Páginas
▼
lunes, 30 de diciembre de 2019
domingo, 22 de diciembre de 2019
FELICES FIESTAS
De nuevo la rueda del tiempo nos sitúa al final de otro año más que coincide con las fiestas más entrañables, fechas donde tratamos por todos los medios de convertirnos en mejores personas, procurando empatizar con los semejantes que lo pasan peor y de los cuales solo nos acordamos en estas jornadas tan propicias para la bondad. Después de Reyes, probablemente la historia se repita y nos vuelva a incomodar tanta miseria a nuestro alrededor, o el agobio de escuchar la eterna cantinela de que un puñado de migrantes han perdido la vida en aguas del Mediterráneo. Por enésima vez volveremos a ocuparnos y preocuparnos de nuestro alrededor, cargado casi siempre de símbolos confusos, vanas apariencias y materialismos egoístas, dejando arrinconado durante doce meses ese halo que casi todos llevamos en torno al corazón. Como esta inconstancia es inherente a nuestra condición humana, qué mejor que leer este cuento alusivo a la Navidad muy acorde a lo expuesto.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo os deseo a tod@s.
viernes, 29 de noviembre de 2019
THE WALL PINK FLOYD
Mañana se cumplirán 40 años de la publicación de The Wall en USA, todo un hito de la música contemporánea. El disco doble más vendido de la historia, con 33 millones de unidades, es aún hoy fuente de influencias, y en cierta manera supuso en 1979 un derroche de creatividad pocas veces superado. Es, en mi opinión, la segunda mejor obra de Pink Floyd tras el inigualable The dark side of the moon; no obstante, este trabajo es mucho más ambicioso que el de 1973 y pone de manifiesto la necesidad, al menos por parte de Roger Waters, cerebro de la criatura, de explorar otros territorios sonoros dotándolos a un tiempo de una narrativa más cohesionada, sin por ello abandonar su parte alícuota de surrealismo y abstracción, algo que inspiró el rodaje de sendas películas, una de ellas de animación.
Yo me hice con el doble cassette en diciembre de 1979 a través de la inolvidable y ya desaparecida revista Discoplay. Llevaba unas semanas descentrado, con el ánimo muy bajo tras el fallecimiento de mi padre el 7 de noviembre. La primera escucha fue para mí un tanto desconcertante, hasta el punto de dudar de la autoría de la obra, aunque sí aparecían a ratos las huellas de la clásica banda británica. Me dispuse a una segunda audición porque aquello superaba a mi raciocinio, si bien intuía que estaba escuchando algo enorme. Empezaba por momentos a entender la dimensión de una obra conceptual tan diferente al resto de su producción, si bien la cara A se me antojaba más digerible que otras. In the flesh?, el primer corte, auguraba un discurso épico, claustrofóbico, paranoico, absurdo, pero también magistral de toda la obra. Como seguidamente The thin ice, y el primer tema imperecedero, con una atmósfera que atrapa, el inclasificable Another brick in the wall part 1. La cara A continuaba con dos temas tan diferentes y a la vez tan bien fundidos que podría parecer un solo tema, o sea: The happiest days of our lives y Another brick in the wall part 2, con el inconfundible coro de niños. La cara A concluye con una de las piezas, Mother, más descorazonadora y al tiempo brillante del álbum.
En palabras de Roger Waters, el universo The wall se comenzó a fraguar en Montreal, durante un concierto de la gira Animals, su anterior disco. Un escupitajo al vocalista y bajo del grupo por parte de uno de los asistentes al concierto, hizo pensar a Roger Waters en la posibilidad de elevar un muro entre el grupo y los espectadores, algo por otra parte y hasta cierto punto viable para los futuros shows teniendo en cuenta que la esencia de los británicos era su música, su sonoridad única, también lo visual, y no tanto las poses de sus miembros mientras interpretaban. Roger Waters, el gran muñidor de la ambiciosa obra, comenzó a cincelar a Pink, su alter ego, una estrella del rock alienada a causa de traumas como la muerte de su padre durante la Segunda Guerra Mundial, la sobreprotección de la madre durante su infancia, la vida en la Gran Bretaña de postguerra, la familia, las drogas, sus amores y fracasos, la incapacidad para avanzar en una relación estable, etc. Cada uno de los traumas se convierte en un ladrillo más a colocar en el muro. Roger Waters le presentó el proyecto al productor Bob Ezrin y este escribió un libreto, una especie de guión que sería el germen de toda la obra posterior.
La cara B comienza con otro temazo como es Goodbye blue sky, un alegato desgarrador contra la guerra que parece interpretado por otro grupo, sino fuera por la voz de David Gilmour. Young lust, tercer corte de la cara B representa la bajada de Pink a la degradación personal por su relación con las groupies, aunque a posteriori descubra que su esposa le ha sido infiel. Esta cara B es bajo mi punto de vista la más desconcertante y turbadora del doble álbum, pero no por ello menos genial.
Hey you, que da inicio a la cara C, es una de las piezas imprescindibles. El muro que se ha creado el propio Pink ya no le deja ir más allá y reclama desesperado el auxilio de algo, alguien. Pero sin discusión posible, es Comfortably numb, el último corte de esta cara, la composición capital y que por si sola justificaría la compra de las cintas cassette. Un fondo sonoro orquestado que va como anillo al dedo, una guitarra como muy pocas veces la ha tocado David Gilmour, y una historia que le ocurrió a Roger Waters, dieron pie a esta composición de ambos a partir de un demo del primero descartado para su primer trabajo en solitario.
La cara D la inicia The show must go on, con influencias vocales de los Beach Boys -el propio Bruce Johnston colabora en segundas voces-. Destacar que el grupo Queen grabó posteriormente un tema con el mismo título y cuya primera estrofa comienza con la frase Empty spaces, como el segundo de la cara B de The wall. La última pieza de esta obra maestra es Outside the wall. Entre ambas, hay otras como la discotequera y diabólica Run like hell, o la más insólita de todas, The trial, el juicio al que Pink es sometido, sentenciando el juez con la destrucción del muro para que vuelva a socializarse y a vivir en la realidad.
Por circunstancias de aquellos momentos, aunque parezca descabellado decirlo por la temática de esta gran obra, aprendí a sobrellevar mi nuevo estado de huérfano, y mentiría si dijera que la audición de The wall no fue una ayuda impagable en aquellos momentos. Hoy, 40 años después, puedo decir que la habré escuchado más de 100 veces, y a pesar de tantas y tantas audiciones no me cansa. El disco número 11 de estudio de Pink Floyd tiene de todo, incluidos mensajes ocultos, alegatos en favor de los derechos humanos, composiciones únicas. Sin embargo, también hay que decirlo, The wall se convirtió, nunca mejor dicho, en un muro que definitivamente supuso la ruptura de Roger Waters, alma mater del proyecto y Pink Floyd.
Estamos ante una obra única y que merece toda nuestra atención. Seguramente no alcance la genialidad y el estado de gracia del grupo cuando hizo The dark side of the moon, pero no está muy lejos de ese nivel de excelencia de la obra que vio la luz en 1973. Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a Pink Floyd es escuchar con detenimiento The wall en su 40 cumpleaños, estoy seguro que no va a defraudar a nadie.
domingo, 24 de noviembre de 2019
Los funerales de la Mamá Grande/La mortaja
Durante estas últimas semanas me ha dado por releer libros de relatos casi olvidados. Volví con curiosidad mis ojos a Los funerales de la Mamá Grande (1962), una colección de relatos del imprescindible García Márquez, que había leído por vez primera en los años 90 -mucho después de haber descubierto al autor gracias a su obra Cien años de soledad 1967)-, y que ya prefiguraba ambientes, elementos y personajes plasmados con posterioridad en su obra capital. Los 8 relatos integrados en la obra fueron escritos entre 1959 y 1962. Era su primer trabajo como cuentista publicado en libro, y en cierto modo un ensayo general de lo que habría de suponer la publicación de su novela más celebrada -entre 1962 y 1967 solo publicó la novela La mala hora (1962), y un año antes, El coronel no tiene quien le escriba-. Macondo emerge como una geografía insondable, un lugar imaginado pero impalpable, espacio bullanguero, inconmensurable, donde todo es posible, pero al tiempo desmembrado, de una solitud descarnada y contradictoria. Y aparecen personajes como el coronel Aureliano Buendía, el primero de los cientos que pueblan la novela Cien años de soledad. Y, como no podía ser de otra manera, juega con la hipérbole, esa especie de barroquismo local, el juego de la fascinación, del hechizo para hacer más digerible a la cruda realidad.
Con la intención de recuperar lecturas arrinconadas, a continuación rescaté de los estantes a La mortaja (1970), libro integrado por 9 relatos escritos entre los años 1948 y 1963 y que yo había leído en los años 80. A diferencia del autor colombiano, esta recopilación de historias breves, por parte del vallisoletano, suponía su cuarto trabajo publicado como narrador breve. En contraposición a la exuberancia de García Márquez, el maestro Delibes nos muestra su más descarnado realismo, sin adornos, sin subterfugios, con las palabras justas y la sequedad propia de la vieja Castilla. Delibes, por enésima vez, y aunque sea a cuentagotas en contraposición a sus novelas más ambiciosas, plantea su máxima de: Un hombre, un paisaje, una pasión. Pero también vuelve a explorar en la vida de provincias, el campo castellano y esa afición por la caza; y, por descontado, fluye la constante de la infancia, la naturaleza o la muerte, cuestiones recurrentes y que cuestionan al ser humano en su propia contradicción.
Es muy razonable pensar cómo se me ocurre equiparar dos libros tan dispares como son sus propios autores, con unas diferencias tan acusadas en todos los sentidos, incluso en sus poses para ser fotografiados, pues, Gabriel García Márquez aparece en casi todas sus fotos con una sonrisa de oreja a oreja, mientras Miguel Delibes muestra el gesto serio, incluso severo, diría yo. A pesar de todo, tienen similitudes nada desdeñables. Miguel Delibes nace en 1920 y Gabriel García Márquez lo hace en 1927, los dos nacieron en los años veinte del siglo pasado. Ambos se iniciaron en el oficio de escribir como periodistas, algo que se refleja perfectamente en sus libros de ficción, pero también, especialmente en el caso del colombiano, en sus obras de investigación: Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, etc. Los dos son magníficos escritores de relatos cortos y sin embargo son reconocidos mundialmente como maestros de la novela. Los dos aparecían cada año en las quinielas para hacerse con el Premio Nobel, si bien solo lo ganó el de Aracataca. Para terminar: aunque parezca pura contradicción, el americano y el español cultivan con muy opuesta carpintería el realismo, y si bien García Márquez se ayuda de triquiñuelas y de un ingenio desbordante para edulcorar la cruda realidad haciendo más digeribles las penurias de allá, realismo mágico, en el fondo coincide con esa especie de carpintería más simple y exacta que utiliza el vallisoletano, sin adornos, llamando a las cosas por su nombre, y que se ha venido en llamar realismo social.
Dos libros de relatos, dos estilos que tenía olvidados y que me han permitido disfrutar de nuevo de su maestría. Dos lecturas ineludibles para entender mejor el universo narrativo de dos de los mejores escritores de siempre.
jueves, 1 de agosto de 2019
Teórica del fuego
Teoórica del fuego, un relato políticamente incorrecto.
- Yo, malo, malo, lo que se dice malo, no soy, pero tengo el pronto fácil y no tolero que nadie se propase con mi señora, aunque sea mismamente el rey de España; mucho menos si el salido es un simple fogonero: ¡hasta ahí podíamos llegar! Yo paseaba junto a la vía, entretenido en recoger amapolas florecidas con la llegada de la primavera; también me hago ramitos con otras flores si las hay, no vaya su señoría a creerme un discriminador. Entonces vi llegar el tren con los vagones a rebosar de carbón, camino del lavadero.
- Y entonces subió.
- Subí.
- ¿No trabajaba aquel día?
- ¡No! ¡Si llevaba una merluza de agárrese que hay curvas! Yo cuando me emborracho prefiero no bajar al chamizo. La mina es muy peligrosa, y si uno no está con el cuerpo y sus facultades mentales en perfecto estado de revista, no hay para qué tentar a la suerte. Diftinio, el maquinista, es buena gente, y fuerte como un toro de lidia. Si la situación se tercia y ando a la verita de los raíles, enseguida me invita a subir a bordo para regresar a casa. Diftinio es un cacho de pan, pero algo panoli. Tal vez no le ayude estar sordo como una tapia, aunque el olfato lo tiene fino como el de un hurón. Se quedó para la eternidad siendo aún joven. Por entonces ni siquiera se había imaginado conducir una locomotora. Estaba manipulando la dinamita en el agujero de la mina, cuando, sin esperarlo, le estalló a cinco metros de su espalda. Algunas esquirlas antojadizas y el estruendo provocaron el defectillo.
- Por lo de ir al meollo: con todas las reservas debidas, usted parece haber actuado con premeditación, ¿no le parece?
- Pues no. Si acaso un poquillo cuando empezó a darle a la lengua.
- No obstante, debería admitir algo de disposición en contra de su vecino, a quien conocía sobradamente.
- ¡Hombre! ¿A Su Señoría qué le parece? La gente puede hacer cuanto le venga en gana, faltaría más, pero a mí señora no la chulea ni el sargento de la Guardia Civil. A mí me la trae floja, o mejor dicho, me importa poco que fuera martes de carnaval. El muy fresco, aprovechándose de la oscuridad, de la muchedumbre y también de su estúpido disfraz de hombre lobo, mientras bailaba con ella, va y le mete la mano con acelerón bajo la túnica, mientras con la otra le manosea el culo, perdón, quería decir los glúteos. A mí no me torea nadie, ni siquiera mi prima Georgina, que antes de enredarse conmigo era de cascos ligeros. Mientras estuvimos juntos, ni un solo día se le ocurrió dejarme en evidencia. A mi señora la pilló a traición, dejándose manosear como una bobalicona. Cuando al fin reaccionó y le iba a dar un guantazo, o una patada, no recuerdo bien, el hombre lobo había puesto los pies en polvorosa.
- ¿Y no iba su señora disfrazada de Cleopatra?
- Pues sí.
- ¿No es también cierto que los pechos amenazaban con salírsele a través del escote?
- Pues también, no lo voy a negar. Ese hombre se llamaba, ya lo saben, Horacio Salmerón, alias Manoslargas, que todos mentamos por el apelativo; si bien, otros, los menos, aún le llamaban el Montaraz, que le venía de su afición a hacerse desaparecer por sorpresa y durante días entre las montañas del valle. Nos conocíamos de sobra, ¿cómo no nos íbamos a conocer? ¡Si éramos vecinos desde la eternidad, puerta con puerta! Lo que pasa es que él no tenía ni pajolera idea de quién era la tal Cleopatra... La otra, la de Egipto, sí; faltaría más. Mi señora, la Cleopatra; perdón, quería decir Valentina, si vamos a discutirlo, no es mi señora como tal, sino un apaño. Todos nos procuramos un aparejo, ¿o no? Vivimos juntos hace algunos años, sin que jamás se nos pasara por la cabeza formalizar lo nuestro con papeles y bendiciones. Los dos estamos escarmentados de anteriores matrimonios como para repetir ahora con formalidades. De todos modos, convendrá conmigo en que el lucimiento de los encantos no debe ser motivo para el abuso. ¿Acaso las modelos no enseñan orgullosas piernas y ubres?, y no por ello las van metiendo mano allá por donde van.
-Sin embargo, la señora o señorita Valentina, según acaba de decir el testigo presencial, le guiñó un ojo mientras bailaban, ¿o no es cierto?
- Eso no lo sé.
- Y hablaba al hombre lobo pegándosele en demasía a la oreja, sin dejar de sonreírle.
- Tampoco lo sé. El Manoslargas, además de ese vicio de palpar, ¡ay si yo les contara!, tenía la bien ganada reputación de embustero. Admito que él también me dijo algo de eso, pero algunas cosas no me las creo. Mi señora, o si lo prefiere mejor, mi compañera, es muy decente, y si bien es cierto que llegado el caso es capaz de exhibir sus portentosos encantos para dejar a los hombres con los dientes largos, coincidirá conmigo en que eso no se puede tomar como una invitación en regla a atropellar los límites del decoro, aunque de por medio esté el carnaval. Por si fuera poco, nadie más ha venido a confirmar las palabras de mi vecino, aquí presente, y en el baile había muchos más danzantes. Le recuerdo que era noche sin luna, y él, con todos los respetos debidos, no está muy allá de la vista.
- De todas las maneras, no fue la señorita Valentina y sí el señor Cepedas, su vecino, quien le bajó del guindo. O sea, quería decir que fue un conocido, primo segundo suyo para más señas, y hermano de la aludida doña Georgina, quien en primera instancia le advirtió del abuso del hombre lobo en la persona de Valentina.
- Cierto, pero mi compañera solo tardó un día más en confesármelo con pelos y señales... Cuando, con la ayuda de Diftinio subí al tren en marcha, ignoraba por completo lo que iba a ocurrir después. Por tanto, de premeditación nada de nada; si acaso después, cuando a Manoslargas le dio por irse de la lengua, mientras el buenazo de Diftinio pilotaba la máquina de vapor, al tiempo de silbar sin descanso El sitio de Zaragoza, ajeno por completo a nuestras confidencias.
>>Antes no lo he dicho y ha llegado el momento de esclarecer. El apelativo de Manoslargas, cualquiera lo puede confirmar, le viene de mozo, cuando no tenía oficio ni beneficio; y para ir tirando sin morirse de inanición, se aventuraba en la contorna perpetrando pequeños hurtos que no pasaban, eso sí, de un melón aquí, unas patatas allá o una gallina nada resabiada en el corral de un desgraciado. Lo pillaron in fraganti y lo pusieron a la sombra algún tiempo. Luego, cuando salió de la trena, por temor a su torcida reputación, la vecindad removió Roma con Santiago para colocarlo en algo provechoso, y así le ofrecieron ser fogonero de locomotora, pues ya se sabe que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Pero Manoslargas, a pesar de la ocupación, no dejó de ser una persona de poco fiar. Yo, por aquello de la proximidad, me había amistado con él, si bien nunca llegamos a intimar hasta el punto de cogernos juntos una buena moña; como mucho la repartición de una caña o copita de ojén, y santas pascuas.
- Pero ¿no iba a hablarnos de los acontecimientos ocurridos en la locomotora?
- Sí, faltaría más.
- Pues, hale, ánimo, y no se nos vaya por los cerros de Úbeda.
- Todo se andará. Se trata de tener un poco de paciencia. Fue dos días después del martes de carnaval. Pero la noche antes, Miércoles de Ceniza para más señas, se ve que lo del arrepentimiento por la fecha ayuda lo suyo, Valentina me confesó lo del magreo, digamos, no consentido por completo. Tras la confidencia y sin haber pegado ojo en toda la noche, yo andaba aquella mañana como irritado, tocándome de continuo la frente, por si palpaba algún indicio de cornamenta. Con la cabeza distraída en pensamientos desagradables, mientras caminaba como un apaleado en dirección a la mina, caí en la cuenta de la taberna y entré a tomar una copichuela que me hiciera más llevadero el reconcomio. Al final, con toda la pereza del mundo, me quedé allí haciendo tiempo; mientras, bien solito, me pimplaba una botella de vino del más peleón. Cuando a las dos horas salí a tomar el aire fresco, convencido del disparate de ir al tajo del carbón, para hacer el recorrido más reparador elegí el rodeo de la vía del tren. Caminaba tranquilo mientras recogía algunas amapolas, aunque tampoco le hago ascos a otras florecillas.
- Eso ya nos lo ha contado antes.
- ¡Es verdad!
- ¿Por qué no prueba a decirnos lo ocurrido a bordo de la locomotora?
- Ahora mismo. Coger en marcha el convoy no es difícil cuando asciende el repecho de los Verdales. A rebosar de antracita como van sus quince vagones, por mucha energía y potencia a la hora de tirar, la locomotora es incapaz de alcanzar más allá de los veinte por hora. Y además, con la ayuda de Diftinio, que es tan bobalicón, si bien fuerte como un toro de lidia, te sube al pescante como si cogiera una simple pluma. Ya arriba, el buenazo de Diftinio se ocupó en conducir la máquina a lo largo de la costanera, sin dejar de silbar con aplicación El sitio de Zaragoza.Por su parte, Manoslargas, me pareció un poco aturdido por el trasiego, viene y va, de su fiel porrón, y también más locuaz de lo corriente. No obstante, no sabría precisar quién de los dos estaba más achispado. Por lo acontecido más tarde, tal vez fuera yo.
- ¿No podría ir al meollo de una vez? A la Fiscalía y a los abogados presentes, les trae sin cuidado quién se llevara el gato al agua en lo concerniente a la ingesta de alcohol. Los dos iban cargados y punto.
- Faltaría más.
- Pues procure sintetizar y no ande con más rodeos; se lo agradeceríamos en el alma.
- Ahora mismo. El Manoslargas me ofreció de su enorme porrón y yo, por no desmerecer, le di un meneo espaciado al vino casero. Él hizo lo propio antes de volver a echar unas paletadas más dentro de la caldera. Decía que en cuanto venciéramos la pendiente la locomotora no precisaría de mucho más carbón para llegar a su destino. Cuando al fin cerró la pesada portezuela del hogar y se sentó con cierta dificultad frente a mí, sin venir a cuento, va y me advierte de su inquietud, de su ansiedad a cuenta del último carnaval. Naturalmente me preocupé y decidí preguntarle, con una miaja de curiosidad, no lo niego, por su problema, si bien ignorante total en cuanto a sus comezones más carnales. El muy bellaco va y se rasca la cabeza como si la tuviera asediada por piojos, escupe con la pericia de un marinero, se suena el moquillo con el envés de la mano...
- Le sugiero con toda la compasión del mundo que vaya al grano.
- Eso voy a hacer si me dispensa unos segundos.
- Pues adelante.
- Adelante voy. Su Señoría perdone... Se suena el mquillo con el envés de la mano y comienza a platicar como quien se entromete con el antojadizo tiempo. Maldecía la hora en que se le había ocurrido bailar con aquella Cleopatra, más buena que el pan, palabras textuales del fogonero. En cuanto mentó el nombre de la reina a mí me entraron unos calores que yo no sufro ni en pleno agosto. No sé si en algún momento lo llegó a notar pero yo estaba furioso, ¡furioso! Sin comerlo ni beberlo me encontraba delante del hombre causante de mis desdichas, y de añadido presumía de la machada, maldiciéndose además por haber maniobrado en el cuerpo de la disfrazada. No sé cómo me contuve y no lo descrismé en ese preciso momento; sin embargo, no sabría decir con certeza si me contuve a cuenta de la indignación, aguardando al final del relato. Quizá no debería deslindar los detalles, mas, a petición de Su Señoría, y aunque me pese en el alma, prosigo con la confesión. Manoslargas le dio otro trago al porrón y ofreció a un servidor, rehusando este para no perder el hilo; también al bendito de Diftinio, enfrascado en la conducción y en silbar con pulcritud El sitio de Zaragoza, pero el fortachón de Diftinio, como era lógico tratándose de un abstemio, rechazó con la cabeza. Luego, reanimado por el calorcillo de la bebida, rebuscó en el bolsillo y se puso a liar un pitillo. También rechacé su tabaco, mientras me decía de la estupidez de perder el tiempo invitando al cacho de pan de Diftinio, pues jamás en su puñetera vida le había visto echar una calada.
- Le sugiero encarecidamente que no se extienda en consideraciones menores. Sin duda nos trae al pairo si el maquinista fumaba o dejaba de beber o le van a proponer para beato. Limítese al meollo.
- Eso procuro.
- Pues en su mano está.
- Ahí estamos. El Manoslargas reconoció su metedura de pata al invitar a bailar a una desconocida, a la cual las ubres generosas amenazaban con desbocársele por fuera de la pechera. Como tratando de justificarse, el elemento admitió que ella le hablaba con voz disimulada de desatinos, incomprensibles al oído; acaso tan subidos de tono como inenarrables, palabras textuales. Fue en ese momento, al presentir la lengua a medio meter por el conducto auditivo, cuando la audacia le empujó, al principio de momo consentido, a introducir su mano por debajo de la túnica, palpando asombrado por la ausencia de obstáculo alguno, dígase braga, las protuberancias más íntimas de mi señora, y hasta sondear en la parte más recóndita, con el pasmo para su persona de la humedad a raudales a lo largo del recorrido. Eso tiene la explicación del periodo, Su Señoría; ni más ni menos. Y no obstante, le mentiría si dijera que en ese preciso momento no comenzaba a darle vueltas a la mollera, a fin de cobrarme cumplida venganza. Pese a todo, hasta un instante antes, nade de premeditaciones y alevosías. No sé cómo era capaz de refrenar la furia. Sentía un calor inaudito por toda mi cara, más incluso del sufrido en pleno agosto; y sin embargo resistí. Manoslargas parecía hablar enloquecido y con apetito del cuerpo de Cleopatra, quiero decir de Valentina. Y al tiempo de palpar por el frente, con la otra, con la izquierda para ser más exactos, le pellizcaba arriba y debajo de los glúteos sin que ella dijera esta boca es mía. Según su parecer, estuvieron de esa guisa mientras bailaban bien apretados el Lía, de Ana Belén, ahora tan de moda. A punto de concluir la pieza, de súbito, a mi compañera le volvió el juicio y empujó violentamente al hombre lobo, dispuesta a pegarle un bofetón, o una patada, no recuerdo bien, mientras este escapaba veloz sin entender ni pío. Eso me dijo el Manoslargas, no más de un minuto de manoseo. Aunque existe la otra versión, la del amigo y testigo, mi primo Augusto Cepedas, el cual asegura que el rebote y el intento de pegarle, no se produjo hasta que mi compañera se dio cuenta de su presencia, al mirar y remirar la desvergüenza de la escena. Pero Valentina, aquí presente, jura y perjura que jamás de los jamases consintió; y si ocurrió el lamentable incidente fue a traición, pues cuando se quiso dar cuenta, el hombre lobo actuaba como un pulpo tocando aquí y allá, aunque eso duró unos segundos, los justos hasta reaccionar, sin caer en la cuenta de si allí delante estaba el primo Augusto Cepedas, al corriente de su disfraz desde la mañana misma, o el mismísimo señor alcalde. Por lo demás, tampón y braga los llevaba puestos en todo momento allí donde es menester, al menos eso dice ella.
- ¿Y cuál es su versión al respecto?
- Mantengo la de mi esposa; quiero decir, la de mi compañera, ¡faltaría más! Metidos en tamaño berenjenal, el Manoslargas comenzó a profundizar en sus cuitas y en admitir que desde el desventurado martes de carnaval no pegaba ojo, pensando, muriéndose por no poseer a aquella desconocida, y preguntándose quién sería en realidad. Yo me abstuve muy mucho de aclararle la identidad de la parienta, y también mi compartido insomnio, si bien a consecuencia del temor a lucir pitones para los restos. Tras apurar una última calada del tabaco de cuarterón, se incorporó para anunciarme su intención de orinar a estribor, evitando así el viento racheado de levante. Por su parte, el beato de Diftinio, quería decir, el panoli de Diftinio, proseguía en el silbido marcial de El sitio de Zaragoza, mientras yo cavilaba sin remedio en la mejor manera de despachar a Manoslargas para el otro barrio, allí mismo. Mientras duraba la evacuación, atraído por la visión constante de la pala, no tardé nada en hacer caso a la llamada salvaje y empuñarla sin remordimiento. Cuando al fin se subió la cremallera de la bragueta y se volvió hacia mí, confiado, le aticé duro en medio de la cabeza, cayendo como un fardo en medio del carbón. Presentí su muerte instantánea al no ser capaz de encontrarle el pulso. Entre tanto, el forzudo de Diftinio, ajeno a todo, a excepción de la panorámica de delante, silbaba la marcha con más ahinco si cabe. Confiado en la ignorancia del cándido maquinista, por la sesera me reviraba la idea de deshacerme del objeto del delito: sin cuerpo presente no existe asesinato, ¿no es así? Por tanto, desatranqué la escotilla del hogar y, sin pensarlo, introduje el cuerpo del Manoslargas para que se incinerara cuanto antes y de él no quedara ni la mínima reliquia.
- Pero el bendito del señor Diftinio se percató de la maniobra.
- A medias.
- ¿No fue él quien cayó en la cuenta?
- Eso es cierto, pero no hubiera ocurrido de no surgir el inconveniente de la locomotora frenando más allá del apeadero. El cachas de Diftinio seguía silbando y silbando sin parar, y entre tanto el salido de Manoslargas se chamuscaba a velocidad de vértigo. Fue a los pocos minutos, casi llegando al destino, cuando el maquinista, sin dejar de mirar al frente, dijo del peculiar olor a asado quemado, y que no echara más carbón si no quería reventar los émbolos, el hogar o hasta la caldera con toda el agua en ebullición. Cuando se giró por sorpresa y no vio al fogonero, me preguntó, y yo le dije con gestos que se había ido a evacuar por la parte trasera. Diftinio volvió a mirar al frente, mas enseguida dejó de silbar. Parecía no comprender mi explicación y se rascaba la cabeza como si mil piojos le hubieran colonizado el cuero cabelludo.
>>Como ya llegábamos a la parada, procuré tranquilizarme mostrando un gesto entre despreocupado y risueño, para no hacer cavilar a los del lavadero. La sorpresa ocurrió cuando, con mis pies en el pescante, dispuesto a saltar a tierra, el convoy no se detenía, siguiendo a ritmo cadencioso rumbo al noroeste. Diftinio hacía pitar la locomotora como un poseso, tirando sin parar del cordaje, a la par que trataba por todos los medios de detenerla en el lugar acostumbrado, pero esta parecía no responder a la orden. Cuando al fin lo logró, faltándole tiempo para incorporarse desde su asiento de cuero gris; sin decir ni pío, olvidándose de la necesidad fisiológica del Manoslargas, aunque incrédulo por cuanto había ocurrido con la locomotora, abre la portezuela del hogar y, ayudado de la pala, empieza a menear las brasas con el propósito de calibrar el exceso de carbón. Sin estar por completo seguro, distingue la presencia de algo que ni por asomo se parece a la antracita. A renglón seguido, a traición, me agarra y retuerce un brazo por la espalda, amenazando con arrancármelo si no le explico con exactitud. Como no podía ser de otra manera por el dolor atroz y la amenaza de algo peor, confesé a voz en grito como un bellaco sin agallas, delante de toda la parroquia.
>>Ahora, bien mirado, hasta le agradezco su conducta de entonces, no en balde en ese momento comenzaba a barruntar la oportunidad de despachar a Valentina para los restos. Ahora ya no, que después de tantos meses a la sombra se me ha enfriado la sesera. Sin embargo, Su Señoría no me lo podrá negar, fue una lástima que justamente ese día se fueran a estropear los frenos de la locomotora. Si nada hubiera ocurrido, el simple de Diftinio jamás habría husmeado entre las llamas justo a mitad de la incineración, y aún estaría creyendo en otra más de las sorpresivas huidas del Manoslargas, pero el diablo no deja de enredar en los rincones más insospechados. Luego los peritos diagnosticaron la rotura parcial del freno y la distribución por culpa del exceso de fuerza calórica. Al fin y a la postre ya me lo decía mi abuela Graciniana, tan aficionada ella a endilgarme refranes: <<Hombre achicharrado, fuego desbocado>>, y acaso tuviera más razón que un santo.
Teórica del fuego cierra mi libro de relatos homónimo de 2018.
sábado, 11 de mayo de 2019
Villafranca se ilumina
No es muy frecuente que una primerísima figura del panorama musical español y mundial se acerque hasta Villafranca para dejar constancia de su destreza interpretativa, de su talento para hacer de un saxofón, soprano o tenor, y muy particularmente de la flauta travesera, instrumentos capaces de adquirir una dimensión muy por encima de ser correctamente tocados cuando son manejados por las hábiles manos de este madrileño de 62 años. Porque este músico que es un referente de la innovación, y por encima de todo, pionero de la fusión entre el flamenco y el jazz, se podría decir que es sin temor a equivocarme, uno de los artistas que con más veracidad plasma sobre el escenario lo que previamente ha proyectado en su cabeza, sin que por ello pierda esa capacidad innata para la improvisación propia de ambos géneros, algo que sí se generará mañana domingo.
Jorge Pardo es artista de dilatada trayectoria, tanto en solitario como colaborando con artistas tan dispares como Chick Corea, Carles Benavent, Paco de Lucía, Camarón, Tomatito, Pat Metheny, Diego Amador, Pedro Iturralde, Tete Montoliu, etc. De sus trabajos en solitario queda un legado extensísimo que es digno de escuchar con detenimiento, no ya solo para disfrutar de su enorme talento, sino también para apreciar la evolución que ha recorrido su carrera y que ha dejado hasta la fecha una colección con más de 30 grabaciones.
Entre los múltiples reconocimientos que ha tenido, es de destacar el que obtuvo en 2013 como mejor músico europeo por parte de la Academia Francesa de Jazz y por tanto el primer español de este género acreedor a tan alta distinción. Dos años después, el Ministerio de Educación y Cultura de España le otorgaba el Premio Nacional de Músicas Actuales, y en 2016 el Festival Jazz en la Costa de Almuñécar le concedía la medalla de oro.
Por el módico precio de 12 € los villafranquinos y bercianos tendrán el privilegio de disfrutar con el buen hacer de esta figura internacional que no ha dejado de engrandecer esa especie de maridaje entre el jazz y el flamenco que de unos años a esta parte se empieza a convertir en algo cotidiano y no por ello menos interesante. Acompañado de nuestro paisano Pachi Pérez, el concierto dará comienzo a las 20:00 horas de mañana domingo en nuestro coqueto Teatro Gil y Carrasco.
Aunque no puedo estar presente, y bien que me gustaría, quiero dar las gracias a los organizadores: Asociación Cultural Bierzo Vivo, al Ayuntamiento de Villafranca, a las productoras Legados y Ejes Producciones y a Nicolás de la Carrera como portavoz del evento, pues sin su inestimable colaboración el acontecimiento no sería posible.
viernes, 5 de abril de 2019
Villafranca del Bierzo, Capital de la literatura española
Mañana nuestra villa se vestirá de gala para convertirse, aunque sea unas por unas horas, en Capital de literatura española, ya que acogerá el fallo de los premios nacionales de la crítica literaria, premios que concede la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL) a través de un jurado integrado por más de veinte. En total se otorgan 8 premios: en castellano, gallego, catalán y euskera, repartidos a pares en la modalidad de narrativa y poesía, galardonando al mejor libro del año en sus respectivos géneros. Como curiosidad, es la tercera ocasión que el premio se falla en la provincia de León. Las dos anteriores fueron en la capital y en Ponferrada.
Los premios se instauraron en 1956, siendo el primer ganador en narrativa, Camilo José Cela por su obra La catira. Al año siguiente el triunfador fue el recientemente fallecido, Rafael Sánchez Ferlosio por su novela El Jarama. Entre los triunfadores en narrativa, además de Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa, Eduardo Mendoza o Javier Marías, destacan escritores más próximos en lo geográfico, como la gallega de adopción Elena Quiroga, ganadora en 1961 por el libro Tristura. Esposa de Dalmiro de la Válgoma, que fue, si mal no recuerdo, cronista oficial de la Villa, además de miembro de la Real Academia de la Historia, sus restos mortales reposan junto a los del cónyuge en el cementerio municipal de Villafranca.
