domingo, 25 de mayo de 2025

El Campairo (mis charlas con Fermín)

 

Cuando Fermín y yo quedamos a tomar un café, o lo que se tercie, a mí me resulta imposible eludir el pasado. Hay algo en mi amigo que me empuja sin intención a retroceder muchos años, casi cincuenta. Aunque no haga alusión al tiempo pasado, yo por fuerza vuelvo a ser un chaval. Y más si, al tiempo de hacer tertulia en la terraza del bar, me saca a traición una estupenda colección de fotos y postales de Villafranca, casi todas en blanco y negro.


  - Esta del Campairo, donde vivías, creo que me la diste tú.


  - ¿Estás seguro? -le dije- Yo no lo recuerdo. La tuya es una copia. De todos modos, cuando viniste a Villafranca para estudiar en los Paúles, el Campairo ya no estaba así. Esta foto es mucho más antigua; no hay más que observar el empedrado y las acacias. Cuando tú las viste por primera vez -y ese es también el recuerdo que yo tengo de ellas-, sus troncos tenían bastante más grosor. Al Campairo le cambiaron la fisonomía muy al inicio de los años setenta, al menos tres o cuatro antes de venirte a vivir aquí.  


  Y mientras me pasaba otras instantáneas, de la Calle del Agua, de la Plaza con adoquines, de la antigua estación, del puente sobre el Burbia o de la misma Colegiata, yo las miraba sin verlas, porque a mi recuerdo venían las imágenes imborrables del viejísimo cuartel en ruinas, testigo mudo de nuestros partidos precarios, donde las acacias se convertían en postes. O de los disimulos con el balón si aparecía de pronto Serenín, u otro cualquiera de los municipales, pues el descuido podía suponer su expropiación. Y ahí volvía a estar el bodegón pegadito a mi casa, bueno, a la casa de Eduardo Cañón, donde convivíamos con Pepe, Josefa y sus hijos, ellos arriba, en el segundo, nosotros en el primero, y Eduardo con su inseparable paloma, en el bajo; o alto, según se mira desde la zona más baja. Y ya no faltaba la tienda de Sarmiento, donde las bombonas de butano pequeñas, las azules, convivían con las cocinas de gas, o las linternas. Y abajo, en la Calle del Agua, aún estaba abierta al público la tienda de Isidoro Lobato. Y separada por unos pocos metros estaba la vivienda de la Veguita. O aquella escalera con pendiente, estrecha y eterna que nos servía, a nosotros, los jóvenes del momento, para jugar al escondite, y para la familia de Ortiz el fotógrafo, para ascender al segundo piso, donde vivían. Reparo también en el bar de Ludi, que más tarde fue sastrería. Y por un momento, aunque me ha costado horrores, he visualizado a los viejos y fieles amigos jugando con el balón: unos atacando hacia arriba y los de la cima hacia abajo. Por ese recuerdo estrechísimo volví a ver jugar a Alejo, a Alberto y Quico, a Javier Lobato, a Miguel Ángel G. Teijón, a Pinto y a Tatano, a Elio, a Suso, a Toño Panete, a Pelayo; algunos ya desaparecidos antes de lo que les tocaba, y todos, o casi todos, peloteando mejor que yo. Cuando empezaba a visualizar al camión trayendo a algunas decenas de terneros que iban a ser introducidos en la casa grande al lado de la de la Veguita, y nosotros los mirábamos con pena -al menos yo porque sabía de su sacrificio inminente-, Fermín me rescató de los albores de mi historia, dándome un codazo.  


  - ¡Joder, no dices nada! Parece como si no te gustaran.


  - ¡Sí me gustan! Es que esta foto del Campairo me vuela la cabeza, como se dice ahora, y no he podido con la tentación de los recuerdos. Además en mi ordenador la tengo como fondo de pantalla.  


- ¿En el del trabajo?  


  -  En el de casa.  


  - Yo también tengo recuerdos de tu casa.  


  - Nada buenos. La casa es y era vieja ya entonces.


  - Te equivocas. Tengo gratos recuerdos de tu casa, y del Campairo. Nos poníamos a escuchar música. Yo te daba la paliza con Beethoven y tú me ponías a Deep Purple. Luego, cuando a mí me dio por hacer un grupo musical, al irme de Villafranca, nos atrevimos con Burn y otras canciones suyas. Aunque a mí la música que de verdad me molaba era la de Genesis cuando estaba Peter Gabriel. Tal vez porque, en cierto modo, se trataba de rock progresivo, el rock más cercano a la música clásica. También me acuerdo de estar sentados en el corredor hablando de nuestras cosas, de cómo nos iba en el curso. Hablábamos mucho de las clases que daba el Padre Prieto. Nos gustaban. Yo incluso pensaba que de no meterme a cura, lo cual tenía decidido, me hubiera gustado estudiar Historia Contemporánea. Al final ni cura ni historiador, ya ves las vueltas que da la vida. Y el Campairo, pues aún lo recurdo con mucha vida, aunque hacia 1977 ya hubiera perdido parte del apogeo que llegó a tener. Es lo que tiene el inevitable paso de los años, y mucho más en Villafranca.

                                                                                            

 - ¿Te das cuenta de que estamos volviendo sobre tu vieja teoría de las dos Villafrancas?  


  - ¡Claro! Tenemos por un lado la que evocamos con, acaso, un exceso de melancolía, que suele estar más cerca de nuestras raíces, aunque a veces esas raíces sean idealizadas por nuestro engañoso cerebro; y la real, la palpable. En el caso de El Campairo actual, yo no voy a desmentir que su trazado de ahora supere al antiguo; pero, a mí me hubiera gustado haber conocido aquel, todo de piedra, y con el bullicio palpitante de entonces, según me has dicho más de una vez.


  Al despedirnos, después de haber caminado un buen trecho por el paseo marítimo de Ciutadella, no dejé de pensar durante un buen rato en la frase que mi amigo dejó en el aire cuando ya ponía en marcha su coche para regresar a Mahón: ¿En qué momento se jodió Villafranca? Yo no lo sé, pero, desde luego, sería una magnífica frase para una novela con magia, como Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, el autor de la frase original para una de sus más grandes creaciones: ¿En qué momento se jodió Perú?

martes, 6 de mayo de 2025

El Papa (Mis charlas con Fermín)

 

Algunas veces sucede que al hacer un recorrido turístico, da pie a hablar de cosas ajenas a la visita. Eso nos sucedió a Fermín y a mí cuando visitábamos el monumento funerario más singular de Menorca, y tal vez del Mundo: la Naveta des Tudons, una construcción de piedra con forma de embarcación invertida, fechada hacia 1400 a de C. En su momento se hallaron dentro los restos de más de cien personas y parte de sus pertenencias. En ese momento de la tarde, calurosa y concurrida, el asunto de los restos mortales de aquellos hombres, no tan primitivos, le llevó a mi amigo al episodio más comentado en los últimos días: el fallecimiento del Papa Francisco. Así que una vez metidos en el ejercicio del poder divino en La Tierra, era inevitable su avalancha de preguntas. 


  - ¿Qué te parece lo del Papa? ¿Debió de retirarse antes, como hizo Benedicto XVI en su momento? ¿Crees que ha sido un buen papa? 

 

  - No sabría decirte. Quizá ha sido diferente a cualquier otro. ¿A ti qué te ha parecido?


  Mientras hace la última foto al monumento, comprueba en el móvil la calidad de todas las instantáneas. Entonces, al apagar el celular, con sorpresa por mi parte, lo suelta como lo siente.  


  - Que ha sido el más cojonudo de todos.  


  - ¿Y eso?  


  - La valentía lo ha acompañado siempre, desde el primer día. Nadie antes que él se ha atrevido a ir tan lejos.


 - Tampoco es que en estos últimos doce años hallan cambiado mucho las cosas en el seno de la Iglesia.


  -  Tal vez no de forma radical. Sin embargo, ahí está su testimonio de vida, austero y sencillo.


  - ¿En qué sentido?


  - En muchos. Por ejemplo en su decisión de vivir en Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, o su renuncia a utilizar la limusina papal. Y ahí está su última voluntad de no ser enterrado en la Basílica de San Pedro, como sus predecesores, sino en la Basílica de Santa María la Mayor.


  - Vale; te lo compro. ¿Y aparte de eso, ha ayudado a que la Iglesia avance en algún terreno más?


  - Ha sido el primer papa que se ha tomado en serio el escándalo de los abusos a menores por parte del clero. Nadie antes había pedido perdón por ello, mucho menos mover un solo dedo para esclarecer los miles de casos ocultados a lo largo de los años. Por si eso no es reconfortante, él siempre ha estado al lado de los diferentes. Ha visitado a presos en las cárceles romanas, ha reconocido que él no es nadie para juzgar el comportamiento de los homosexuales, pues eso solo compete a Dios. Los pobres siempre han estado en su pensamiento antes que los más poderosos. ¿Te parece poco? ¿No ha sido novedoso todo cuanto ha dicho? ¿Y qué me dices de su defensa del Ecologismo? A ninguno de sus predecesores se le ocurrió en una sola ocasión que tal vez eso importaba muchísimo para el bienestar de los habitantes de la Tierra.


  - ¿Y ha servido de algo? ¿Ha supuesto un cambio sustancial para el inmovilismo secular de la Iglesia? ¿Es que ha modificado en algo el papel siempre secundario de la mujer en su seno?


  - Desde luego parece como si todo te diera lo mismo. Francisco ha puesto al frente de algunos organismos a mujeres. Por ejemplo en la oficina que gobierna el Estado de la Ciudad del Vaticano. Eso no había ocurrido jamás. Ahora mismo hay más mujeres trabajando en el Vaticano que cuando lo eligieron papa.


  - De acuerdo, pero en esencia son la curia y el clero quienes cortan el bacalao. Las monjas, por ejemplo, podrían muy bien decir la misa, ahora que faltan tantas vocaciones. Las mujeres, y perdona que te contradiga, siguen relegadas en su mayoría a tareas "domésticas". Yo opino que en pleno Siglo XXI debería de haber una igualdad real.


  - Comparto tu opinión. La Iglesia debería avanzar en cosas así. No tiene ningún sentido que las misas solo puedan ser presididas por hombres. Cuando nació el Cristianismo la sociedad era radicalmente distinta a la de ahora, y por tanto tenía cierta lógica la discriminación de la mujer. Pero hoy, estoy convencido, Jesucristo vería con buenos ojos la integración de la mujer colocándose al mismo nivel que el hombre.


  - Con las buenas intenciones de uno solo, en este caso del Papa, no basta para cambiar sustancialmente una institución como es la Iglesia. Si permanece en el inmovilismo, será muy difícil que conquiste a nuevos adeptos. Como tú bien dices, la sociedad ha cambiado una barbaridad, y si uno no va con el signo de los tiempos, fácilmente puede quedarse en fuera de juego. La Iglesia debería entender eso, ser más permeable a la problemática actual que bien poco comparte con la de hace medio siglo, y estar más cerca de todas las personas, las que entendemos por iguales y las más diferentes.

                         



 - Esperemos que el nuevo papa siga el ejemplo de Francisco y sea capaz de mover mucho más esos resortes anquilosados.


  - No creo que los cardenales se decanten por alguien que puedan calificar de comunista, como lo tildaba lo más retrógrado de la curia. Normalmente, y si se cumple el guión, a un pontífice, digamos progresista, le suele sustituir uno conservador, cuando no reaccionario.  


  -  ¡Oye! Comunismo es poner los bienes en común. En cierto modo los primeros cristianos ejercían una suerte primitiva de comunismo no ideológico. Ellos vivían en comunidad, repartiéndose lo poco que tenían, y así seguían los pasos de Jesucristo. ¡Qué bien si el Colegio Cardenalicio tuviera presente en todo momento las enseñanzas de los primeros cristianos, siendo siempre un ejemplo para la feligresía!  


  - ¡Eh!, para el carro que se te ve tu vena de antiguo aspirante a cura.  



 Mientras se lo estoy diciendo, me viene a la memoria su costumbre -cuando se presentaba la ocasión, por ejemplo tras acabar la clase de solfeo o de piano con el padre Seoane-, de caminar despacio sobre el enlosado del claustro, y yo ya me lo imaginaba echando el entreno para cuando se vistiera con el hábito de alguna orden; leyendo un breviario mientras escuchaba a la lluvia golpear fuera. ¡Quien sabe! Puestos a imaginar ahora, pienso que habría sido un buen papa. Si bien me resulta difícil situar al mando de la Iglesia a un hombre alto en exceso y con barba como él. Y por cierto: ¿Cuánto tiempo hace que no se elige a alguien con barba? Ya puestos a elucubrar: ¿Elegirán alguna vez como sucesor de Pedro a algún cardenal negro? Son las cosas que tiene esto de embarcarse en los recuerdos de casi cincuenta años antes.


  -  ¿En qué piensas?


  -  En ti cuando querías meterte a cura, cuando estudiábamos en los Paúles.


  -  Esto de los pensamientos antiguos hace evadirnos del presente. Y eso que solo íbamos a visitar la Naveta.


  - Pero la Naveta tiene más años que Matusalén. Lo antiguo llama a lo antiguo, como el dinero llama al dinero, digo yo.