sábado, 3 de diciembre de 2016

Un verdadero placer

 El pasado día 30 conocíamos la gratísima noticia del otorgamiento del Premio Cervantes al escritor Eduardo Mendoza. A mí parecer justísimo galardón que viene a engordar más si cabe su extenso currículum, trufado de reconocimientos, galardones y novelas esenciales, además de situarlo al fin en lo más alto del panorama literario español. El barcelonés se ha convertido en referente indispensable de la novela en castellano a lo largo del último medio siglo.

  Para argumentar la concesión del Cervantes, el jurado dice que con su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta (1975), "Mendoza inaugura una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta, que ha mantenido a lo largo de su brillante carrera como novelista". En otro momento de su intervención dice estar "en la estela de la mejor tradición cervantina, posee una lengua literaria llena de sutileza e ironía". También nos advierte de que "siendo novelista catalán es un premio literario en castellano a toda una obra escrita en castellano", eso sí, traducida a infinidad de lenguas; o de "la incorporación constante del humor". Yo añadiría que Eduardo Mendoza (1943) ha diseccionado mejor que ningún otro a su ciudad, al menos el lado menos deslumbrante de Barcelona, el del lumpen, la ciudad del anarcosindicalismo o del nacionalismo de inicios del siglo pasado, de la burguesía y de las clases más elitistas, pero también nos lleva de la mano para que caminemos por las calles y callejos más inusitados.


   El autor con residencia actual en Londres, ha escrito nada menos que 15 novelas, 2 libros de relatos, 2 obras de teatro y 4 ensayos. Quien se iniciara en el terreno de la traducción ha tocado prácticamente todos los palos, pero es sin duda en el terreno de la narrativa de largo recorrido donde Mendoza ha destacado. Títulos imperecederos como Una comedia ligera, La aventura del tocador de señoras, El año del diluvio, Sin noticias de Gurb o Riña de gatos, lo han colocado en lo más alto del escalafón. Sin haber leído toda su obra, yo tengo especial apego a esta de "La ciudad de los prodigios", novela que de algún modo lo consagró, si ya no lo estaba. La obra describe la evolución de Barcelona entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, fundamentalmente en el ámbito urbanístico pero también social.

  Al margen de todas las virtudes que adornan a este extraordinario escritor, yo añadiría dos que cada vez abundan menos en el territorio de las letras: para nada es estirado, y si da la sensación en algún momento de lejanía se debe a su timidez secular; y por encima de todo, no es nada vanidoso.

   Para mí es un orgullo que se le haya reconocido con el más prestigioso de los premios en lengua castellana, además de ser un verdadero placer leer a este maestro indiscutible de las letras.





 

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