viernes, 30 de diciembre de 2022

Todos los nombres

Todos los nombres, como bien nos induce a pensar el título, es el ensayo concluyente que José Saramago lleva a efecto para situarnos en el Registro Civil de la Conservaduría General, un organismo público encargado de que ninguno de los habitantes del lugar quede sin ser controlado, al menos en lo concerniente a fechas y acontecimientos de cada cual, o sea: nacimiento, matrimonio, divorcio, etc. Saramago se sirve de José, el protagonista de la novela, para cincelar el retrato de uno de sus empleados, un ser solitario, insignificante, de cincuenta años que, sobrevive a la férrea disciplina impuesta por el Conservador, y al hermetismo del negociado, un establecimiento de dimensiones insospechadas en constante crecimiento, coleccionando recortes de prensa de personajes famosos, para así disfrutar de un entretenimiento inocuo y salvador.

   José Saramago escribe Todos los nombres (1997), con el propósito de poner en entredicho los excesos de la burocracia, aunque estos permanezcan en un segundo plano por la cerrazón de Don José, el protagonista, dispuesto a llegar hasta el final en la investigación de una mujer anónima, maestra de matemáticas en la misma escuela donde había estudiado de chica, y que acaba de suicidarse. La casualidad de ponerse a indagar en la vida y milagros de una mujer a la que no conoce de nada, sucede porque sí. La burocracia ciega ha obrado el antojo al mezclarse la ficha de esta mujer con otras, llamando la atención del escribiente. Este Don José, para hacer realidad su fin último, no duda en entrar en la Conservaduría a las horas que no queda nadie para distraer material necesario para su objetivo, o falsificar credenciales, e incluso explorar en los archivos infinitos para sustraer fichas oficiales; o allanar la escuela donde se había formado la profesora.
    
  A partir de un hecho simple, el Premio Nobel de 1998 urde una historia llena de sucesos pintorescos que no pueden dejar indiferente a ninguno de sus lectores. A lo largo de sus páginas, a ratos claustrofóbicas, a ratos surrealistas, se advierte una cierta influencia del Franz Kafka de sus obras inconclusas, en particular, me parece a mí, de El castillo. Un buen divertimento, en resumidas cuentas, para el disfrute de estos días, de la mano maestra del autor de Ensayo sobre la ceguera.

 

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