sábado, 28 de junio de 2014

Hasta siempre Ana María

   El pasado día 25 fallecía a los 88 años Ana María Matute, una de las más insignes escritoras de la literatura española de posguerra, y probablemente la más conocida de las nacidas antes del 36 aún con vida. De Matute se pueden decir muchas cosas, pero ante todo que era una persona con una humanidad fuera de lo corriente; tal vez haber vivido una guerra de los 10 a los 13 años le orientó hacia un carácter afable y de comprensión por sus semejantes. No obstante, a pesar de una apariencia de fragilidad engañosa, acrecentada por su voz inconfundible, como de niña dócil, Ana María siempre fue una mujer fuerte, aunque sin la necesidad de aspavientos. De su faceta como escritora sólo se puede decir que estuvo casi toda su vida conviviendo con el éxito, tanto de los lectores como de la crítica, rozando incluso la gloria por haber estado nominada al Premio Nobel. Finalmente no lo consiguió, pero a cambio, en 2010, se convertía en la tercera mujer en lograr el Premio Cervantes.

  La académica aborda en sus novelas lo más característico del periodo de posguerra, así nos orienta en terrenos como el social, político, la moralidad, examinando con minuciosidad inusual la condición humana que nos atenaza impidiéndonos la plenitud. De las miserias y anhelos de aquel tiempo que ha marcado su vida y escritura, da buena muestra en sus novelas. ¿Quién no recuerda la gratísima lectura de obras como Los hijos muertos o Primera memoria? Eran los postreros años cincuenta y España comenzaba a entrar en la denominada etapa del desarrollismo, algo que chocaba frontalmente con una represión desmedida imbricándose en una sociedad domeñada y conformista ante el sino de los tiempos. Matute no tardaría mucho más en separarse de su esposo, y con ese hecho entonces anómalo, se le prohibía ver a su hijo único, ya que la sociedad patriarcal del momento le despojaba a la mujer de casi todas sus funciones, entre ellas la de tutora. Fueron momentos muy duros que le marcaron, dejando la impronta de una cierta desesperanza o pesimismo en posteriores obras de relieve, como Algunos muchachos o Los soldados lloran de noche.

  Matute, que fue escritora precoz, pues a la edad de 17 ya había terminado la novela Pequeño teatro, publicada  varios años más tarde, en 1954, tuvo un prolongado periodo de inactividad en cuanto a creación literaria, un lapso de más de veinte años en lo concerniente al género de la novela que se rompió con la publicación  en 1996 de la trilogía Olvidado rey Gudú -en 1993 había reeditado Luciérnagas, obra conocida al principio como En esta tierra, de 1955, y que había tenido serios problemas con la Censura-. En Olvidado rey Gudú, la autora crea un mundo imaginado en el Medievo, de guerras, estirpes imperiales y geografías inhóspitas que entroncan con la obra cumbre de Tolkien El señor de los anillos, si bien con su toque personalísimo e inconfundible.

  No obstante y a pesar de su reconocida vena narrativa, Ana María destaca con igual destreza e inventiva en el negocio de la cuentística para niños. Son infinidad de obras las escritas para infantes y adolescentes. Y no es de extrañar esa facultad tan suya para captar el interés de los más pequeños; a la postre, y aún siendo como fue una mujer de un profundo pensamiento humanista, de ideas muy claras, la barcelonesa jamás dejó de ser una niña grande, a pesar de que la Guerra Civil le robara vertiginosa la infancia, o tal vez por la estupidez de ver a los españoles batallando renunciara a hacerse mayor.

  El estío es un tiempo propicio para releer a esta dama de las letras, ¿y por qué no empezar con Primera memoria? Ganadora en 1959 del Premio Nadal, la primera de las novelas de la trilogía Los mercaderes, aborda la vida de guerra y posguerra en la isla de Mallorca. A través de sus personajes se percibe el engranaje existencial de la sociedad del momento. Ana María, que volvió a tener serias dificultades con la Censura, se inspiró para redactarla tras su estancia en la casa de Cela en el barrio palmesano de Son Armadans, huyendo de una vida marital que hacía aguas.

  Ana María se ha ido, pero nos deja un legado formidable. Hasta siempre maestra.


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