miércoles, 8 de julio de 2020

Valencia C.F., 100 años, 2 meses y 7 días después

Fidelidad sin límites


   Los cromos. Con 10 años, viviendo en provincias y sin apenas partidos televisados a través de aquellos toscos aparatos en blanco y negro, fueron los cromos los que me empujaron a elegir al Valencia CF. A lo largo de mi vida han sido infinidad de personas las que me han preguntado y aún lo hacen en cuanto a mi fidelidad inquebrantable, extrañándose de que alguien nacido en el noroeste español, rayando con Galicia, no hubiera preferido ser del Madrid, Barcelona, Atl. Madrid, Ath. Bilbao, y sí del Valencia CF, un club que en mi tierra –ahora menos- les sonaba a lejano y exótico: <<Al menos podrías haber escogido al Deportivo, como tu padre>>, me decían los amigos futboleros más desapasionados.

  Aquella colección Disgra de la editorial FHER, sita en la calle Gordóniz 44 de Bilbao, y que todavía conservo, era la primera que hacía de cromos futbolísticos. Como el resto de equipos, el Valencia CF estaba representado por 16 jugadores: Abelardo, Tatono, Aníbal, Sol, Vidagañy, Jesús Martínez, Antón, Claramunt I, Lico, Paquito, Forment, José Ramón Fuertes, Pellicer, Sergio, Valdez y Claramunt II. Conseguí hacerme con los de todos ellos menos con el del gran Abelardo. A esos 16 deberían de haberle añadido los de Meléndez, Cota, Barrachina, Adorno, Uriarte II y Quino, que completaban la plantilla del Club en la temporada 1971-72.

  ¿Cómo se produjo el flechazo? Con certeza no lo sé argumentar. Supongo que lo más “razonable” leyendo y visualizando a los Pirri, Amancio, Rexach, Asensi, Gárate, Luis, Iribar o Rojo I, que representaban a equipos con más tradición y títulos, habría sido escoger el camino facilón, pero yo siempre he huido de las unanimidades, y es posible que a mi corta edad ya fuera “políticamente incorrecto”. También es cierto que el Valencia CF era el vigente campeón de liga y algo tuviera que ver con la predilección, si bien en esa etapa de mi niñez no llegaba a entender del todo el alcance real de una gesta tan brutal como es ganar la liga.

  Así que puestos a contrastar, las figuras de Sol, Jesús Martínez, Claramunt I, Paquito o Valdez, aguantaban bien el tipo. Y si algunos otros podían transmitir escaso nombre, cierta bisoñez o blandura, ahí estaba el patilludo Antón, el melenas Lico o la mirada retadora de Aníbal, reclamándome su atención, a la cual obedecía con idéntica pasión a la que ponía jugando al fútbol, si bien haciendo gala de mi innata torpeza, a pesar de querer emular a un magnífico jugador como era Jesús Martínez. No obstante, enseguida sufrí la primera decepción. El 8 de julio de 1972, nuestro Valencia perdía la final de Copa frente al Atl. Madrid por 2 a 1. Por tercer año consecutivo se quedaba a las puertas de su conquista.

  Para dar continuidad a mi fe en el equipo levantino, y sin otras herramientas a utilizar, la radio fue el primer instrumento a través del cual sondeaba la salud deportiva de cada jugador, anotando en un cuaderno, primero los goles de cada uno de ellos en el campeonato liguero, y pocos años después sus partidos. Así que esa información tan precaria de hace cuarenta y muchos años, quién lo diría, se convirtió al transcurrir de los años en el germen de esta obra exhaustiva que maneja miles de cifras y un montón de estadísticas.

  Luego vino Kempes y con él la retransmisión de partidos con más frecuencia. Por tanto, la información empezaba a ser más fidedigna, además de acceder a periódicos y/o revistas de prensa como Marca, As o Don Balón –medios como Las Provincias o Diario de Levante, me estaban vetados al desconocer su existencia, y por obvias razones de ubicuidad, con el añadido de que entonces no existía Internet ni red social alguna-, que sin profundizar en la información con tanto afán como lo hacía al referirse a otros equipos grandes, sí me permitía tener una visión más global de mi Valencia. Bien es cierto que un poco antes de la irrupción del Matador había descubierto el anuario Dinámico de Tomás Tocino e Hijos, otro instrumento utilísimo para indagar en la historia de nuestra entidad, aunque fuera con cuentagotas.

  Desde entonces ha transcurrido mucho tiempo y ¡tantas cosas!, buenas unas, no tanto otras, que sería impensable no haber aprovechado la curiosidad, la madurez y las muchas herramientas que he tenido a mi disposición para concluir esta ambiciosa obra que ha ocupado buena parte de mi vida; un trocito de la existencia muy instructivo y ciertamente provechoso que me ha hecho crecer como persona, no en vano, la tarea la he realizado con tanto rigor como pasión.

  La pregunta recurrente podría ser: ¿para qué escribir un nuevo libro sobre el Valencia CF? O mejor decir: ¿por qué cuando eliges a un equipo es para toda la vida? En la salud, en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza, uno jamás lo abandona, algo que no ocurre en un matrimonio canónico, ni en un partido político, en la profesión que hayas elegido, ni, a veces, en la más profunda de las amistades. ¿Por qué será? Yo no tengo una respuesta clara. Lo que sí digo es que, como ejemplos, durante las dos ediciones de Champions que fuimos subcampeones, esos dos inviernos con sus correspondientes primaveras disfruté como muy pocas veces, hasta el punto de recordarlas con añoranza, a pesar de las derrotas finales. ¡Y qué decir de los cursos 2001-02 y 2003-04! Durante 9 + 9 meses gocé como el más inocente de los niños, con las mascletás finales cargadas de una dicha y orgullo indescriptibles. O los espacios más cortos de felicidad impagable de las finales de Copa de 1979, la de Kempes; la protagonizada por Mendieta y Piojo López en 1999 y la del pasado 25 de mayo de 2019 con la victoria sobre el Barcelona. Esas gestas, esos hitos que hacen dichosos a miles de valencianistas, no tienen precio. Ahí puede estar una de las claves de la fidelidad eterna; aunque a veces, el equipo te decepcione hasta el punto de dejarte mal cuerpo por unas horas, ¡o días! Al decir esto, sí cobra sentido la creación de una nueva obra para los valencianistas, convirtiendo esas y otras muchas gestas en puras estadísticas, algo que a mi modo de ver nunca antes se había tratado en profundidad.

  Hasta los 27 no tuve la fortuna de disfrutar del equipo en directo. El 21 de mayo de 1989 acudía al antiguo Carlos Tartiere para ver al Valencia CF empatar a cero con el R. Oviedo. A pesar de la dicha, poco tiempo después comprendí que no era la misma si veía al Valencia en nuestro propio feudo rodeado de la afición, algo que he repetido sin la asiduidad que hubiera deseado, pero sí la suficiente para considerar a Mestalla mí segunda casa. Me gustaría acudir cada fin de semana al feudo valencianista y departir con los viejos aficionados del Valencia, esos que guardan en sus cabezas pequeñas enciclopedias de hechos trascendentales, anécdotas, efemérides, siendo a un tiempo reputados cronistas del devenir de la Sociedad; pero viviendo en Menorca por razones familiares y profesionales es complicada la asistencia. Al fin, el 14 de octubre de 1990, hacía realidad dos de mis sueños: conocer Valencia y asistir al Luis Casanova –por entonces aún mantenía el nombre del mejor presidente de la entidad-, donde el equipo se enfrentaba al Cádiz. Los valencianistas ganaron 2 a 1, con sendos goles desde el punto de penalti de un tal Lubo Penev, el cual reaparecía tras una corta lesión. El Valencia del maestro Víctor Espárrago jugaba con: Ochotorena; Quique, Voro, Arias, Giner; Bossio, Tomás, Nando; Toni, Penev y Eloy. Más tarde saldría Camarasa en sustitución de Nando y Fenoll por Toni. La desgracia es que, por lesión, me quedaba sin ver a mi ídolo, el maestro Fernando Gómez Colomer.

   En los momentos donde el juego estaba detenido, yo, neófito en esto de la liturgia mestallera, buscaba incansable la silueta del gran presidente Don Arturo Tuzón, que se sentaba en el palco presidencial justo al frente donde yo me ubicaba, a 100 ó 120 metros. Y es que yo no concebía algo tan grande como el Valencia CF sin su salvador, un señor como la copa de un pino que en apenas 4 años había reflotado a la Sociedad al borde de la quiebra, ascendiéndola a Primera División y haciéndola subcampeona de liga un año antes. Desde entonces, repito, he acudido a otros partidos, de los cuales no se me olvida el que disputó contra el Ath. Bilbao el 7 de diciembre de 2003. El Valencia del triunfal Rafa Benítez se impuso por un ajustado 2 a 1 con sendos goles de Vicente Rodríguez en su mejor temporada. Sin embargo, la jugada determinante llegaría en el último suspiro. El árbitro Daudén Ibañez decretaba penalti a favor de los vascos. Urzaiz lanzó la pena máxima y un enorme Cañizares la detuvo, poniendo otro granito de arena más para que nuestro Valencia CF se proclamara campeón de Liga por segunda vez en tres ejercicios.

  Pero ya es hora de dejar la nostalgia a un lado y terminar la breve introducción para decir lo siguiente: Esta obra tan exhaustiva como necesaria  -nadie antes había ordenado con criterio y rigor un registro o inventario cifrado del Valencia CF, sí bien se han publicado infinidad de libros en torno a la Institución y parcialmente a cifras y datos, pero sin tratar con mayor relieve y extensión todo lo concerniente a una ciencia tan fundamental como es la estadística o las cifras, cifras frías, sí, pero que sin la mínima duda ayudan a entender la verdadera dimensión de nuestro Valencia a lo largo de los últimos 100 años, 2 meses y 7 días de existencia, o sea, los que van de la fundación del Club, el 18-03-1919, al último partido de la temporada 2018-19 con la consecución del título de campeón de Copa-, está dedicada de corazón a todos los futbolistas, presidentes, directores deportivos, gerentes, entrenadores, utilleros y demás empleados que a lo largo de los años, aportando mucho o poco de su trabajo, aciertos y errores, han hecho colosal a este club, y por encima de todo a los miles y miles de valencianistas que en el mundo somos, o sea, a toda la afición que en último término da sentido y perdurabilidad al Valencia CF.

  El libro de 250 páginas ya está a la venta en las principales librerías de Valencia.

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