domingo, 30 de junio de 2024

PERDÍ LA CABEZA

 

En septiembre de 2004 publicaba mi primer libro de relatos, Cuando el tiempo decide. Casi veinte años después intento rescatar, casi del olvido, alguno de ellos, como este, ambientado en un carnaval cualquiera. ¿Por qué no en la Plaza de Villafranca?  


 Lo escuché por primera vez a los ocho años, cuando mi madre me dijo conmiserativa: "Mientras no pierdas la cabeza..." Y es que, a su requerimiento, en lugar de acercarle escoba y recogedor, la obsequié con cubo y fregona. No le di mayor importancia al descuido y me reí despreocupado, como un bobalicón, lógico en alguien que acaba de estrenar uso de razón. Luego, acaso frisando los catorce, mientras se acentuaba preocupante mi despiste, escuché de boca de mi tía: "el alma cándida de tu primo Julio ha perdido la cabeza por esa pelandusca de Yolanda". A lo cual no presté mucho interés. No obstante, lo de perder la cabeza o no pasó muy pronto a formar parte de mi vida, como lo eran los libros de escuela, el juego del escondite o el de médicos y enfermeras. Con el transcurso de los años, al tiempo que mis distracciones alcanzaban cierto grado de notoriedad, oí infinidad de veces la frase primera, la cual, por la reiteración, fue borrando de mi cerebro su real significado. En una ocasión, ya adulto, acaso padre de familia, me distraje en la oficina, y en lugar de entregar a mi jefe el expediente incoado a la fábrica de calzado por la Consejería de Fomento, le extendí confiado uno de mis relatos más recientes. Él me increpó airado: "Un día vas a perder la cabeza, Augusto". Su afirmación me dejó inmóvil, intranquilo y con inmediato propósito de enmienda. No cabe la menor duda de que la palabra 'mientras' le daba a la frase un aire venial e indefinido, por tratarse de un vocablo con intención dilatoria. Mientras hay vida hay esperanza, Mientras no llueva todo va bien. Mientras el cuerpo aguante, son locuciones que sugieren espera, tregua. Pero el encabezamiento de una oración con 'un día' es algo demasiado rotundo y serio como para no tenerlo en cuenta. Un día le parto la cara. Un día te despedimos. Un día me mato, no atestiguan una fecha concreta, mas la amenaza se hace latente, como un martillo presto a golpear la cabeza de un clavo. Aquella intención de corregirme pasó muy pronto a engrosar el baúl de los recuerdos, desbordado ya de múltiples distracciones y olvidos imperdonables, pues a las dos semanas alguien me dijo: "El bueno de tu jefe ha perdido la cabeza, si no, no se entiende que se haya llevado dos míseros millones. ¡Mira que jugarse el puesto por estafar a la propia empresa!" Por lo que, cumplido mi medio siglo de vida ya no di trascendencia alguna a una frase tan trasnochada como aquella. Así que seguí escuchando con prevención de descreído cosas como: "El marido de la vecina pierde la cabeza por el fútbol" o "Almudena perderá la cabeza por el dulce" o "Un día Rosendo perdió la cabeza y se fue con Sofía". También Isacio había perdido la cabeza por Ernesto y no por una mujer, Elío la había perdido mucho antes en el manicomio y mi cuñada un día decidió perder la cabeza por un titiritero y mandó a freír puñetas al marido, y no por ello el mundo dejó de dar vueltas. 



Un día, tras muchos años de no hacerlo, propuse a mis amigos el disfraz de gángster y diversión para el carnaval. Éstos aplaudieron encantados la propuesta y nos fuimos a la calle: ellos ataviados cual secuaz matón de Luciano o Capone, cada uno con su metralleta y munición de mentirillas, motorizados en un desmesurado Pontiac negro de época, sin dejar de mostrar pintiparados y obsequiosos sus bigotes de betún y los cabellos engominados; y yo convertido en un dragón con cabeza inmensa, abigarrada de azul, rojo, verde y amarillo, que, cual animal capturado, daba a la escena mafiosa un contrapunto pintoresco y de humor. Todo parecía ir bien con la infinidad de máscaras originales y el bullicio de la gente jaleando a los transgresores. A nosotros nos aplaudían a rabiar, dando muestras de ser los portadores quién sabe si del triunfo final. No obstante, éramos conscientes de estar entre los grupos favoritos. Mas, al dar la segunda vuelta, al bordear el escenario por donde deberíamos desfilar unos minutos más tarde, me sentí débil, como si fuera a desfallecer y la cabeza me fuera asaltada por innumerables hormigas. Ya no percibía las aclamaciones sino una caterva juramentada increpándonos, al tiempo que  en las sienes me florecían palpitaciones arrítmicas. La sensación de malestar me duró muy poco, pues enseguida comencé a sentir una especie de vacío, de ingravidez indomable, a la par que la muchedumbre se desplazaba retardando ademanes y movimientos, a lo cual no eran ajenos mis compañeros, que disparaban al aire las balas de fogueo sin terminar de estallar y el vehículo conducido con extremosa morosidad por un chófer parsimonioso y acaso cauto con los pies de los viandantes. Entonces, la tentación me llevó las manos y palpé la bruñida capa de aquel cabezón sobre mis hombros, para luego transitar por el resto de cabecitas gravitatorias hasta completar el mágico número de siete. Con cierto sosiego tras el visto bueno al largirucho dragón, introduje mis dedos por entre el interminable faldón a fin de rascarme la coronilla casposa y tocarme la frente, no me estuviera atacando la fiebre; y estupefacción, pues lo último capaz de palpar era el pescuezo coronado por la cadena de oro regalo de mi esposa. Volví a tentar por si acaso un descuido, pero el espacio donde debería reposar mi cabeza permanecía sin cubrir. Desde luego, y a pesar de mi cierta afición a los alcaloides y al alcohol, aquello no era fruto de una raya de cocaína o del ocasional azogue del vino tabernero; estaba sobrio para percatarme de la anormalidad. Conque, saqué raudas las manos en pos de las otras cabezas postizas por si mi cerebro había optado por mudarse a alguna de ellas, y exploré con minuciosidad el resto del artificio hasta la cola, con resultado negativo. Entonces dirigí la mirada a mis raptores y los vi caricaturescos a través de mis ojos de dragón, riéndose y repartiendo aspavientos sin dejar de blandir las armas de colorines, incesantes en sus salvas carnavalescas. No perdí más tiempo en la grotesca escena y rastreé ávido los asientos del vehículo, y hasta me atreví a abrir la guantera, pero ni rastro ni añagaza surgían para justificar la extraña pérdida. Poco a poco dejé de pensar; no obstante, apenas debía de quedarme un gramo de masa gris; por tanto, tras perder la cabeza literalmente, me dejé llevar por los acontecimientos sin oposición alguna. De esa manera fui perdiendo la función de mis sentidos hasta el grado de no tocar nada al contacto de mis manos. Dejé de percibir el olor de la plebe con sus perfumes y pestes, además de saberme transparente el bollo de chocolate cuando probé la fiabilidad de mi dentadura desaparecida. Y lo mismo sucedía con mi vista, ya que, no estando ciego del todo, la percepción se ceñía a una incesante cortina de relieves y cromados de siluetas en constante movimiento. Por si acaso, también mi oído se confabuló para traerme sonidos gravísimos e inconexos y una miaja de vértigo amaestrado, no en vano advertía todo mi cuerpo flotando, con la caída libre al acecho. Así debieron de pasar los minutos hasta que poco a poco retornaron los sentidos y con ellos el pensamiento. Inexplicablemente me encontraba con mi raciocinio y los colegas escoltándome, subidos a la tarima del escenario, para recibir el primer premio al disfraz más original y vistoso de los concursantes. Todavía pasmado por lo ocurrido, escuché del presentador unas sonoras gracias dirigidas a mí por haber perdido la cabeza de esa manera y permitir con ello que, a pesar de la aparatosidad del atuendo, bailara con tanta destreza como elegancia sin haberme permitido ni un solo momento de desaliento. Mis amigos mafiosos me corroboraban con abrazos y júbilo el argumento de aquél, con tanto ahínco como yo me los apartaba, ansioso por palpar debajo del cabezudo y comprobar la existencia de mi mollera rediviva, amén de protegérmela de tanto arrechucho, no fueran a arrancármela y entonces sí la perdería para siempre.







 




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