedirnos en la Plaza de Jaume II, mientras caminaba de regreso a casa, fantaseaba con la idea de ver a Fermín ocupando escaño en el Congreso de los Diputados. Luego, pensando en algo más factible, no dejé de imaginarlo como un concejal más, sentado sobre una de las butacas del Salón de Actos del Ayuntamiento, en Villafranca, y hablando a la concurrencia, entre la cual no podía yo faltar.
domingo, 25 de mayo de 2025
El Campairo (mis charlas con Fermín)
Cuando Fermín y yo quedamos a tomar un café, o lo que se tercie, a mí me resulta imposible eludir el pasado. Hay algo en mi amigo que me empuja sin intención a retroceder muchos años, casi cincuenta. Aunque no haga alusión al tiempo pasado, yo por fuerza vuelvo a ser un chaval. Y más si, al tiempo de hacer tertulia en la terraza del bar, me saca a traición una estupenda colección de fotos y postales de Villafranca, casi todas en blanco y negro.
- Esta del Campairo, donde vivías, creo que me la diste tú.
- ¿Estás seguro? -le dije- Yo no lo recuerdo. La tuya es una copia. De todos modos, cuando viniste a Villafranca para estudiar en los Paúles, el Campairo ya no estaba así. Esta foto es mucho más antigua; no hay más que observar el empedrado y las acacias. Cuando tú las viste por primera vez -y ese es también el recuerdo que yo tengo de ellas-, sus troncos tenían bastante más grosor. Al Campairo le cambiaron la fisonomía muy al inicio de los años setenta, al menos tres o cuatro antes de venirte a vivir aquí.
Y mientras me pasaba otras instantáneas, de la Calle del Agua, de la Plaza con adoquines, de la antigua estación, del puente sobre el Burbia o de la misma Colegiata, yo las miraba sin verlas, porque a mi recuerdo venían las imágenes imborrables del viejísimo cuartel en ruinas, testigo mudo de nuestros partidos precarios, donde las acacias se convertían en postes. O de los disimulos con el balón si aparecía de pronto Serenín, u otro cualquiera de los municipales, pues el descuido podía suponer su expropiación. Y ahí volvía a estar el bodegón pegadito a mi casa, bueno, a la casa de Eduardo Cañón, donde convivíamos con Pepe, Josefa y sus hijos, ellos arriba, en el segundo, nosotros en el primero, y Eduardo con su inseparable paloma, en el bajo; o alto, según se mira desde la zona más baja. Y ya no faltaba la tienda de Sarmiento, donde las bombonas de butano pequeñas, las azules, convivían con las cocinas de gas, o las linternas. Y abajo, en la Calle del Agua, aún estaba abierta al público la tienda de Isidoro Lobato. Y separada por unos pocos metros estaba la vivienda de la Veguita. O aquella escalera con pendiente, estrecha y eterna que nos servía, a nosotros, los jóvenes del momento, para jugar al escondite, y para la familia de Ortiz el fotógrafo, para ascender al segundo piso, donde vivían. Reparo también en el bar de Ludi, que más tarde fue sastrería. Y por un momento, aunque me ha costado horrores, he visualizado a los viejos y fieles amigos jugando con el balón: unos atacando hacia arriba y los de la cima hacia abajo. Por ese recuerdo estrechísimo volví a ver jugar a Alejo, a Alberto y Quico, a Javier Lobato, a Miguel Ángel G. Teijón, a Pinto y a Tatano, a Elio, a Suso, a Toño Panete, a Pelayo; algunos ya desaparecidos antes de lo que les tocaba, y todos, o casi todos, peloteando mejor que yo. Cuando empezaba a visualizar al camión trayendo a algunas decenas de terneros que iban a ser introducidos en la casa grande al lado de la de la Veguita, y nosotros los mirábamos con pena -al menos yo porque sabía de su sacrificio inminente-, Fermín me rescató de los albores de mi historia, dándome un codazo.
- ¡Joder, no dices nada! Parece como si no te gustaran.
- ¡Sí me gustan! Es que esta foto del Campairo me vuela la cabeza, como se dice ahora, y no he podido con la tentación de los recuerdos. Además en mi ordenador la tengo como fondo de pantalla.
- ¿En el del trabajo?
- En el de casa.
- Yo también tengo recuerdos de tu casa.
- Nada buenos. La casa es y era vieja ya entonces.
- Te equivocas. Tengo gratos recuerdos de tu casa, y del Campairo. Nos poníamos a escuchar música. Yo te daba la paliza con Beethoven y tú me ponías a Deep Purple. Luego, cuando a mí me dio por hacer un grupo musical, al irme de Villafranca, nos atrevimos con Burn y otras canciones suyas. Aunque a mí la música que de verdad me molaba era la de Genesis cuando estaba Peter Gabriel. Tal vez porque, en cierto modo, se trataba de rock progresivo, el rock más cercano a la música clásica. También me acuerdo de estar sentados en el corredor hablando de nuestras cosas, de cómo nos iba en el curso. Hablábamos mucho de las clases que daba el Padre Prieto. Nos gustaban. Yo incluso pensaba que de no meterme a cura, lo cual tenía decidido, me hubiera gustado estudiar Historia Contemporánea. Al final ni cura ni historiador, ya ves las vueltas que da la vida. Y el Campairo, pues aún lo recurdo con mucha vida, aunque hacia 1977 ya hubiera perdido parte del apogeo que llegó a tener. Es lo que tiene el inevitable paso de los años, y mucho más en Villafranca.
- ¿Te das cuenta de que estamos volviendo sobre tu vieja teoría de las dos Villafrancas?
- ¡Claro! Tenemos por un lado la que evocamos con, acaso, un exceso de melancolía, que suele estar más cerca de nuestras raíces, aunque a veces esas raíces sean idealizadas por nuestro engañoso cerebro; y la real, la palpable. En el caso de El Campairo actual, yo no voy a desmentir que su trazado de ahora supere al antiguo; pero, a mí me hubiera gustado haber conocido aquel, todo de piedra, y con el bullicio palpitante de entonces, según me has dicho más de una vez.
Al despedirnos, después de haber caminado un buen trecho por el paseo marítimo de Ciutadella, no dejé de pensar durante un buen rato en la frase que mi amigo dejó en el aire cuando ya ponía en marcha su coche para regresar a Mahón: ¿En qué momento se jodió Villafranca? Yo no lo sé, pero, desde luego, sería una magnífica frase para una novela con magia, como Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, el autor de la frase original para una de sus más grandes creaciones: ¿En qué momento se jodió Perú?
martes, 6 de mayo de 2025
El Papa (Mis charlas con Fermín)
Algunas veces sucede que al hacer un recorrido turístico, da pie a hablar de cosas ajenas a la visita. Eso nos sucedió a Fermín y a mí cuando visitábamos el monumento funerario más singular de Menorca, y tal vez del Mundo: la Naveta des Tudons, una construcción de piedra con forma de embarcación invertida, fechada hacia 1400 a de C. En su momento se hallaron dentro los restos de más de cien personas y parte de sus pertenencias. En ese momento de la tarde, calurosa y concurrida, el asunto de los restos mortales de aquellos hombres, no tan primitivos, le llevó a mi amigo al episodio más comentado en los últimos días: el fallecimiento del Papa Francisco. Así que una vez metidos en el ejercicio del poder divino en La Tierra, era inevitable su avalancha de preguntas.
- ¿Qué te parece lo del Papa? ¿Debió de retirarse antes, como hizo Benedicto XVI en su momento? ¿Crees que ha sido un buen papa?
- No sabría decirte. Quizá ha sido diferente a cualquier otro. ¿A ti qué te ha parecido?
Mientras hace la última foto al monumento, comprueba en el móvil la calidad de todas las instantáneas. Entonces, al apagar el celular, con sorpresa por mi parte, lo suelta como lo siente.
- Que ha sido el más cojonudo de todos.
- ¿Y eso?
- La valentía lo ha acompañado siempre, desde el primer día. Nadie antes que él se ha atrevido a ir tan lejos.
- Tampoco es que en estos últimos doce años hallan cambiado mucho las cosas en el seno de la Iglesia.
- Tal vez no de forma radical. Sin embargo, ahí está su testimonio de vida, austero y sencillo.
- ¿En qué sentido?
- En muchos. Por ejemplo en su decisión de vivir en Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, o su renuncia a utilizar la limusina papal. Y ahí está su última voluntad de no ser enterrado en la Basílica de San Pedro, como sus predecesores, sino en la Basílica de Santa María la Mayor.
- Vale; te lo compro. ¿Y aparte de eso, ha ayudado a que la Iglesia avance en algún terreno más?
- Ha sido el primer papa que se ha tomado en serio el escándalo de los abusos a menores por parte del clero. Nadie antes había pedido perdón por ello, mucho menos mover un solo dedo para esclarecer los miles de casos ocultados a lo largo de los años. Por si eso no es reconfortante, él siempre ha estado al lado de los diferentes. Ha visitado a presos en las cárceles romanas, ha reconocido que él no es nadie para juzgar el comportamiento de los homosexuales, pues eso solo compete a Dios. Los pobres siempre han estado en su pensamiento antes que los más poderosos. ¿Te parece poco? ¿No ha sido novedoso todo cuanto ha dicho? ¿Y qué me dices de su defensa del Ecologismo? A ninguno de sus predecesores se le ocurrió en una sola ocasión que tal vez eso importaba muchísimo para el bienestar de los habitantes de la Tierra.
- ¿Y ha servido de algo? ¿Ha supuesto un cambio sustancial para el inmovilismo secular de la Iglesia? ¿Es que ha modificado en algo el papel siempre secundario de la mujer en su seno?
- Desde luego parece como si todo te diera lo mismo. Francisco ha puesto al frente de algunos organismos a mujeres. Por ejemplo en la oficina que gobierna el Estado de la Ciudad del Vaticano. Eso no había ocurrido jamás. Ahora mismo hay más mujeres trabajando en el Vaticano que cuando lo eligieron papa.
- De acuerdo, pero en esencia son la curia y el clero quienes cortan el bacalao. Las monjas, por ejemplo, podrían muy bien decir la misa, ahora que faltan tantas vocaciones. Las mujeres, y perdona que te contradiga, siguen relegadas en su mayoría a tareas "domésticas". Yo opino que en pleno Siglo XXI debería de haber una igualdad real.
- Comparto tu opinión. La Iglesia debería avanzar en cosas así. No tiene ningún sentido que las misas solo puedan ser presididas por hombres. Cuando nació el Cristianismo la sociedad era radicalmente distinta a la de ahora, y por tanto tenía cierta lógica la discriminación de la mujer. Pero hoy, estoy convencido, Jesucristo vería con buenos ojos la integración de la mujer colocándose al mismo nivel que el hombre.
- Con las buenas intenciones de uno solo, en este caso del Papa, no basta para cambiar sustancialmente una institución como es la Iglesia. Si permanece en el inmovilismo, será muy difícil que conquiste a nuevos adeptos. Como tú bien dices, la sociedad ha cambiado una barbaridad, y si uno no va con el signo de los tiempos, fácilmente puede quedarse en fuera de juego. La Iglesia debería entender eso, ser más permeable a la problemática actual que bien poco comparte con la de hace medio siglo, y estar más cerca de todas las personas, las que entendemos por iguales y las más diferentes.
- Esperemos que el nuevo papa siga el ejemplo de Francisco y sea capaz de mover mucho más esos resortes anquilosados.
- No creo que los cardenales se decanten por alguien que puedan calificar de comunista, como lo tildaba lo más retrógrado de la curia. Normalmente, y si se cumple el guión, a un pontífice, digamos progresista, le suele sustituir uno conservador, cuando no reaccionario.
- ¡Oye! Comunismo es poner los bienes en común. En cierto modo los primeros cristianos ejercían una suerte primitiva de comunismo no ideológico. Ellos vivían en comunidad, repartiéndose lo poco que tenían, y así seguían los pasos de Jesucristo. ¡Qué bien si el Colegio Cardenalicio tuviera presente en todo momento las enseñanzas de los primeros cristianos, siendo siempre un ejemplo para la feligresía!
- ¡Eh!, para el carro que se te ve tu vena de antiguo aspirante a cura.
Mientras se lo estoy diciendo, me viene a la memoria su costumbre -cuando se presentaba la ocasión, por ejemplo tras acabar la clase de solfeo o de piano con el padre Seoane-, de caminar despacio sobre el enlosado del claustro, y yo ya me lo imaginaba echando el entreno para cuando se vistiera con el hábito de alguna orden; leyendo un breviario mientras escuchaba a la lluvia golpear fuera. ¡Quien sabe! Puestos a imaginar ahora, pienso que habría sido un buen papa. Si bien me resulta difícil situar al mando de la Iglesia a un hombre alto en exceso y con barba como él. Y por cierto: ¿Cuánto tiempo hace que no se elige a alguien con barba? Ya puestos a elucubrar: ¿Elegirán alguna vez como sucesor de Pedro a algún cardenal negro? Son las cosas que tiene esto de embarcarse en los recuerdos de casi cincuenta años antes.
- ¿En qué piensas?
- En ti cuando querías meterte a cura, cuando estudiábamos en los Paúles.
- Esto de los pensamientos antiguos hace evadirnos del presente. Y eso que solo íbamos a visitar la Naveta.
- Pero la Naveta tiene más años que Matusalén. Lo antiguo llama a lo antiguo, como el dinero llama al dinero, digo yo.
martes, 29 de abril de 2025
Las flores de diciembre
Las flores de diciembre (2023), es la tercera novela del escritor madrileño afincado en Barcelona, Jon Vendon. Con este trabajo, Vendon ha aparcado por el momento -si no lo desmiente su última creación, Títeres (2024)-, la acción trepidante, para ocuparse en hilvanar una historia, si se quiere más humana, pausada, introspectiva; aunque no falten los diálogos, que ayudan, y de qué manera, a avanzar con cierta agilidad en la narrativa. En mi modesta opinión, Vendon ha conseguido concretar una novela reflexiva, poniendo a los lectores en el disparadero de aceptar o no a Fermín, el abuelo que ha vivido una doble vida: la visible y la oculta.
La novela discurre entre el pasado y la actualidad. Alicia, la nieta favorita de Fermín, se verá abocada a desentrañar su misteriosa vida, ocultada en buena medida al exiliarse una vez concluida la Guerra Civil, como uno más de los republicanos que la perdieron. El abuelo Fermín había regresado a España al enviudar, pero nunca le confesó sus andanzas lejos de la Patria. Alicia, que también ha vivido lejos, vuelve a España para realizar un postgrado universitario. Impelida por la nostalgia, por el compromiso de vivir en Galicia, en la casa heredada del abuelo, se plega al deseo de este. Un día como otro cualquiera, Alicia descubre la existencia de un baúl con sus pertenencias más personales, cartas, fotos, documentos. Ese viejo baúl esconde la biografía autorizada y la secreta de su existencia, incluyendo el misterio oculto durante tantos años: el de un amor por una nativa que da al traste con las aspiraciones de matrimoniar con quien había sido la novia formal e indubitable de los últimos años.
La novela está muy bien engastada, lo que ha permitido al autor introducir giros en la historia que casan con la ambientación, preparando sin estridencias el final, un final con sorpresa incluida. Entre los muchos episodios, apasionantes la mayoría de ellos -lo que da muestra de haberse documentado con minuciosidad-, yo destacaría el encuentro con la guerrilla cubana, al frente de la cual iba el Comandante Fidel Castro. Pero hay otros muchos más, discurriendo en su mayoría entre México y Cuba.
Para mí, y es una opinión subjetiva, Las flores de diciembre mejora en solided a su predecesora. Sin quitar méritos a El hijo de Caín, que los tiene, esta novela se beneficia de un mayor poso de madurez, enriquecido con la estética del <<estilo directo, fácil de leer, sin más paja>>, como dice Jon Vendon para referirse a su propia escritura. En resumidas cuentas, una novela para disfrutar con el poso de la nostalgia, y de la vida, cuando la vida de verdad da muchas vueltas, como se da en este caso.
miércoles, 23 de abril de 2025
El tren no circula por el mar
Afuera a las doce del del mediodía, el calor abrumaba, y añadiendo la dosis extra de desorbitada humedad propia de la costa mediterránea, el bochorno se afianzaba, casi palpándose en su forma informe. Dentro, el aire acondicionado del museo hacía agradable la permanencia en él, favoreciendo el deleite y arrobamiento de los visitantes.
Iselín, el ujier con gorra de plato marrón y
uniforme azul de los tres últimos lustros, andaba mohíno y receloso por los
pasillos ajedrezados de la sala octogonal. A escasos pasos del empleado, los
ojos de una pareja pintoresca acechaban, observando ensimismados un cuadro
diminuto y singular, sin prestar atención al resto de la concurrencia. Ella
frisaba los treinta, y vestía zapatillas, camiseta y pantalón deportivos, amén
de afear su cabello rubio y lacio recogiéndolo en un moño deplorable. Él, acaso
hermano gemelo, deslucía el rostro con su barba de chivo, menguada en las
mejillas, y una suerte de pelusa apelmazada en el mentón. También parecía
dispuesto al ejercicio, con sus zapatillas y chándal rojos a juego con el
uniforme de la acompañante.
Iselín escrutaba a los adefesios con el ánimo
de descifrar la incógnita de su malignidad, como un sabueso hace con las gentes
de mala ralea que están predispuestas a delinquir. Con la mirada torva y al
acecho de cualquier movimiento sospechoso, Iselín se aproximó a su compañero
Martínez.
_ Aquella pareja de allá me escama. Creo que deberíamos hacer algo.
_ ¡Quiá! Tú eres muy suspicaz, Iselín.
¿Cuántas veces hemos visto gente aún más extraña y nunca ha pasado nada?
El viejo Martínez ni siquiera miró a la
pareja cuando el ujier los señaló con el índice. Así que Iselín se
impacientó y retomó los paseos por los
azulejos, sin dejar de mirar con descaro o de reojo al dúo, según fueran las
circunstancias. El deambular duró poco, lo justo hasta que descubrió algo
insólito y volvió sobre sus pasos hasta el velador de Martínez con muestras de
nerviosismo.
_ Estos tipos traman algo. Me da en la mollera que no son trigo limpio. ¡Mira sus manos!
Martínez obedeció, percatándose de la ausencia de dedos meñiques en la mano izquierda de cada uno.
_ Sus manos sólo tienen cuatro dedos, ¿y qué?
_ Esos son musulmanes y ya han robado antes; por eso se los habrán cortado.
_ Tú te devanas demasiado los sesos, Iselín. Esos tienen pinta de ser hermanos gemelos, y yo me aventuro a decir que sólo es un defecto de nacimiento. ¿Acaso no te falta a ti el pezoncillo derecho?
_ Es distinto Martínez.
El incrédulo dio la espalda al compañero para
recoger las entradas a un grupo de escolares. Con la irrupción de la
chiquillería y la guía se formó un repentino baturrillo de cuadernos,
prospectos, susurros y balbuceos que la audaz pareja de rojo aprovechó para
escapar con el cuadro tanto tiempo reverenciado. Martínez ni siquiera los vio
pasar a su lado, despistado como estaba contemplando con ojos saltones a la
joven que inculcaba a los estudiantes el amor por la pintura. Iselín, por el
contrario, salió a darles caza tras perder unos segundos preciosos por la
inesperada maniobra y el obstáculo
humano.
Afuera, el calor era aterrador. El sol en su
cenit reverberaba sobre los vehículos aparcados a lo largo de la avenida,
deslumbrando a perseguidos y perseguidor. En lontananza, al final de la
infinita travesía, las mansas olas acariciaban la playa. Sin embargo, entre el
agua y el museo, los rascacielos a ambos lados, cegando cualquier simulacro de
bocacalle, el tráfico incesante de autos con sus ruidos atronadores, los
transeúntes componiendo una masa amorfa, los adoquines de las aceras infectos
de desperdicios y las vallas publicitarias aturdiendo y afeando la urbe, la
hacían un remedo de Babel, una rémora para los huidos y sus cazadores (en la
persecución, a Iselín se le había unido un municipal), cuya única forma de
salvarla era la de correr y correr avenida abajo, camino del mar. Los fugitivos
pisaban el firme con la certidumbre de un destino poco halagüeño, mientras sus
enemigos afianzaban con cada zancada el convencimiento de darles alcance.
_ ¡Manolo!
_ ¿Qué?
_ Nos hemos equivocado.
_ ¿Por qué, Silvia?
_ ¿Acaso no lo estás viendo?
_ ¿El qué?
_ Nos están persiguiendo como a alimañas.
_ ¿Y qué querías, Silvia?
_ Debimos ser más cautos, Manolo.
_ Jamás se debe ser prudente cuando alguien te roba.
_ Hasta en el sufrimiento hemos de resignarnos.
_ ¡Venga! Corre y déjate de charlas. Se están
acercando más y más.
Los caminantes se extrañaban de la singular
persecución; no obstante, enseguida miraban al cielo evitando comprometerse en
un asunto tan escabroso. Que lo solucione la autoridad, decían sus conciencias
conmiserativas.
_ ¡Manolo!
_ ¿Qué?
_ ¿Aún llevas el cuadro?
_ Sí, Silvia; lo llevo en el bolsillo del
chándal.
_ ¡Manolo!
_ ¿Qué quieres ahora, Silvia?
_ No debimos marchar de San Lázaro.
_ Los médicos dijeron que ya estábamos
curados.
_ Sólo fuimos dóciles con ellos.
_ A la fuerza. ¿Acaso pretendías que nos
mataran con alguno de sus malditos electrochoques?
_ ¡Ya!
_ Los artistas no podemos vivir encerrados en
compañía de locos, o definitivamente nos volvemos como ellos.
_ ¡No grites tanto Manolo!
_ Tú tienes la culpa, Silvia. No podemos
hablar y correr a un tiempo, jadeantes y sudando como estamos.
Al aproximarse a su destino, los escapados
vislumbraron un alud de bañistas asoleados y supuestamente dichosos por
resistir el tormento a cambio de la mudanza de sus pieles por otras más
bronceadas. En el horizonte entrevieron un grupo de gaviotas que desperezaban
sus alas en derredor de una pequeña embarcación. A su vez, ellos eran
asaeteados por el rigor del estío y el sofoco de la carrera. Sin embargo, la
mujer parecía no acomodarse al silencio, a pesar de la reconvención del
compañero.
_ En San Lázaro estábamos muy bien atendidos.
_ De acuerdo; pero yo debía recuperar lo que es mío.
_ El cuadro.
_ ¡Claro, mujer! Yo lo pinté antes de ponerme
enfermo. Y ya ves, a raíz de aquella exposición que los siquiatras dijeron que
jamás había hecho, me obligaron a desprenderme del cuadro y decidieron que
debían encerrarme, porque, según dijeron, El
tren no circula por el mar era de Juan Gris y no mío.
_ La gente no entiende de surrealismos, Manolo.
_ Y además me humillaron diciendo que jamás en mi vida había pintado un cuadro.
_ A mí también me humillaron, o ¿acaso no te acuerdas de que decían que yo nunca había sido tu marchante y que toda mi vida la había dedicada a la puericultura? ¡Con lo que yo detesto a los niños!
_ Mamá es la culpable de todo esto, Silvia.
_ ¿Por qué dices eso ahora?
_ Desde aquel día de nuestra infancia que nos juramentamos, mamá hizo lo indecible para internarnos.
_ No es de extrañar. Cualquier madre habría
hecho lo mismo si sus hijos deciden amputarse los dedos meñiques.
_ ¡Silvia!
_ ¡Manolo!
_ ¿Acaso no era un juramento de fidelidad eterna?
_ Sí; sin embargo no estuvo bien. Y si mamá
no lo descubre a tiempo hubiéramos muerto desangrados.
Manolo volvió la vista atrás y vio el
altozano de San Lázaro, con su blanquísimo edificio para enfermos mentales, y a
escasos metros, a la pareja de perseguidores que les increpaban, conminándoles
a detenerse si no querían morir a tiros. El hombre no se amilanó y al volver la
vista al frente, descubrió a un grupo de chavales, los mismos del museo, que
les hacían el pasillo para que avanzaran sin complicaciones, y les jaleaban
apremiándoles en la huida.
_ ¡Manolo!
_ ¿Qué quieres Silvia?
_ ¿Y si nos rendimos? Estamos cometiendo una
estupidez.
_ No quiero hablar del asunto. Este cuadro es
mío. Me ha llevado medio año recuperarlo y no pienso renunciar a él.
_ No tenemos escapatoria.
_ Prefiero ahogarme en el mar.
_ Pues yo no.
_ ¿Es que quieres volver con los loqueros?
_ Sí.
_ ¿Y qué hay del juramento de la niñez?
_ De acuerdo; tú ganas.
Los larguiruchos bloques de viviendas
estrechaban el cerco hacia la desembocadura de la angosta playa, sumergidos estos
más de cien metros mar adentro. Las finas arenas estaban atestadas de gente que
rodeaba extrañada una ambulancia con las puertas traseras abiertas.
_ ¡Vamos! ¡Venid aquí! Os estamos esperando.
Aquellas voces y silueta eran indefectiblemente
las del doctor Aráez, al cual acompañaban tres enfermeros. Pero, a pesar de
ello, hicieron caso omiso y se adentraron en el agua hasta ser perdidos de
vista por la muchedumbre.
_ ¡Despierta Manolo!
_ ¿Eh? ¿Qué pasa?
_ ¡Manolo, despierta!
_ ¿Eres tú, Silvia?
_ Sí, cariño.
_ ¿Por qué me despiertas?
_ ¿De verdad pretendes dormir toda la mañana?
Ya son las doce.
_ ¿Qué pasa ahora?
_ Tu hermano, que le llames. ¡No sé cómo
puedes estar tumbado con este calor!
_ Cariño, deja que me recupere de la resaca.
_ ¿Ni siquiera piensas levantarte a leer las
críticas de los periódicos?
_ ¿Qué dicen de la exposición?
_ Levántate y lo sabrás.
_ No puedo; todo me da vueltas.
_ ¿Qué querías, con tanto gin-tonic?
_ He tenido una pesadilla horrible.
_ Sabiendo lo mal que te sienta el alcohol,
no sé por qué te empeñas en celebrarlo a lo grande.
_ No pretenderás que delante de los amigos me
comporte como una hermanita de la caridad.
_ Bueno. Es igual Manolo. La cuestión es que
ha llamado tu hermano Iselín y me ha dicho que le telefonearas cuanto antes.
_ ¿Qué querrá? Es desconcertante. En el sueño
alguien se llamaba como él, y los ladrones se llamaban como tú y yo. La pareja
del sueño se escapaba con El tren no
circula por el mar que, en vez de medir tres por dos y medio metros, apenas
alcanzaba los quince por diez centímetros.
_ ¡Menéate! ¡Levántate y telefonéale!
_ Está bien. Mientras me visto podrías
hacerme un café bien cargado. La cabeza se me va para todas partes.
_ De acuerdo.
La esposa se atrincheró tras los fogones,
ahíta de las borracheras y extraños sueños del marido. Maldijo las manchas de
la vomitona puestas al descubierto por el sol deslumbrante de mediodía. La
cafetera resopló al hervor justo cuando el marido entraba azogado. Apenas se
tenía en pie y su rostro había palidecido.
_ ¿Silvia?
_ ¿Qué pasa, Manolo?
_ Ha ocurrido algo horrible. Un desalmado ha
entrado en la exposición y ha destrozado El
tren no circula por el mar. El individuo se llama Augusto y al parecer se
ha escapado de San Lázaro. La acuarela se ha convertido en un mar ridículo y
gris al diluirse los vagones.
_ ¿Estás seguro?
_ Sí.
Iselín me lo ha contado. Lo más lamentable es que estoy seguro de haber
charlado largo rato con ese loco la pasada tarde; hablamos de Juan Gris y de
otros pintores, y me pareció agradable y de lo más inofensivo.
_ ¿Y cómo lo hizo?
_ Lo roció con agua marina.
Manolo se escaldó la lengua al beber el café,
pero así y todo, trastabillándose y cadavérico, partió veloz camino de la sala
octogonal para valorar los daños reales causados a su cuadro preferido.
Silvia no volvió a tener un rato de
tranquilidad en todo el día. Se devanó los sesos con la fuga de su primo del
psiquiátrico de San Lázaro y la manera de confesar al marido lo del parentesco.
Y es que a Manolo jamás le había contado la historia del paranoico Augusto, que
se creía discípulo de Juan Gris.