domingo, 10 de enero de 2021

Olga Merino: La forastera

 
      "Atravieso el baldío donde crecía el trigo del patrón y, a paso ligero, alcanzo enseguida la hilera de almendros que hace una eternidad marcaba la linde de nuestras tierras. Los almendros eran límite y defensa; más allá se extendían las propiedades de los Jaldones. Dejo atrás la dula de las cabras. A este trote no tardaré más de media hora en plantarme en el molino. El aire huele a romero y aceituna molida mientras avanzo entre las jaras peinadas por el viento dando un rodeo para no acercarme demasiado a la casa de Las Breñas, por la parte trasera, en la umbría, donde se afilan los últimos fríos del invierno. Conozco cada pliegue del terreno, los nombres de los espinos y adónde llevan los ramales, aunque para las gentes de la aldea nunca he dejado de ser una extraña que vino de paso y decidió quedarse. Ya no me importa. Aquí he echado el ancla."


      Este es uno de los párrafos que da pistas sobre, no tanto el argumento como la temática tratada en la novela La forastera. Al primer ojeo ya nos percatamos de que la acción se desarrolla en el medio rural, y que la vida de Ángela, la protagonista, va a evolucionar en un ambiente hostil, de cierto desarraigo, que dificulta sobremanera su bienestar personal, desembocando en una suerte de fatalidad, aliviada con su huida camino del mar. Aunque es nativa, se siente forastera al regresar al terruño después de haber vivido en Londre una vida tan opuesta a la de la aldea, casi despoblada y donde el parentesco entre cónyuges es frecuente; de ahí, tal vez, el exceso de suicidios entre la población madura. Pero también, y al margen del hilo argumental, en este párrafo introductorio se aprecia la facilidad en el manejo de una rica variedad de vocablos utilizados por parte de la Barcelonesa Olga Merino (1965) en esta, probablemente, una de las mejores novelas publicadas a lo largo de 2020. 


      Ángela es una mujer de unos cincuenta años que al romper con Nigel, un pintor con una fuerte personalidad y creatividad desbordante, decide abandonar Londres y asentarse en el pueblo de sus antepasados. En un ambiente cerrado, conviviendo con vecinos recelosos, y donde la desgracia se cierne de manera cíclica, la mujer encuentra consuelo en la tranquilidad y naturaleza que la rodean, además de preservar una cierta amistad con un emigrante llamado Ibrahima, que, al ser despedido de la finca de Las Breñas junto al ucraniano Vitali, acoge a ambos en su modesta vivienda. En un estado de aflicción y de cuchicheos por parte del vecindario tras el ahorcamiento de Don Julián, el propietario de Las Breñas, la trama comienza a tomar velocidad de crucero. En ese estado de alarma y postración del pueblo, Ángela se entera por casualidad de que Emeteria, su tía fallecida hacía tiempo, no era tal, sino su propia abuela, y que en realidad, ella había estado emparentada con Don Julián, pues Emeteria había quedado embarazada del padre de Don Julián, dando a luz a quien sería su padre, un bastardo que más tarde la engendraría a ella. Don Julian, estando al corriente de todo ello, deja que la mujer viva tranquilamente en su casa de Las Hachuelas, ajena esta a su verdadero parentesco. Pero todo da un vuelco con la irrupción de las mellizas, las hermanas de Don Julián, para tomar posesión de Las Breñas como únicas herederas del suicida. Las mujeres, urbanitas y que quieren liquidar la explotación agraria para montar un hotel, le empiezan a hacer la vida imposible cuando se niega en redondo a abandonar su morada. En ese estado de lucha soterrada, Ángela toma la drástica decisión de destrozar Las Breñas provocando un fuego que también ha de acabar con la vida de las herederas. Finalmente huye en busca del mar.

     

     

    Novela apasionante y que deja para el recuerdo personajes memorables, como los atormentados Don Julián y Dionisio, propietario y capataz, además de amantes;  el pordiosero y borrachín Rodales, que es quien le advierte de su descendencia y le pone en la pista para descubrir que también su padre había fallecido por voluntad propia y no por accidente, como le habían hecho creer. O Tomás, el propietario del bar por donde se deja caer la forastera los domingos, o Andrés, el cura que la ayuda en su búsqueda de la verdad y con el que había tenido anteriormente un único intercambio físico. También la Emeteria, un personaje como surgido de la fantasía calenturienta de Ángela; y por supuesto sus dos perros, protagonistas desgraciados de la maldad de las mellizas y que con su asesinato precipita la determinación de Ángela de seguir el camino de la destrucción. 


       Olga Merino es licenciada en Ciencias de la Información y actualmente forma parte de la plantilla de El Periódico, además de ser profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu de Barcelona.  Para mí un gran descubrimiento.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario