martes, 7 de febrero de 2023

Mebwina

 

 

 -  Al fin tenemos a la persona adecuada –le dijo a su superior el hombrecillo de anteojos resquebrajados y manos sarmentosas-. Se trata de un niño.


-   - Estás de guasa, supongo –aseveraba incrédulo el coronel de la inteligencia sin dejar de morder con entusiasmo el cigarro habano-. De veras no entiendo. Explícate con más claridad.


-  Hemos dado con nuestro detonador. Una revuelta de chiquillos puede ser el arma mortífera –atinó a decir atiplando la voz, ya de por sí inverosímil, al pronunciar las últimas palabras-. Los chavales están hasta la coronilla de sudar como marranos por culpa de las guerreras y  los quepis. Hay un muchacho de doce o dieciséis años dispuesto a encabezar la revuelta contra el Emperador.


-  No me hagas reír. ¿Lo dices en serio? –preguntó el avejentado oficial jefe antes de dar una profunda calada al habano.


-  Como lo oyes. Es un muchacho con madera de líder, un idealista convencido; vamos, el tipo más fácil de manipular –el hombrecillo con la antigüedad de Matusalén en los tejemanejes de la inteligencia gala, apuró a colocarse los anteojos antes de que se le escurrieran nariz abajo-. Está dispuesto a dar la cara, cuanto haga falta con tal de librarse del maldito uniforme.


- Todo esto me suena a una sesión de fuegos pirotécnicos. ¿No tienes algo más consistente? Los niños no van a conseguir nada contra la bestia –aseguró el grandullón un tanto contrariado con la ocurrencia. Una majadería para utilizar a los adolescentes en una empresa como la de hacer daño al régimen represor de Bokassa, era cuanto le faltaba por escuchar esa tarde-. Yo exploraría otras alternativas antes de meterme en semejante jardín de infancia.


-  Precisamente la vulnerabilidad de los chiquillos puede ser crucial para hacerle daño de verdad si entra al quite; solo necesitamos sacarlo de sus casillas un poquito, lo suficiente, y zas –pronosticaba el civil a punto del retiro.


-  Pretendes sacarlos a la calle a vocear contra el Dictador y ya está –puntualizaba clarividente el Coronel al tiempo de trenzar un cero de humo en medio del aire enrarecido del despacho, en la Comandancia-. A renglón seguido los machacan a hostias o los hacen desaparecer y se acabó el sencillo problema. Vamos Alain, no seas pardillo.


-  No lo acabas de captar. Una masacre contra criaturas indefensas, menores de edad y estudiantes, para remate, va a tener una repercusión internacional incomparable, siempre y cuando nos encarguemos de la difusión de los hechos con pelos y señales, sin ocultar nada de lo acontecido –predijo el subalterno sin amilanarse por las repentinas rechiflas del coronel-. Tan solo necesitamos la torpeza de nuestro hombre para tener el control de la situación.


-  ¿Y los jóvenes están dispuestos al sacrificio? Podrán salir a la calle, no te lo voy a discutir; pero, permíteme la duda, pues, en cuanto la cosa se ponga fea y los energúmenos se metan en refriega, en la calle no queda ni un alma –volvía a confirmar el Jefe de Inteligencia-. Eso dando por sentado que antes sean capaces de tamaña osadía.


- Lo serán si embaucamos a Mebwina. El chaval tiene labia suficiente como para convencer al más temeroso. En la escuela aglutina a sus compañeros sin dificultad, además de llevarse a la práctica cuantas indicaciones propone con relativa frecuencia –confirmaba vivaracho el hombrecillo de cráneo rapado y cejas abundosas.


-   ¿Pero no es un idealista?


- Ahí está lo bueno del asunto. Aunque pueda parecer contradictorio, no hay persona más fácil de manejar que un teorizante o romántico, a condición de tejer con tiento la argucia sin salirse de su terreno –garantizaba exultante el hombrecillo del invento.


-  ¿Y tiene de años?


-  A ciencia cierta no lo sé. Aquí los chiquillos no son demasiado grandes, por tanto, me atrevería a decir que entre doce y dieciséis. Tampoco él lo sabe con certeza. Por el curso podría estar en los quince.


-   
Si no te importa, todo esto lo seguiremos discutiendo dentro de tres días. Ahora no tengo tiempo, me espera una reunión y esta tarde, lo sabes, salgo de viaje a Camerún –sentenciaba el grandullón, al tiempo de dejar quemándose el último dedo del puro sobre el cenicero de cristal pulido.

 

  Libertador, que en idioma de allá se dice Mebwina, miraba sin pestañear el discurrir del río, a pesar de la

    intensidad del sol al mediodía. Ensimismado en la escasa corriente del cauce, no dejaba de pensar en aquel aciago día de muchos años atrás, cuando su bisabuelo Dahdia –en idioma de occidente algo parecido a Luna Grande- era capturado por un barco de negreros americano cuando estaba a punto de ahogarse en el mar, por preferir la muerte antes que la indignidad de convertirse en esclavo en un país ajeno. Su abuelo se lo había relatado tantas veces que, después de cavilar en la mejor manera de hacer justicia a su antepasado, no encontró otra alternativa que la de combatir al tirano con todos los medios a su disposición, aunque solo fueran los personales y un arrojo palpitante


  El día antes, sábado, Mebwina había tenido una extensa charla con un hombre minúsculo que atendía por el nombre de Alain. Este le había sugerido el secreto al respecto, y la desobediencia en forma de manifestación multitudinaria para acabar con el fastidio de los uniformes. Si estaban dispuestos a tomar la calle, él y sus amigos les ayudarían a la hora de organizar la marcha, y lo que era más importante, a raíz de ello se convertirían en unas celebridades, pues él y sus poderosos amigos, harían de altavoces de tamaña proeza a lo largo y ancho del mundo. No quedaría un solo periódico sin difundir la noticia, tampoco las televisiones. Solo necesitaba al muchacho poniendo en marcha su poder de persuasión para convencer a los más recelosos, y Alain haría tambalearse el poder de aquel caprichoso Emperador; de manera que todo esto acabaría a lo sumo en tres o cuatro días y sin peligro para su integridad y la de sus compañeros.


  Mebwina no dejaba de cavilar en la suerte del bisabuelo deparada por el destino en la lejana América. Tal vez había rehecho su vida junto a otra mujer, esclava como él, y juntos habrían creado una nueva familia; y a lo mejor había vivido lo suficiente para regocijarse con la abolición de la esclavitud, si bien era improbable, teniendo en cuenta que al bisabuelo lo habían capturado cuando ya tenía más de cuarenta años. En una aldea donde vivía, próxima a Douala, en Camerún, dejaba mujer, cinco hijos y uno más sin nacer cuando la captura: su futuro abuelo Tenouhor, El Ausente en castellano, como recuerdo a su padre. Tras la tragedia, la bisabuela embarazada y los cinco vástagos decidían emigrar lejos del mar, en busca de tierras más seguras. Así fue como elegirían el vecino territorio de Ubangui Chari, después Imperio Centroafricano.


  A pesar de entretenerse en mirar con embeleso el escueto riachuelo de agua marrón, en sus oídos escucha con nitidez, como si a un palmo suyo hablara el abuelo con la convicción del mayor de los hombres íntegros, las palabras tantas veces dichas. El abuelo, ya muerto, había insistido en la necesidad de trascender, “morir mejor de pie, como un héroe, si con ello se consigue permanecer en el recuerdo de la comunidad, a acabar los días en la cama sin haber luchado lo suficiente por su bienestar”. Ante sí se abría una encrucijada complicada y a lo mejor decisiva. Era lo suficientemente listo para darse cuenta del riesgo asumido si al final aceptaba el reto; pues, aunque aquel hombrecillo próximo a convertirse en carcamal se empeñara en la seguridad de la protesta estudiantil, todo estaba en el aire tratándose de un enfrentamiento contra el dictador Bokassa. No obstante, el abuelo, con su terquedad y sus manías de viejo, tenía razón cuando argumentaba el ineludible compromiso con los ideales de justicia e igualdad, aunque eso costara la vida. “Sin lucha no hay avances y sin avances tampoco habrá prosperidad para todas las personas de esta tierra”.


-   Vamos a lograrlo –dijo Mebwina a sus compañeros de escuela más dubitativos. Los otros (una gran mayoría), se habían decantado por el todo o nada antes de acabar asados dentro de aquellos uniformes de disparate ideados por el maldito dictador-. Si no vamos todos a una, jamás lograremos nuestro propósito de quitarnos de encima estas dichosas guerreras.


 ¿Y qué será de nosotros si nos detienen? –preguntaba un atemorizado muchacho ante la argumentación de Mebwina.


-  
Seguramente nada –sentenciaba Mebwina-. De nuestra parte tenemos a los de la prensa internacional. Ellos harán que en todo el mundo se conozcan nuestras justas reivindicaciones. A Bokassa no se le ocurrirá tocarnos un pelo sabiendo que la opinión pública está pendientes de nosotros.

 

 -      -  El tirano es capaz de todo para salirse con la suya –dijo otro de los remisos con más sentido común.


   - Estoy convencido de nuestro éxito –aseveró Mebwina con la convicción del más avezado de los ideólogos-. Solo es cuestión de aguantar el tipo un par de horas. Si lo logramos, al fin seremos libres para vestir como nos dé la real gana. Pero si decidimos achantarnos, toda nuestra vida seguiremos siendo unos esclavos, y sudaremos como cerdos embutidos en estos uniformes. Debemos revelarnos de una vez por todas.


-  Yo no quiero acabar mi vida en la cárcel –dijo otro de los resignados-.


-  En nuestra mano está el desobedecer a nuestro enemigo. Si todos permanecemos unidos, sin retroceder al mínimo contratiempo, lo lograremos. Es posible que tome represalias y alguno de nosotros sea encarcelado, no lo voy a negar; sin embargo, la opinión internacional hará los esfuerzos necesarios hasta ponernos en libertad. Y además, os lo recuerdo, Francia está escamada y no le va a pasar una más. Para eso tenemos el respaldo de sus periódicos que harán las veces de altavoz.
 
  Mebwina escrutaba entre el cielo cárdeno del atardecer, por si daba con alguna señal esclarecedora de la cual pudiera inferir el éxito o fracaso de la operación para dos días más tarde. Había estado brillante hasta el punto de conseguir la unanimidad de todos sus compañeros y la de otras escuelas de la Capital, a fin de tomar la calle y hacer patente su indignación contra la orden del sátrapa. Pero no estaba convencido del resultado final. Albergaba, cierto es, serias esperanzas de lograr la victoria y el reconocimiento de los suyos, y tal vez de los medios de comunicación si había de hacer caso al hombrecillo; pero no era menos cierto que el Dictador podía muy bien no doblegarse a las exigencias de los más jóvenes, tomándose la justicia por su mano. Claro que, si ocurría lo último, también la historia le reservaría a la muchachada un hueco preferencial y a él en particular. Su nombre aparecería entonces escrito en los anales con letras de molde, además de ponderarse en las escuelas del Imperio la gesta de su hazaña una vez dejara de existir Bokassa. Esa era al fin la forma más adecuada de perpetuarse en la memoria, como le había escuchado reclamar al abuelo en incontables ocasiones; y por añadidura, el homenaje póstumo a su bisabuelo Dahdia. Este estaría satisfecho de verlo ahora portando al cuello su amuleto de madera, objeto que de adolescente había tallado con la ayuda de un pequeño hierro a manera de cuchilla, hasta conseguir la figura de un pececillo rechoncho, habitual en el mar del Camerún. Se sentiría orgulloso de verlo en la protesta sin abandonar ese amuleto de la suerte, objeto que él no portaba al cuello cuando era capturado por los negreros americanos, mientras intentaba hacerse con la cena para la familia por medio de una rudimentaria caña de pescar.
 
- Es cosa hecha –sentenció el veterano miope ante la imponente figura del Coronel, parapetada tras la mesa de nogal del despacho-. El muchacho, Mebwina, se llama, no solo está dispuesto a encabezar la revuelta, sino que junto a los compañeros más arrojados e irracionales, ha logrado aglutinar a la inmensa mayoría de los estudiantes de la Capital para tomar la calle. En estos dos últimos días he conseguido el sí del joven. Hasta cierto punto no ha sido complicado convencerle de la benignidad de la operación.


-  ¿Benignidad, dices? –Replicó enojado el Jefe Militar de la Inteligencia mientras urdía un redondel en medio del aire enrarecido del despacho-. ¡Si los van a matar como a conejos! ¿Acaso lo dudas?


-  Seguramente tienes razón –atiplaba la voz el hombrecillo, al tiempo de afirmarse las gafas a punto de escurrirse de la nariz aguileña-. Pese a la escabechina, si al final se produce, es una enorme oportunidad para nuestros intereses estratégicos. París está hasta los mismísimos de los antojos de Bokassa y quiere darlo por finiquitado; mas, para ello, necesita la escusa adecuada.


-  De todas las maneras y suponiendo de la idoneidad de este plan, no deja de ser una barbaridad cuanto planteas –decía el Coronel algo más sosegado y sin dejar de rumiar alrededor del emboquillado del puro-. Tal vez podríamos cavilar en otras alternativas menos drásticas.


-  Si ahora intentara convencerles para renunciar al plan, no estoy seguro de que fueran a hacerme caso –aseveraba con el ceño agudo el más veterano de los civiles de la inteligencia gala-. Los chavales están ilusionados; pararles ahora sería para ellos una tremenda decepción y hasta contraproducente. El procedimiento a seguir está muy avanzado; de volvernos atrás, alguno de los muchachos más ideologizados sería capaz, por despecho, de ir con el cuento a la persona más inadecuada.


-  ¿Y qué propones con respecto a los muchachos?


-  No entiendo.


-  Si nosotros hemos ingeniado todo esto para meter en la ratonera a los jóvenes, en buena medida nos veremos salpicados por cuanto les pase a ellos –aseguraba el jefe militar, mientras del mueble bar sacaba una botella de coñac y una copa-. Ni es recomendable para nuestro prestigio ni yo creo conveniente salir mezclado en las hojas de los periódicos.


-  Todo está bajo control –decía locuaz el hombrecillo de las gafas decrépitas-. Sólo yo he participado en este entramado y apenas para persuadir al muchacho a que tomara el mando, además de exponerle las máximas elementales en cualquier organización de protesta, nada más. Si, a pesar de todo hay derramamiento de sangre, la revuelta pasará a ser un mero capricho de unos jóvenes contestatarios contra el despotismo de un dictadorzuelo. Eso sí, a pesar de mantenernos en la sombra, por medio de terceras personas, haremos la fuerza suficiente para conseguir, de los más influyentes medios de comunicación franceses y de otros países, el eco relevante que requerirá una noticia de tal calado, como es una masacre en la capital del imperio.


- Por tanto, esto de la revuelta estudiantil lo ves como una ventaja pintiparada para nuestros intereses –mascullaba al tiempo de sorber el alcohol de la enorme copa con cuerpo de balón-. Si esto es como dices realmente, aquí sí podríamos actuar bajo esa máxima de, el fin justifica los medios. Mejor sacrificar la vida de unos pobres desgraciados antes que la de millones de ciudadanos. ¿Y cómo van a vestir para salir a la calle?


-  
Eso no lo sé –aseguraba más confiado el civil a punto de la jubilación-. Lo que sí sé es del antojo de Mebwina. Llevará colgado al cuello una especie de talismán o fetiche perteneciente a un antepasado suyo que al parecer fue capturado por negreros para hacer de esclavo en Estados Unidos. Según la versión de nuestro joven, de haber portado el talismán cuando estaba de pesca, jamás hubiera caído en manos enemigas, pues, según dice, ese ídolo en forma de pez, tiene la propiedad de hacer inexpugnable a quien lo posee. Cosas de chiquillos.



 

El autoproclamado Jean-Bédel Bokassa como emperador del Imperio Centroafricano,  perdió el poder en 1979 tras una revuelta estudiantil. Francia, hasta entonces su principal valedor, puso en marcha la Operación Barracuda para desalojarlo del poder aprovechando un viaje del Dictador a Libia. 


Este relato iba a publicarse en mi obra, Teórica del fuego, pero por tema de espacio se quedó fuera.                                                                                     
                                                                                                                                    

  

                                                                                

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