jueves, 2 de octubre de 2025

Las vacaciones de otro tiempo (mis charlas con Fermín)

Después de tres meses largos sin vernos, me costó reaccionar, pensando que se trataba de un turista quien se aproximaba a mí para preguntar algo. Tan moreno y sin barba, Fermín me parecía otra persona dispuesta a tomar asiento en una de las sillas vacías de la terraza, en cuanto hubiera escuchado mi respuesta. Le acompañaba una mujer con andar pausado que a mí me pareció una respetable señora inglesa. Era su madre, a la cual hacía muchos años que no veía, y por tanto me resultaba harto difícil identificar. Nos saludamos con efusividad, como si hiciera una eternidad de nuestro último encuentro. Luego hice lo propio con Eulalia, pero con más comedimiento.

  - Pensé que eras un guiri.

  - Tú tan despistado como siempre.

  - A mi edad ya no tengo remedio. De todos modos, con el cambio que has dado no es para menos. Sin barba, con el pelo cortado al uno y el bronceado que pareces un mulato. Te han sentado de cine las vacaciones del mes largo.

  - Si tú lo dices... Tendrás que hablar alto, porque mi madre está algo sorda.  

  Mientras intento afinar la garganta para enfatizar las palabras, sin excederme para no llamar la atención del resto de parroquianos, mi amigo explica con todo lujo de detalles los viajes y estancias por el interior de la Península.

  - Repetí idéntico itinerario al que seguimos tú y yo hace casi el medio siglo en aquella excursión con nuestros compañeros de los Paúles, allá por los meses de abril o mayo, aunque sin seguir el orden.

  Trato de recordar aquel peregrinaje devoto por tierras castellanas. Un viaje que a punto estuve de no emprender.

  - Mi madre se oponía al viaje de fin de curso alegando un gasto extra inneceario. Y más teniendo en cuenta que, aun a pesar de que aprobaría todas las asignaturas sin dificultad, las notas no eran como para tirar cohetes: seises, cincos y un siete como mucho.

  Eulalia me mira ahora con atención, al tiempo de dejar de beber a sorbitos un cortado descafeinado.

  - Menos mal que entré en escena aprovechando una de mis visitas a Villafranca para ver a este -señala a su hijo-. Era y soy convincente. Tampoco hacía tantos meses de nuestro viaje a León para vuestro examen de solfeo. Fue en aquella tienda de la zona comercial donde persuadí a Petra para que te comprara el microscopio. Cuando Fermín me dijo por teléfono de la negativa de tu madre no lo pensé más y anticipé el viaje a Villafranca. Ni corta ni perezosa me presenté en vuestra casa. A tu madre le sorprendió la visita, y más aún cuando el propósito, además de saludarla, era que accediera a dejarte ir. Al final lo conseguí.

  Yo no recuerdo con nitidez el episodio, si bien me suena. Lo que me descoloca es que Eulalia se presentara en el Campairo con la firme resolución de ablandar a mi madre, ¡y en nuestra propia casa!

  - En realidad fui yo quien persuadió a mi madre para que fuera a ver a la tuya -lo dice bajito para no ser descubierto por su madre-. De todos modos, agua pasada no mueve molinos. A lo que iba -vuelve a elevar la voz para ser escuchado por Eulalia-: el viaje lo inicié en Ávila, visitando lo más típico de allá, como las murallas, la catedral, o el convento de Santa Teresa de Jesús. A diferencia de hace tantos años, cuando pernoctamos en el convento de los Paúles en la ciudad, hoy dedicado a otros menesteres, me alojé en un hotel céntrico, a dos pasos del casco histórico. ¿Tú te acuerdas de lo que le pasó a Mayo en Ávila? ¿Te acuerdas de él?

  - ¡Cómo no iba a acordarme de él, si nos sentábamos juntos al pupitre! Lo que no recuerdo es lo que le sucedió.

  - Que se quedó haciendo fotos mientras el resto de compañeros nos íbamos alejando. En esto que posa la cámara en el suelo para quitarse el jersey y atárselo a la cintura por el calor, y cuando se percata, ya a una distancia considerable, de que nos vamos alejando, echa a correr para no perdernos de vista, olvidándose por completo de la cámara. Total, que tuvimos que volver para atrás unos quince o veinte minutos más tarde -dos kilómetros de recorrido-, cuando Mayo  se dio cuenta del extravío. Menos mal que nadie la había cogido y la recuperó.

  - Pues ahora que lo dices, algo me suena.

  Fermín me muestra el móvil con las imágenes de los rincones más turísticos de la ciudad abulense. A continuación, de la riñonera que siempre lo acompaña, extrae un puñado de fotos con querencia al color sepia. Las del celular y las de cartón son casi iguales.

  - He sacado las fotos desde los mismos lugares o próximos a aquellas de 1978 para apreciar las diferencias,y apenas las hay. Luego viajé a Alba de Tormes, rescatando los itinerarios de entonces, que en buena medida suponía volver a seguir los pasos de la Santa. Entonces, jóvenes como éramos, nos quedamos pasmados viendo el brazo incorrupto y el corazón de Santa Teresa. Cuarenta y siete años después he tenido la dicha de contemplar la momia, con un estado de conservación sorprendente, al estar expuesta desde unos meses antes.

  - A ti siempre te han fascinado los cuerpos incorruptos y todo lo relacionado con lo incomprensible.

  - No lo voy a negar. Desde Alba de Tormes me trasladé a la preciosa Salamanca. Allí, como un despistado turista, me puse a buscar la célebre rana de la fachada plateresca de su Universidad, sin dar con ella si no es por Ana, mucho más avispada para dar con el objeto más minúsculo dentro de un laberinto. Pero como su Plaza Mayor no hay nada. ¿Te acuerdas de aquella noche que la visitamos?

  - Tengo una remota idea. Lo que sí recuerdo con nitidez es el ambiente estudiantil del recinto y sus alrededores, cuando yo pensaba que los únicos visitantes íbamos a ser nosotros. Esa es una imagen que no se me va de la cabeza.

  - Luego de abandonar la ciudad estudiantil, Ana y yo viajamos a Tordesillas, y de allí nos fuimos a Madrid. Como entonces, esta fue la última parada del itinerario por la Vieja y Nueva Castilla.

  - ¿No te acercaste hasta Segovia?

  - Como hace casi medio siglo, no viajé hasta allá. Ya te dije que seguí sin cambios el itinerario de entonces.

  - Y en Madrid irías a visitar el Museo del Prado, y a caminar por la Gran Vía, Alcalá y Puerta del Sol.

  - Pues no. Me limité a visitar los mismos lugares de aquella vez, como El Escorial y El Valle de los Caídos.

  - ¿También fuieste a ver El Valle?  Pues yo desde entonces no he vuelto por allí. Al Escorial sí, faltaría más.

  - Tú sigues yendo un poco por donde soplan los vientos.

  - No te pillo.

  - Cuando visitamos la cruz nos quedamos anonadados mirando desde la base hacia arriba, sin asimililar muy bien los 150 metros de su alzada. Fue entonces cuando nos comprometimos a hacer una réplica, ¿o no te acuerdas?

  - ¡Cómo no me voy a acordar?  Tú diseñaste en un plano el proyecto, a escala de 1 x 100. El mayor contratiempo o duda fue la de ensamblar los brazos como una sola pieza, o bien por separado cada uno de ellos en la pilastra que debía de alcanzar la altura de metro y medio. La base -sobre la que se alzaría el monumento a base exclusivamente de mondadientes planos- era una tabla plana y cuadrada de 50 x 50 cm. que José Manuel Pereira me regaló para la empresa. Por desgracia la empresa se quedó en un proyecto, porque jamás llegó a superar los cinco centímetros de alzada.

  - ¿Y volverías a hacerlo?

  - Ahora ya no. Aquello fue un arrebato de la adolescencia. Y menos con la polémica presente de qué hacer con el Valle de los Caídos.

  - Algunos abogan por tirarlo abajo, al tratarse de una obra faraónica que solo pretendía mostrar la apoteosis del triunfo sobre la maldad y el ateísmo de los derrotados.  ¿Tú qué opinas?

  - Es difícil de contestar sí o no si solo nos quedamos con el significado que se le quería dar en aquel momento por parte del Regimen.

  - ¿Qué te parecería si yo propusiera derribar las pirámides de Egipto, o la Gran Muralla China?

  - Una insensatez.

  - Pues todas estas grandiosas edificaciones han sido concluidas en su mayor parte con el esfuerzo y a veces la vida de seres humanos, en la mayor de las ocasiones, por no decir siempre, de esclavos, o mano de obra barata. En el caso concreto de Cuelgamuros, la magna obra se llevó a cabo gracias sobre todo a los presos republicanos que, a cambio de una reducción de condena, aceptaron trabajar por el sustento diario -mejor que la alimentación recibida en las cárceles-, además de poder dormir en barracones próximos a la construcción; mientras el jornal que las empresas privadas pagaban por contar con los perdedores de la Guerra se lo quedaba el Estado prácticamente en su totalidad, como custodio y tutor de los reclusos.

  - Esto que dices es público y notorio. No obstante es un malísimo negocio mezclar política con religión. Jamás ha salido bien cuando una se ha aliado con la otra o viceversa. Como dijo Jesucristo: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No tienes más que ver la Ortodoxia llevada al paroxismo por parte del gobierno israelí en Gaza. Eso solo puede acabar mal. Y con el odio a flor de piel, larvándose para los años venideros.

  - Los que mandan en Israel se han quedado en el Antiguo Testamento: "Ojo por ojo y diente por diente". Por el contrario, Jesucristo siempre, siempre lo repetía: "La paz sea con vosotros"; o aquella sentencia dirigida a Pedro conminándole a envainar la espada: "Quien a hierro mata, a hierro muere". Pero mejor dejar el tema.

   - "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

 
 - ¿Por qué no dejáis de hablar de política? La mitad de las cosas no las escucho y la otra mitad me la refanfinfla.

  - Pero mamá: si no hablamos de política. 

  Eulalia no se cree al hijo y mueve la cabeza con persistencia, negando, pero sin decir nada más.

  - Al final, quiero decir en Madrid, las dos noches que pasamos allí, tú te fuieste con Pablo Marote a dormir a la casa de sus padres.

  - ¡Vaya memoria! Pues sí; en la Calle Madera, próxima a Puerta del Sol. Él pidió permiso al Padre Lorenzo, y se lo concedió.

    Cuando la tertulia languidece, se me ocurre preguntarle por la hija. Por teléfono me había anticipado la intención de visitarla, aunque se pusiera como un basilisco.

  - Ya te contaré para el próximo encuentro -baja la voz para no ser escuchado por Eulalia.

   Ya en casa pensé en el sentido de la primera foto mostrada, que no guardaba relación alguna con el resto de instantáneas turísticas (las antiguas y las recientes). Como no caía, y al enseñármela tampoco le pregunté, la curiosidad me obligó a telefonearle. Enseguida escuché su voz a través del móvil con la explicación, tan convincente como peregrina:

 -  En una de nuestras excursiones, monte arriba, nos pusimos de acuerdo en ultimar el lugar más adecuado para colocar la bomba, aquel proyecto disparatado e inviable que planeábamos encerrándonos en la sacristía de San Francisco; pero antes de ejecutarlo, debíamos visitar las ciudades de aquel itinerario por tierras castellanas, y al regreso elegir la más adecuada. Cosas de chavales con la mente calenturienta. 



                                           
                                                                                                
                                                        

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