martes, 29 de octubre de 2013

A vueltas con la LOMCE

  En esta España nuestra que anda revuelta y enredada en medio de una crisis sin precedentes, parece que la LOMCE ha concitado entre sus habitantes la casi unánime animadversión de su articulado y del ideólogo, el ministro Wert. No es algo nuevo que la implantación de una ley tenga incondicionales y detractores, pero lo que llama poderosamente la atención de esta reforma educativa es que, incluso los colectivos que por afinidad ideológica debieran apoyar sin ambages el proyecto del Ministro, no sólo no lo hagan, sino que sin disimulos, a veces, se posicionen junto a esos otros que en buena lógica se sienten más confortados en la ley vigente, por el momento.

  Creo que la inmensa mayoría de españoles estamos de acuerdo en la necesidad de mejorar el sistema educativo a tenor de los constantes varapalos de los informes Pisa o de las estadísticas claramente desfavorables de la OCDE con respecto a países de nuestro entorno. Si bien deberíamos de echar una mirada atrás y ver de dónde venimos, pues apenas cincuenta años atrás, en 1964, los jóvenes que accedían a secundaría suponían el 45% y ahora el 81%; y a estudios superiores el 13%, siendo ahora el 37%. Por descontado, el gasto en educación era infinitamente menor que el actual, y no todos los jóvenes podían acceder libremente a los estudios, resultando de ahí un índice muy elevado de analfabetismo entre la población más desfavorecida.

  ¿Y en qué condiciones se debe reformar el sistema educativo? E ahí el quid de la cuestión. Yo, lo admito, no soy versado en materia, pero como cualquier hijo de vecino tengo una opinión formada que me voy a reservar para no ser tildado de adoctrinador. No obstante, sí me atrevería a decirle al Ministro que escuchase a los entendidos y se parara a reflexionar antes de dar por válida su Ley. Y a los que han firmado -casi todo el resto de partidos en la oposición- un pacto para derogar la LOMCE en cuanto el PP salga del gobierno, que dejen de meter sus narices de políticos apoltronados en sus despachos y que dejen a las autoridades educativas, pedagogos, filósofos y humanistas de reconocido prestigio, que sean quienes consensuen una nueva ley para presentar al gobierno de turno, siendo éste y la mayoría de la cámara quienes refrenden una ley que al menos pueda mantenerse veinte años sin ser modificada, y por supuesto, que no vulnere nuestra maltrecha Constitución.

  Para acabar, me asombra que alguien como el señor Wert, con el prestigio del cual viene precedido y con un currículo espléndido en el terreno de la sociología política y de comunicación, sea incapaz de analizar su rechazo generalizado y su valoración como peor ministro del actual gobierno, lo cual me lleva a pensar que, o bien es un ortodoxo sectario escasamente capaz de flexibilizar su pensamiento, o bien sus estudios y amplia experiencia en la rama, no le han servido para conocer en profundidad al ciudadano medio español.

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