martes, 5 de diciembre de 2023

Personajes de allá (9)

 

Por entonces, pongamos como ejemplo 1970, había una farmacia de ubicación incierta, otra farmacia en su tramo final, una droguería, varias tiendas de ropa, sastrerías, un bar, uno o dos restaurantes, el estanco, la ferretería, la oficina de telégrafos, una pastelería, una tienda de pinturas, zapatería, mercería, y por supuesto una tienda inclasificable para aquel entonces, pero que hoy podríamos denominar de obsequios y/o juguetería. Naturalmente era la Calle del Doctor Arén, la calle más comercial de la Villa, hoy un poco menos. En la tienda, con el suelo por debajo del nivel del firme de la calle, un desnivel vencido gracias a la existencia de dos o tres escalones, se podían encontrar todo tipo de objetos susceptibles de ser envueltos para regalo. 

          

Y ahí estaba ella, E ¿o H? A una edad incierta para fijar la memoria, el único recuerdo perenne que tengo de ella es el de una mujer madura, de cierta edad, respetable e incapaz de perder la compostura: ni una sola vez recuerdo haberla vista con una sonrisa de oreja a oreja. Ella se desenvolvía con destreza y sabiendo qué artilugios vendía y cómo los tenía que vender. La profesionalidad de la señora estaba fuera de toda duda a tenor de las ventas constantes de objetos útiles, como de algunos indicados para disimular el desconchado de una pared, o para acompañar a los humildes agumanil y palangana en los hogares modestos. 


Más bien menuda, con los cabellos peinados cual una señora distinguida (nunca supe si era viuda), a mi madre la atendía con delicadeza y trato cercano, sin excesos. Y yo, acompañante mudo escuchaba con atención el diálogo entre ellas. Cuando la acompañaba era por interés propio, pues había la posibilidad de conseguir otro más de los cochecitos antiguos a escala que la señora guardaba en uno de los estantes protegidos por puertas correderas acristaladas que daban de frente  al mostrador. Y es que aquellas estanterías guardaban auténticas maravillas, o al menos lo eran para mí, chiquillo con pantalones cortes y muchos pájaros en la cabeza. 


La señora tenía esa costumbre tan universal y villafranquina de exponer en los escaparates lo más llamativo de su repertorio, de manera que cuando se aproximaba la Navidad, las idas y venidas a su tienda se volvían incontables; al fin y al cabo era ella quien tenía la exclusividad de proveer a los Magos de Oriente los juguetes más exclusivos solicitados por los peques, al menos así ocurría en la calle más comercial de la Villa. Mis padres no fueron una excepción, así que algunos de los regalos pedidos -previo escrito de una carta- en aquellos años los adquirieron en su tienda. 


Hoy, ya consumido más de medio siglo, aún guardo como reliquias aquellos cochecitos a escala con regusto a antiguo. Y cuando les echo un vistazo como de soslayo, aún veo caminar con mesura a E ¿o H?  para descorrer las puertas y alcanzar una de esas miniaturas con ruedas que durante la infancia me hizo disfrutar una barbaridad, como también creo que a muchos de los niños de aquel tiempo, y a sus madres, por supuesto.





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