domingo, 22 de enero de 2023

Los peces rojos (19)

La escena inicial de esta película de 1955 procura la desorientación de los espectadores. Nada más convencional que la entrada de una pareja en un hotel fuera de temporada, los trámites del alojamiento en presencia del recepcionista, y un tiempo de perros afuera. Lo que no encaja, la nota discordante de lo convencional, y primera pista que nos advierte de la existencia del gato encerrado, es la no entrada de Carlos en el hotel, a pesar de viajar con la pareja. De hecho, al hijo de Hugo no lo vamos a ver en ninguna de las secuencias del film. En esencia, la presencia inmaterial/la no presencia física de Carlos, es el eje que vertebra toda la acción. 



 Con Los peces rojos, película de 1955 dirigida por el maestro, José Antonio Nieves Conde, el cine español de suspense alcanza la mayoría de edad. Todo, absolutamente todo cuanto ocurre a lo largo  del metraje, está aquilatado, en una suerte de thriller experimental (al menos para el cine que se hacía en aquellos años) convirtiéndose en un goce para el espectador. La intriga bebe del cine negro, y en ella se advierte la influencia de directores del género, como Alfred Hitchcock o Fritz Lang. Pero, y obviando la magistral dirección del segoviano, la cinta carecería de la brillantez absoluta sin la intervención de Carlos Blanco. Y es que el guión de este es un prodigio, con giros constantes en la trama que persiguen desorientar al espectador más atento.  



  Grosso modo, el argumento profundiza en la existencia de una pareja que ambiciona hacerse con una suculenta herencia dejada por una tía de Hugo, no a él, sino al hijo de este. La anciana no le perdona haber tenido un hijo ilegítimo (Carlos), y prefiere que sea el joven quien la disfrute. Hugo (Arturo de Córdoba) es un escritor fracasado, e Ivón (Emma Penella) una corista de edad pareja a la de Carlos, hacia el cual se siente atraída. Pero el dinero es un imán con una fuerza de atracción desmesurada. Así que, la pareja, a pesar de algunas desavenencias, conspira para apartar a Carlos de la suculenta herencia, y así quedarse con ella íntegramente; si bien Hugo ya se beneficia de un pequeño porcentaje en la sucesión, gracias a la paga que su hijo le hace con regularidad para sobrevivir. En ese estado de humillación, y sin margen de mejora, Hugo e Ivón urden la historia verosímil de que Carlos ha viajado con ellos hasta Gijón para hospedarse en un hotel vacío, cuando en realidad Carlos ya no vive. A partir de ahí, comienza una investigación frenética que bascula desde la probabilidad de que al joven lo ha engullido el fuerte oleaje del mar, hasta la realidad más inimaginable.



  Con Los peces rojos, Juan Antonio Nieves Conde alcanza uno de sus mejores trabajos tras la cámara, acaso el segundo por detrás de Surcos, el más celebrado de su filmografía. Para la ocasión discurre el rodaje de una parte en el presente, y otro -donde da muchas de las claves de la película- en flashback, un gran acierto (en colaboración claro está, con Carlos Blanco). Otro de los aciertos fue la elección para los papeles protagonistas de Arturo de Córdoba y Emma Penella (tal vez en su mejor interpretación). Y por supuesto la increíble fotografía en blanco y negro de Francisco Sempere. Todos estos ingredientes hacen de ella una película imperecedera, una película que todos los amantes del séptimo arte deberíamos de ver, al menos una vez en la vida.     

                                                                               


Cualquiera que tenga curiosidad por leer en torno a otras películas, no tiene más que entrar en mi blog, ""Desde un apartado lugar", y buscar en etiquetas la titulada "mejores películas españolas"


                           


 

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